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Argentina: la gran oportunidad de lucrar con el hambre
17 Jul 2008 | Por Esteban Mercatante y Martín Noda

Mucho se ha dicho durante estos días de conflicto agropecuario de la “oportunidad desperdiciada” que habría para el país: con los precios internacionales en los niveles actuales, finalmente se podría hacer realidad las aspiraciones de beneficiarse de los frutos del comercio mundial. El “oro verde”, la soja, podría ser el artífice de un bicentenario tan prometedor como el primero. Lo que sucede es que los cambios implementados a nivel mundial para la producción agrícola (Ver “¿‘Crisis alimentaria’ o…”), significaron para la Argentina una concentración en la producción sojera. Y con la situación actual el sector se ve fuertemente favorecido. Pero se ocultan otros impactos que ya se están dando producto de esta crisis.

Uno de ellos es que producto de la privatización de la distribución y comercialización y la concesión de los pozos petroleros “la Argentina está perdiendo su autoabastecimento de petróleo que había ganado hace 17 años […] Esta caída no se debe a una maldición geológica sino a la merma en las tareas de exploración […]” (Alieto Guadagni, “Alimentos, Hidrocarburos, Bolivia y ‘retenciones móviles’”, Econométrica S.A.). El manejo de los recursos energéticos por parte de las multinacionales ha llevado a elevar las importaciones -especialmente de biodiesel- para sostener el consumo energético que de todos modos debió enfrentar interrupciones.

Segundo, los beneficios extraordinarios de la situación son apropiados de forma privilegiada por el gran capital multinacional, que monopoliza la provisión de semillas, fertilizantes y pesticidas, maneja la exportación y, mediante fondos de inversión y grandes sociedades, realiza el grueso de la producción -en sociedad con los grandes terratenientes. Los “pequeños y medianos” productores amasan su modesta fortuna asociados a este sistema, que algunos analistas definen como la variante autóctona de la maquila. Sólo los proveedores y exportadores se llevan casi un 30% del valor producido.

Por otra parte, el aumento del área sembrada de soja, que hoy representa el 54% de las hectáreas sembradas en Argentina, ha hecho retroceder el peso relativo de otros cultivos. En algunos casos, como en el del girasol, están retrocediendo también en términos absolutos (pasó de 4,2 millones de hectáreas en 1998 a 2,3 en la actualidad). Es que la alta rentabilidad de la soja hace que se destine cada vez menos tierra a la producción de otros alimentos. Aunque estos sigan siendo rentables, la soja lo es mucho más. Por eso resulta inconveniente destinar la tierra a otras producciones -sobre todo teniendo en cuenta que el precio de la tierra sube al calor de las cotizaciones de los granos mejor cotizados.
Aunque a la Argentina no le ocurre, debido a la enorme extensión, fertilidad y tecnificación de sus tierras, lo que le ocurre a países como México y Haití (Ver “¿‘Crisis alimentaria’ o…”) que se volvieron importadores de alimentos, sí ve afectada la estructura productiva del sector. La soja, que se exporta, reemplaza solo parcialmente al trigo, maíz y girasol (que también se exportan), pero mucho más a productos como la papa, leche y hortalizas (que aunque aumentan su producción, puede volverse un sector crítico en el futuro). Así, esta “sojización” creciente atenta contra la producción de muchos alimentos consumidos en el país para sostener exportaciones crecientes de soja y otros granos.

Claro que esto no siempre será así. En términos capitalistas, hay otra forma para sostener la producción del resto de los alimentos: mediante un aumento sideral de sus precios. Así se mantiene su rentabilidad a la par de la de la soja. Esto ya lo venimos viviendo en Argentina con los precios de la carne. Aunque la explotación ganadera es muy rentable, lo es mucho menos que la soja. Por eso, en los últimos años, hemos visto la inédita situación de que los precios del ganado suben y el stock de cabezas se reducen, (lo que significa menos producción en el futuro).
Los que se llenan la boca hablando de la oportunidad histórica frente a la que se encuentra la Argentina, pasan por alto que esta oportunidad implica lucrar con el hambre de miles de millones de personas en todo el mundo.

En Argentina misma, la gran oportunidad que quieren aprovechar los productores de soja, sólo puede efectivizarse a costa de permitir que los precios internos se disparen todavía más de lo que lo vienen haciendo. Si no es así, sostienen, no lograremos el “sueño” de aumentar el área sembrada a 40 millones de hectáreas o más, para superar los 100 millones de toneladas de granos exportados. De Angeli fue muy claro es ese sentido, cuando sostuvo que “quien quiera comer lomo que lo pague a 80 pesos”. La oportunidad de negocios para “el campo” significa sólo hambre para los trabajadores y el pueblo.
La lógica de la producción capitalista de alimentos plantea un futuro de sojización y disparada de los precios de todos los alimentos. Medidas como las retenciones no pueden revertir esta tendencia. A lo sumo, mitigar ligeramente el impacto y asociar al Estado a la bonanza de precios, en beneficio de algún otro sector capitalista. Sólo podría salirse de esta lógica mediante un verdadero monopolio estatal del comercio exterior, acompañado por la expropiación de las tierras, empezando por los 4.000 grandes propietarios que realizan el 80% de la producción.

 

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