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De la lucha reivindicativa a la conquista de la independencia política

La gran tarea de la clase obrera

28 de diciembre 2004

El crecimiento de las huelgas obreras, que duplicaron las de 2003, fue uno de los datos salientes de este 2004 que termina, sobre todo en los últimos meses del año. No es muy difícil prever que esta situación tendrá continuidad en el año próximo. Los salarios, a pesar del último aumento de $100, siguen siendo muy bajos, en particular para aquellos que están “en negro” y constituyen un 48% de los asalariados que tienen un ingreso promedio de apenas $360. La misma continuidad del crecimiento económico alienta la salida a la acción de los trabajadores, que se sienten no sólo envalentonados por los triunfos parciales obtenidos sino menos atemorizados ante la aún muy alta desocupación existente.



Aunque las huelgas recientes no constituyeron un ascenso generalizado de los trabajadores sino que estuvieron principalmente concentradas en sectores de las empresas de servicios públicos privatizados y trabajadores estatales, fueron sin embargo expresión de un sentimiento generalizado entre los trabajadores, como desarrolla José Montes en las páginas centrales de este periódico. Además, al darse en empresas de servicios que afectan a gran parte de la población, como los transportes o los teléfonos, dieron cuenta del enorme poder social del que dispone la clase obrera, que en nuestro país cuenta con alrededor de diez millones de miembros. No es por casualidad que el gobierno y los burócratas sindicales se apresuraron a tratar de frenar la tendencia huelguística con el aumento de $100, presentando como una “dádiva” del gobierno lo que en realidad fue un subproducto de las luchas. Los dirigentes sindicales de la CGT y la CTA, que aceptan lo esencial de la política gubernamental, son en realidad un obstáculo para llevar aún una lucha seria en el terreno del reparto de la renta nacional. Para ello habría que poner en cuestión los miles de millones destinados al pago de la deuda externa y las ganancias de los capitalistas, cuestión que no están dispuestos a hacer. Ni qué decir de plantear que la fuerza que hoy los trabajadores empiezan a mostrar en el terreno de la lucha económica debe expresarse en lucha política, avanzando en la conquista de la independencia de clase para la clase obrera. Para nosotros, socialistas revolucionarios, se trata justamente no sólo de alentar la salida de los trabajadores a la lucha por sus demandas inmediatas sino de ver en estas luchas un primer reconocimiento de fuerzas que permita avanzar hacia la superación de los dirigentes peronistas y centroizquierdistas que sostienen la colaboración de clases.

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En nuestro país, la clase obrera nació anarquista y socialista. Luego, al calor del cambio de los sindicatos de oficio por los de industria, vio el desarrollo de un fuerte sector comunista, a la par que una fracción del anarquismo devenía en sindicalismo. Con el primer peronismo, a mediados de la década del ’40 del siglo XX, los trabajadores ampliaron su organización sindical y obtuvieron grandes conquistas sociales producto de las condiciones económicas excepcionales que brindó para nuestro país la Segunda Guerra Mundial. Pero esto se dio al precio de la estatización por parte del régimen peronista de los sindicatos y del desarrollo de una conciencia de conciliación entre “el capital y el trabajo”. Más allá de que en ciertos momentos sectores de la clase obrera resignificaron parcialmente su identidad peronista (como durante la “resistencia” a la “fusiladora”) y del odio de la oligarquía por las concesiones realizadas a su base obrera y su discurso antiyanqui, el movimiento fundado por Juan Perón ha cumplido un papel insustituible en la educación de la clase obrera en la conciliación de clases. Durante la década revolucionaria de los setenta, sectores importantes de los trabajadores avanzaron hacia posiciones clasistas. Incluso poco antes del golpe de estado se pusieron en pie las “coordinadores interfabriles” y enfrentando el nefasto “plan Rodrigo” de Isabel y López Rega se realizó la primera huelga general contra un gobierno peronista. El golpe genocida abortó esta experiencia en curso y, pese a la derrota electoral del ’83, el peronismo pudo recomponerse y volver al poder de la mano de Menem. A pesar de los discursos sobre el “salariazo” con que ganó las elecciones, tal como ocurrió con la gran mayoría de los movimientos nacionalistas burgueses de nuestro continente, en la década de los noventa el peronismo se hizo “neoliberal”, protagonizando diez años de uno de los gobiernos más entreguistas y antiobreros de nuestra historia. Luego de la caída del gobierno de De la Rúa, fue el “partido de la contención” bajo Duhalde, actuando eficazmente para los intereses burgueses frenando los efectos revolucionarios de las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001. 

