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Efemérides

A cien años de la invención de la Cadena de Montaje

“La cadena es un conjunto de eslabones, entrelazados entre sí. Prisioneros unos del otro, coerción violenta por los extremos”

El ataque a la “holganza obrera”
La búsqueda del movimiento perpetuo es el anhelo aún vivo de los patrones. Esa perpetuidad está relacionada con la búsqueda antihumana de una fuerza física infatigable. El movimiento constante que distingue al capitalismo de los demás sistemas de producción ha llevado “a que el hombre moderno viva de forma más desgraciada que el hombre de las cavernas, siendo que su capacidad de producción es mil veces mayor que la de ese hombre aun encorvado”. Esa contradicción inherente del sistema capitalista tuvo un salto totalmente brutal el 7 de octubre de 1913, cien años atrás, con la invención del trabajo en cadena o línea de montaje como se la suele llamar.

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20 de octubre 2013

A cien años de la invención de la Cadena de Montaje

“La cadena es un conjunto de eslabones, entrelazados entre sí. Prisioneros unos del otro, coerción violenta por los extremos”

El ataque a la “holganza obrera”
La búsqueda del movimiento perpetuo es el anhelo aún vivo de los patrones. Esa perpetuidad está relacionada con la búsqueda antihumana de una fuerza física infatigable. El movimiento constante que distingue al capitalismo de los demás sistemas de producción ha llevado “a que el hombre moderno viva de forma más desgraciada que el hombre de las cavernas, siendo que su capacidad de producción es mil veces mayor que la de ese hombre aun encorvado”. Esa contradicción inherente del sistema capitalista tuvo un salto totalmente brutal el 7 de octubre de 1913, cien años atrás, con la invención del trabajo en cadena o línea de montaje como se la suele llamar.
La historia de su nacimiento cuenta que Henry Ford tuvo la idea cuando al visitar, de adolescente, los mataderos de Unión Stock Yards en Chicago, vio los cuerpos de los animales desfilar en carros delante de los carniceros, que permanecían quietos. Pero no era casualidad que esa impresión juvenil haya atravesado su vida. Ford era la expresión de una clase que buscaba una nueva organización del trabajo dentro de la fábrica. Era la época en que Estados Unidos está en vías de convertirse ya en la primera potencia industrial del planeta, pero para ello los capitalistas necesitaban extirpar un tumor: la organización gremial por oficio.
Cada reunión empresarial era a ceño fruncido, y los rompehuelgas actuaban literalmente con “garrote y pistola”. Frederick Taylor, quien fuera capataz en una compañía siderúrgica, analizó concienzudamente cada proceso en la fábrica, llegó a elevar al doble la producción con el mismo plantel de obreros. Seria así como se convertiría en la expresión más petulante de los patrones yanquis. Este afirmaba que el hombre es, por naturaleza, perezoso e intenta escudarse en ello para realizar lentamente su trabajo. Al obrero de oficio que tenía un peso enorme en la industria norteamericana, que planificaba y ejecutaba sus labores, había que doblegarlo para “liberar” el proceso de trabajo del poder que este ejercía sobre él, e instalar en su lugar la ley y la norma patronal. Porque quien domina y dicta los modos operatorios se hace también dueño de los tiempos de producción. En manos obreras, este “saber” práctico de fabricación se convierte, en una “holganza obrera (vagancia) sistemática” que paraliza el desarrollo del capital. Holgazanería que según Taylor, constituía el más agudo de los males que afectan a los obreros de Inglaterra y de América.
No es casual que aun hoy ante cada intento de avance en el despotismo patronal se invoque la haraganería o la vagancia como se la conoce por estas pampas. El taylorismo comenzaba a poner cimiento a un nuevo orden disciplinario dentro del “taller” que se expresaba a través de su scientific management: El control obrero de los diferentes modos de operación, expresado a través del oficio, es sustituido por un “conjunto de gestos” de producción concebidos y preparados por la dirección de la empresa, cuyo respeto es celosamente vigilado por ella. Esta sustitución no sólo se da sobre el proceso operativo, sino también, sobre el control de los tiempos, entra en escena “la eliminación de los tiempos muertos”, entra junto a ello el despotismo del cronometro al taller. En su conocido “El taller y el cronometro”, B. Coriat afirma “en la medida en que se inaugura un nuevo modo de consumo productivo de la fuerza de trabajo obrera, las nuevas normas de trabajo deben atribuirse a un aumento formidable de la tasa de explotación”.

El movimiento perpetuo
La introducción de la cadena de montaje necesitaba este terreno abonado para ser introducida ya no a un frigorífico, donde los cuchillos despostan al animal, sino para ser introducida a una industria tan compleja como era la Automotriz. Nacía así la primera línea de ensamblaje automatizado. “Violencia calculada, sistemáticamente aplicada contra el trabajo de los hombres, ese sueño del capital en busca del movimiento perpetuo de la fábrica”. Lo expresa rotundamente Henry Ford: “El hombre que pone una pieza no la fija. El hombre que pone un perno no pone la tuerca. El hombre que pone la tuerca no pone la tornilla. Todo está en movimiento en el taller. Nadie tiene que moverse ni levantar nada. Si cada uno de los 12000 operarios se ahorra diez pasos por día, entre todos se ahorraran 75 kilómetros de energía malgastada”. Si el promedio de tiempo hasta entonces para ensamblar un chasis era de 12,5 horas, con la introducción de la cadena de montaje móvil pasó a ser de 1 hora 33 minutos. Llegando duplicar en un año la producción sin que cambie la dotación de obreros.
Los tiempos modernos eran como en las películas donde la imagen se sucede a una velocidad sorprendente, con una velocidad de gestos asombrosos. La obsesión de la eficacia, de lo que sería el fordismo, era la eliminación de los tiempos muertos en el trabajo, poros por los que respira el trabajador, son reducidos al máximo. “El resultado de esto es una brutal prolongación de la duración efectiva de la jornada de trabajo”.
La cadena ya no es sólo el recuerdo de los grilletes del esclavo, ese conjunto de eslabones entrelazados entre sí. La cadena moderna de montaje ha invocado los fantasmas del movimiento perpetuo y ha hecho prisionero de ella a los modernos esclavos de la industria sometiéndolos a impensadas fatigas corporales que en escasos años dejan a jóvenes con sus capacidades físicas atrofiadas, similares a una flor marchita. A cien años de su creación quien escribe invoca las palabras del escritor norteamericano Jack London: “No destruyamos esas maravillosas máquinas que producen de manera eficiente y barata. Controlémoslas. Beneficiémonos de su eficiencia y economía. Manejémoslas en interés propio. Eso, caballeros, es el socialismo “.

(continuará)

Por Roberto Ebro

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