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Despues de la marcha de Blumberg

El debate sobre la “seguridad”

7 de septiembre 2006

El grueso de quienes marcharon junto a Blumberg el jueves pasado expresaron la base social de la derecha con añoranzas procesistas. En la plaza predominaba ampliamente la pequeña burguesía acomodada, de Belgrano, la zona norte del Gran Buenos Aires y los countries. El “ingeniero”, sin embargo, busca proyectarse hacia un sector más amplio de la población, explotando los temores que sienten ante la “inseguridad” amplios sectores de la población, incluyendo al pueblo trabajador que, junto a la violencia represiva de la policía, también es víctima de robos y otras formas de la violencia urbana. El gobierno, por su parte, hace gala de una hipocresía mayúscula. Mientras sus funcionarios “progresistas” denuncian a Blumberg como impulsor de la “mano dura” y la “criminalización de la pobreza”, Kirchner aplica lo esencial de la “agenda” represiva propuesta por aquél. Y su política económica, lejos de terminar con la pobreza, la miseria, la desocupación, la precarización y la desigualdad, sólo las perpetúa o las disminuye apenas en dosis homeopáticas. Comprometidos con los intereses capitalistas hasta los tuétanos, las medidas que practican no se diferencian en lo esencial de lo que postulan sus adversarios de la derecha. Sus reformas penales o policiales son apenas variantes dentro de una lógica común de penalización de la pobreza y la protesta social, preservación del aparato represivo y despenalización de los delitos económicos cometidos por los empresarios que comparte todo orden jurídico capitalista.
De hecho, las leyes “Blumberg” que votó el Congreso en el 2004 deberían ser llamadas “Blumberg-Kirchner”, dado el apoyo que recibieron por parte de los diputados que respondían al gobierno. Más aún, haciendo como quien no quiere la cosa, nuevamente el gobierno toma la “agenda Blumberg” como propia. El lunes siguiente a la movilización a Plaza de Mayo, se anunció la reactivación del plan de reemplazo de los DNI, con lo cuál se pretende crear una base única de toda la población que, por la cantidad de datos a incluir, daría lugar a un control estatal propio del “Gran Hermano” de Orwell1 sobre la vida de cada habitante. Y junto con esto, se ha dispuesto un incremento de la presencia policial en las calles.
Desde que estas leyes se votaron, la población carcelaria ha tenido un importante aumento (de alrededor de 40.000 a 60.000), sobre todo con el incremento de los presos sin condena, en situación de “prisión preventiva” -constitucionalmente “inocentes hasta que se demuestre lo contrario”-, aumentando dramáticamente en esa forma las condiciones de hacinamiento y degradación en que se encuentra la población carcelaria. En la Provincia de Buenos Aires, por ejemplo, donde se concentra la mitad de los presos de todo el país, sólo el 16% de los detenidos tiene condena firme, un 14% la tiene en primera instancia y un 70% de los detenidos lo está sin que medie condena alguna. A su vez, en el mismo período, como ha denunciado la CORREPI, se han incrementado los casos de gatillo fácil. Bajo el gobierno de Kirchner los muertos por las fuerzas de seguridad suman 505, un 53% de los mismos producto de casos de “gatillo fácil” y un 45% muertos en cárceles y comisarías. Pero no es sólo esto, ya que hay policías implicados en la gran mayoría de los crímenes que toman estado público, incluyendo lo ocurrido en el secuestro de Axel Blumberg. Por ello, más poderes a la policía implica mayor impunidad para una institución que es partícipe principal de las mafias de las distintas “industrias del delito” (narcotráfico, redes de prostitución, desarmaderos de autos, contrabando de armas, “industria del secuestro”, los “piratas del asfalto”, etc.), de las que obtiene fuentes de financiamiento y permite la “acumulación originaria capitalista” de varios de sus integrantes.

Seguridades e inseguridades
Acompañada por los medios de comunicación, la derecha ha establecido la discusión sobre la “seguridad” en base a una serie de planteos falaces. En primer lugar, la cuestión deja de lado que quienes viven en “inseguridad” permanente son principalmente los trabajadores y los sectores populares que trabajan “en negro”, están en situación de pobreza, no tienen acceso a una vivienda digna y se la tienen que arreglar con un sistema hospitalario y educativo en completa decadencia. O el aumento de los accidentes de trabajo y enfermedades laborales a partir de la ausencia de controles a las condiciones de “seguridad e higiene” y de la vigencia de la actual ley sobre riesgos del trabajo, que rebajó drásticamente los costos empresarios ante accidentes laborales. En estas circunstancias, la violencia urbana es para gran parte del pueblo trabajador una más que se suma a las inseguridades cotidianas y a la cotidianeidad de la violencia policial y estatal (cuyas principales víctimas son los más pobres y, en particular, los jóvenes), aquellas que la derecha pretende barrer bajo la alfombra y que los “progresistas” nombran en el discurso pero son incapaces de superar con sus políticas favorables a los intereses de los grandes empresarios. En segundo lugar, mezclan en una amalgama cualquier tipo de hecho, buscando crear base social para su política de “meta bala” y mayor control represivo del Estado. Esquemáticamente, por fuera de la multitud de delitos económicos habituales de “guante blanco” que son el pan de cada día del capitalismo (“¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo?”, decía Bertold Brecht2), están aquellos hechos realizados por bandas especializadas que cuentan, como señalamos, con el respaldo, amparo y participación de la institución policial y la justicia, que constituyen negocios capitalistas de distinto tipo. Junto con esto, están los delitos que tienen su fundamento en la degradación de las condiciones de existencia de amplias capas populares, que ante la desesperación y la falta de toda perspectiva empujan a que muchos vean en el delito la única salida posible. Una cuestión que no sólo afecta a las clases medias acomodadas que marcharon junto a Blumberg, sino también a los barrios populares, donde el aumento de la degradación social ha llevado a la ruptura de los lazos de solidaridad “intraclase”, con un creciente incremento de la violencia urbana en los barrios y asentamientos más pauperizados.
La persistencia de este tipo de delito a nadie puede extrañar, si consideramos que a pesar de cuatro años de crecimiento económico a “tasas chinas”, los pobres llegan a casi un 40% de la población, seis de cada diez trabajadores están precarizados y la desocupación afecta a más de dos millones de personas, mientras de 1974 a esta parte los niveles de desigualdad han pasado de 12 veces a 32 entre el 10% más rico y el más pobre y la participación de los trabajadores en la renta nacional bajó la mitad.

