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Partido de los Trabajadores Socialistas
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La Segunda Internacional (II): La socialdemocracia ante la nueva época y la revolución
Por: Emilio Salgado , Jazmín Jimenez

18 Jul 2013 | El movimiento obrero a través de su historia se ha organizado internacionalmente para enfrentar a los capitalistas y luchar por una sociedad libre de explotación y opresión poniendo en pie cuatro Internacionales. En esta sección de LVO presentamos una serie de artículos sobre esta historia, con sus debates, sus luchas y sus lecciones. Esta quinta (...)

Una nueva época de crisis, guerras, y revoluciones  

Como vimos en la nota anterior, entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, van a ser años de importantes avances en la organización del movimiento obrero, tanto sindical como política, donde la II Internacional tuvo un papel protagónico.

Este desarrollo coincidía con la transición del capitalismo hacia una nueva fase histórica: su etapa imperialista. Pero ¿cuáles eran sus características?

En primer lugar, aparecen los monopolios en reemplazo de la libre competencia, porque la producción y el capital se concentran y centralizan cada vez más. Aunque la competencia no desaparece del todo sino que se mantiene generando contradicciones y conflictos muy agudos. Una segunda característica, ligada a la anterior, es la aparición del capital financiero, que es el capital bancario, de unos pocos grandes bancos monopolistas fusionado con el capital de las asociaciones monopolistas de la industria. El tercer rasgo fundamental del imperialismo es que los países dominantes ya no sólo exportan mercancías y utilizan como fuentes de materias primas a las colonias y semicolonias, sino que además va a tener una gran importancia la exportación de capitales, es decir, que comienzan a producir directamente en estos países. De esta forma surge un cuarto aspecto que es el de la formación de asociaciones capitalistas monopolistas internacionales que se reparten el mundo. Por lo cual el mundo queda dividido en un puñado de países imperialistas que expoliaban a la mayoría de los países coloniales y semicoloniales. Finalmente, la quinta característica de esta etapa, es que las grandes potencias habían terminado de repartirse los territorios de todo el mundo y las nuevas potencias que habían emergido más tardíamente querían una redistribución del control del mundo colonial. Esta competencia era la que aumentaba las tensiones y la tendencia a la guerra entre ellas.

Lenin señalaba que todos estos elementos planteaban una profundización de las contradicciones del capitalismo. Sin embargo, no todos los miembros de la Segunda Internacional tenían acuerdo con este pronóstico, había quienes interpretaban que esta nueva etapa vería atenuar las contradicciones y que evitaría que siguieran produciéndose crisis económicas de forma recurrente. El primero en teorizar sobre esto, fue Rudolf Hilferding, dirigente del Partido Socialdemócrata Alemán, que consideraba al imperialismo como una etapa necesaria del desarrollo del capitalismo y una superación del libre comercio.

Al contrario de Hilferding, que veía que conduciría a la paz, para Lenin lo que se abría, con el surgimiento del imperialismo era una nueva época de guerras, crisis y revoluciones.

La revolución rusa de 1905

Habían pasado más de 30 años desde que los trabajadores franceses combatieran heroicamente en defensa de La Comuna. La clase obrera ya no era la misma, había aumentado enormemente su poder social y su capacidad organizativa. Sin embargo, la memoria de la revolución se había hecho difusa y crecían las expectativas en un avance evolutivo hacia el socialismo. Pero no era un siglo de “evolución pacífica” el que comenzaba, sino al contrario, uno de grandes convulsiones. La antesala ocurrió en Rusia en el año 1905.

Rusia seguía gobernada por una monarquía absolutista: el zarismo. La mayor parte de la población era campesina y continuaba viviendo y produciendo como en la Edad Media. Sin embargo, producto de la exportación de capitales financieros de los países imperialistas europeos, importantes ciudades rusas se industrializaron en un breve período de tiempo, dando nacimiento a una joven y concentrada clase obrera que hacía su debut en sucesivas huelgas que desestabilizaban al zarismo. El gobierno quiso frenarlas en el intento degenerar un clima de unidad nacional, buscando una pequeña victoria militar. Por lo cual el 9 de febrero de 1904, Rusia le declara la guerra a Japón. En pocos meses esta monarquía demostrará su inutilidad, en el único terreno donde aún conservaba algún prestigio, perdiendo la guerra.
Así llegó 1905, los primeros días de enero se desató la huelga en San Petersburgo y el 9 se movilizaron más de 200 mil obreros, para reclamarle al zar Nicolás Romanov libertades públicas, separación de la Iglesia y el Estado, jornada de ocho horas, salario normal, cesión progresiva de las tierras al pueblo y una Asamblea Constituyente elegida por sufragio universal. La respuesta del zar fue disparar a mansalva contra los manifestantes: los muertos fueron cientos y miles los heridos, ese día pasó a la historia como el “Domingo Sangriento”. Sin embargo, no terminó allí, los meses siguientes serán muy convulsivos y en octubre comienza un nuevo proceso de huelgas que se extenderá rápidamente. La huelga va tomando un carácter cada vez más político, conmoviendo la opinión pública de toda Europa y también la de los socialistas europeos que menospreciaban los métodos de la huelga general.

Al calor de esta huelga general, la clase obrera necesitó una organización que agrupara a las masas y en donde confluyeran todas las corrientes del proletariado. Así, el 13 de octubre, nació el primer Soviet (consejo) de Diputados Obreros. Nadie había propuesto hasta ese momento una forma de organización más democrática. Se elegía un delegado cada quinientos obreros y su mandato era revocable. El Soviet comenzó a asumir funciones de gobierno, como poner en práctica la libertad de prensa y organizar patrullas que protegieran a la población, tomó el control de correos, telégrafos, ferrocarriles e intentó establecer la jornada de ocho horas. No era sólo una herramienta adecuada para la lucha de la clase obrera contra la burguesía y el zarismo, sino que además demostraba tener una gran potencialidad como base para un nuevo tipo de Estado, es decir para un Estado Obrero.

