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Comunicados de prensa

SOBRE EL LIBRO ALTA ROTACIÓN. EL TRABAJO PRECARIO DE LOS JOVENES

Juventud “divino tesoro”… del explotador

Si la periodista canadiense Naomi Klein denunciaba en No Logo a las grandes compañías y marcas de empresas multinacionales; en el caso de la joven periodista que acaba de publicar Alta rotación , su valiente actuación la emparenta más con el etnólogo, que se inserta en la “comunidad” a la que desea estudiar.

Demian Paredes

27 de mayo 2009

Si la periodista canadiense Naomi Klein denunciaba en No Logo a las grandes compañías y marcas de empresas multinacionales; en el caso de la joven periodista que acaba de publicar Alta rotación , su valiente actuación la emparenta más con el etnólogo, que se inserta en la “comunidad” a la que desea estudiar.

Como cuenta en el prólogo del libro -que acaba de salir en marzo, y que no ha tenido mucha difusión en los medios masivos-, Laura Meradi pasó todo un año (el 2007), realizando los trabajos que hacen miles de jóvenes de Capital y provincia de Buenos Aires (tras su renuncia a un trabajo, también precario, en el Estado para el gobierno de la Ciudad).
El libro refleja a jóvenes repletos de sueños, deseos y ansias de progresar en la vida, absorbidos por el sistema de explotación, abandonando las actividades que más querían: las relaciones personales y amistosas, amorosas; el estudio, el arte, entre otras.

Seguramente más de un/a lector/a se sentirá “reflejado” en las experiencias que describe Meradi a lo largo de las páginas en los distintos “episodios laborales” (largos viajes y tediosas esperas, entrega de currículums, entrevistas, cursos de capacitación, la labor diaria, soportando jefes y jefas, etc.) por los que pasó.

Alta explotación

180 pesos por una quincena en McDonald’s; 600 pesos de básico mensual como cajera en Carrefour (que es lo mismo que se gana en el supermercado de la “burguesía nacional” Coto); ése, es el precio que tiene la juventud para los capitalistas; el “mundo obrero” que Meradi recorrió .

El primer trabajo, luego de meses de enviar CV por internet, lo consigue para la oferta callejera de tarjetas de crédito comercial Italcred (ante la foto del CV dirá: “Parezco una persona triste con la esperanza de que conseguir un trabajo, cualquier trabajo, la hará feliz”). Habrá un ritmo infernal y alienante: “Ni siquiera nosotras nos tomamos el trabajo de leer el contrato para saber qué le estamos haciendo firmar a la gente.
Lo que necesitamos es vender once tarjetas por día, todos los días, para ganar cien pesos más a fin de mes. Ese es el premio más bajo y para lo cual tendríamos que vender 274 tarjetas por mes”. Allí, en Constitución, luego de su jornada de “venta ambulante”, viaja todos los días en el subte y describe la rutina de millones: “No corre una gota de aire en el andén. Miro hacia el techo y respiro profundo, trato de captar un poco de oxígeno pero está difícil. Finalmente cierran las puertas, pero el subte tarda mucho tiempo en arrancar. Nos miramos las caras pero no decimos ni una palabra. Sólo soportamos el calor y los minutos de encierro porque es la única manera de volver a nuestras casas. Vamos callados y apretados, alzando las cabezas para poder respirar”.

La explotación, en todos los países

Al pasar a un call center bilingüe, Phonetech, dirá: “Miro quiénes somos. Casi todos aparentan lo mismo que yo: entre 18 y 25 años, cara de sueño, ropa informal y zapatillas de marca”. Trabajan “en pleno microcentro”, “el barrio de los oficinistas por la mañana y el barrio de los cartoneros por la noche”.

Durante el curso de capacitación, Laura se entera que “actualmente hay 3200 empleados en Phonetech Argentina, (...) el objetivo es llegar a fin de año con 4500. Necesitan 1300 empleados más para atender más llamados por minuto y competir con los Phonetech de otros países”. En esta explotación “globalizada” se queja un muchacho: “-¿Seis pesos vale mi hora de trabajo? Casi como en un McDonald’s…

El chico de relaciones internacionales nos mira, ladea la cabeza y entrecierra los ojos, dice:

 Chicos, es un sistema automatizado, global. No somos nosotros los sudacas los únicos explotados”.

Meradi revela en el libro los papers internos y reglamentos de las empresas –además de señalar que nunca se les da a ningún/a trabajador/a copia del contrato que firman-. Cuenta cuando está en Carrefour:

“Copio algunas palabras clave porque tengo al intuición de que no me van a dar ninguna copia. En un cuaderno, anoto:

 Que acepto que el ‘… domicilio de explotación correspondiente…’ sea modificado en cualquier momento y sin previo aviso.

 Que la agencia ‘… atenta el poder disciplinario…’ y tiene derecho a citarme en cualquier momento ‘… para dar explicaciones…’”.

Al renunciar en Carrefour dice con alivio… y sospechas: “Tengo la ilusión de que me escapo, pero la realidad es que estoy entrando otra vez. Me dejan escapar frente a sus ojos porque es imposible escapar. De un lado o del otro, sigo estando en el infierno”.

Y para cuando esté en un bar de Recoleta, dirá acerca del “ritmo gastronómico” impreso en su cuerpo y mente:
“... todavía estoy cansada. Un cansancio constante. Mi único deseo es: dormir. Empiezo a descubrir el ritmo de la gastronomía (…). No me gusta esta vida, y entiendo que mientras dure va a ser siempre así”.

Si el capitalismo mata…

El libro termina con Laura renunciando al último trabajo, y con algunas de sus ex-compañeras del bar devenidas en amigas, paseando y viendo las predicciones del I-Ching. Lamentablemente, nuestra “espía”, que denuncia en sus descripciones muy crudamente el sistema laboral (agencias de empleo incluidas ), no habla nunca del rol de los sindicatos, y nada acerca del gobierno o los políticos patronales: dos actores fundamentales a la hora de pensar cómo continúa, la “explotación neoliberal” que abrió el menemismo, en la actualidad. El libro entonces, que cuenta una experiencia laboral “individual”, no llega a dimensionar cabalmente la explotación asalariada como un “problema social”: como una organización de la clase capitalista que parasita a la trabajadora.

Aunque ella no lo escribe, la conclusión tras la lectura de su libro es clara: si el capitalismo mata, matemos al capitalismo.

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