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La génesis del capitalismo agrario en la Argentina

10 de abril 2008

El historiador marxista Milcíades Peña plantea que “En la Argentina, tanto la acumulación capitalista primitiva como la modernización del país fueron realizados por la clase terrateniente y el capital extranjero, interesados básicamente en valorizar la tierra y el ganado, que continuaron como en la época de la colonia siendo la base y el tema central de la civilización o falta de civilización argentina”. (Milcíades Peña, Industria, burguesía industrial y liberación nacional. Ediciones Fichas, 1974).

Tomamos esta definición porque aclara que desde un comienzo la Argentina se desarrolla en forma capitalista, promoviendo la ganadería para la producción de carnes y otros productos derivados hacia las metrópolis imperialistas, fundamentalmente Gran Bretaña.

A principios de siglo XIX, vastísimas extensiones de tierras, concentradas en las pocas manos de ilustres terratenientes patricios y extranjeros, se utilizaban solamente en función de la producción ganadera. El genocidio de los pueblos originarios impulsado por los grandes terratenientes extendió los límites de la frontera y generó las condiciones materiales para concentrar esas enormes extensiones de tierra en un puñado de manos. La agricultura cobrará importancia más tardíamente, con el avance del cultivo extensivo de cereales como el trigo. Este aspecto no se explica por ninguna vocación de carácter feudal de la clase terrateniente argentina –como podrían argumentar corrientes como el PCR- sino más bien por la estricta relación capitalista que supone la obtención de las ganancias extraordinarias ofrecidas por la venta de carnes en el mercado mundial.

Las características propias del capitalismo argentino son las que explican las peculiaridades de la explotación rural de nuestro país. La necesidad de producir más y obtener así mayores ganancias llevará a los terratenientes a impulsar algunas mejoras tecnológicas en el mismo agro para aprovechar las extraordinarias condiciones naturales de tierras como la de la Pampa húmeda. A mediados de 1800 se introducen las grandes trilladoras, y más tarde, en 1920, la incorporación de las cosechadoras consolidará un fuerte aumento de la composición orgánica del capital agrario. Sin embargo, la introducción de estos adelantos estará siempre combinada con importantes elementos de atraso, además de la célebre –por su brutalidad- explotación de los peones rurales. En líneas generales toda producción que competía con la británica sufría duras restricciones y desaparecía si no estaba cerca de Buenos Aires. La falta de medios de transporte no sólo agudizaba la dependencia de los ferrocarriles de propiedad británica sino que profundizaba el problema de la falta de caminos a partir de una infraestructura vial muy deficitaria.

En el texto citado más arriba, Peña señalaba que entre 1930 y 1960 la desidia de la clase terrateniente en mejorar las pasturas llevaba a obtener “0,89 cabezas de ganado por hectárea cuando con una moderadísima inversión podría llegarse rápidamente a 1,07 cabezas por hectáreas lo cual significa que sobre la misma superficie de tierra existirían 1,3 millones más de cabezas vacunas”. Además, la falta de inversión de los terratenientes para erradicar plagas como la garrapata limitaba el desarrollo del stock vacuno. Peña completaba este panorama destacando que “las malezas originan la pérdida de 40% del valor del total de la producción agropecuaria”.

Los ejemplos citados no pretenden obviamente dar una visión acabada de la realidad del campo en esos momentos históricos. Tan sólo ilustrar algunas características de cómo se desarrollaban las relaciones de producción capitalistas donde las clases nativas asociadas a la burguesía imperialista daban como resultado un proceso donde se daban en forma desigual y combinada el desarrollo y el atraso. El parasitismo propio de la oligarquía no fue más que un factor retardatario en el desarrollo económico y social de la nación.

Parafraseando a Milcíades Peña el desarrollo capitalista del campo no conocerá jamás el ímpetu de las burguesías europeas cuando tempranamente supieron expropiar el gran latifundio de la aristocracia terrateniente. Por el contrario, nació con todos los achaques y vicios de la vejez, asimilando y desplegando el parasitismo y conservatismo que caracteriza a la burguesía monopólica de las metrópolis en la época imperialistas.

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