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HISTORIA

La Segunda Internacional (IV) Se sientan las bases para una nueva organización mundial

Como vimos en la nota anterior, la Gran Guerra estalló producto de las contradicciones internas del capitalismo en su etapa imperialista y llevó al mundo a una catástrofe de magnitudes históricas.

Jazmín Jimenez

1ro de agosto 2013

La Segunda Internacional (IV) Se sientan las bases para una nueva organización mundial

La barbarie capitalista y la bancarrota de la II Internacional

Como vimos en la nota anterior, la Gran Guerra estalló producto de las contradicciones internas del capitalismo en su etapa imperialista y llevó al mundo a una catástrofe de magnitudes históricas. El mapa europeo se convirtió en un escenario infernal: hambrunas, canibalismo, epidemias, destrucción y millones de muertos reflejan la dimensión que tuvo esta carnicería. Como afirmaba Lenin, la guerra creaba condiciones de sufrimiento muy superiores a las habituales para las masas. Esto significa, por ejemplo, que tan sólo en el primer mes de la guerra el ejército ruso tuviese 70 mil muertos; los millones de campesinos alistados no tenían suficientes armas, por lo cual la primera fila combatía con rifles y la segunda esperaba con armas de madera y cuando los primeros caían estos tomaban las armas y continuaban la batalla; ese ejercito multitudinario contaba con sólo dos ambulancias en el frente; seis meses después de comenzado el enfrentamiento bélico Rusia ya contaba con un millón ochocientos mil muertos.

Sin embargo, durante la primera etapa de la guerra, la burguesía había logrado hacerle creer a la clase obrera que sus males se solucionarían derrotando al país “enemigo”, envenenándola con ideas chauvinistas (nacionalistas). Pero no sólo fueron víctima de este veneno las masas de trabajadores, sino también la gran mayoría de sus direcciones, es decir la mayoría de los partidos socialistas, que llamaban a la “defensa de la patria atacada”, apoyando de esta forma a las burguesías de sus países. Sólo se opuso una minoría, entre la que se encontraban los bolcheviques. 
Los internacionalistas se reagrupan.

La bancarrota de la Segunda Internacional, en el momento más crítico y de mayor responsabilidad, hacía imprescindible comenzar a sentar las bases para una nueva Internacional que reorganizara al movimiento socialista revolucionario, ya que los años siguientes serían “un vivero de revoluciones sociales”. En septiembre de 1915, se reúnen en Zimmerwald, un pueblo de Suiza, los socialistas de los diferentes países que se oponían a la guerra. Trotsky cuenta en su biografía: “Nos acomodamos como pudimos en cuatro coches y tomamos el camino de la sierra. La gente se quedaba mirando, con gesto de curiosidad, esta extraña caravana. A nosotros no dejaba de hacernos tampoco gracia que, a los cincuenta años de haberse fundado la Primera Internacional, todos los internacionalistas del mundo pudieran caber en cuatro coches. Pero en aquella broma no había el menor escepticismo. El hilo histórico se rompe con harta frecuencia. Cuando ocurre tal cosa, no hay sino que anudarlo de nuevo. Esto precisamente era lo que íbamos a hacer en Zimmerwald.”

En la Conferencia, que contó con la presencia de 38 delegados, costó gran trabajo acordar un manifiesto colectivo porque los participantes se encontraban divididos en dos alas. Se enfrentaron los internacionalistas revolucionarios, encabezados por Lenin, y el sector que se negaba a romper relaciones con los socialpatriotas. Lenin formó con los internacionalistas de izquierda el grupo de izquierda de Zimmerwald, en el que sólo los bolcheviques mantuvieron una posición acertada y consecuentemente internacionalista contra la guerra. Se aprobó un manifiesto en el que se calificaba de imperialista la guerra mundial; asimismo condenó la conducta de los “socialistas” que votaron por los créditos de guerra y tomaron parte en los gobiernos burgueses, y llamó a los obreros de Europa a desarrollar la lucha contra la guerra y por el establecimiento de un tratado de paz sin anexiones ni contribuciones.

La Segunda Conferencia se celebró en Kienthal, a fines de abril de 1916. Allí, el ala izquierda actuó más unida y fue más fuerte que en Zimmerwald. El manifiesto y las resoluciones aprobados en Kienthal fueron un nuevo paso en el desarrollo del movimiento internacional contra la guerra.

Ambas conferencias fueron un avance, ya que sirvió para agrupar a los elementos internacionalistas, y sentaron las bases de una nueva internacional; pero no formularon abiertamente el problema de la lucha contra el oportunismo, no adoptaron una posición consecuentemente internacionalista y no aceptaron las tesis fundamentales de la política de Lenin que quedó en minoría. Había total acuerdo en oponerse a la guerra imperialista pero no en el cómo. La posición mayoritaria era ambigua sobre cómo había que enfrentar la guerra, es decir, pocos apoyaban la política militar revolucionaria de Lenin, que significaba la transformación de la guerra imperialista en guerra civil y la derrota del gobierno propio en la guerra, como mal menor.

