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Nacional

TINTAS ROJAS

La patria de las rosas ecuatorianas

Hernán Aragón

8 de octubre 2009

por Hernán Aragón

La silueta encorvada se arrastra por la avenida Callao cuando una limusina le pasa raspando. La carrocería casi se ve afectada por esa anatomía que con “insolencia” hurga en la basura a sólo metros del Alvear Palace Hotel.
Por suerte los vidrios polarizados no la advierten, y su hedor a cartón húmedo no llega hasta las terrazas que dan a la calle Posadas, donde miles de rosas ecuatorianas esperan a Cristina Khallouf.

La agasajada es la esposa de Don Carlos Pedro Blaquier y, de exclusivo diseño Gino Bogani y aros de rubíes y diamantes, brillará entre los más de mil invitados, embajadores, empresarios y amigos de la familia.

La noche danza al ritmo de una burguesía opulenta, cuya historia lleva el sello de apellidos “ilustres” y de la sangre del pueblo.

En un rincón del salón, Pedro Blaquier charla con su amigo Bartolomé Mitre. Tal vez de la calidez de las rosas ecuatorianas o de cuando el Bartolomé Mitre original editase el primer ejemplar del diario La Nación bajo la consigna “La Nación será una tribuna de doctrina”. Porque en el Alvear se respira doctrina, como la que Blaquier, el patrón del Ingenio Ledezma, desparrama desde su blog: “comprendo que la gente de extrema izquierda diga cosas muy malas de mí porque ellos, como personas fracasadas, despotrican contra los que tienen éxito (…) Por eso se trata de resentidos incurables que sueñan con invertir el orden social para que los de abajo, como ellos, estén arriba y viceversa”.

Esa gente de “extrema izquierda” son hoy los trabajadores y delegados de Kraft o los delegados combativos en general, como lo fueron en los ´70 las comisiones internas y cuerpo de delegados que la alta sociedad del Alvear mandó a aniquilar. Porque claro, ninguno de esos “resentidos incurables” posee una flota de yates valuada en 50 millones de pesos como la de Blaquier, el condescendiente marido que mima a su mujer ofrendándole la fiesta que ella merece.

En el evento sólo una regla se impone. No debe haber regalos, sino donaciones para las organizaciones de beneficencia en las que Cristina Khallouf gasta su tiempo.

Los asistentes harán su aporte para Make-A-Wish (logre un deseo), entidad que ayuda a los niños terminales a poder cumplir el suyo. Y así los gigantes de la muerte resarcen el daño con pequeñas dosis de farsante filantropía.

En otro lugar de la ciudad se produce otro evento más íntimo y protocolar. Allí hombres de la talla de Blaquier se encuentran para darle la bienvenida a Vilma Martínez, la flamante embajadora noteramericana. Está el dueño de Techint, Paolo Rocca; Jorge Brito, Presidente de Banco Macro Bansud y de ADEBA (Asociación de Bancos Privados de Capital Argentino); Adrián Werthein, miembro del clan Werthein, poseedor, entre otras cosas, de 100.000 hectáreas de tierras cultivables y 45.000 cabezas de ganado; Eduardo Elzstain, número uno de IRSA, la mayor empresa argentina de inversiones en bienes raíces; Alejandro Bulgheroni, “el petrolero argentino con más billetera” que supo cultivar amistad con los Kirchner con la misma facilidad que su familia lo hizo con la última dictadura militar.

Los representantes de la patria reunidos para brindar pleitesía. Sin necesidad de las rosas ecuatorianas, sólo alcanza la entonación de “because she is a very good fellow”(porqué es una buena compañera), el mismo canto con que la oligarquía homenajeó al teniente coronel Varela cuando éste fusilara a los obreros anarquistas de la Patagónica rebelde.

La noche se apaga y el Alvear va quedando vacío hasta la próxima ocasión. Pero llegará un día en que los pobres no tendrán que sumergirse más en los desechos. Ese día, los Blaquier o los Rocca estarán sometidos al derecho obrero y las rosas serán nuestras.

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