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Partido de los Trabajadores Socialistas
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¿Quién armó la Triple A?
La burocracia sindical y la Triple A
25 Jan 2007 |

Algunos Dirigentes sindicales salieron a criticar la ‘investigación’ sobre la responsabilidad del gobierno peronista en la actuación de la Triple A entre 1973 y 1976. Gerónimo Venegas (titular de las 62 Organizaciones Peronistas), Armando Cavalieri, (Sec. Gral del Sindicato de Comercio) y Omar Maturano (Sec. Gral de La Fraternidad), realizaron declaraciones y lanzaron una campaña de afiches. ¿Por qué estos burócratas defienden tanto al gobierno de Isabel y evitan que se discutan los crímenes de la Triple A? Aquí, algunos ejemplos de la relación entre la represión paraestatal del gobierno peronista y la burocracia.


El germen
El 20 de junio de 1973, retornaba el General Perón a la Argentina. Desde el palco controlado por la Comisión Pro Retorno que Perón le había encomendado a López Rega y el Comando de Organización de Jorge Osinde, dispararon ‘el Negro’ Corea, Jorge Dubchack, y Alejandro Giovenco, todos custodios de la UOM, junto a los ‘culatas’ de la UOCRA y el SMATA.


José Ignacio Rucci, que se encargará de recibir y proteger a Perón aquel día de lluvia, era uno de quienes intentaban organizar la ‘policía interna’, como gustaba llamar, pero cayó muerto en septiembre de 1973. Perón decide organizar la represión de la izquierda y de la vanguardia obrera. “Lo que hace falta en Argentina es un ‘somatén’”, había dicho tiempo antes en Madrid. El “somatén” fue un grupo paramilitar que actuó en Cataluña a principios del siglo XX contra los obreros anarquistas, que luego sirvió de inspiración para el armado represivo del General Franco y su falange española.


Así, comienzan a actuar el Comando José Rucci, la Alianza Libertadora Nacionalista, la Juventud Sindical Peronista (JSP), la Jotaperra, entre otros grupos, que quedarán centralizados más tarde bajo el paraguas de la Triple A.


La patria metalúrgica


Lorenzo Miguel era uno de los principales sostenes del gobierno de Isabel, a partir de su peso en la UOM y las “62 organizaciones”. Desde allí se dirigía la JSP, que era una de las bases de reclutamiento de los matones operativos de la Triple A.


Pero además, la CGT y ‘las 62’ colocaron a varios sindicalistas como vicegobernadores, y luego del Rodrigazo impulsan a Ruckauf y Cafiero como ministros de Trabajo y Economía, respectivamente. Estos hombres de la CGT y ‘las 62’ fueron piezas claves del gobierno peronista y el “Pacto Social”.


Además de las operaciones represivas, una batería de leyes apuntan a proscribir, penalizar y reprimir a las organizaciones de izquierda y la oposición obrera antiburocrática. Se intervienen sindicatos y se quitan personerías gremiales. Se impulsa la Ley de Asociaciones Profesionales; la Reforma del Código Penal; la Ley de Prescindibilidad contra los trabajadores estatales y la Ley de Seguridad 20.840.


Pero además, Lorenzo Miguel y ‘las 62’ se iban a encargar de financiar –luego de la partida de López Rega – el pasquín de la Triple A: la revista El Caudillo. Así se convertían en auspiciantes del terror. Desde allí se sostenía el lema ‘el mejor enemigo es el enemigo muerto’, suerte que corrían muchos de los trabajadores e intelectuales que salían en las listas negras difundidas en la revista.


‘Culatas’
Rodolfo Walsh investigó el funcionamiento de la Triple A y las patotas sindicales. Algunos de los custodios de Augusto Vandor formaron luego la patota de Gregorio Minguito, mandamás de la UOM Vicente López: Raúl Valdez, Luis Costa, Raúl Rávago y Oscar Coronel, por citar algunos. Walsh también denunció a dirigentes del SUTACA (sindicato del Automóvil Club Argentino), como Juan Carlos Sanguinetti, y a un grupo formado por custodios de Luz y Fuerza, relacionados con el policía Ramón Morales. Todos habrían sido integrantes de la AAA.


Según una investigación del periodista H. López Echagüe, las seccionales Avellaneda, San Martín, Córdoba y Bahía Blanca actuaban en complicidad con la Triple A, aunque sin dudas donde mayor participación tuvieron en la represión fue en el Gran Buenos Aires y Santa Fe. Medios periodísticos de la época llegaron a informar que en la sede nacional de la UOM se encontraron carteles con las inscripciones “muerto por subversivo”, que era común encontrar junto a los cadáveres sembrados por la banda.


Gatillo fácil
Gregorio Minguito y Victorio Calabró eran dirigentes metalúrgicos, miembros de las 62 organizaciones y responsables de buena parte del terror en la provincia de Buenos Aires. El primero, como dirigente de la UOM Vicente López, se empeñó en aplastar el surgimiento de los sectores combativos que venían recuperando comisiones internas en las metalúrgicas de la zona Norte. Por esos años se intervinieron decenas de organismos opositores y murieron asesinados delegados y activistas de Corni, Cormasa, Wobron, Fate, Eveaready, Ftiam y la sección metalúrgica de Astarsa, por citar algunos ejemplos. Minguito tenía su propio ‘ejército’ de matones, pero trabajaba en conjunto con las patronales y las comisarías de la Zona Norte.