Delito y capitalismo
Marx ridiculizó y desnudó en su momento la pretensión burguesa de una sociedad dividida moralmente entre buenos y malos o justos y depravados (“la gente y los delincuentes”, diría Blumberg) subrayando la naturaleza delictiva del capitalismo e ironizando acerca de la funcionalidad que el delito tenía para el funcionamiento del sistema: “El crimen descarga al mercado de trabajo de una parte de la superpoblación sobrante (…) y, al mismo tiempo, la lucha contra la delincuencia absorbe a otra parte de la misma población”. Decía en ese mismo pasaje de Historia crítica de la teoría de la plusvalía, que el delito ha estimulado desde siempre las fuerzas productivas en el mundo capitalista, produciendo profesores de criminología, libros, facultades universitarias, estudios policiales, y su correspondiente industria de uniformes y armamentos, sistemas y aparatos de seguridad (tómese nota, a modo de ejemplo, del enorme negocio que significan las agencias de seguridad privadas, algunas de las cuales se cuentan entre las principales empleadoras del país). Permite además la venta de periódicos –y de series televisivas, películas y noticieros– y es utilizado como medio fundamental para legitimar las políticas y las instituciones represivas del Estado, por no hablar de las ya mencionadas “industrias del delito”, que mueven millones. Señalando el carácter propiamente delictivo del capitalismo y la sociedad burguesa, Marx remarcaba la hipocresía de la condena burguesa a un tipo de criminalidad que se encontraba enraizada en lo más profundo de este régimen social (que se basa, a su vez, en el robo “legal” del trabajo ajeno por parte de los capitalistas), y que persistiría inevitablemente mientras éste no fuese suprimido.
Marx, al igual que Engels, veía la acción delictiva practicada por individuos provenientes de los sectores populares como un producto de las condiciones de degradación social producidas por el capitalismo. Ambos remarcaban que no constituía la acción de un ser libre, ni era el resultado de la libre voluntad del delincuente sino que resultaba de las condiciones de privación y miseria social, no es sino la manifestación aislada del individuo en pugna con las condiciones de opresión. Justamente un tipo de reacción individual que, lejos de terminar con las insoportables condiciones de opresión y degradación social que golpean a amplios sectores del pueblo trabajador, es frecuentemente utilizada por quienes encabezan y se enriquecen con las amplias redes y mafias criminales que actúan al amparo de las policías y del aparato judicial.
La preservación de los negocios de estas mafias y la criminalización de la pobreza son las dos caras de adonde lleva la “agenda” en común, más allá de matices, de la derecha y el gobierno sobre la “seguridad”, donde se transforma en una cuestión penal lo que es un problema social, económico y político.

1 George Orwell (1903-1950), escritor británico, participó como combatiente en la guerra civil española integrando las milicias del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista). El “Gran hermano” hace referencia a su novela más famosa, 1984, donde presenta un régimen totalitario –asemejado en muchas circunstancias al stalinismo– como alegoría del futuro de la civilización.
2 Poeta y dramaturgo alemán, nacido en 1898 y muerto en 1956. Autor de numerosas obras, revolucionó la estética del teatro con el llamado “efecto de distanciamiento”, buscando que la obra sirva para la reflexión crítica y la acción. En la década del ’20 se hizo comunista, justificando luego el stalinismo.
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Trabajo y salario o criminalizacion de la pobreza

El delito que surge de la miseria social podría disminuir drásticamente si se atacan las causas que lo producen. La baja sólo en cuenta gotas del desempleo y la pobreza son claras decisiones de política económica gubernamental que benefician la situación de alta rentabilidad capitalista. Con una porción de los 30.000 millones de dólares que se encuentran en el Banco Central, o con los subsidios millonarios que se entregan a los grandes capitalistas, podría realizarse un ambicioso plan de obras públicas destinado a la solución inmediata de las carencias en vivienda, hospitales, escuelas e infraestructura básica que sufre gran parte de la población trabajadora, empleando en el mismo a todos los desocupados con un salario equivalente a la canasta familiar, que debería fijarse como mínimo para todo trabajador, a la vez que deberían ser abolidas todas las leyes flexibilizadoras que permiten la precariedad laboral. Junto con esto, para terminar definitivamente con el desempleo, bastaría con disminuir la jornada laboral y repartir las horas de trabajo entre ocupados y desocupados sin afectar el salario.
A su vez, la disolución de las actuales fuerzas policiales y su reemplazo por una milicia civil bajo dirección de las organizaciones de los trabajadores y de derechos humanos, así como el fin de la casta judicial y la elección directa de los jueces, son medidas que provocarían un freno inmediato en el funcionamiento de las distintas “industrias del delito”.

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