De la guerra imperialista a la guerra civil

La crisis económica, política y social, que traía aparejada la guerra, abría una situación revolucionaria (ver recuadro) principalmente en Europa, como ya se había empezado a ver en las huelgas de varios países, pero no se sabía por cuánto tiempo y si ésta desembocaría en una revolución inmediata. Para Lenin había que alentar la conciencia y la decisión del proletariado y enfrentar las posiciones nacionalistas, para ayudarle a pasar a acciones revolucionarias y a crear organizaciones que correspondan con dicha situación.

El análisis concreto de la situación de la guerra de rapiña imperialista y la barbarie moral a la que estaba llevando el capitalismo en su disputa por el reparto del mundo, le permitió a Lenin, mejor que ningún otro marxista, comprender que, como “la guerra es la continuación de la política por otros medios”,.Lenin sostenía que el problema no era qué país atacaba primero, sino que: “Durante decenios, casi desde hace medio siglo, los gobiernos y las clases dominantes de Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, Austria y Rusia practicaron una política de saqueo de las colonias, de opresión de otras naciones y de aplastamiento del movimiento obrero. Y esta política precisamente, y sólo ésta, es la que se prolonga en la guerra actual”.

A su vez, la lucha de clases no se detenía con la guerra imperialista, sino que ésta era la prolongación en grado extremo de sus contradicciones (políticas, económicas y sociales) del capitalismo. Por eso, una política internacionalista proletaria, es decir revolucionaria, era transformar la guerra imperialista de las naciones burguesas, en guerra civil contra los burgueses.

El pensamiento de Lenin se oponía a la “utopía” pacifista. Para él, aprovechar el estado de ánimo de indignación de las masas que querían la “paz” era un “deber” de los marxistas, pero asimismo, se oponía rotundamente a quienes decían que había que presionar por obtener la paz a los mismos capitalistas que habían llevado a la guerra: “no engañarán al pueblo dejándole creer que, sin un movimiento revolucionario se puede alcanzar una paz sin anexiones, sin opresión de las naciones y sin saqueos, una paz sin gérmenes de nuevas guerras entre los gobiernos de hoy y las clases dominantes en la actualidad. Quien desee una paz firme y democrática, debe pronunciarse en favor de la guerra civil contra los gobiernos y la burguesía”.

En síntesis, la apuesta estratégica de Lenin se comprobó efectiva en la realidad, un año más tarde, con la toma del poder en uno de los países que eran parte de esa guerra. Por lo tanto, si bien Zimmerwald y Kienthal fueron un avance, la organización de la III Internacional, como veremos, recién podría llevarse adelante una vez que los revolucionarios rompieran con quienes querían conciliar con la dirección de la Segunda Internacional y luego del triunfo de la Revolución Rusa.


"Una situación revolucionaria"

Las condiciones de barbarie que trajo la guerra y el descontento de las masas abrió una situación revolucionaria en Europa. Lenin decía: “los de arriba no pueden ya gobernar como antes; los de abajo no soportan ya ser oprimidos como antes; y esta doble imposibilidad se traduce en una repentina efervescencia de las masas.”

¿Cuáles son, en términos generales, los síntomas distintivos de una situación revolucionaria? 1) La existencia de una grieta, o diferencias profundas dentro de la clase dominante, frente al descontento de las clases oprimidas, a esto él lo llama “crisis en las alturas”; 2) El agravamiento, más de lo común, de la miseria y los sufrimientos de los “de abajo” y 3) Que esto genere un aumento en la actividad de las masas, que empujadas por la crisis, lleven adelante una acción histórica independiente, como un levantamiento revolucionario, que ponga en cuestión el poder de la clase dominante.

Pero para que esta situación revolucionaria ponga en jaque a un gobierno dependerá de un factor subjetivo, es decir, de “la capacidad de la clase revolucionaria de llevar a cabo acciones revolucionarias de masas lo suficiente fuertes para romper (o quebrantar) el viejo gobierno que nunca, ni siquiera en las épocas de crisis ‘caerá’ sino se le ‘hace caer’.”


La Revolución Rusa (I)

La misma guerra que había creado sufrimientos superiores a los habituales, creó también las condiciones para la revolución. A principios de 1917, producto del desgaste de tres años de guerra, se agudizó un proceso de huelgas y manifestaciones. El Día Internacional de la Mujer, el 23 de febrero en el calendario ruso, las obreras de distintas fábricas de Petrogrado se declaran en huelga y son seguidas por los obreros del barrio de Viborg, dirigidos mayoritariamente por los bolcheviques. El grito de “¡pan!”, constante en esos años, es reemplazado por “¡abajo la autocracia!” y “¡abajo la guerra!”, iniciando la insurrección que hará renunciar al trono, días después, al zar Nicolás II (rey del Imperio Ruso). La huelga se torna general y el Soviet de Petrogrado vuelve a nacer luego de 12 años, compuesto por delegados obreros y soldados (mayoritariamente campesinos armados durante la guerra). La revolución rápidamente se expande a Moscú y al resto de Rusia.
 En este período los bolcheviques eran una pequeña minoría en los soviets, la mayoría estaba en manos de los socialistas revolucionarios y mencheviques, partidos que buscaban conciliar con la burguesía, porque consideraban que la revolución, por sus tareas, era burguesa.