Calabró fue mucho más allá: en enero de 1974 fue protagonista de un nuevo golpe de Perón junto a las 62 organizaciones. Oscar Bidegain, un gobernador relacionado con Montoneros, era obligado a renunciar “por complicidad con la subversión y los inflitrados”. Lo consideraban “inoperante” para enfrentar a las luchas obreras y la izquierda.


Calabró asumía como gobernador. Durante su gestión se ejecutaron las masacres de La Plata y Pacheco, el asesinato de trabajadores navales de Astarsa, Mestrina y Forte, y de ceramistas de la combativa seccional de Villa Adelina.


Aplastar la serpiente roja
Las patronales de Villa Constitución, junto a la dirección nacional del gremio y el gobierno de Isabel, elaboraron un plan para cortar ‘la víbora roja del Paraná’. Así, la Lista Rosa de la UOM comenzó a albergar a agentes parapoliciales como Raúl Ranure, quien organizaba la persecución y asesinato de activistas en la zona. Ranure organizaba la Juventud Sindical Peronista y secuestraba gente para torturarla, incluso en la sede del sindicato intervenido. La patota de la UOM actuaba en consonancia con Pellegrini y Aznares, jefes de producción y personal de Acindar. El 20 de marzo de 1975 formaron parte del operativo represivo que - integrado por más de 100 autos con policías, burócratas y militares encapuchados - asaltaron la ciudad en busca de activistas, con el resultado de más de 20 muertos y varios desaparecidos. La mayoría eran integrantes de la Lista Marrón, integrada por militantes clasistas y de gran influencia entre los obreros de la zona. Se habían alojado la noche anterior en el camping de la UOM San Nicolás y en dependencias de Acindar.


La mecánica del terror


Según la investigación de la cineasta Gaby Weber, “las listas de los trabajadores molestos de la Mercedes Benz las armaron en el sindicato SMATA, que dirigía José Rodríguez. El ministro de Trabajo Carlos Ruckauf, junto con Rodríguez, piden el despido de 115 trabajadores en 1975. Eso está documentado. Hasta el golpe, Ruckauf y Rodríguez son parte de la represión”. Algo similar pasó en la Ford, donde la oposición ganaba peso en el cuerpo de delegados, y la empresa junto al SMATA confeccionaban las listas negras. Ante el surgimiento de las coordinadoras y las huelgas de junio de 1975, el SMATA acusa como promotores de la huelga a “grupos minoritarios de provocadores”, y califica las medidas “sin razón y fundadas exclusivamente en los designios subversivos y golpistas de los agentes del caos” (Solicitada, 13/06/75). Ford despide a 292 trabajadores.


Se acerca el golpe
A los grupos de tareas de las FF.AA. se sumaban muchos matones sindicales. Las Tres A ya habían cumplido parte de su tarea. Tarea que no consistía única y principalmente en combatir a las organizaciones armadas, sino en eliminar a cientos de militantes y activistas obreros que venían siendo protagonistas de la recuperación de comisiones internas y cuerpos de delegados, y de gestas como el Cordobazo, el Villazo o las Coordinadoras del Gran Buenos Aires. En esa etapa se registraban un promedio de 30 huelgas por mes, en la mayoría de los casos con toma de planta, comenzando a cuestionar el poder capitalista. Se trataba, entonces, de destruir “el control de las fábricas por verdaderos soviets”, como reclamaba un volante de la Alianza Patriótica Argentina, en junio de 1975.


A pesar de la dureza de la represión, los golpes de la policía y las bandas eran respondidos. A cada compañero atacado, se contestaba con movilizaciones a las comisarías y huelgas.


El mismo día del golpe, las ‘62 organizaciones’ (que hoy lidera Venegas) publicaban una solicitada donde aseguraban que “el movimiento obrero siente un profundo respeto por sus Fuerzas Armadas (...) Ha sentido como propias las heridas que la guerrilla asesina infligiera a sus soldados. Sabe de sus valores y de la conciencia de Patria que las anima” (Clarín 24/3/1976).


No se metan con nosotros
Hoy se escucha: “creo que se sabía de la Triple A, pero no cómo se comandaba ni cómo actuaba”, dice Venegas. “Queremos saber por qué nadie reclama por los asesinatos de Rucci, Vandor, Kloosterman”, reclama Cavalieri, en una suerte de teoría de los dos demonios en defensa de quienes practicaron el ‘participacionismo’ en la dictadura de Onganía.


Todos los años, los jerarcas sindicales se juntan para homenajear a José Ignacio Rucci, sin olvidar una de sus consignas de batalla: “desplazar a la infiltración marxista del movimiento obrero”. Lo imita Omar Maturano, que cuando estalló la pueblada contra TBA en Haedo se apresuró a denunciar: “este fue Reynoso y otros dirigentes de ultraizquierda que buscan manchar la democracia y desestabilizar” (Clarín 2/11/2005).


Ahora pretenden imitar a El Caudillo con sus afiches amenazantes: “No jodan con Perón”, dicen. Aunque en realidad quieren decir: “no se metan con nosotros”.

 

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