Los tribunales de Bell Ville, en la cálida Córdoba, esperaban impacientemente los testimonios de las acusadas. Las chicas estaban aterrorizadas. Pero sólo cuando el juez aseguró que sus hijos y familiares estarían a salvo de posibles represalias, se decidieron a declarar. Betiana Zapata y Vanesa Payero fueron sometidas a juicio bajo los cargos de promover la prostitución, seguida de privación ilegítima de la libertad y reducción a la servidumbre de otras tres chicas, una de ellas menor. La carátula detalla que ambas colaboraron con Jorge González, regente del cabaret Puente de Fuego y oficial de policía retirado, en la explotación de sus “compañeras de oficio”, golpeándolas y consintiendo todo tipo de violaciones.
La historia de Betiana y Vanesa es la historia de miles de mujeres abandonadas a su suerte. El hambre y la miseria las llevó a prostituirse desde muy pequeñas. Betiana fue secuestrada a los 9 años, después fue violada por una patota y finalmente fue entregada al Puente de Fuego por $100. Vanesa no tuvo mejor suerte, fue reclutada a los 13 años por un ex policía, y gracias a los oficios de “Don Jorge” debió seguir “atendiéndolo” gratis en el prostíbulo. Era difícil abandonar ese lugar donde siempre les decían que debían plata. Puente de Fuego no tenía teléfono, no llegaba el trasporte público y era un lugar frecuentado por muchos policías. Pero cuando Vanesa intentó escapar, Don Jorge la golpeó, la violó repetidas veces y la encerró durante 45 días en una cueva escondida junto al río Carcarañá. Betiana y Vanesa no tuvieron más remedio que “colaborar” con Don Jorge para preservar sus propias vidas.
La justicia del capitalismo suele jugar con esas ironías de la historia: las víctimas se convierten en los victimarios y los oprimidos se convierten en opresores. Una justicia que tolera el proxenetismo y la prostitución porque, en palabras del fiscal, “el daño no es tan grave”, en la medida en que contribuyan a que haya “menos delitos sexuales”.