En diciembre arrestan a los miembros del Soviet de San Petersburgo, entre ellos a León Trotsky, que recientemente había asumido la presidencia del mismo. El Soviet de Moscú llama a la huelga general intentando transformarla en una insurrección armada. En las calles de la ciudad se lleva adelante una heroica batalla pero los trabajadores fueron derrotados después de haber mantenido a raya a la guarnición local durante diez días. Lenin decía que para poder triunfar una insurrección debe apoyarse en la clase más avanzada, estar respaldada por el ascenso del pueblo revolucionario, y que coincidan, en el mismo momento, la mayor actividad de la vanguardia del pueblo y la mayor vacilación de los enemigos y los amigos a medias. Dadas estas condiciones, es indispensable que la clase obrera cuente con un partido revolucionario con la suficiente organización, experiencia e influencia, para lograr el triunfo a través de una estrategia para la toma del poder.

En 1905, el movimiento no pudo lograr la coincidencia de todas estas condiciones. Sin embargo, la revolución rusa del ’05 se transformaba en el gran ensayo general del proletariado revolucionario que inspiraría al ala izquierda de la Segunda Internacional.
 
La irrupción de la revolución y la Segunda Internacional

La irrupción revolucionaria de las masas rusas, el desarrollo de la huelga general, la formación de los consejos obreros (soviets) y la insurrección encabezada por los bolcheviques en Moscú, planteaban un nuevo marco. 1905 fue un soplo de aire fresco sobre toda Europa, después de los 35 años transcurridos desde la Comuna de París, puso en movimiento corrientes revolucionarias en los distintos países, tanto en los imperialistas como en las colonias. Así sucedió en Alemania, Austria, Bélgica, Rumania, India, China. La burguesía imperialista tuvo que dar algunas concesiones democráticas. A su vez distintos partidos socialistas llamaron a acciones de solidaridad internacional por el triunfo de la revolución rusa. Las diferentes tendencias políticas que existían en la Internacional también se vieron afectadas. Las antiguas concepciones se habían puesto en discusión. La época imperialista venía a mostrar que no había que esperar a que la revolución empezara en un país avanzado. El ala izquierda de la Segunda Internacional, conformada entre otros por Rosa Luxemburgo, Mehring, Liebknecht, Lenin y Trotsky, se vio fortalecida confluyendo en aquel momento con importantes dirigentes del ala centro como Kaustky y Bebel.

La vuelta de la revolución, de la mano de la joven clase obrera rusa ponía en evidencia el rutinarismo en el que habían caído los partidos más numerosos de la Segunda Internacional y que, como en el Partido Socialdemócrata Alemán, contaban con una clase obrera de gran tradición.

Como señalaba Rosa Luxemburgo, “Esos dirigentes sindicales y parlamentarios que consideran que el proletariado alemán es ‘demasiado débil’ y que las condiciones en Alemania ‘no están lo suficientemente maduras’ para la lucha revolucionaria de masas, evidentemente no tienen la menor idea de que la medida del nivel de madurez de las relaciones de clase en Alemania y de la fuerza del proletariado no reside en las estadísticas del sindicalismo alemán o en las cifras electorales, sino en los acontecimientos de la Revolución Rusa.”

La revolución rusa de 1905 pondría en un nuevo nivel el debate sobre estrategias en la Internacional. En 1906, Rosa Luxemburgo escribió “Huelga de masas, partido y sindicatos”, luego de 34 años sin revoluciones, en los cuales, impulsada por los sucesivos avances electorales, para la socialdemocracia el parlamentarismo ya se había constituido en “la vieja táctica probada”, enfrentada a la idea de la huelga general y, cada vez más, al desarrollo de la acción extraparlamentaria en general del movimiento obrero.

Como veremos en la próxima entrega de LVO, este será un debate fundamental que a su vez se cruzará con las discusiones sobre cómo enfrentar la guerra mundial para la que la burguesía se estaba preparando cada vez más decididamente. 


Rosa Luxemburgo 1871-1919

Una de las principales revolucionaras del siglo XX. Gran teórica del comunismo alemán y autora de importantes libros. Nació en Polonia. En 1893 fundó el Partido Socialdemócrata Polaco. En 1897 comenzó a participar en el movimiento socialista alemán. Inició, junto a Mehring y Plejanov, la lucha contra el revisionismo en la II Internacional. En el Congreso de 1907 del partido ruso apoyó a los bolcheviques contra los mencheviques en todos los problemas claves de la Revolución Rusa. Propuso junto a Lenin la resolución revolucionaria contra la guerra. En prisión desde 1915, colaboró en el trabajo de la Liga Espartaco. Fue liberada en 1918, luego de la revolución y participó en la creación del Partido Comunista. Fue arrestada y asesinada junto a Liebknecht en enero de 1919.

Trotsky escribía ante la noticia de su asesinato: “Ferdinand Lasalle ya escribió sobre el esfuerzo físico del pensamiento y la tensión sobrenatural de que es capaz el espíritu humano para vencer y superar obstáculos materiales. Esta era la energía que comunicaba Rosa Luxemburg cuando hablaba desde la tribuna, rodeada de enemigos. Y tenía muchos. A pesar de ser pequeña de talla y de aspecto frágil, Rosa Luxemburg sabía dominar y mantener la atención de grandes auditorios, incluso cuando eran hostiles a sus ideas. Era capaz de reducir al silencio a sus más resueltos enemigos mediante el rigor de su lógica, sobre todo cuando sus palabras se dirigían a las masas obreras”.

 

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