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Notas de Tapa

EDITORIAL

El triunfo político del acuerdo alcanzado

El acuerdo del Frente de Izquierda y los Trabajadores, encabezado por el PO y el PTS junto a IS y otras fuerzas, es una posibilidad de abrir paso a la militancia política de miles de trabajadores y estudiantes que pelean cotidianamente en sus lugares de trabajo y estudio por una alternativa independiente de los capitalistas.

Manolo Romano

15 de abril 2011

El triunfo político del acuerdo alcanzado

El acuerdo del Frente de Izquierda y los Trabajadores, encabezado por el PO y el PTS junto a Izquierda Socialista y otras fuerzas, es una posibilidad de abrir paso a la militancia política de miles de trabajadores y estudiantes que pelean cotidianamente en sus lugares de trabajo y estudio por una alternativa independiente de los capitalistas. Desde los que batallan por el clasismo en las fábricas y empresas, como los dirigentes obreros de Kraft o en el subterráneo, hasta los estudiantes que meses atrás protagonizaron la toma de facultades y colegios que se hicieron sentir en la Capital.

Sin dudas la constitución del frente unido de la izquierda estuvo determinada por una necesidad defensiva ante la reforma electoral proscriptiva del régimen. Mientras los funcionarios K conspiran junto a los burócratas sindicales para perseguir a la izquierda en los lugares de trabajo, como muestran las desgrabaciones telefónicas entre el ministro Tomada y el asesino Pedraza para frenar el avance del PTS y la izquierda en la lucha de los tercerizados del Roca; por arriba imponen condiciones para impedir la presentación de las expresiones políticas independientes.
Pero esta respuesta de defensa principista ante un ataque del Estado que damos con la formación del frente permite, por lo mismo, presentar una batalla política ofensiva. Para el PTS, el frente de izquierda puede y debe ser utilizado como una herramienta táctica para la preparación de los próximos combates, fortaleciendo una corriente de miles que ganen peso y simpatía en una franja de los sindicatos, las universidades y los barrios populares que sirva de punto de apoyo para la lucha de clases que se presentará más aguda en el período que viene.

Sólo la favorable posición de la economía exportadora de materias primas en alza en el mercado mundial permite al gobierno, todavía, mantener una imagen “progresista” en amplios sectores de masas. El intento de nombrar más directores del Estado en las empresas, que la CGT presenta como un avance de los trabajadores hacia la “repartición de las ganancias” es, en realidad, su contrario: la colaboración de los jóvenes funcionarios K con los capitalistas contra los trabajadores. Como sostiene Diego Bossio, el titular de la ANSES, “queremos decir que tenemos los mismos incentivos que las empresas: queremos que crezcan más, que produzcan más, que tengan mayores dividendos”. La “inversión pública” de subsidios al capital con los fondos de los jubilados a quienes se le niega el 82% móvil, la defensa de las tercerizaciones que hacen los Pedraza, los topes al salario que pacta Moyano para que estas empresas obtengan ”mayores dividendos”, así como la persecución a los delegados de base combativos son, todas, causas comunes entre los empresarios, las patotas de burócratas sindicales y el gobierno, como volvió a mostrarse en la cuna de los K, Santa Cruz, donde los grupos de choque de la UOCRA amparados por el Estado apalean a los docentes en lucha.

En esta situación, la importancia del agrupamiento de fuerzas de izquierda bajo un programa de independencia de clase es inversamente proporcional a la disgregación de la centroizquierda, en sus variantes K, con Sabbatella, o sojera, con Pino Solanas, que se muestran meros auxiliares de las fuerzas políticas decisivas de la clase dominante y su viejo bipartidismo en crisis. Unos detrás de la coalición del aparato pejotista, los otros como colectora del “pan radicalismo” de Binner y Alfonsín. La diferencia entre unos y otros se basa en que mientras se reafirma la “alianza estratégica” de CFK con la burocracia de la CGT llevando de las narices al progresismo K, la variante de centroizquierda sojera se atomiza porque la oposición patronal no puede armar una opción de gobierno para, siquiera, forzar una segunda vuelta. Repiten, desde Macri a Ricardo Alfonsín, que el “60 % del país quiere un cambio”, pero todo opositor patronal es divisible por dos. La operación del Grupo Clarín lanzando a Macri a plantear un acuerdo para presentar una fórmula presidencial única, es tan inverosímil como si el ex presidente de Boca propusiera que todos los clubes le presten los puntos conseguidos en el campeonato para alcanzar la punta.

