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Historia

Lenin y la historia del Partido Bolchevique - TERCERA CONFERENCIA (Parte I)

La revolución de 1905

13 de julio 2006

Sobre la “libertad de crítica” y la importancia de la teoría
Antes de comenzar con el tema central de esta conferencia, la revolución de 1905, quería hacer una breve acotación a una cuestión que Lenin planteaba en el Qué Hacer, trabajo que analizamos en la reunión anterior. Recordemos que sobre esta publicación, destacamos fundamentalmente dos ejes. Uno en referencia a la relación entre espontaneidad y conciencia –la concepción que Lenin toma de Kautsky, que a la clase obrera, la conciencia socialista le viene “desde afuera”-. Esto significa que, en los períodos no revolucionarios, las luchas obreras por sí mismas llegan a una conciencia “tradeunionista” y no, directamente, al programa marxista. Éste, si bien está relacionado con la existencia objetiva del capitalismo, fue históricamente un producto propio de la actividad de los intelectuales revolucionarios (como el mismo Marx, e incluso Plejánov quien, en la historia del marxismo ruso, trazó su programa en lucha con los populistas, pero no como producto de una relación o mecánica con las luchas del movimiento obrero). Aunque, frente a los acontecimientos revolucionarios de 1905, Lenin modifica relativamente esta concepción dando un nuevo valor a la espontaneidad revolucionaria de las masas, sus consideraciones sobre este punto se repetirán para los períodos en los cuales la lucha de clases seamenor o se de en el terreno económico
Habíamos señalado otro aspecto relevante del Qué Hacer, la discusión que Lenin establece entre la política tradeunionista y la política socialdemócrata1. Habíamos visto que el sindicalismo no implicaba una aversión hacia todo tipo de política, sino que en general, el tradeunionismo se correspondía con una política reformista: se acepta la política siempre y cuando se luche por reformas sociales en los marcos parlamentarios. Esto fomenta en el marxismo ruso una estrecha relación entre el economismo y el bernsteinianismo –el revisionismo de la socialdemocracia alemana, encabezado por Eduardo Bernstein-.
Pero ahora vamos a señalar brevemente otras cuestiones del Qué Hacer sobre las cuales no nos detuvimos anteriormente.
La primera tiene que ver con la polémica que establece Lenin sobre la “libertad de crítica”. Una de las principales discusiones era si, dentro de la socialdemocracia rusa, tenía que haber espacio para sostener cualquier posición. Y Lenin, claramente, va a señalar que lo que se planteaba bajo la denominación de “libertad de crítica”, era insostenible, ya que consideraba que había que enfrentar al revisionismo de Bernstein, delimitándose tajantemente; que la sola reivindicación de considerarse socialdemócrata no era suficiente para ser tal. Por eso, a esa particular reivindicación de la “libertad de crítica” –que, en realidad, sostenía que no tenía que haber claras fronteras entre revolucionarios y reformistas al interior de la organización revolucionaria- la denomina “filisteísmo pequeñoburgués”.
Junto con esto, hay otro aspecto muy importante que tiene el Qué Hacer: la gran pelea que da Lenin por la lucha teórica. En la discusión con los economistas, Lenin se enfrenta con una corriente que rebajaba enormemente el nivel del programa y la teoría marxista, alegando que era ininteligible para el obrero medio. Contra los autodenominados “prácticos”, Lenin sostiene entonces la importancia capital de la teoría marxista. Esto es un elemento fundamental, ya que una de las claves del leninismo es la que se expresa en el famoso apotegma de que “no hay práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria”.
Lenin, que pensaba que había que construir un partido fuertemente proletario, enraizado en la clase obrera, no tiene una concepción “obrerista”: todo el tiempo tiene en mente que, sin el debate teórico, político y programático, sin la intervención activa de la intelectualidad marxista revolucionaria en relación íntima, en fusión, con la clase obrera, la intervención meramente espontánea del movimiento obrero no irá más allá del sindicalismo.

