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Elecciones 2003

¿Qué hay detrás de las disputas en el gobierno?

Kirchner, Scioli y Duhalde

28 de agosto 2003

La primera crisis del nuevo gobierno
La actual coyuntura política, a pesar de la pasividad las masas y la confianza popular en Kirchner, está plagada de episodios que vuelven a mostrar la crisis de hegemonía de la clase dominante. La crisis orgánica del capitalismo argentino que se expresó abiertamente con los levantamientos de diciembre de 2001 –dando fin al reinado del neoliberalismo y dejó a la defensiva al establishment en Argentina- sigue latente y es la que recorre los actos del gobierno y la “interna” del Partido Justicialista. El estado burgués argentino y su régimen político atraviesan una crisis de hegemonía, donde los distintos grupos sociales ya no se encuentran representados por las diferentes facciones políticas. Los partidos tradicionales sobre los que se apoyó el dominio burgués desde 1983 dejaron de ser lo que eran. La UCR ha quedado reducida prácticamente a un partido marginal. El PJ por su parte subsistió al cimbronazo del que se vayan todos aferrándose al poder a través de su facción más importante, la de la provincia de Buenos Aires, y manteniendo una unidad formal como sumatoria de fracciones que expresa distintos intereses particulares (Duhaldismo, Kirchnerismo, Menemismo, caudillos provinciales).
El actual gobierno nacional es producto de una coalición entre el aún poderoso PJ bonaerense y la corriente que encarna el santacruceño. El binomio Kirchner-Scioli se consagró por este compromiso de facciones peronistas. El viejo régimen de partidos ha dado lugar a un todavía híbrido régimen de facciones. Es precisamente esta situación de inestabilidad y pérdida de hegemonía de la burguesía, que afectó a sus instituciones y a la casta política, la que empujó al gobierno de Kirchner a caracterizarse por hacer fuertes “gestos” que apunten a demostrar su voluntad en pos de una “renovación”. A partir de su asunción tuvo que reconocer fácticamente esta realidad, llevando a cabo en sus actos un intento de maquillarlo sin tocar lo esencial de las instituciones y partidos.
El juego propio mostrado por el ex motonauta menemista se explica por la necesidad del establishment de señalar sus diferencias con la retórica antineoliberal con que el nuevo gobierno azuza a las privatizadas, y de recomponer sus espacios de poder perdidos, dentro del aparato de estado y de cara a la sociedad. La fuerza de la derecha neoliberal aún no es suficiente para imponer sus condiciones pero sí para entorpecer el camino. En este arco militan Mauricio Macri, liberales tipo López Murphy y los partidos provinciales, el menemismo, los caudillos del PJ del interior, diarios como La Nación e infinidad de funcionarios del estado, judiciales, policiales y militares. La reciente orden de detención librada por el Juez Bonadío contra la cúpula de Montoneros –resucitando una especie de teoría de los dos demonios- es una muestra de que este sector tiene en sus manos la capacidad de generar condiciones adversas para los intentos del gobierno que vayan contra sus intereses particulares y de los servicios públicos privatizados y la banca. Scioli intenta ser vocero de esta facción actuando como un lobbysta del viejo sector burgués hegemónico, bancado en su ofensiva política por Telefónica Española y la Repsol, frente a un gobierno que intenta buscar una base de sustentación distinta, todavía indefinida, a la que fuera dominante en la década del ’90 dado que tiene que lidiar con otra relación de fuerzas con las masas que tiraron a De la Rúa y ya descreen del “neoliberalismo”.
Kirchner y Duhalde
El duhaldismo actuó como contención de la situación revolucionaria abierta el 19 y 20 (esencialmente con la masificación de los Planes Jefas y Jefes), y falló en la crisis capitalista a favor de la fracción privilegiada de la burguesía nacional administrando la devaluación y pesificando sus deudas para endosarlas al Estado. Pero no tenía mucho más para ofrecer a las masas. El kirchnerismo, basado en esa conquista de la clase dominante, es una corriente de arribistas pequeñoburgueses que intenta traducir a un lenguaje burgués y conservador la demanda popular contra la oligarquía política que se vayan todos, que atemorizó a la clase dominante por la posibilidad de que tomara un contenido antisistema. Kirchner ofrece una “renovación generacional” del personal político. Dirigentes de segunda línea del peronismo durante la década menemista, (él mismo fue en Santa Cruz un comisionista de las petroleras privatizadoras) apoyado por intelectuales progresistas, como Verbitsky y Bonasso, y sectores de la vieja centroizquierda aliancista, se presentan como lo nuevo.
Kirchner necesita generar, y en gran medida lo ha logrado con el apoyo del monopolio Clarín, una opinión publica favorable para contrapesar su debilidad de origen. Su objetivo de ‘construir poder desde el poder’ constituido es un intento de dotarse de una fuerza política propia. Desde su reivindicación del peronismo, pero contra el “pejotismo”, busca armar una alianza transversal. Una vez más, el sueño del “tercer movimiento histórico”. Con este fin es que en la Capital Federal apoyó al delarruísta de la primera hora Ibarra contra el PJ porteño. Así también, mientras ahora se compromete con el PJ bonaerense en la campaña provincial, que de todas formas ganará Solá, utiliza de peones a cierta izquierda como Patria Libre, al Polo Social del Barba Gutiérrez, a la burocracia piquetera de D’Elía, a los sectores más genuflexos de los organismos de derechos humanos: todos nuevos adherentes de un virtual “partido kirchnerista”. Es esta necesidad lo que lo lleva a confrontar duramente con su vice y a decir que le “importa un comino si arriesgo más o menos” con el apoyo a Ibarra en Capital.
