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Las masas palestinas bajo fuego

22 de octubre 2001

Este es un hecho inédito en los más de cincuenta años de existencia del estado sionista. Unos meses atrás, el 27 de agosto, el ejército israelí había asesinado al máximo dirigente del FPLP como parte de su política de “asesinatos selectivos” de dirigentes y activistas de la Intifada. Ya son 70 los “ejecutados” por el estado de Israel, que se suman a los casi 800 muertos palestinos desde que comenzó el levantamiento hace un año atrás. Zeevi era un símbolo de la extrema derecha sionista, representante de los colonos, asesino de palestinos durante sus años en el ejército en los que se dedicó a lanzar una verdadera cacería contra militantes de la OLP en los llamados “territorios ocupados” y autor del plan de “transferencia voluntaria”, es decir, la expulsión de los palestinos de sus territorios hacia otros países árabes vecinos.
El gobierno de Sharon respondió con una nueva escalada militar, pretendiendo presentar su guerra de baja intensidad para mantener la ocupación colonial israelí contra las masas palestinas como parte del “combate contra el terrorismo”, emulando a su jefe, George Bush. Inmediatamente después de los hechos, fueron asesinados tres activistas de Fatah en Belén, entre ellos el principal dirigente de la milicia Tamzin Atef Abayat.
Al cierre de esta edición, se estaban viviendo las jornadas más sangrientas de los últimos meses en los territorios palestinos. Los tanques y las tropas israelíes que incursionaron en Belén, Jenín, Ramalá y otras ciudades de la Franja Occidental, enfrentaron la resistencia de la población, dejando hasta el momento un saldo de veinte palestinos muertos en sólo tres días.

Arafat contra la Intifada

El asesinato de Zeevi ocurrió en el momento en que el presidente del gobierno palestino Yasser Arafat se ha alineado con Estados Unidos en la “coalición antiterrorista”. Para ganarse la confianza de las potencias imperialistas, Arafat había prohibido toda movilización de repudio a los bombardeos contra el pueblo afgano, y se había comprometido a sostener un “cese del fuego” a pesar de que el gobierno de Sharon había dado nuevo impulso a su política de “asesinatos selectivos”. Esta nueva y gravísima traición está llevando a Arafat a enfrentarse abiertamente con su pueblo. El primero de estos enfrentamientos ocurrió el 8 de octubre, durante una movilización en la Franja de Gaza en repudio a los ataques imperialistas contra Afganistán, en la que miembros de la organización islámica Hamas portaban retratos de Osama Bin Laden. A la movilización inicialmente llamada por los estudiantes de la Universidad Islámica, se sumaron los de la universidad Al Azhar, dirigida por Fatah, el movimiento político al que pertenece Arafat. Por primera vez desde 1994, la policía de la Autoridad Palestina abrió fuego contra los manifestantes, asesinando a tres, uno de ellos un niño de 12 años, lo que encendió la ira contra Arafat. Estos últimos hechos profundizaron la brecha entre las masas y la Autoridad Nacional Palestina. La situación interna de Arafat se ha deteriorado cualitativamente, presionado por el ataque militar israelí y la rebelión de su propio pueblo que rechaza los nuevos intentos de “pax americana” y los bombardeos a Afganistán. El entierro del dirigente de Fatah, Abayat, se transformó en una movilización de 30.000 palestinos que, como describe un cronista “ fue tanto una protesta contra la Autoridad Palestina como un acto de desafío contra la invasión israelí” (The Economist, 22-10). Las exigencias del gobierno de Sharon de que Arafat extradite a Israel a los responsables del asesinato de su ministro. Pero difícilmente Arafat pueda cumplir esas exigencias, a menos que desate una verdadera carnicería contra su propio pueblo.

Las dificultades para imponer una "Pax Americana"

Después de los atentados del 11 de septiembre, Estados Unidos empezó a presionar para lograr un nuevo “acuerdo de paz” entre israelíes y palestinos. Pretende con esta maniobra desactivar la intifada palestina -una de las luchas de masas más importantes que amenazan con incendiar Medio Oriente- y mantener a los gobiernos árabes y musulmanes en su “coalición antiterrorista”. Sin embargo, esta política ha acelerado las contradicciones. El plan del imperialismo, definido como “dos pueblos, dos estados”, incluye el reconocimiento de un “estado palestino” al estilo del establecido en los acuedos de Oslo, es decir un semiestado sin unidad territorial, sin política exterior, sin fuerzas armadas propias y a condición de que los cuatro millones de refugiados que viven en campamentos miserables en los países vecinos, renuncien definitivamente a su derecho al retorno a sus tierras. Este plan fue rechazado tanto por la derecha israelí como por las masas palestinas, precipitó una crisis en el gobierno israelí y debilitó aún más internamente a Arafat.
El gabinete de Sharon, integrado por la extrema derecha sionista, el Likud y el partido laborista, está profundamente dividido. Aunque Sharon repite que el objetivo de la actual escalada militar no es reocupar las zonas palestinas o destruir a la Autoridad Palestina, no se puede descartar que los hechos terminen tomando esta dinámica. Ya públicamente miembros de su gobierno plantean que hay que combatir al gobierno palestino “del mismo modo que Estados Unidos combate al régimen talibán”. Pero también se escuchan las voces de los laboristas que alertan que las intervenciones militares pueden ir llevando a Israel a repetir la experiencia de la guerra en el Líbano en 1982, que empezó como una incursión militar y se transformó en una ocupación de 17 años, altamente impopular, de la que a Israel le costó mucho salir. Ahora Arafat le pide a las potencias imperialistas asesinas del pueblo afgano, que “ayuden a las masas palestinas” y que presionen a Israel para que cese su ofensiva. Sin embargo, Estados Unidos le exige que primero persiga y encarcele a los sectores más radicalizados del levantamiento palestino y que reprima a los que repudian el ataque a Afganistán. Todavía no está claro cómo se resolverá esta crisis. Pero ya la situación en Medio Oriente está mostrando qué difícil le está resultando al imperialismo y sus aliados tratar de poner fin a la lucha por la liberación nacional del pueblo palestino, que goza de la simpatía de la gran mayoría de las masas árabes y musulmanas y que por lo tanto es un peligro permanente para la marcha de la guerra imperialista en Afganistán.
El repudio que generan los bombardeos contra Afganistán en los países árabes e islámicos como el levantamiento palestino, son procesos que este momento se retroalimentan porque expresan el odio y el hartazgo de las masas frente a la opresión imperialista y de sus aliados locales. guerras”.

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