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La dictadura patronal

14 de septiembre 2006

La producción industrial creció en julio pasado un incremento de casi un 12% con respecto al mismo mes del 2005. Fue el punto más alto de crecimiento industrial desde la devaluación. Según un informe de la Universidad Argentina de la Empresa (UADE): “la tasa de crecimiento de julio de este año constituyó el récord de la serie histórica desde la salida de la convertibilidad, en enero de 2002”.
Como venimos denunciando en estas páginas, este enorme crecimiento se logró, esencialmente, con un salto en la explotación de la clase trabajadora después de la hiper-desocupación de los ’90. Por ejemplo, una de las ramas de mayor crecimiento actual es la automotriz. Las empresas como Ford o Volkswagen producen en promedio hoy con un 28% menos de empleados que en 1997. La productividad laboral subió un 20% porque cada trabajador fabrica más autos y con un costo salarial para la empresa un 15% más barato, dado que los precios de los autos aumentaron mucho más que los sueldos pactados por el SMATA.
Mientras en los medios de comunicación y en los discursos oficiales se condenan los crímenes de la dictadura militar y se reivindican los derechos humanos, la dictadura patronal se ha reforzado en las empresas para imponer mayores ritmos de trabajo, prolongación de la jornada laboral, la incorporación de nuevos trabajadores en negro, con contratos eventuales y todo tipo de precarización del empleo, fundamentalmente en los jóvenes y las mujeres, a los que pagan salarios más bajos, inclusive han salido a la luz los ejemplos de trabajo semi-esclavo en los talleres textiles que sobreexplotan inmigrantes sin ningún derecho.
Recientemente, a causa de las internas del poder, los medios oficiales denunciaron que Juan José ˜álvarez, el operador político de Roberto Lavagna, fue miembro de la SIDE bajo la dictadura. Los amigos de Lavagna y ˜álvarez, como el diputado Eduardo Camaño, amenazó, a su vez, con dar nombres de actuales kirchneristas que también habrían sido funcionarios bajo el régimen militar. Pero esta supervivencia, en la democracia actual, de los cómplices de la dictadura, es mayor aún en el “mundo empresario”. Por ejemplo, el grupo The Value Brand que compró la vieja Jabón Federal tiene por abogado en su conflicto contra los obreros despedidos a Raúl Pizarro Posse que fue un gerente de Techint en la planta Siderca de Campana bajo el gobierno de Videla cuando allí desaparecían 40 trabajadores.
En los años ’90, la dictadura patronal en las fábricas se imponía merced al terror a la desocupación y la colaboración de la cúpula sindical que pactaba el desmantelamiento de las conquistas obreras en las condiciones de trabajo. Hoy, con Kirchner, los empresarios que se basan en el mismo andamiaje de leyes flexibilizadoras de los ’90 para mantener la división de la clase trabajadora, enfrentan sin embargo un cambio en la clase trabajadora. El crecimiento del empleo empujó, primero, a grandes luchas por la recuperación salarial y luego al comienzo de una rebelión de sectores de trabajadores precarizados que quieren iguales derechos en las condiciones de trabajo y organización gremial. El régimen autoritario, despótico que impera en las fábricas obedece no solamente a la necesidad de los capitalistas de atar los cuerpos de hombres y mujeres a los ritmos de las máquinas con el fin de obtener más ganancias. Si no también para impedir la organización colectiva de una clase que tiene la llave de la producción y por lo tanto puede paralizarla mediante la huelga o ponerla en funcionamiento bajo el control obrero, una clase potencialmente revolucionaria porque puede impugnar el sistema capitalista de producción y crear uno nuevo.


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