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Nacionales

A 23 años de la guerra de Malvinas

6 de abril 2005

En 1982, empezaba el séptimo año de dictadura militar y numerosas huelgas y movilizaciones volvían a poner en las calles a los trabajadores, aquellos que habían sido el principal objetivo del genocidio. El 30 de marzo del 82, una enorme movilización convocada por la CGT irrumpe en Plaza de Mayo y es brutalmente reprimida. Se cantaba “se va a acabar la dictadura militar”, la crisis económica también se hacía sentir en las clases medias y el descontento se generalizaba.

Con Galtieri a la cabeza, los genocidas dan un manotazo de ahogado y el 2 de abril se lanza la aventura de recuperar las Malvinas, énclave y ejemplo del colonialismo inglés, ocupado desde 1833. La respuesta de la Thatcher, apoyada por Reagan y la Comunidad Europea, no tardó en llegar.

A pesar del servilismo de Galtieri y compañía, que confiaban en que los yanquis se ubicarían del lado argentino, como no podía ser de otro modo, los Estados Unidos corrieron a apoyar a los ingleses, con pertrechos, satélites, información, la base naval de la isla Asención, entre otras cosas, para impedir el triunfo de un país semicolonial.

Se desataba en el país y en todo el continente, una serie de impresionantes movilizaciones, y junto al apoyo a los soldados, miles de jóvenes se alistaban para luchar contra la agresión de una de las potencias más poderosas del mundo.

En manos de una dirección de verdaderos entregadores, el triunfo argentino era imposible. Por un lado, jamás se hubiesen apoyado en la enorme movilización para derrotar a los ingleses. Por el otro, no se tomaron siquiera las medidas defensivas más elementales como la confiscación de bancos y empresas inglesas, ni yanquis. La deuda externa se siguió pagando; y cuando el Banco de Londres estuvo al borde de la quiebra por el boicot de los depositantes argentinos, Roberto Alemann -Ministro de Economía- lo salvaba con 50 millones de dólares.

Sólo movilizando a los trabajadores y el pueblo con un programa independiente que empezara por plantear la confiscación de todos los bienes y empresas imperialistas en el país y las sometiera al control obrero, la guerra podía ser un punto de apoyo para que la nación se saque de encima la opresión y explotación del capitalismo imperialista.

Se trataba entonces, planteado el enfrentamiento militar entre una nación oprimida y el imperialismo, de superar al mismo tiempo, la salvaje dictadura militar.

Es por eso que, luchando contra los militares asesinos, los trotskistas en ese momento nos ubicamos en el campo militar argentino, por la derrota anglo yanqui, distanciándonos del pacifismo de centroizquierda que creía ver en una derrota argentina, el triunfo de la democracia de la mano de la Thatcher. Bajo esa fachada democrática, ocultaba a los trabajadores británicos y a los pueblos del mundo que, en realidad, Gran Bretaña lanzaba sus tropas para dar un escarmiento a todo aquel que desafiara el dominio imperial.

Días antes de la caída de Puerto Argentino, el papa Karol Wojtyla, vino a bendecir y a terminar de garantizar rendición. 

El día de la rendición decenas de miles salieron a las calles al grito de: “los chicos murieron, los jefes los vendieron”. La dictadura estaba liquidada, había perdido todo apoyo interno y externo. Sin embargo, la Multipartidaria, compuesta fundamentalmente por el PJ y la UCR, salió al salvataje de los milicos genocidas. Para evitar una caída revolucionaria de la peor dictadura militar del siglo XX, pactaron un llamado a elecciones ordenado, para recién el 30 de octubre de 1983.

La derrota a manos de ingleses y yanquis, dejó marcas profundas, grabadas con sangre y fuego, en nuestro país y en el continente. Le permitió al imperialismo consolidar la ofensiva neoliberal, conocida como reaganismo-tatcherismo, que empezó arrasando con viejas conquistas de las propias clases obreras de Inglaterra y EE.UU. Y en la Argentina, la democracia que sucedió a la debacle de la odiada dictadura militar fue más que nunca una democracia vasalla, semicolonial, sujeta por dobles cadenas a los designios imperiales. La llamada “desmalvinización” fue una clara política de la burguesía y sus partidos que, basados en la desmoralización sembrada en el conjunto de los trabajadores y el pueblo, fomentaron la idea de que nunca más deberíamos enfrentarnos al imperialismo, y que tenemos que aceptar mansamente sus planes hambreadores. O sea, fueron la pata local del escarmiento inglés a los pueblos del mundo.

A pocos días del 23 aniversario de la guerra de Malvinas, nuestro homenaje a los jóvenes que combatieron fusil en mano en medio de frío austral, está en la lucha por acabar con la explotación y la opresión que los trabajadores y los pueblos sufrimos a manos de las potencias que masacraron en nuestro país y ahora en Irak. Este compromiso está en bregar por hacer activa, como lo fueron las históricas movilizaciones mundiales de febrero de 2003, la lucha por el retiro de las tropas imperialistas y el triunfo del pueblo irakí.

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