De esta forma, la Revolución de Febrero presentó una gran paradoja: las masas, hastiadas de la guerra y en lucha, habían llevado adelante una insurrección sin que ningún partido la preparara y cedían el poder a los soviets; pero éstos, dirigidos por los partidos conciliadores, le entregan el poder a la burguesía.

En este sentido, Trotsky explica que: “Estas masas, que no sólo niegan la confianza y el apoyo a la burguesía, sino que la colocan casi en el mismo plano que a la nobleza y a la burocracia y sólo ponen sus armas a disposición de los soviets. Y la única preocupación de los socialistas, a quienes tan poco esfuerzo ha costado ponerse al frente de los soviets, está en saber si la burguesía políticamente aislada, odiada de las masas y hostil hasta la médula a la revolución, accederá a hacerse cargo del poder”.

Mientras obreros, militantes bolcheviques y soldados, garantizaban en las calles el triunfo de la insurrección, surgirían dos instituciones políticas de características muy distintas: por un lado, el gobierno provisional dominado por la burguesía y los terratenientes, por el otro, el Soviet de diputados de obreros y soldados de toda Rusia. De esta forma se genera una situación de doble poder: el gobierno provisional, órgano de la burguesía y el Soviet, órgano de gobierno de obreros, campesinos y soldados. Los dos poderes eran irreconciliables, como los intereses de las clases a las que representaba cada uno. Sin embargo, en este momento, la mayoría en los Soviets estaba en manos de dos partidos, el socialrevolucionario y el menchevique, cuya estrategia era subordinarlos al poder burgués, ya que buscaban una alianza con la burguesía liberal. En esta situación transcurrirían los meses que van de febrero a octubre.

Durante el primer mes y medio de la revolución, la guerra continuaba a pesar de la demanda de “paz” de las masas. Entre los dirigentes del partido bolchevique que se encontraban en Rusia, Stalin y Kamenev, primaba el desconcierto y la confusión. El partido, recién salido de la clandestinidad y con sus dirigentes más experimentados todavía en el exilio, cayó preso de la vacilación; se fue imponiendo en el partido una línea de apoyo crítico al Gobierno Provisional. Recién el 3 de abril, Lenin pudo llegar a Petrogrado. Venía a cambiar la estrategia del partido. En su texto las Tesis de Abril planteaba cuál era la actitud que debían tener los socialistas frente a la guerra imperialista; afirmaba que había que enfrentar al Gobierno Provisional y explicitaba la necesidad de conquistar la mayoría de la clase obrera y los soviets. Para él los soviets, si rompían con la burguesía, podrían ser, no sólo organismos de autoorganización obrera, sino “la única forma posible de gobierno revolucionario” y la base para construir un nuevo Estado.

En la próxima entrega veremos cómo se desarrollara esta situación de “doble poder” durante los meses siguientes y cómo, finalmente en octubre, triunfa finalmente la revolución encabezada por el partido bolchevique.


La Guerra y la revolución

Transformar la guerra imperialista en guerra civil

Oponiéndose a toda posición pacifista, Lenin sostenía que “no engañarán al pueblo dejándole creer que sin un movimiento revolucionario se puede alcanzar… una paz sin gérmenes de nuevas guerras entre los gobiernos y las clases dominantes… Quien desee una paz firme y democrática, debe pronunciarse en favor de la guerra civil contra los gobiernos y la burguesía”.Ante la bancarrota de la II Internacional, Trotsky ya en 1914 decía que “la época revolucionaria creará nuevas formas de organización… Nos dedicaremos a este trabajo de inmediato, entre el rugir de las ametralladoras… y el patriótico aullido de los chacales capitalistas… Nos sentimos como la única fuerza creadora del futuro… mañana se levantarán bajo nuestra bandera millones que todavía hoy, 67 años después del Manifiesto Comunista no tienen nada que perder, sino sus cadenas”.


Antecedentes de la III Internacional

Ante la bancarrota de la II Internacional, Trotsky ya en 1914 decía que “la época revolucionaria creará nuevas formas de organización… Nos dedicaremos a este trabajo de inmediato, entre el rugir de las ametralladoras… y el patriótico aullido de los chacales capitalistas… Nos sentimos como la única fuerza creadora del futuro… mañana se levantarán bajo nuestra bandera millones que todavía hoy, 67 años después del Manifiesto Comunista no tienen nada que perder, sino sus cadenas”.

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