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Fidel Castro ¿La historia lo absolverá?

Fidel Castro es una de las personalidades más importantes de la historia latinoamericana del siglo XX. Su figura esta íntimamente ligada a la revolución de 1959 que termino con la dominación de la burguesía en Cuba; a su sociedad política con Ernesto Che Guevara; a la resistencia frente al bloqueo criminal de más de 40 años por parte del imperialismo norteamericano. Por ello Fidel Castro es reivindicado como un icono por gran parte de la izquierda continental y mundial y atacado como un dictador por sus detractores y enemigos.

Facundo Aguirre

14 de abril 2008

Fidel Castro es una de las personalidades más importantes de la historia latinoamericana del siglo XX. Su figura esta íntimamente ligada a la revolución de 1959 que termino con la dominación de la burguesía en Cuba; a su sociedad política con Ernesto Che Guevara; a la resistencia frente al bloqueo criminal de más de 40 años por parte del imperialismo norteamericano. Por ello Fidel Castro es reivindicado como un icono por gran parte de la izquierda continental y mundial y atacado como un dictador por sus detractores y enemigos.

Para los trotskistas, que hemos defendido y defendemos las conquistas de la revolución de 1959, el papel de Fidel Castro amerita un balance histórico, que permita comprender el verdadero significado del castrismo y las consecuencias que su política ha tenido en el proceso revolucionario y orientación de la izquierda en América Latina.

Los apologistas de Fidel

Entre quienes sostienen una visión más bien apologética del rol de Fidel se encuentra Néstor Kohan, quien sostiene que “El marxismo de Fidel (…) ha sido y es un marxismo eticista y culturalista. La clave de la historia humana no está en el desarrollo de las fuerzas productivas sino en los valores y la cultura. En todo caso, las principales fuerzas productivas de la historia han sido las fuerzas morales. La Revolución Cubana no se derrumbó, aún sin comida, dinero ni petróleo, debido a los valores, la ética y la cultura”.

Néstor Kohan continua con la siguiente afirmación “La “batalla de las ideas” con la que insiste Fidel es otro nombre para (…) la lucha por la hegemonía. Todo el pensamiento político de Fidel, su práctica revolucionaria al frente de Cuba durante tanto tiempo, sus discursos y sus escritos, han sido una prolongada y larga marcha por la hegemonía socialista. (…) Ese es, a nuestro juicio, el núcleo de fuego que ha recorrido como un hilo rojo todo el pensamiento de Fidel a lo largo de décadas, de coyuntura en coyuntura, desde los tiempos de la clandestinidad y la guerrilla hasta los tiempos de estadista, desde la época encendida de la OLAS hasta la alianza coyuntural con la Unión Soviética, desde las guerras de liberación en África y Vietnam hasta la escasez material del período especial”.

Kohan termina afirmando “(…) Quienes nos hemos considerado y nos continuamos considerando fidelistas (“castristas” nos llaman despectivamente nuestros enemigos), (…) vemos a Fidel como un maestro. (…) Llegó a lograr lo que logro (…) por haber confiado en las fuerzas de su pueblo y en sus propias fuerzas. (…)” (Ver: Compañero Fidel, hasta la victoria siempre!; en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=63501).

Las fuerzas morales de la revolución cubana

Kohan identifica las fortalezas de la revolución cubana, sus “fuerzas morales”, en la dirección de Fidel Castro, en lugar de ponerlas en el punto justo que es la conciencia igualitaria de las masas obreras y campesinas, que se sostiene sobre una base material concreta que son las conquistas que significaron la expropiación de la burguesía y los terratenientes y la independencia nacional.

Kohan olvida o no quiere entender que estas conquistas están amenazadas por dos factores; por un lado la brutal y constante amenaza del criminal bloqueo norteamericano, pero por el otro por la política de la burocracia dirigente que ha permitido durante todo su dominio el desarrollo de políticas y fuerzas hostiles que debilitaban a la revolución. La consolidación de los vínculos con la burocracia stalinista de la URSS, que Fidel impulsó, vino acompañada de la línea de mantener la economía de la isla dependiente del monocultivo de azúcar, a cambio de la ayuda de Moscú (dicho sea de paso, línea a la que se oponía el Che Guevara que planteaba la necesidad de la industrialización mediante un plan centralizado) lo que puso a Cuba al borde del colapso después de la caída de la URSS. Frente al el derrumbe del Kremlin, la salida de los dirigentes, encabezados por Fidel y Raúl, fue el pragmático giro aperturista que aumento la brecha y la desigualdad social en la Isla y que hoy es una contradicción que permitió el crecimiento de fuerzas internas hostiles a las conquistas de la revolución de 1959, junto a la corrupción de una facción importante de la burocracia.

