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Walsh, los periodistas K y el crimen de Mariano

El asesinato de Mariano Ferreyra dejó al descubierto los métodos de la burocracia sindical peronista. El lugar donde comenzaron los hechos, Avellaneda, llevó directamente a relacionar éste con otros crímenes, como los de Darío y Maxi en junio del 2002 y el asesinato de Rosendo García y otros militantes obreros de la UOM en 1966, ocurridos en la misma región y con fuertes connotaciones políticas.

Fernando Rosso

28 de octubre 2010

Walsh, los periodistas K y el crimen de Mariano

El asesinato de Mariano Ferreyra dejó al descubierto los métodos de la burocracia sindical peronista. El lugar del crimen o, mejor dicho, el lugar donde comenzaron los hechos, Avellaneda, llevó directamente a relacionar éste con otros crímenes, como los de Darío y Maxi en junio del 2002 y el asesinato de Rosendo García y otros militantes obreros de la UOM, ocurrido en 1966 en la Confitería Real (también en Avellaneda). Crímenes de distinta naturaleza, pero ocurridos en la misma región y con fuertes connotaciones políticas. Sobre aquellos crímenes Rodolfo Walsh hizo una profunda investigación y una denuncia periodística y militante, publicada en el semanario CGT de los Argentinos. Allí Walsh demuestra que el tiroteo en Avellaneda había sido planeado por el mismo Vandor.
Tras el asesinato de Mariano Ferreyra y el cuestionamiento generalizado que comenzó a hacerse de la burocracia sindical, periodistas, militantes e intelectuales K, mientras afirmaban que debía encontrarse y juzgarse a los culpables, alertaban y llamaban a poner “límites” a las críticas a la burocracia. Desde la misma Cristina hasta varios periodistas de Página/12, pasando por los integrantes de 678; así como muchos “blogeros” peronistas o kirchneristas se sumaron al coro de una supuesta defensa del “movimiento obrero organizado”. El argumento central es que cuestionar a la burocracia y sus métodos que tienen una relación directa con el asesinato de Ferreyra, podía hacerle el juego a la derecha que quiere debilitar y desprestigiar al movimiento obrero y a su organización. Frente los mismos cuestionamientos, Walsh, respondió claramente por qué era importante denunciar el conjunto de las prácticas de la burocracia sindical vandorista, que hoy se mantienen y reactualizan.

Dice Walsh: “la publicación de mis notas en CGT mereció algunas objeciones, en particular de ciertos intelectuales vinculados al peronismo. Existía según ellos el peligro de que la denuncia contra un sector sindical fuese instru mentada por la propaganda del régimen contra todo el movimiento obrero. Se mencionaban precedentes: cinco días después del episodio de Avellaneda, La Prensa había publicado un editorial titulado ‘Entre Ellos’, que exhalaba ese odio inconfundible, a veces cómico, que profesa contra la clase trabajadora en general. (…) El silencio que rodeó esta campaña prueba que el interés real de ese periodismo era mantener el misterio que borraba las diferencias ‘entre ellos’. Cuando resultó que ‘entre ellos’ no estaban solamente algunos ‘dirigentes gremiales adictos a la tiranía depuesta’, sino la policía, los jueces, el régimen entero, el desagradable asunto volvió al archivo. (…) Quedaba todavía una punta de objeción, que se expresaba así: Vandor, con sus errores y sus culpas, era de todas maneras un dirigente obrero; el tiroteo de La Real, un episodio desgraciado.

Si alguien quiere leer este libro como una simple novela policial, es cosa suya. Yo no creo que un episodio tan complejo como la masacre de Avellaneda ocurra por casualidad. ¿Pudo no suceder? Pero al suceder actuaron todos o casi todos los factores que configuran el vandorismo: la organización gangsteril; el macartismo (‘Son trotskistas’); el oportunismo literal que permite eliminar del propio bando al caudillo en ascenso; la negociación de la impunidad en cada uno de los niveles del régimen; el silencio del grupo sólo quebrado por conflictos de intereses; el aprovechamiento del episodio para aplastar a la fracción sindical adversa; y sobre todo la identidad del grupo atacado, compuesto por auténticos militantes de base.”

Más adelante Walsh relaciona los crímenes y afirma que tienen “total coherencia” con los acuerdos de la burocracia para avalar despidos y comprar comisiones internas para cerrar empresas, con los negocios de “dirigentes dóciles” y con elecciones fraguadas con el aval de la Secretaría de Trabajo. Y termina con esta afirmación lapidaria: “el vandorismo aparece así en su luz verdadera de instrumento de la oligarquía en la clase obrera, a la que sólo por candor o mala fe puede afirmarse que representa de algún modo. (…) Vandor ha vuelto a ser en 1969 el principal obstáculo para una política obrera independiente y combativa”. (Rodolfo Walsh, ¿Quién Mató a Rosendo?, Ediciones de la Flor)
Flaco homenaje le hacen a Walsh los periodistas que defienden al gobierno y en muchos casos se consideran sus continuadores, al pretender ocultar que el asesinato de Mariano Ferreyra es “coherente” con una burocracia sindical “gansteril”, que para defender sus privilegios (su participación en empresas con la patronal, viviendo de la explotación de los tercerizados) atacó a los trabajadores y pretende eliminar cualquier oposición interna persiguiendo delegados de base (algo compartido con la inmensa mayoría de los gremios de la CGT). Sólo por “candor o mala fe” puede afirmarse que ésta es la “representación genuina” del movimiento obrero.

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