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A 90 años de la Revolución Rusa

Los “socialistas” y la burguesía se preparan para la guerra

Comisión del IPS

31 de mayo 2007

Kerenski había partido al frente a inicios de mayo. Recorría las trincheras llamando a los soldados a continuar la guerra como forma de conquistar y defender la “democracia” y la “libertad”. Conciente de la situación en que se encontraba el ejército, propuso algunos cambios para convencer a los soldados de unirse al intento guerrerista. Se había propuesto “democratizar al ejército”. Convenientemente exigió la renuncia de algunos pocos oficiales del alto mando que se habían negado a jurar en nombre del nuevo gobierno; para ellos la única autoridad legítima era el zar. Pero el resto de la oficialidad reaccionaria, por instinto de supervivencia, rindió lealtad al nuevo gobierno de coalición y quedó en su puesto.

Kerenski proclamaba que si el pueblo ruso ya se había sacado de sus espaldas a los zares ahora debía “derrotar al enemigo”. Pero ¿quiénes eran los enemigos del pueblo ruso? La campaña nacionalista iniciada en la prensa y círculos de la burguesía era estimulada por este representante de los socialistas revolucionarios, ahora en el gobierno. Tal era su compromiso con los objetivos de la guerra que Kerenski había abandonado su característico traje de abogado “popular” por el de la chaqueta militar.

La guerra imperialista al acecho

La ofensiva militar había sido un compromiso con los aliados concertado por el alto mando militar del zar. Este se había comprometido a una incursión ofensiva sobre la Galitzia polaca para primavera. Pero en esa fecha la revolución de febrero estaba en apogeo. Los aliados y la burguesía debieron esperar a que la situación se estabilice. Luego, las manifestaciones de abril y la conformación del gobierno de unidad con los socialistas no les hizo abandonar los viejos compromisos del zarismo con las potencias aliadas. Ahora serían los “socialistas” los que continuarían con el antiguo plan. Para ello, la mentada “democratización del ejército” presuponía que el plan militar sea dejado enteramente en manos de la antigua oficialidad zarista. El objetivo de “democratizar al ejército”, sin quitar las tierras a los nobles y sin destituir y juzgar a sus mandos militares permitiendo a los soldados tomar la dirección, mostraba cómo se concebía realmente esta democratización: como reforzamiento del carácter reaccionario del nuevo gobierno de unidad entre socialistas y burgueses.

El Comité Ejecutivo del Soviet de Obreros y Soldados apoyaba directamente el esfuerzo de guerra. Tseretelli proclamaba que él era como los jacobinos, para radicalizar la revolución se debía aplastar “sangrientamente al enemigo” (ver recuadro). ¿Pero en manos de quién y para qué objetivos se proponía la necesidad de ir a una ofensiva contra Alemania y Austria- Hungría? ¿En manos de quién estaba la dirección militar de la “democracia rusa”? Como vimos, la dirección militar de la guerra para estos “jacobinos” debía estar en la vieja casta militar proveniente de la nobleza, en su gran mayoría monárquica, que se hizo “republicana” para utilizar en su auxilio al nuevo régimen contra la permanente hostilidad y espíritu de venganza de sus tropas.

De esta manera, viejos marxistas como Plejanov se plantaban frente al problema del aparato del Estado y sus fuerzas de coerción como liberales. Opinaba que podía reformarse el viejo ejército zarista y olvidaba así la lección de toda revolución: si pretende ser verdadera y triunfante, la acción de masas debe destruir por completo el viejo aparato militar.

La revolución y el ejército

En la Circular a la Liga de los Comunistas Marx había hecho la siguiente reflexión: “El armamento de todo el proletariado con fusiles, cañones y municiones debe ser realizado en el acto; necesitamos prevenir el resurgimiento de la vieja milicia burguesa, cosa que ha sido siempre hecha contra los trabajadores. Donde esta medida no pueda cumplirse, los trabajadores tratarán de organizarse ellos mismos en una Guardia independiente, con sus propios jefes y su Estado Mayor, para ponerse a las órdenes, no del gobierno, sino de las autoridades revolucionarias elegidas por los obreros. Donde los trabajadores estén empleados en servicios del Estado deben armarse y organizarse en Cuerpos especiales, con jefes escogidos por ellos mismos o formando parte de la Guardia proletaria.”1. Marx aconsejaba que allí donde los demócratas burgueses hayan tomado el poder, los obreros tenían que crear su propia organización armada, no debían engañarse con las consignas de los demócratas y depositar confianza sólo en su propio armamento. Precisamente en las revoluciones de 1848, una de las razones de su derrota estuvo en la ilusión que depositaron los obreros de París, Berlín y Viena en que el viejo ejército “democratizado” por la incorporación de la burguesía y la pequeño burguesía en la Guardia Nacional defendería a los obreros y a las masas de la reacción. Nada más alejado de la dinámica de los acontecimientos.

