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NACIONAL

La seguridad democrática en remiendo

La capitulación a las demandas policiales de aumento de salarios e impunidad demuestra la cobardía de los gobiernos nacional y provinciales abonando el terreno a salidas derechistas.

Miguel Raider

19 de diciembre 2013

La seguridad democrática en remiendo

La capitulación a las demandas policiales de aumento de salarios e impunidad demuestra la cobardía de los gobiernos nacional y provinciales abonando el terreno a salidas derechistas. No casualmente el gobierno ordenó al Ejercito y Gendarmería estar en “estado de apresto” (disponibilidad en todo momento) para auxiliar los patrullajes urbanos, según establece el artículo 27 de la Ley de Seguridad Interior.
Cuestionados por una amplia franja progresista Cristina, Capitanich y los iluminados de Carta Abierta se acuerdan que “la policía organiza la delincuencia” y encima tiene “vestigios de la dictadura”. ¿Por qué entonces montaron un “comando antisaqueos” con las mismos instigadores de los saqueos, y bajo supervisión de la DEA?
Se quieren lavar la cara con un proyecto de ley para penar a los efectivos que dejen de prestar servicios. En realidad tanto el gobierno como la oposición patronal fortalecieron a la policía, impulsando la mano dura y legitimando a Granados al frente de la seguridad bonaerense, quien venía de lanzar “escuadrones de la muerte” contra jóvenes pobres en Ezeiza y Esteban Echeverría.

La flamante ministra de Seguridad María Rodríguez quedó dibujada bregando por la “seguridad democrática”, que pasó a boxes en medio de los motines. Enseguida salieron los diseñadores de esa doctrina de Estado a intentar remendarla. El ex ministro León Arslanián señaló que “hay que hacer o hacer la reforma policial, no queda ningún otro camino. La policía sigue siendo napoleónica, autogobernada. Si no se la descentraliza… es el cuento de nunca acabar”. Horacio Verbitsky y el CELS sostuvieron que la “democratización” depende del “control político” y de “estándares mínimos de formación”. El diputado de Nuevo Encuentro Marcelo Saín dijo “que hay un desmanejo político de la policía”, de lo que se desprende “su autonomización respecto de la regulación estatal”, agregando la propuesta de formar fuerzas municipales con “policías más pequeñas” que faciliten el control, como también propuso el juez de la Corte Eugenio Zaffaroni.

Una banda de delincuentes irreformable

Los paladines de la seguridad democrática omiten que gran parte de esas reformas ya se aplicaron en las tres gestiones de Arslanián y la de Nilda Garré. Y a pesar del “control político”, la “formación” y las purgas que expulsaron a miles de efectivos, la policía sigue siendo una banda de delincuentes irreformable que constituye la principal fuente de inseguridad para la población civil. Por eso hay que disolverla.
El “control civil” contra el “autogobierno policial” no desarticula para nada sus negocios ilegales. Es el mismo aparato del Estado que ampara el espionaje y las actividades clandestinas financiadas con fondos reservados (sin control y hasta amparadas en leyes secretas) el que habilita una “autonomización” de la policía para desarrollar y administrar el gran delito, como demostraron las narcopolicías de Santa Fé y Córdoba.

La “descentralización” en policías municipales más que un remedio generaría una nueva enfermedad con la institucionalización de las patotas de los intendentes y sus mafias. ¿Acaso “policías más pequeñas” como las 2400 distritales en EE.UU. no son tan brutales e incontrolables como la Metropolitana de Macri?

La “seguridad democrática” terminó de adquirir cuerpo con la creación del Ministerio de Seguridad en diciembre de 2010, no para “democratizar” a las fuerzas de seguridad sino para defender la propiedad privada cuestionada tras los sucesos del Parque Indoamericano, donde miles de trabajadores inmigrantes exigían el derecho a la vivienda. Por eso la policía no puede dejar de ser “napoleónica”, pues remite a su misma génesis en el régimen del Consulado, tras el golpe de Estado del 18 Brumario (9 de noviembre) de 1799, que cerró el ciclo de la Revolución Francesa. Napoleón y el jacobino Fouchet fundaron la policía (tal como la conocemos) en procura de proveer “orden” a la alta burguesía en defensa de su propiedad. La policía puede cambiar su forma (mano dura, seguridad democrática) pero jamás su naturaleza.

Como dice el programa del FIT, “hay que reemplazar el aparato de represión de este Estado, que está al servicio de los explotadores, por organizaciones de los trabajadores mismos, en el camino de la lucha por su propio gobierno”.

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