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Hoy, con el gobierno de Kirchner, el peronismo sigue ocupando nuevamente el centro de la escena política, lo que ha motivado todo tipo de reflexiones a sociólogos y cientistas políticos. Incluso con la vuelta al país de Menem, ocupa una posición de liderazgo tanto en la “centroizquierda” como en la “centroderecha”. Pero la mayoría de los análisis existentes se mantienen en la superficie, explicando la supervivencia del peronismo por su “vocación de poder” o su “capacidad de mutación”, sin relacionar su destino con las fuerzas sociales puestas en movimiento. Si el peronismo pudo cumplir su papel luego de 2001 con Duhalde, y hoy intentar reciclarse con Kirchner, fue justamente porque entre el temor a la desocupación y la tregua de las centrales sindicales la clase obrera –con la excepción de los desocupados organizados en los movimientos piqueteros y los trabajadores de las fábricas ocupadas- estuvo prácticamente ausente en la alianza de clases que protagonizó aquellas jornadas y las movilizaciones de los meses posteriores. Esto no implica que haya salido indemne del “que se vayan todos”. La mayoría de sus referentes son impresentables, cosechando cifras récords de “imagen negativa”. El mismo equilibrio que debe hacer Kirchner entre el discurso “transversal” para obtener popularidad y el aparato del PJ como la fuerza real que le garantiza la “gobernabilidad” es prueba de un peronismo atravesado por una crisis estratégica mucho más profunda que lo que parecería mostrar su “peso institucional” en el parlamento, las gobernaciones e intendencias. Es que, aunque en menor grado que el implosionado radicalismo, el peronismo también fue alcanzado por la “crisis de hegemonía” burguesa que expresó el 2001, y que pese a encontrarse contenida y amortiguada desde la asunción del gobierno de Kirchner, no ha sido superada, como expresan la concentración de poderes en el poder ejecutivo, el fraccionamiento existente en los partidos burgueses y la inestabilidad de las coaliciones políticas existentes. ¿Qué es el peronismo actualmente? Un conjunto de fracciones que realiza alianzas de ocasión para gozar de las ventajas que da el control del poder político, con el mafioso PJ de la provincia de Buenos Aires como principal “aparato” y la Kirchner como una figura con popularidad detrás de la cuál intentar relegitimarse. 

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Si desde el punto de vista de las fuerzas sociales, la contención del bloque del “piquete y la carerola” mostró por la negativa que sin la presencia dirigente de los principales batallones de la clase obrera de la industria y los servicios quebrar decisivamente el poder de los capitalistas y su estado es una quimera, la cuestión decisiva desde el punto de vista político es la superación de la experiencia histórica del peronismo y la conquista de la independencia política por parte de los trabajadores. Esta es la tarea estratégica del actual período. Se trata de hacer pesar a los diez millones de asalariados en la vida política nacional, hoy dominada por la política burguesa.



Hoy todavía la mayoría de los trabajadores tiene expectativas en el gobierno de Kirchner, sin que esto signifique una adhesión activa. Hay una experiencia en curso que los revolucionarios tenemos que ayudar a acelerar, poniendo la lucha por la independencia política de los trabajadores en el centro de nuestros planteos, apoyándonos en primer lugar en los sectores más avanzados de la clase obrera, los que descreen de las promesas del actual gobierno.