El Acorazado Potemkin
Pasemos ahora al tema en el que centraremos esta conferencia. En la última oportunidad, comentamos los acontecimientos del Domingo Sangriento (ver LVO N° 194). Después de aquella jornada que fue reprimida duramente por las fuerzas zaristas, se extendió el movimiento huelguístico. En los diez años anteriores, el promedio anual de huelguistas era de 40.000 obreros; sólo en ese mes de enero cuando se desató el Domingo Sangriento, 450.000 trabajadores entraron en huelga. Esto significa que en un solo mes, ¡hubo tantos huelguistas como en los diez años anteriores!
Pensar que sólo unos días antes que se desate el Domingo Sangriento, el liberal Struve pronosticaba: “En Rusia no hay aún un pueblo revolucionario”.
Y habíamos señalado algunos de los debates que se dieron en ese momento entre bolcheviques y mencheviques, como el enfrentamiento de Lenin a la posibilidad de una salida negociada entre la burguesía liberal y el régimen autocrático. Recordemos que Lenin plantea la consigna de “Gobierno provisional revolucionario” y la lucha por la república, la cual considera incompatible con el zarismo y por lo tanto, una consigna motora de la lucha contra el régimen.
Los mencheviques, con un argumento aparentemente de izquierda, criticaban a Lenin de “seguidismo” a la burguesía liberal. La respuesta de Lenin era que la burguesía no tenía como política hacer una insurrección para barrer al zarismo, sino establecer una connivencia con él. Entonces, una revolución capaz de voltear a la autocracia tendría que ser el resultado de una insurrección de las masas campesinas y obreras: una revolución democrático-burguesa pero protagonizada por el proletariado y las grandes masas campesinas, es decir, una revolución plebeya. Aunque Lenin en ese entonces no tenía la concepción que la revolución contra el zarismo llevaría a la dictadura del proletariado-como plantearía Trotsky con su formulación sobre la “revolución permanente”- sino a una “dictadura democrática de obreros y campesinos”, se oponía a toda conciliación con la burguesía liberal, como plantaeban en los hechos los mencheviques.
Ante las protestas por el Domingo Sangriento, el zarismo había conferido mayor poder al ministro Trepov -el general que dirigirá las acciones contrarrevolucionarias contra las masas- combinando esta medida con algunos “guiños” hacia la burguesía liberal, de permitir una cierta apertura. El primero fue la conformación de una comisión para investigar las causas del descontento obrero. La otra táctica para ganarse a los liberales fue la promesa del llamado a una Duma.
Mientras tanto, espasmódicamente, se mantenía el proceso huelguístico. Uno de los hechos más importantes es el levantamiento del Acorazado Potemkin, retratado por Eisenstein en su célebre film, donde se ve a los marineros sublevarse junto a la población de Odessa y son, finalmente, reprimidos. Esto pone en evidencia que, para derrotar al zarismo, sería necesario ganarse al ejército y que, como lo demostraban los marineros del Potemkim, era posible.
Trotsky, haciendo un análisis de clase del ejército zarista, advierte que la mayoría de los marineros provienen, mayo del proletariado industrial; con mayores conocimientos y una forma de trabajo organizada de manera similar a la de las fábricas. De esto concluye que no es casual la participación revolucionaria de los marineros, sino que hay un origen social que explica el papel jugado por el Potemkim en 1905. También señala que la infantería del ejército está representada por los mujiks, quienes resultan mucho más dubitativos a la hora de provocar un levantamiento.
Estos acontecimientos sólo son un preámbulo de lo que serán los tres meses más concentrados de la revolución de 1905, octubre, noviembre y diciembre: la primera gran gesta del proletariado, después de la derrota de la Comuna de París en 1871, que dejó grandes enseñanzas sin las cuales no se hubiera podido dar la revolución rusa de 1917.