Por otra parte el elemento ético y culturalista, cuya base son las enormes conquistas en salud y educación, chocan con el ahogo a la libertad de expresión y creación artística que tuvo su máximo punto en el silenciamiento y persecución de gran parte de la intelectualidad que acompaño los primeros años de la revolución, bajo argumentos retrógrados como combatir las supuestas perversiones que expresaban la condición homosexual de talentos de la talla de Lezama Lima, Reynaldo Arenas y Virgilio Piñeyro, o la censura lisa y llana por disidencia de una de las grandes voces de la literatura latinoamericana Guillermo Cabrera Infante (Dicho sea de paso, la nueva camada de intelectuales cubanos ha iniciado una critica de este pasado como una etapa negra de la historia pos revolucionaria).

El hilo rojo

La construcción que hace Kohan de “el hilo rojo” es ciertamente equivocada ya que busca fortalecer el mito en lugar de describir los hechos históricos.

No es cierto, como afirma Kohan, que en los años de clandestinidad Fidel fuera partidario de la estrategia socialista. Era si un dirigente de la pequeñoburguesía radical y nacionalista cubana, cuya tradición es insurreccionalista y jacobina. Las primeras armas de Castro en política fueron como dirigente estudiantil y militante del Partido Ortodoxo fundado por Eduardo Chibas, cuyo lema central contra el sistema político cubano era “Vergüenza contra dinero”. Cuando Fidel organiza el fracasado asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, es con la idea de provocar una insurrección popular espontánea para reinstaurar la Constitución de 1940. En este sentido se inscribe en la tradición de José Martí y Antonio Guiteras de recurrir a la lucha armada y los llamados externos a la insurrección popular como forma de acción política. Pero hay que decir claramente que su oposición al golpe militar de Batista no fue desde una perspectiva socialista, sino democrática y pequeñoburguesa. Raúl Castro, por el contrario si tenía un origen socialista ya que había pertenecido al stalinista Partido Socialista Popular cubano, que en los años ‘40 compartió el poder con Batista.

En segundo lugar, la época de la OLAS, aunque se oponía por izquierda a la coexistencia pacifica, no tenia por objetivo desarrollar la organización independiente y la política insurreccional de las grandes masas, sino la estrategia de la “guerra revolucionaria” y los focos guerrilleros en América Latina. Kohan olvida señalar que esta política culminó en una derrota trágica, que llevo a una vía muerta a las vanguardias militantes en varios países, incluido el nuestro, que se separaron de la lucha por imponer una dirección revolucionaria los procesos de insurgencia protagonizados por obreros y campesinos en los años ‘70.

Pero además Kohan señala como un factor de lucha por la hegemonía socialista por Fidel Castro lo que califica una “alianza coyuntural” con la URSS. Nuevamente Kohan olvida o no quiere ver que la alianza con el Kremlin no era una apuesta de coyuntura sino una estrategia. La misma duró casi 30 años y le sirvió a la burocracia soviética y del Este de Europa para cubrir por izquierda sus crímenes internos y sus traiciones a la clase obrera internacional.

En este periodo de la historia la lucha de Fidel no fue por la hegemonía socialista sino que estuvo del lado de la burocracia contra las movilizacines obreras y campesinas en los países del mal llamado socialismo real, contra la revolución política que buscaba poner fin al poder totalitario de la burocracia gobernante y regenerar el socialismo. Así Fidel condenó como un levantamiento provocado por la CIA, la Primavera de Praga protagonizada por obreros y estudiantes checoslovacos en 1968; apoyó el golpe de Jaruzelsky en la Polonia sublevada contra la burocracia stalinista en 1981; apoyó la represión de la burocracia china a los obreros y estudiantes de en la Plaza Tian’ an men en 1989 y sostuvo hasta ultimo momento a la dictadura stalinista de Eric Honeker y la Stassi en la antigua RDA.

En este plano, el hilo rojo de la historia de Castro fue el de la colaboración con el papel antisocialista jugado por las burocracias stalinistas, partidarias de la coexistencia pacifica con el imperialismo y la colaboración de clases, enemigas encarnizadas de la revolución obrera en los países capitalistas, temerosas de que la misma alentara la lucha de la clase obrera de sus propios países.