Si la revolución triunfa es porque impulsa a las clases populares a la completa desorganización del viejo ejército y a la creación de uno nuevo basado en el pueblo y la clase trabajadora en armas. El ejército ruso, a diferencia de experiencias anteriores, llevaba a las clases que se enfrentaban en la revolución en su propio seno, contenía en sí el régimen de doble poder con el cual la burguesía había resuelto a su favor la revolución de febrero y la crisis de abril. A la vieja casta militar, proveniente en su gran mayoría de los nobles, se le sumaban generales y sargentos provenientes de la burguesía y la pequeñoburguesía. A éstos se les oponía cada vez más abiertamente el espíritu de la tropa. Esta última estaba impulsada por un ánimo antagonista, donde el elemento clasista era central. Veían en el mando a aquellos antiguos “amos” del que supuestamente la revolución los habría de liberar. Se negaban a obedecer sus órdenes, aceptar directivas militares o simplemente movilizarse.

Bien pronto, los “socialistas” que pretendían “democratizar el ejército” para luchar contra el “enemigo alemán” debieron enfrentarse con los soldados rusos que pensaban que los “enemigos” eran otros. En esta percepción profunda de los antagonismos que cruzaban al ejército surgió aquel “bolchevismo de trinchera”, como gustó etiquetar la prensa liberal a todo soldado que se sublevaba contra los deseos de sus superiores. A estos soldados la prensa liberal los atacó como “desertores” y “agentes del enemigo”. Por esos días, la campaña antibolchevique fue creciendo, los bolcheviques eran el único partido no comprometido con la guerra2. Unos invocaban la defensa nacionalista para conseguir la libertad y la tierra; los obreros y campesinos primero debían derrotar al ejército alemán y cumplir los pactos del gobierno con los franceses, ingleses y norteamericanos. Para otros terminar la guerra era poner su dirección en manos de las masas armadas mediante la toma del poder de parte de los soviets de obreros y soldados.

El doble poder en el seno del ejército

Pero mientras en el frente reinaba la confusión, el gobierno con los “socialistas” se dispuso a implementar medidas antipopulares para restaurar el orden y la disciplina en el ejército. Kerenski formuló un decreto “por los derechos civiles de los soldados”, donde reincorporaba la pena de muerte y el castigo a la deserción, poniendo en cuestión los derechos adquiridos por la Orden N° 1 del soviet votada en febrero. Mientras tanto, los comités de soldados -establecidos para defender los derechos de los soldados- hacían de propagandistas del espíritu nacionalista de la nueva ofensiva militar. Trotsky decía que “A fines de mayo, cuando ya se estaban movilizando las tropas para la ofensiva, el comisario del 7° ejército telegrafiaba a Kerenski: «En la división 12ª, el regimiento 48° ha entrado en acción en su totalidad; del 45° y del 46°, la mitad solamente; el 47° se niega a atacar. De los regimientos de la 13ª división ha entrado en acción el 50° regimiento casi en su integridad. Promete hacerlo mañana el regimiento 51°; el 49° no ha obrado de acuerdo con las órdenes transmitidas, y el 52° se ha negado a moverse, deteniendo a todos sus oficiales.» Este espectáculo se observaba casi por todas partes. El gobierno contestó en los siguientes términos a la comunicación del comisario: «Disolver los regimientos 45°, 46°, 47° y 52° y entregar a los oficiales y soldados que hayan excitado a la desobediencia.» Esto tenía un aire amenazador, pero no asustaba a nadie. Los soldados que no apetecían combatir no tenían que temer ni a la disolución ni a los tribunales. Para poner en movimiento a las tropas fue preciso movilizar a unos regimientos contra otros. De instrumento de represión servían casi siempre los cosacos, ni más ni menos que bajo el zar, con la diferencia de que ahora eran los socialistas los que los mandaban, pues no hay que olvidar que se trataba de defender la revolución”3.

Que la amenaza que fungía sobre los desertores no pudiera hacerse efectiva estaba inscripta en el orden del régimen de doble poder. Si los soldados en el frente se negaban a la movilización, en la retaguardia los soldados de la guarnición y los obreros de las ciudades se negaban abiertamente a colaborar con la empresa gubernamental.

Los socialistas revolucionarios y los mencheviques, ante los indicios de esta fuerte oposición popular a sus proclamas “jacobinas” de eliminar el enemigo, creyeron más prudente que la nueva ofensiva sea sancionada por el Congreso General de los Soviets a reunirse en Petrogrado las primeras semanas de junio. El congreso de los Soviets sólo debía acompañar y apoyar algo que ya había sido enteramente pactado por el zarismo y preparado por el Gobierno Provisional. Por eso Lenin llamó a estos socialistas gubernamentales “jacobinos sin el pueblo” ya que se proponían utilizar las instituciones de las masas, los soviets, para ir a la aventura militar guerrerista. No tenían tras de sí ningún apoyo popular firme, su apoyo venía de la élite, desde “arriba”, mientras la base comenzaba a manifestar su desconfianza a los planes de los líderes reformistas del soviet, como veremos en las próximas entregas.


1 K, Marx en http://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/50_circ.htm.

2 Se los acusaba de ser agentes del enemigo alemán por el hecho de que Lenin junto a otros bolcheviques y mencheviques había llegado a Rusia desde Suiza atravesando en un tren el territorio alemán con la autorización de su gobierno.

3 L, Trotsky, Historia de la revolución Rusa en http://www.marxists.org/espanol/trotsky/histrev/cap_19.htm

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