De todas formas, la fortaleza del gobierno es tan engañosa como su demagogia “contra la derecha”. El aparato de gobernadores pejotistas en que se sustenta el armado electoral de Cristina 2011, ya no será el mismo que hoy rinde pleitesía a la presidenta en cuanto empiece a correr el reloj de su último gobierno. Las recientes elecciones provinciales en Salta muestran dos caras. Una, coyuntural, del ascendente de la figura de Cristina Kirchner en la consideración popular que ya se había manifestado en los comicios de Catamarca y Chubut. La otra, las fisuras que proyecta la alianza de gobierno hacia el próximo mandato. Los cruces entre el reelecto gobernador Juan Manuel “gorila” Urtubey y Hugo “piantavotos” Moyano sintetizan los cortocircuitos que se vienen en el último mandato de los gobiernos kirchneristas. Urtubey, que ganó a la sombra de la imagen presidencial, se proyecta como uno de tantos posibles sucesores del poskirchnerismo mostrando la conveniente distancia de los sindicatos que reclama el establishment patronal para terminar hasta con las más mínimas concesiones al movimiento obrero. El jefe de la CGT jugó y perdió apostando a otro candidato de los K en Salta, como parte de la interna peronista que anticipa lo que viene. Pasadas las elecciones, volverá a quedar claro el agotamiento de ciclo de desvío de las aspiraciones populares que significaron los primeros dos mandatos K, aunque Cristina salga triunfante en octubre. La clase dominante alista a sus partidarios para una posición de ataque al movimiento de masas que no pudo realizar en los períodos anteriores signados por la relación de fuerzas marcada desde la crisis del 2001.

En esta perspectiva donde la izquierda tendrá el desafió de poner en juego fuerzas de clase reales en la lucha, particularmente el Frente de Izquierda en Neuquén es el que ha aportado el hecho más novedoso y destacado del conjunto del acuerdo político alcanzado. La participación activa de la corriente clasista del Sindicato Ceramista agrupada en la lista Marrón que impulsa junto al PTS el periódico obrero Nuestra Lucha culminó con la votación en una asamblea de decenas de los obreros más concientes y organizados, por las candidaturas de Alejandro López y Raúl Godoy, fundadores del sindicato, a la cabeza de la lista de diputados provinciales. Un hecho histórico, sin antecedentes cercanos. No es casual.
Esta intervención orgánica de una franja de obreros clasistas en el Frente de Izquierda, es el resultado de más de una década de experiencias en común que remite a la última gran crisis donde se hizo carne el programa del trotskismo ante los cierres de fábricas, como lo es la ocupación y control obrero de la producción en Zanon. No podemos dejar de señalar la verdad a nuestros lectores: la integración de este sector de obreros avanzados no fue producto de ninguna graciosa “concesión en pos de la unidad” como señaló la dirección del Partido Obrero sino la consecuencia de una dura batalla política que dimos desde el PTS contra el intento de bloquear su participación en el frente. Esto, de por sí, señala una diferencia estratégica con nuestros actuales aliados electorales: el PTS lucha por la construcción de un partido revolucionario que sea el resultado de la fusión con la vanguardia obrera. Imposible ocultar tales diferencias, pero su debate será motivo de próximas entregas. Hoy saludamos el triunfo alcanzado, con esfuerzo, en el acuerdo del Frente de Izquierda y los Trabajadores. 

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