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ENTREVISTA A PAULA VARELA SOBRE EL DEBATE ALREDEDOR DEL CLIENTELISMO

El laberinto de “la política de los pobres”

Como anunciamos la semana pasada, el nuevo número de la revista Lucha de Clases ya está disponible en las principales librerías del país, en facultades y universidades, y también en el Instituto de Pensamiento Socialista Karl Marx, Riobamba 144. A modo de anticipo de la revista, en el número anterior de LVO, entrevistamos a Matías Maiello. Aquí presentamos una entrevista a Paula Varela sobre su artículo “Territorios de sujetos peligrosos” en el que aborda debates en torno al clientelismo político.

PTS

11 de junio 2009

¿Por qué un artículo sobre el clientelismo político en este número de la revista?

Siempre que hay elecciones aparece el problema del clientelismo político. En estas elecciones particularmente porque la estrategia electoral del kirchnerismo debilitado ha sido intentar garantizar dos patas de apoyo popular: los intendentes del conurbano bonaerense a través de las candidaturas testimoniales y la burocracia sindical a través de espacios en las listas, especialmente para la CGT moyanista. De esta forma el gobierno pretende mantener los votos de los pobres urbanos en los barrios, y de los asalariados en los lugares de trabajo. De allí que, en los blogs políticos como Deshonestidad Intelectual o Artepolítica se discutan dos cosas centralmente: el papel que juega el clientelismo político como base del poder territorial de los barones del conurbano y el retorno de actor sindical.

¿Qué se discute alrededor del clientelismo?

Hay tres posiciones centrales sobre el clientelismo. La abiertamente gorila que define a los pobres del conurbano como pre-políticos, desterrándolos de la Polis que habitan Carrió, Ricardito y su coalición. La que podríamos llamar la visión peronista que reivindica la dignidad del clientelismo como una legítima política de los pobres. La tercera visión, que podríamos denominar “progre-no-gorila”, que oscila entre reconocer cierta necesariedad del clientelismo y preguntarse por la posibilidad de otra política “desde abajo”. En el artículo de la revista yo tomo estas dos últimas posiciones, que están unidas entre sí por el antigorilismo, y analizo sus fundamentos teóricos que están dados por dos sociólogos argentinos (ambos en universidades extranjeras): Javier Auyero que ha desarrollado los principales fundamentos sociológicos para la defensa peronista del clientelismo, y Denis Merklen, que da fundamento a la visión progre-no-gorila. Y también planteo lo que podría ser una “cuarta posición” sobre el clientelismo.

¿Cuál es la diferencia entre la visión peronista y la “progre-no-gorila”
referenciadas conceptualmente en Auyero y Merklen respectivamente?

El eje del argumento de Auyero es demostrar, contra las visiones gorilas, que los “pobres” (los llamados “clientes”) lejos de ser “masas pasivas” que son manejadas desde arriba “por el pancho y la coca”, son actores políticos que, a través del clientelismo, establecen relaciones recíprocas con los punteros (los llamados “solucionadores de problemas”). Este carácter recíproco transforma al clientelismo en una relación entre los políticos y la gente tan legítima como cualquier otra, y que a su vez, permite la solución de múltiples problemas. ¿Quién es el protagonista estelar de esta relación que funciona en redes en los barrios del conurbano? El peronismo. Entonces el clientelismo, para Auyero, asume así un doble carácter: como “nueva táctica de poder” del PJ (es decir, como pata territorial), pero también como relación recíproca a partir de la cual los sectores populares intercambian, obtienen beneficios, “hacen política”. En la convergencia de estos elementos residiría lo que él denomina la “política de los pobres”. Ahora bien, esta argumentación que es una buena defensa del carácter recíproco y racional del clientelismo político para las clases populares; es, al mismo tiempo, la negación de cualquier potencialidad de la “política de los pobres” por fuera del techo del Estado y del peronismo neoliberales. La defensa de Auyero se transforma en la condena al clientelismo político como único horizonte de la acción política para los pobres urbanos.

Eso es lo que critica Denis Merklen….