Se extiende el movimiento huelguístico
En octubre se inicia una huelga de tipógrafos en Moscú. Luego, va a continuar una huelga ferroviaria, que envuelve a nueve grandes ciudades del país. Esta huelga provoca gran conmoción para el régimen, ya que sin el ferrocarril no sólo se paraba la producción, sino que también se impedía el transporte de las tropas enviadas para reprimir.
A esta huelga se suman los metalúrgicos de San Petersburgo, con un carácter político, es decir, no es una huelga por reivindicaciones económicas propias, sino por el fin de la autocracia, por la amnistía para los luchadores presos y la exigencia de una convocatoria a una Asamblea Constituyente.
A partir de aquí, ésta será una característica de la mayoría de las huelgas que se desencadenan entre octubre y noviembre de 1905. De ahí que, más tarde, analizando los acontecimientos de 1905, Lenin planteará el papel importantísimo que tuvo la huelga general política de masas como el instrumento para desorganizar el poder del enemigo: tanto para paralizar el funcionamiento económico del capitalismo, como para dislocar, progresivamente, el aparato del Estado.
Más tarde la huelga abarca también a las fábricas textiles. La “Unión de las Uniones”, que reunía a médicos, abogados, etc también llama a participar adhiriendo a estas huelgas. Las universidades juegan un papel relevante: había autonomía universitaria, entonces los obreros participan en asambleas comunes con los estudiantes donde discuten cómo organizarse, qué acciones llevar adelante. La intelectualidad y los profesionales empiezan a simpatizar con el movimiento huelguístico.

El surgimiento de los soviets
Al calor de esta huelga general política, en cuyo centro se encontraba el proletariado, se va a desarrollar el primer soviet, en cuya reunión inaugural del 13 de octubre serán mayoría los obreros metalúrgicos. Pero día a día sumará más participación, transformándose en el centro dirigente de la actividad huelguística. Luego, se desarrollará otro soviet en Moscú y muy pronto surgirán organismos similares en otras ciudades.
Los delegados del soviet se elegían en las fábricas, cada 500 obreros y las empresas más pequeñas se unían regionalmente para votar su delegado, según esta proporción. Trotsky cuenta que en la primera sesión había solo algunas docenas de hombres. Y agrega “a mediados de noviembre el número de diputados llegaba a 56, entre ellos 6 mujeres. Representaban a 147 fábricas, 34 talleres y 16 sindicatos. La mayor parte de los diputados –351- pertenecían a la industria del metal. Desempeñaron un papel decisivo en el soviet, la industria textil envió 57 diputados, la del papel e imprenta 32, los empleados de comercio tenían 12 y los contables y farmacéuticos 7. Se eligió un comité ejecutivo el 17 de octubre, compuesto por 31 miembros: 22 diputados y 9 representantes de los partidos (6 para las dos fracciones de la socialdemocracia y 3 para los socialistas revolucionarios).”
El soviet de San Petersburgo tiene un órgano de prensa que se llama Isveztia que, como carecían de imprenta propia, se editaba cada vez en un lugar distinto, ocupando las imprentas de otros periódicos.
El movimiento va creciendo y se extiende nacionalmente, ante lo cual el zarismo duda si tener una línea dura o de negociación. Es así como la noche del 17 de octubre, se consigue lo que llamarán la “primera victoria de la revolución”. El zar edita un manifiesto donde consagra la legalidad para las organizaciones políticas, la defensa de los derechos individuales, promete el dictado de una Constitución y la convocatoria a elecciones.
Ante estas concesiones, las masas de San Petersburgo salen a las calles a festejar, arrancando las franjas rojas de las banderas rusas (que tiene tres franjas de colores azul, blanco y rojo) y enarbolándolas en señal de victoria.
Trotsky, que participa en el soviet desde la segunda sesión, se transforma en un gran orador. Destaca en particular en un mitin en el que intenta dialogar con las grandes ilusiones que estas concesiones del régimen habían despertado en las masas (ver recuadro).

1 En este caso, se entiende como sinónimo de “revolucionaria”.

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Glosario


Duma. En ruso, parlamento

Eisenstein, Serge (1898-1948). Director, montador y teórico cinematográfico soviético. Hijo de padre judío y madre eslava, estudió arquitectura y bellas artes antes de enrolarse en las milicias populares que participaron en la Revolución de Octubre. En el Ejército Rojo entró en contacto con el teatro, al trabajar como responsable de decorados y como director e intérprete de pequeños espectáculos para la tropa. Su primer contacto con el cine fue el rodaje de un pequeño cortometraje incluído en el montaje de la obra teatral El sabio. Empezó a interesarse activamente por el nuevo medio artístico y rodó el largometraje La huelga (1924), con una famosa secuencia por tratarse de la imagen de ganado sacrificado en el matadero, intercalada con otra de trabajadores fusilados por soldados zaristas. Alejado ya del Teatro Obrero, recibió el encargo de rodar una película conmemorativa de la Revolución de 1905 que se convertiría en su obra más célebre: El acorazado Potemkin (1925). Considerada uno de los mayores logros del cine mudo, la escena del amotinamiento en el barco y la vertiginosa escena de acción de la escalinata constituyen hitos decisivos en la configuración del lenguaje cinematográfico. Inmerso en la redacción de sus primeros ensayos sobre el montaje de atracción, realizó la genial Octubre (1927), reconstrucción de los decisivos acontecimientos revolucionarios de 1917, basada en la obra del periodista estadounidense John Reed, Diez días que conmovieron al mundo.

