Son las siete y media de la mañana del viernes 14; los carteros terminan de clasificar la correspondencia que llega para ser distribuida.

Un cartero le pregunta a otro si fue al cacerolazo que hubo el día anterior. Otro responde: “¡No! Yo no estoy con los chetos que se quieren ir a Miami”. Otro le dice: “por mi barrio no hubo cacerolazo, porque en González Catán a la gente no le alcanza el sueldo para comprar dólares”. Otro, indignado, dice: “me da mucha bronca que éstos sólo protesten porque no pueden viajar o comprar dólares, y no dicen nada de que en el interior los chicos se mueren de hambre”.

Algunos dicen apoyar al gobierno, otros dicen que no están con él, pero que no apoyarían nunca a estos gorilas, y se genera un revuelo en la sucursal que dura una media hora. El que simpatiza con los cacerolazos decide callarse y no seguir discutiendo, porque la mayoría de sus compañeros no coincide con los reclamos que hubo esa noche.

Mientras hago el reparto de correspondencia, escucho en un local a un cliente preguntando a un trabajador qué opina del cacerolazo. La respuesta es: “yo no estoy con nadie, pero me duele que esta gente reclame sólo por sus intereses, yo sólo gano $2.500 y la plata no me alcanza, tengo dos chicos y tengo que trabajar todo el día. Y ninguno de ellos habla de esto, nosotros para ellos no existimos, porque somos de la provincia”.