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¿Hacia una depresión económica internacional?

9 de noviembre 2001

Desde el 11 de septiembre las tendencias recesivas de la economía mundial y norteamericana no han hecho más que acelerarse. Esto no se puede comprender partiendo de la explicación vulgar e interesada de los economistas burgueses, que preveían una rápida reactivación y ahora se escudan en el hecho grave de los atentados para ocultar sus pronósticos errados. La situación actual refleja un agravamiento de tendencias que se venían acumulando, como podía verse en las estadísticas anteriores al atentado que ya mostraban un fuerte desaceleramiento económico.
Por primera vez desde 1991 la economía norteamericana tuvo un crecimiento negativo (-0,4% anualizado en el tercer trimestre). La producción industrial cayó un 5,8% en lo que va del año. La inversión ha caído en picada y la tasa de desempleo subió al 5,4% en octubre, su mayor salto mensual en 21 años. Preocupada, la Reserva Federal ha bajado el martes 6 nuevamente las tasas de interés al 2% (¡su nivel más bajo desde 1961!). Sin embargo, la acelerada disminución del costo del dinero a lo largo del año (a lo que se suma las cuantiosas medidas de estímulo votadas por el Capitolio) no han podido detener la espiral descendente. Es que junto con el ataque sin precedente a su seguridad nacional, EE.UU., venía ya sufriendo una fenomenal crisis de sobreacumulación de capital (y de desinfle de la burbuja especulativa que la acompañó) que se manifestaba en una fuerte caída de las ganancias de las corporaciones. Las insostenibles tasas de acumulación (y también del consumo) de fines de la década pasada, generando agudos desequilibrios en el ciclo económico, han dejado hoy un pesado legado: un masivo déficit de cuenta corriente, una enorme capacidad productiva ociosa, las tasas más bajas históricamente de ahorro personal y niveles récord de endeudamiento de las familias que empujan la economía hacia abajo e impiden una rápida recuperación.

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Esto es una mala noticia para la economía mundial, que no pude encontrar un motor de crecimiento que reemplace al rol de "locomotora" que jugó la economía norteamericana en la última década. Esta daba cuenta de aproximadamente el 40% de crecimiento acumulativo en el producto bruto mundial en los cinco años que concluyeron a mediados del año 2000. A mediados de 2001 esta contribución en el crecimiento se ha reducido a cero. Esta realidad es más grave aún ya que nunca como en los últimos años la economía mundial dependió tanto del crecimiento de EE.UU. para el comercio. En el primer cuatrimestre de este año, EE.UU. daba cuenta del 19,1% de las importaciones globales. En contraste, durante anteriores recesiones mundiales el porcentaje norteamericano estaba bien debajo de los actuales niveles, al 14,6% en 1990 y al 13,8% durante la recesión de 1981/82. Como dice un analista de uno de los más importantes banco de inversión: "La segunda mitad de los 90 fue una década de múltiples extremos en los EE.UU.. Fue un período de excesiva inversión de capital, niveles desmesurados de consumo personal, una enorme revaluación accionaria de la ´Nueva Economía´, motorizada en gran parte por el autobombo de Internet y un ilimitado optimismo alrededor del gran milagro de la productividad. Todas estas cuestiones produjeron otro extremo: una dependencia global de EE.UU. para el comercio" (New York Times 2/11/01).

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No por casualidad la disminución de la tasa de crecimiento del comercio mundial, que se contrajo espectacularmente de un 12,8% en el 2000 a una estimación del 1,4% en el 2001 (la mayor desaceleración registrada en un año), es una de las principales vías de contagio de las tendencias recesivas. Esto es así porque como producto del espectacular crecimiento de la internacionalización del capital en las últimas décadas, con la expansión de las firmas transnacionales, el comercio mundial da cuenta aproximadamente de un 25% del producto bruto mundial (una porción un tercio mayor que una década atrás). En esta caída es de especial significación el fin del ciclo High Tech (alta tecnología), la rama de mayor expansión en EE.UU., cuya caída ha afectado fuertemente a los distintos países que se especializaban como exportadores de insumos de estas ramas de producción como los "tigres asiáticos". Pero la disminución del intercambio comercial afecta también a países como México o Canadá cuyas economías dependen fuertemente de las exportaciones a EE.UU.

