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Italia y la clase obrera
12 Jun 2008 | Hernán Aragón

Fines de siglo XIX, Italia vive un desarrollo veloz de su economía. En el norte del país florece la gran industria, principalmente la metalúrgica y la automotriz. Turín, capital de un pequeño Estado que comprende el Piamonte, la Liguria y Cerdeña, renace como principal centro industrial y se convierte en cuna de una poderosa clase obrera. Ya a principios de siglo XX, la ciudad cuenta con 500.000 habitantes de los cuales casi las tres cuartas partes son obreros industriales. Sólo la industria metalúrgica congrega a 50.000 de ellos.

En 1915 Italia entra a la primera guerra mundial (1914-1918) necesitada de reorientar su producción hacia la industria bélica. El Estado interviene y los empresarios metalúrgicos pasan a aumentar sus capitales en un 252%.

Pero si la guerra enriquece a unos, también llena de penurias a otros. Los campesinos pobres están hastiados de que sus cosechas sean requisadas y de ser enviados a morir al frente de batalla. La vida está militarizada y esa militarización también vive en las fábricas. Allí manda el código penal militar y reina el autoritarismo: se alarga la jornada laboral y se suprimen los derechos sindicales más elementales. Se trabaja duro, se gana poco y se come peor.

Los fracasos militares y la derrota en la batalla de Caporetto terminan de dilapidar la fábula de grandeza de la Nación italiana: El conflicto bélico culmina con 650.000 bajas para Italia y con ésta como clara perdedora.

Mientras en el interior del país crece la inflación y el desempleo, la burguesía opta por lanzarse a la especulación.

Las fracciones burguesas están divididas y la nación en crisis. El fin de la guerra pone a flor de piel las cuestiones estructurales irresueltas que datan de la misma formación de Italia como Nación. Italia había llegado tardíamente a unificarse en un Estado Nación y joven la república, hija de un pacto entre la burguesía del norte y los propietarios latifundistas del sur, nacía minada de contradicciones internas y externas (el país poseía un mercado interno restringido, dependía de las finanzas extranjeras, era incapaz de autoabastecerse de alimentos y estaba obligado a importar maquinaria, materias primas y bienes de consumo).

El fin de la guerra pone a flor de piel las cuestiones pendientes no realizadas – como la asamblea constituyente y la reforma agraria – y lleva las contradicciones sociales al extremo.

El descontento llegado del frente lo invade todo. En el campo se suceden revueltas y se ocupan las tierras. Pero va a ser la vanguardia obrera quien mejor comprenda la nueva situación e intente dar una salida revolucionaria a la crisis abierta.

Para 1920, Italia ya cuenta con aproximadamente 4.500.000 obreros industriales, protagonistas de esa magnifica sublevación proletaria que se ha dado a conocer como el Bienio Rojo Italiano.

 

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