Exactamente. Merklen acusa recibo de esa condena a la dependencia del Estado y del peronismo que está presente en el planteo de Auyero, e intenta buscarle una salida. Y para eso acude a la idea de ciudadanía, una idea más socialdemócrata o más republicana (pero no gorila). El eje de su argumento es sostener que las clases populares organizadas territorialmente son una forma de ciudadanía distinta a la ciudadanía que otorgaba el trabajo asalariado. El problema de esta figura de ciudadanía en Merklen es que, cuando intenta desarrollar cuáles son los derechos universales que conformarían el status de ciudadano de los pobres, se encuentra con que el Estado territorializado, no otorga derechos universales (como el derecho al trabajo), sino que otorga bolsones de comida. Entonces la idea de ciudadanía queda más como una nostalgia de la “sociedad salarial” perdida, que como una realidad en los barrios del conurbano. Como el mismo Merklen reconoce, lo que prima en los barrios es lo que él llama “la lógica del cazador”, que es la lógica de “cazar” los recursos (misérrimos) que el Estado pone a disposición de las clases populares. He aquí el laberinto en que se encuentra Merklen: la lógica del cazador que es la que prima en la realidad, no lleva hacia la ciudadanía universal sino hacia el clientelismo que él quiere evitar. Mal que le pese, su planteo termina en un lugar muy similar al de Auyero. Uno más abiertamente, el otro con más culpa progresista, ambos coinciden en afirmar que el techo de la política para los que viven en los barrios pauperizados del conurbano es la dependencia del Estado y de su gestor, el peronismo.

Hablaste de una “cuarta posición” sobre el tema, ¿en qué consiste?

Mirá, el obstáculo que tienen ambos autores (y aquellos que los toman como fundamento de su política, como el kirchnerismo y el sabatellismo o la CTA) para pensar la política de las clases subalternas como una política potencialmente autónoma del confinamiento barrial y del techo del Estado asistencial, está directamente relacionada con un punto de coincidencia de origen entre ambas posiciones: que el trabajo asalariado no alcanza para todos porque estamos en una sociedad “post-salarial”. Es decir, la naturalización de que hay “excluidos” y que eso es ineludible. Merklen desarrolla esto abiertamente a través del concepto de “desafiliación” de Robert Castel. Este presupuesto lleva a una serie de dicotomías entre las cuales la fundamental es la establecida entre “el barrio” y “la fábrica”, como ámbitos independientes que tienen su propia forma de organización. En la fábrica, el sindicato; en el barrio, los intendentes del conurbano y sus redes clientelares. Con esta dicotomía, separan lo que el capitalismo ha unido a fuego, y sobretodo, a sangre: a los asalariados y a los “pobres” (los trabajadores golondrina, los jóvenes ultra precarizados de las villas y asentamientos, los desocupados crónicos). Los “pobres” lejos de ser una categoría social autónoma están intrínsecamente unidos a los asalariados.

Eso lo explicó Marx en El Capital cuando desarrolla el concepto de superpoblación obrera relativa. Un concepto al que Marx le da tanta importancia que lo desarrolla como parte de la ley general de la acumulación capitalista. Y un concepto que, entre otros, entró en la hoguera de las ideas durante el neoliberalismo. Pero fijate que la experiencia reciente en nuestro país, debería obligar a una reflexión sobre este concepto en particular (reflexión que no circula por blogs políticos, ni papers académicos). Si vos analizas el desarrollo de la protesta social de 2004 en adelante, observas que, mientras las corrientes dominantes de las ciencias sociales académicas hurgaban en la politicidad intrínseca de los pobres, fue la política de los asalariados la que se hizo presente con fuerza. El crecimiento exponencial del empleo en nuestro país mostró que los desocupados y subocupados que pueblan los barrios del conurbano bonaerense, lejos de ser una especie de nueva categoría social ontológicamente “excluida”, son un sector plausible de ser “incluido”, o sea explotado. Fue en ese sector, donde las empresas encontraron la mano de obra necesaria (y abaratada por la precarización) para surfear la ola de crecimiento económico “a tasas chinas” y multiplicar ganancias. Muchos de los que hasta ayer eran “desafiliados” se volvieron asalariados, la mayoría de las veces precarizados. Muchos de los que hasta ayer eran mantenidos por el Estado en los límites de la indigencia a través de los planes trabajar, se volvieron asalariados en los límites de la pobreza a través del trabajo precarizado. Entonces, la pregunta por la autonomía política de las clases populares sin tomar el carácter necesario de la relación entre asalariados y pobres urbanos para la acumulación capitalista, y sin considerar el papel central del estado territorializado como garante de esa relación es, en el mejor de los casos, idealista. No es posible la autonomía política de las clases subalternas sin restituir (teórica y políticamente) la unidad (que no es sinónimo de homogeneidad) entre los asalariados y los pobres, porque esa unidad restituye también su fuerza social como clase y permite romper el techo del clientelismo en los barrios, y también el techo del corporativismo en las fábricas. Ojo, que la ruptura del techo clientelar en el barrio y corporativo en la fábrica implica la ruptura con el peronismo en su versión clientelar y sindical. Intendentes y burócratas sindicales, que en estas elecciones pueblan las listas kirchneristas, son los dirigentes del “partido de la política de los pobres” en los barrios y en las fábricas.

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