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Jornadas revolucionarias

14 de diciembre 2006

Desde la mayoría de las organizaciones de la izquierda que se reivindica revolucionaria, el levantamiento popular fue considerado de una u otra manera como una revolución. El entonces unificado MST la calificó como la “revolución de las cacerolas”, que constituyó “la revolución más grande de la historia argentina”1. El PO sostiene que fue una “revolución popular” a la que identifica permanentemente como un “Argentinazo”.
Ambas posturas se demostraron incorrectas y no fueron útiles para explicar los acontecimientos de aquel momento como tampoco el desvío posterior que se consolidó con el kirchnerismo.
El levantamiento de diciembre no fue una revolución ya que no hubo una derrota militar, aunque sea parcial, de las fuerzas represivas del Estado. Tampoco asistimos a un cambio de régimen político ya que la democracia burguesa, aunque malherida, logró sobrevivir e imponer el recambio de gobierno mediante la Asamblea Legislativa. Al no alcanzar la envergadura de una derrota cualitativa del Estado capitalista, el peronismo y la burguesía pudieron mantener el poder político en sus manos y maniobrar para ir desactivando la situación.
La irrupción de la rebelión popular tampoco dio lugar al surgimiento de un doble poder, característico de toda revolución, que estructurara el frente único de las masas en oposición al régimen y al Estado patronal. Las asambleas populares y los movimientos de lucha fueron formas embrionarias de democracia directa, que intentaron tomar la resolución de los problemas sociales acuciantes en sus manos pero que no constituyeron un poder alternativo. Esto se debió fundamentalmente a la ausencia masiva de la clase obrera ocupada en el movimiento social, producto de la traición de la burocracia sindical. La clase obrera fue la que más luchó contra el gobierno de la Alianza pero fue la CGT quien impidió que ésta entrara en escena el mismo 20 de diciembre, negándose a llamar a la huelga general. La dirección cegetista en total acuerdo con el PJ había negociado el llamado al paro para el lejano día 21, como elemento de presión in extremis. Moyano era por entonces fogonero de los sectores burgueses devaluacionistas.
No hay que olvidar tampoco la política de la dirección de la Asamblea Nacional Piquetera que dirigida por D’Elia y Alderete de la CCC (a la que se subordinó el PO) se venía negando a organizar en su seno a los sectores combativos del movimiento obrero ocupado. Tampoco cumplió un papel en la organización de los desocupados cuando se producían los saqueos y ni siquiera llegó a marchar hacia la Plaza de Mayo. La ausencia de la clase obrera ocupada y sus organizaciones en la lucha de clases, de la huelga general política como centralizadora de las acciones de masas, con su capacidad de paralizar la maquinaria productiva y la circulación de mercancías, fue un factor central que explica las debilidades del movimiento de diciembre.
Desde el PTS hemos definido a los acontecimientos de diciembre de 2001 como jornadas revolucionarias. En su momento sostuvimos que el valor de esta caracterización radicaba en que permitía “(…) señalar su carácter revolucionario (acciones que tiraron abajo al gobierno aliancista rompiendo los marcos de la legalidad burguesa) distinguiéndolos de gestas de magnitud revolucionaria superior, no sólo de revoluciones como la de Febrero de 1917 en Rusia donde se derrotó al ejército y se desarrollaron organismos de doble poder, sino de levantamientos como el Cordobazo, semi-insurrecciones donde las masas en acción, en este caso obreros y estudiantes, derrotan parcialmente a las fuerzas represivas (…)2”. Expresábamos así una posición política estratégica que, a diferencia del resto de la izquierda, intentaba poner en el centro las potencialidades del movimiento pero también sus debilidades. Además de señalar certera y sistemáticamente que un nuevo embate revolucionario debía ser centralizado por la acción obrera acaudillando al resto de los sectores populares. La definición de jornadas revolucionarias daba cuenta de que hubo un cuestionamiento subversivo profundo a la legalidad burguesa y un avance de la conciencia de las masas expresada en la búsqueda de la realización de sus reivindicaciones –que se fuera De la Rúa y Cavallo– rompiendo la legalidad del aparato estatal burgués. Pero a su vez esta definición sirve para comparar y marcar las diferencias con otras acciones revolucionarias de masas protagonizadas por la clase obrera de nuestro país, como por ejemplo el Cordobazo. Este último constituyó una semiinsurrección obrera y popular que derrotó parcialmente a las fuerzas represivas y abrió una serie de levantamientos posteriores que terminaron de quebrar a la dictadura militar de Onganía y sus sucesores que fueron el último eslabón del régimen antiobrero y proscripitivo inaugurado más de una década atrás por la Revolución “fusiladora” de 1955.

1 Alejandro Bodart, dirigente del MST. “La revolución de las cacerolas”
2 Estrategia Internacional N° 18, Febrero 2002.

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