Todos estos actos y gestos de gobierno no alcanzan a Kirchner para poder despegarse del duhaldismo, a quien necesita. Duhalde y los bonaerenses de los cuales Kirchner depende para que su gobierno no sea una ficción, son el fiel de la balanza. Sin su apoyo decidido ninguna de las iniciativas oficiales puede prosperar, como es el caso de las recientemente votadas “leyes económicas” que reclamaba el FMI. Pero el duhaldismo es el verdadero rival de fondo que enfrenta, en las sombras, el kirchnerismo. Cuando Duhalde se reunión con Kirchner en la quinta de San Vicente ante la crisis con Scioli, el presidente le reclamó al hombre fuerte del peronismo su apoyo a Ibarra. La respuesta fue que sí, pero después de la derrota parcial de Ibarra, Chiche Duhalde salió diciendo que Macri “no es igual que Menem”. Recordemos que el PJ bonaerense es el núcleo duro de la oligarquía política, quien se hizo cargo de la continuidad del régimen en sus horas más dificultosas y quien con la devaluación comenzó a levantar a la burguesía agroexportadora como nueva facción burguesa de peso en el país. Hasta ahora esta ala del peronismo se vale de Kirchner para legitimar la continuidad de las instituciones mientras busca contener a los distintos sectores capitalistas –incluyendo al capital especulativo y las privatizadas- en un marco común. Por eso en la disputa con Scioli, aún apoyando a K, actuó como apaciguador.
De conjunto, del camino que tomen estos tres sectores estarán signadas –en gran parte- las disputas y futuras crisis en el régimen político, de los cuales empezamos a presenciar un primer episodio. Los trabajadores y el pueblo deberán aprovecharlas con su movilización independiente por sus demandas insatisfechas.
Qué “poder constituyente”
El punto común que ha evitado la ruptura entre las distintas alas del régimen burgués es la supervivencia y relegitimación de sus instituciones frente al fantasma de la rebelión popular, hoy lejano pero para nada sepultado, y la posibilidad de un nuevo ciclo de negocios, especialmente para los exportadores, con la devaluación del salario obrero y la alta desocupación, apenas encubierta con los “planes sociales”.
Intelectuales ‘progresistas’ como José Pablo Feinmann dan cuenta de que la idea en boga desde la asunción del kirchnerismo de construir poder desde el poder constituido choca irremediablemente con la falta de fuerza social y política propia del presidente para llevar adelante cualquier plan. En tal sentido reclaman al gobierno y a los movimientos sociales y de lucha “crear poder constituyente” (Página/12, 25/8/03) para generar una base real de sustentación. Por otro lado periodistas de distintos signos políticos como Mario Wainfeld de Página/12 y Joaquín Morales Solá de La Nación, critican como errónea la polarización que hizo K con su vice y el “sectarismo” de la corriente kirchnerista de reemplazar al hombre de Scioli en la secretaria de Turismo por un santacruceño. Ambos puntos de vista tienen en cuenta las contradicciones del actual gobierno tironeado por la necesidad de juego propio y sus compromisos con el aparato del PJ bonaerense.
La pretensión de José Pablo Feinmann de que el “pueblo de las asambleas, de las movilizaciones iniciadas en Diciembre de 2001” se exprese como “fuerza activa, como presencia activa en las calles y las plazas del país” en auxilio de Kirchner –dicho sea de paso la misma aspiración del autodefinido “kirchnerista de paladar negro”, Miguel Bonasso- solo puede traer como resultado una nueva frustración popular, subsumir el poder constituyente y creativo de las masas al orden existente.
El levantamiento popular del 19 y el 20 inauguró un período de emergencia de distintas experiencias de democracia directa en el país: asambleas populares, movimientos piqueteros combativos y fábricas recuperadas que de alguna manera expresaron una alternativa subversiva al viejo régimen. Duhalde, Kirchner, la burocracia sindical, al igual que la centroizquierda y los medios progresistas, sintieron el peligro y conspiraron para bloquear el camino liberador iniciado por las masas. Su éxito en acallar el reclamo de que se vayan todos es el que crea la ilusión y las grandes expectativas en el gobierno en que un nuevo proyecto de país es posible de la mano de quienes fueron cómplices silenciosos del saqueo del país y el hundimiento en la miseria de la mayoría del pueblo argentino.
Contra el llamado a depositar nuestras fuerzas al servicio del nuevo gobierno burgués, las masas deben aprovechar las contradicciones existentes en el poder en beneficio propio, desarrollando la movilización independiente de los trabajadores y el pueblo.
Hay que oponer al intento de reorganización política de los partidos de la burguesía, al proyecto de una nueva fuerza política transversal del kirchnerismo, cuya versión “por izquierda” es el Movimiento Político Social de la CTA y el PRD de Bonasso, la idea de una fuerza política propia, de los trabajadores y el pueblo, contra las tutelas patronales y la colaboración de clases.
La perspectiva de un movimiento político de los trabajadores basada en las organizaciones obreras combativas ofrece la posibilidad de que la clase obrera pueda intervenir con su propia voz en la crisis nacional Toda tendencia a la independencia de clase volverá a poner frente al horizonte de las masas los elementos de acción y democracia directa que emergieron en la primavera de diciembre de 2001.

Prensa

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