Filisteísmo. En este caso, sinónimo de hipocresía

Mujik. En ruso, campesino pobre.

Soviet. En ruso, consejo.

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Discurso de Trotsky del 18 de octubre de 1905

¡Ciudadanos! Ahora que hemos puesto el pie sobre el pecho de los bandidos que nos gobiernan, se nos promete la libertad. Se nos prometen los derechos electorales, el poder legislativo. ¿Y quién nos lo promete? Nicolás II. ¿De buena gana, por buena voluntad? Nadie se atrevería a pretenderlo. Comenzó su reinado felicitando a los cosacos por haber disparado sobre los obreros de Iaroslavl y, de cadáveres en cadáveres, llegó al Domingo Sangriento del 9 de enero. Hemos obligado al infatigable verdugo que tenemos sobre el trono a prometernos la libertad. ¡Buen triunfo! Pero no os apresuréis a cantar victoria: no es completa. Una promesa de pago no vale lo que una moneda de oro. ¿Creéis que una promesa de libertad sea ya la libertad? Aquel de vosotros que crea en las promesas del zar, que venga a decirlo aquí arriba: nos gustará contemplar a este ser extraño. Mirad en derredor vuestro, ciudadanos, ¿ha cambiado algo desde ayer? ¿Se han abierto las puertas de nuestras prisiones? ¿No escucháis, como antes, los gemidos y rechinar de dientes que resuenan en sus muros malditos? ¿Han regresado a sus hogares nuestros hermanos, desde el fondo de los desiertos de Siberia?...
–¡Amnistía! ¡Amnistía! ¡Amnistía!-, gritaron desde abajo.
Si el gobierno hubiese querido sinceramente reconciliarse con el pueblo, habría comenzado por conceder la amnistía. Pero, ciudadanos, ¿creéis que la amnistía lo es todo? Se dejará salir hoy un centenar de militantes políticos para detener mil mañana. ¿No habéis visto, al lado del manifiesto sobre las libertades, la orden de no escatimar munición? ¿No se ha disparado esta noche sobre el Instituto Tecnológico? ¿No se han ejecutado hoy cargas sobre el pueblo que escuchaba tranquilamente un orador? ¿No sigue siendo ese verdugo de Trépov el amo de San Petersburgo?
–¡Abajo Trépov!-, gritaron nuevamente desde abajo.
¡Abajo Trépov! Pero ¿creéis que es el único? ¿No hay en las reservas de la burocracia muchos otros truhanes que pueden reemplazarle? Trépov nos gobierna con la ayuda de las tropas. Los soldados de la guardia, cubiertos con la sangre del 9 de enero: ahí está su apoyo y su fuerza. Es a ellos a quienes ordena que no ahorren la munición para vuestras cabezas y vuestros pechos. ¡No podemos, no queremos, no debemos seguir viviendo bajo el régimen del fusil! ¡Ciudadanos, exijamos ahora que las tropas sean alejadas de San Petersburgo! Que no quede un soldado en veinticinco verstas a la redonda. Los ciudadanos libres se encargarán de mantener el orden. Nadie tendrá que sufrir ni arbitrariedad ni violencia. El pueblo tomará a todos y a cada uno bajo su protección.
–¡Que se aleje a las tropas de San Petersburgo!
¡Ciudadanos! Nuestra fuerza reside en nosotros mismos. Con la espada en la mano, hemos de tomar la guardia de la libertad. En cuanto al manifiesto del zar, ved: no es más que una hoja de papel. ¡Aquí está delante de vosotros y mirad: hago con ella un guiñapo! Nos la ha dado hoy, nos la quitaría mañana para hacerla pedazos, como yo desgarro en este momento, ante vuestras miradas, este papelucho de libertad...



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