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La Plaza, los trabajadores y el peronismo

1ro de junio 2006

El siguiente comentario es de un compañero de Lomas de Zamora: “el acto de la plaza fue un acto de aparatos pero de uno que evidentemente tiene una gran capacidad de movilización”. Otros trabajadores nos preguntaban si la Plaza no mostraba un fortalecimiento del peronismo. Lo que dicen los compañeros es una parte de la realidad pero para ir a fondo hace falta mirar más allá del acontecimiento. Hagamos un poco de historia.
Kirchner recordaba en su discurso la Plaza del 25 de mayo de 1973 cuando Héctor Cámpora asumió la presidencia tras 18 años de proscripción del peronismo. Nutridas columnas de los sindicatos y de la Juventud Peronista colmaron la Plaza. Fue una clara muestra de apoyo de una clase obrera que veía cumplir su aspiración de traer a Perón. Fue también el último acto del peronismo unificado en aquella convulsionada década. El 1° de mayo de 1974, la mayoría de la plaza ocupada por los Montoneros y la JP se retiraba insultada por Perón. Un año más tarde, al calor de la crisis económica y como respuesta a la ofensiva pro-patronal de López Rega y su Ministro de Economía Celestino Rodrigo, la Plaza volvió a colmarse pero esta vez por los trabajadores que obligaron al aparato de la “patria sindical” a decretar la huelga general contra Isabel y el peronismo en el poder.
El acto K en lo único que se parece a la Plaza de 1973 es que logró evitar la pelea entre las distintas fracciones peronistas. Pero aparte, está muy lejos de la mística militante que entonaba consignas por la “patria socialista”, en esta Plaza casi no hubo consignas –más allá de algún intento obsecuente de plantear la reelección. Con respecto a la movilización, si en 1973 los trabajadores se encolumnaban masivamente detrás de los sindicatos o la juventud en las agrupaciones de la JP, hoy la Plaza K no puede mostrar más que columnas raleadas con algunos funcionarios del aparato sindical, muy pocos trabajadores y muchísimos que se sumaron porque debían devolver los favores recibidos por el aparato clientelar, como bien nos cuenta un compañero ferroviario. Mientras, el “ala izquierda”, los piquteros K, no se diferenciaban mucho de la burocracia y los punteros en cómo moviliza a la gente y en sus consignas. De presencia espontánea, ni hablar. 
No queremos minimizar la demostración de fuerzas del aparato sino hacer una justa valoración y mostrar sus contradicciones. La base que lo sustenta no deviene de la lealtad política de los trabajadores y el pueblo sino del manejo de las cajas públicas del estado burgués. No olvidemos que el aparato copó la plaza pero tuvo que quedarse afuera del palco debido al profundo rechazo que el pejotismo provoca entre las clases medias y gran parte de los trabajadores. Si ser peronista en 1973 le garantizaba legitimidad a los burócratas sindicales, hoy está claro que por más que se vistan de kirchneristas los Cavallieri, los Zanola, los Pedraza, siguen siendo odiados por sus bases.
Seguramente el aparato de los burócratas y los punteros intentará recobrar fuerza, atacar a los luchadores y a los que pelean por sus reivindicaciones, aprovechando los aires del 25. Pero en perspectiva, un aparato de esta naturaleza es cualitativamente más débil para contener a la clase obrera y al pueblo si sale a las calles, y propenso a dividirse cuando los tambores de las crisis minen las expectativas en el kirchnerismo.
Por último, no olvidemos que la “unidad” de “progresistas”, ex-duhadistas, ex-menemistas y hasta algunos radicales en torno a Kirchner responde a la necesidad de arribistas y funcionarios de beneficiarse con la popularidad del presidente. Como bien nos dice un compañero, la Plaza K “es la plaza de lo que venden sus convicciones”, aquellos dirigentes sociales cooptados que se proclaman del “campo popular” junto a los que nunca las tuvieron y en los ‘90 se enriquecieron con las privatizaciones, aunque hoy rememoren un pasado setentista para estar a tono con el discurso oficial.

Reformismo sin reformas

Un compañero de la VolksWagen nos relata: “los trabajadores están muy contentos con este hombre que tiene un discurso muy populista y las medidas contra los trabajadores (...) no se perciben tanto (...) la clase trabajadora está muy golpeada y un gobierno que no sea neoliberal (...) es preferible antes que Menem”. Este retrato de las ilusiones es en gran medida certero, pero hay que comprender porqué.
El kirchnerismo recupera el discurso de la conciliación de clases que habla de la distribución de la riqueza y la causa nacional. Esto es opuesto al menemismo que hablaba de “relaciones carnales” con EE.UU. y defendía la liquidación de las conquistas obreras. A partir del levantamiento popular de Diciembre de 2001 este discurso perdió toda legitimidad. Kirchner parte de condiciones distintas a los ’90. Producto de la devaluación -que planchó el salario obrero y hundió a casi la mitad de la población en la pobreza- y del boom exportador, las patronales hicieron hiperganancias y cerraron filas con el oficialismo. En este marco, por las necesidades del gobierno de legitimarse, los ecos de la rebelión popular y la creciente lucha reivindicativa, la clase obrera comenzó a recuperar algunas posiciones. Pero los trabajadores identifican esta relación de fuerzas que ellos mismos impusieron con su lucha, con Kirchner que la capitaliza escondiendo tras su discurso que su fin es contener las demandas dentro de lo que exige la patronal. Un ejemplo es el techo salarial del 19% pedido por los empresarios, acepttado por la CGT y bendecido por Kirchner. Quien además garantiza que sigan rigiendo las condiciones de flexibilidad y precarización laboral.
El “discurso populista” le permite al gobierno crear la ilusión de que los cambios vienen de arriba. Si no se avanza más es porque -como dijo K en la Plaza- “hay intereses agazapados” que buscan cerrarle el paso. Golpeando contra viejas elites y figuras despreciables de la dictadura militar, Kirchner aparece como algo “nuevo”. Pero en realidad, la patria empresaria y el imperialismo siguen rigiendo los destinos de la Nación.
El compañero de VolksWagen afirma que en estas condiciones “discutir el gobierno de los trabajadores queda lejos”. Esto puede ser así por la situación objetiva que influye para que la conciencia de las grandes masas obreras quede en los marcos del reformismo burgués. Pero no puede ser excusa para que la izquierda socialista y clasista no levante una alternativa de independencia política de clase, contra la política kirchnerista de subordinar a los trabajadores a los intereses de una supuesta “burguesía nacional”. Hoy existe una amplia vanguardia que ha hecho una experiencia con el gobierno y a la que es necesario dirigirse para educarla en una política revolucionaria. En la izquierda hay quienes buscan acuerdos con algún figurón caído de los partidos patronales (como hacen los MSTs con Mario Cafiero) para encontrar un supuesto atajo que a lo único que conduce es a fortalecer las ilusiones en el reformismo. Esto aleja a los trabajadores concientes de la perspectiva de luchar por su propio gobierno.
Desde el PTS estamos proponiendo conformar un Frente clasista y de la izquierda socialista para luchar por la ruptura con el peronismo y toda la política patronal. De concretarse, estaríamos dando pasos muy importantes para sembrar desde ahora la idea de un programa socialista y un gobierno de los trabajadores.

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