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El actual gobierno ha podido mantener altos niveles de apoyo gracias al crecimiento económico (común este año a toda América Latina) y a la pasivización del movimiento de masas. Esta última comenzó a dejar de ser tal con las huelgas obreras que mencionamos al comienzo. El desarrollo de la actividad obrera hará crecientemente incompatibles las expectativas de las masas con el “capitalismo en serio” de Kirchner. Este implica cumplir con los pagos de la deuda externa (desde el 2002 se pagaron al FMI y demás organismos internacionales 10 mil millones de dólares, el equivalente a un año de gasto anual en seguridad social) y garantizar altas ganancias a las fracciones capitalistas dominantes, cuestiones que sólo con compatibles con la postración de la clase obrera. Si con dos años de “crecimiento excepcional” del PBI al 8% anual los trabajadores han obtenido sólo migajas, ¿qué esperar cuándo decrezca el actual ciclo? Es que para satisfacer las necesidades de los trabajadores hay que levantar un programa que rompa con las sumisión al imperialismo y ataque los intereses capitalistas. Que entre sus punto centrales plantee un salario mínimo equivalente a los $ 1580 de la canasta básica y un subsidio universal de $ 800 para todos los desocupados. Que sostenga la renacionalización bajo control obrero de las empresas de servicios públicos privatizadas. Que establezca la jornada de trabajo de 6 horas sin afectar el salario. Que se oponga al acuerdo de Kirchner con el FMI planteando el no pago de la deuda externa y el retiro inmediato de las tropas argentinas y latinoamericanas de Haití. Que plantee la perspectiva de un gobierno de los trabajadores y el pueblo.



Al revés de los “transversales” que vendieron su alma al servicio de un acuerdo con el PJ, el último 20 de diciembre fuimos decenas de miles en Plaza de Mayo y en otros centros políticos del país, tras un programa que comenzaba planteando la libertad de los presos políticos y el desprocesamiento de 4.000 luchadores populares. A pesar del intento de ninguneo de los medios masivos de comunicación, se mostró una fuerza nada despreciable combinando lo mejor que dieron las jornadas de diciembre de 2001 con algunos de los referentes destacados de las luchas recientes, de los familiares de los presos políticos a los sectores combativos de la clase obrera. Sin embargo, y a pesar de las progresivas definiciones programáticas existentes en el documento común, en el acto no hubo prácticamente columnas organizadas de los sectores obreros que protagonizaron las últimas huelgas, con una presencia dominante de las columnas piqueteras y de los partidos de izquierda. Y no existe entre las organizaciones que convocamos a estos actos una misma estrategia política. Algunas como el PC (ver recuadro) impulsan otro engendro de conciliación de clases junto con la centroizquierda. Otras, como el PO, han optado por un electoralismo febril y la autoproclamación estéril. La mayoría navega en la intrascendencia de subsistir administrando los planes Jefas y Jefes...



Es posible, sin embargo, superar este impasse planteando que la clase trabajadora emerja como fuerza política independiente. Hay que decir con claridad que nada pueden esperar los trabajadores de los mismos políticos peronistas que ayer estuvieron con Menem apoyando las privatizaciones e imponiendo la flexiblización laboral y hoy con Kirchner avalan la sumisión al imperialismo y los salarios de hambre.



Los socialistas revolucionarios del PTS sostenemos que la izquierda obrera y socialista debe dirigirse a la clase obrera -empezando por los sectores más combativos, como los obreros de Zanon, el cuerpo de delegados del subte, los ferroviarios o los telefónicos-con un claro planteo: hay que poner en pie un instrumento político que exprese los intereses de los millones de asalariados, la única fuerza social que puede aglutinar al conjunto de los explotados y oprimidos. Si la clase obrera se transforma en una fuerza política independiente será capaz de mover montañas. La constitución de un Frente Político de Trabajadores debe ser un paso en esta dirección. Esta es la tarea de la hora.

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