El resultado fue trágico, la restauración del capitalismo y el brutal retroceso de las conquistas de las masas de la ex URSS, Europa del Este y China. La transformación de la antigua burocracia en oligarquía capitalista. El aislamiento internacional de Cuba y su debilidad en los primeros ’90.

Pero aun hoy la llamada “batalla de las ideas” que propone Castro, es contraria a la conquista de la independencia política de obreros y campesinos, ya que se inscribe en la línea de la colaboración de clases y el apoyo a los experimentos nacionalistas burgueses fracasados hace mucho en nuestro continente, otorgándole legitimidad a la demagogia discursiva del “Socialismo del Siglo XXI” junto a los empresarios y monopolios capitalistas como el de Chavez en Venezuela o Correa en Ecuador.

Bonapartismo castrista

Kohan se obnubila con el mito y se ciega al momento de definir el verdadero carácter de la política y el liderazgo de Fidel Castro.

Ya dijimos que Fidel no se propuso inicialmente una revolución socialista. Más bien llegó al poder como cabeza de un movimiento pequeñoburgués y una alianza política policlasista que incluía a representantes de la “burguesía entreguista” (como los calificó el Che Guevara) como Manuel Urrutia y Miro Cardona. Sus primeros llamados fueron a hacer una revolución verde oliva y no roja. Pero la creciente movilización de las masas y la destrucción del ejercito burgués dejo al Ejército Rebelde, que se nutría cada vez más de obreros y campesinos, como la única fuerza armada del país lo que llevó a la burguesía a romper con Fidel y el M 26 y a sabotear junto al imperialismo la revolución. En esta situación obligó a Fidel a ponerse al frente de la marea de las masas y responder a cada golpe o amenaza imperialista y burguesa con una medida que profundizaba la revolución. Esta dinámica es la que el Che Guevara denominó como una revolución de contragolpe.

Fidel fue un actor excepcional que se vio obligado a adaptarse al proceso histórico para no perder el control de los acontecimientos. No es como dice Kohan que Castro confió “en su propio pueblo” sino que se montó sobre la ola revolucionaria popular y le dio un canal que le permitió controlarla y frenar sus tendencias a la autodeterminación. De allí radica el carácter bonapartista de su liderazgo, lo que se expresó desde los comienzos de la revolución en los métodos burocráticos, pleisbiscitarios y paternalistas que le son característicos. La adhesión de Castro al socialismo va a ser bajo los presupuestos del partido único y el socialismo en un solo país.

Fidel encarnó un nuevo tipo de bonapartismo sui generis, que transforma su contenido social pequeñoburgués al ritmo de la caída del viejo Estado burgués semicolonial y la movilización revolucionaria de las masas dando nacimiento a un Estado obrero deformado[1]. La función política de el bonapartismo castrista va a ser doble. Por un lado sostenerse en el apoyo popular frente a las amenazas imperialistas y de la burguesía contrarevolucionaria en el exilio; por el otro, bloquear e impedir el surgimiento de instituciones de democracia directa (como los soviets o consejos de las revoluciones Rusa y Europea en los ’20) que expresen la autodeterminación y el gobierno directo de las masas obreras y campesinas, así como sustituir el libre debate y la libertad de los partidos y corrientes que apoyaban a la revolución, por el régimen del partido único.

Este bonapartismo va a ser una de las condiciones esenciales del carácter deformado del nuevo Estado, que luego del reflujo de la marea revolucionaria y el estrechamiento de la relación con Moscú permitirá la stalinización del régimen político y el bloqueo de la dinámica permanente de la revolución tanto en la esfera de la construcción de nuevas relaciones sociales –donde se impone la opresión burocrática y renacerá con el tiempo la desigualdad social-, como en la extensión de la revolución hacia América Latina (recordemos sus llamados a no hacer de Nicaragua una nueva Cuba y su papel en los planes pacificadores de Contadora para desactivar la revolución centroamericana).

La defensa de las conquistas de la revolución de 1959, la estrategia de la revolución socialista latinoamericana e internacional en el Siglo XXI y la construcción de un partido marxista revolucionario necesita delimitarse históricamente de la política y la herencia del castrismo, para recuperar al estado obrero cubano como una trinchera de la revolución continental y conquistar la independencia política de las masas obreras y campesinas.

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