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Otras fuentes de contagio no menos importantes -y solo a modo de enumeración- son la fuerte caída en inversiones directas o de reinversión de las ganancias de las transnacionales que fueron altamente dinámicas durante toda la década pasada. La fuerte caída del precio de las materias primas, incluso del petróleo- a pesar de la enorme tensión que rodea a Medio Oriente como consecuencia de la guerra en Afganistán- afecta duramente a los países semicoloniales cuyo PBI dependen en muchos casos de la exportación de algunos (o único) productos primarios o semielaborados (commodities). El peso del endeudamiento externo se hace más oneroso para estos países frente a la retracción del mercado de capitales. La fuerte contracción de la industria del turismo, sobre todo por el temor generado después del 11 de setiembre, aunque ya venía desacelerándose como consecuencia de la recesión, afecta a esta rama de los servicios golpeando duramente a países que como Egipto, Indonesia o México que recibían una importante fuente de ingresos por esta actividad. De menor magnitud, pero de importancia significativa para el ingreso de divisas de algunos países semicoloniales es la gran cantidad de despidos de trabajadores inmigrantes (muchos de ellos ilegales) en los países imperialistas que remitían parte de sus ingresos a sus países de origen.
Todas estas presiones recesivas han llevado a una fuerte contracción de la economía mundial. El banco JP Morgan Chase & Co. prevé un crecimiento económico global que apenas excedería el 1% este año y el próximo, la peor performance en los últimos veinte años. La velocidad y sincronización en la caída del conjunto de las áreas de la economía mundial a lo largo de este año ha sido realmente sorprendente, lo que explica el fuerte pesimismo burgués en contraste con el optimismo "exuberante" al principio de la década de los 90, luego de la proclamada "derrota del comunismo" y el triunfo de la Guerra del Golfo. Esto es un golpe mortal a la ideología del mercado como única vía posible de desarrollo. Un analista del Washington Post se sorprende de que: "Las únicas naciones que aparecen estar aminorando la caída mundial -India, China, Rusia y algunas en Europa del Este- son aquellas que han resistido la completa integración a la economía mundial reteniendo vestigios de "socialismo" y mercados protegidos".(4/11/01).

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La cuestión ahora es si esta evidente recesión puede transformarse en una depresión económica (tendencia a la caída aguda y persistente de los precios y dislocación del comercio mundial), como ya anticipan las fuertes presiones deflacionarias que afectan a varios países. Nuestro país es uno de los casos más destacados de esta tendencia con el peligro de default y la depresión a la vuelta de la esquina. Japón, que está entrando en su cuarta caída negativa de su PBI a lo largo de la década, viene sufriendo esta tendencia en forma permanente solo mitigada en forma cada vez menos eficiente con enormes paquetes "keynesianos" de estímulo que han hundido las finanzas del estado. Los países de Sudeste de Asia, hasta hace poco el "milagro económico" del capitalismo de los último treinta años, que ya en el "97 sufrieron un primer embate -y que luego se recuperaron coyunturalmente debido con su ligazón al boom de alta tecnología norteamericano- se encuentran de nuevo en una crisis aguda. Estas grandes "plataformas exportadoras" manufactureras no encuentran una salida estratégica a su encerrona frente a la contracción del mercado mundial y una China que, con salarios veinte veces inferiores a ellos y un mercado interno mayor, concentra las oportunidades de inversión de los capitales foráneos.
Si estas zonas o países ya se encuentran en una situación deflacionaria, la enorme sobreacumulación en EE.UU. hace muy probable que estas tendencias puedan expandirse al conjunto de la economía mundial. Hoy tal vez, los riesgos deflacionarios son más fuertes que nunca en los últimos setenta años. Una prueba de esto es la tendencia hacia abajo de Europa que a principios de año se creía inmune a la crisis norteamericana.
Frente a un panorama político enormemente enrarecido, por la campaña antiterrorista de EE.UU. llena de contradicciones y que se percibe de larga duración, la economía mundial se encuentra con las defensas muy bajas. Es un éxito burgués que la solidaridad lograda entre las grandes potencias y el apoyo de los gobiernos de los países semicoloniales tras los atentados les permita avanzar en realizar la cumbre de la Organización Mundial del Comercio en Qatar, cuestión que estuvo en duda hasta hace poco, después del fracaso de Seattle. Pero con este panorama de fondo en cualquier momento un accidente puede suceder: una fuerte depreciación del dólar, una caída de los bancos japoneses o un crac financiero y bursátil, sobre todo cuando el valor accionario sigue estando todavía tan sobrevaluado. En el plano político, de profundizarse la caída económica, aunque en lo inmediato está teniendo un efecto enormemente conservador en la acción de la clase obrera, por la andanada de despidos (2.400.000 en un año en EE.UU., 415.000 en el último mes) puede liquidar la cohesión nacional del frente interno antiterrorista en especial en la principal potencia imperial, donde los planes de salvataje de Bush benefician a los grandes ricos e incluso a muchos del circulo íntimo del presidente, que no olvidemos asumió fuertemente cuestionado luego del escándalo electoral.

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Las condiciones de la economía internacional ponen al orden del día las consignas del Programa de Transición para la revolución socialista, escrito por León Trotsky en 1938, como documento fundacional de la IV Internacional: la repartición de las horas de trabajo entre todas las manos disponibles, el control obrero de la producción y la expropiación de grandes grupos capitalistas, se cuentan entre las medidas más eficaces que puede tomar la clase obrera para evitar la disgregación y para defenderse de los ataque concentrados del gran capital. Si la situación económica recesiva actual se transforma finalmente en depresión, ese programa y los métodos revolucionarios que le corresponden serán los únicos capaces de transformar las luchas defensivas en batallas por el poder obrero.

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