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Partido de los Trabajadores Socialistas
    Buenos Aires   |  29 de marzo de 2024
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Vigilancia total
Por: Paula Varela

24 Jan 2008 |

La noticia se coló entre los titulares de las altas temperaturas y los accidentes en rutas. Microsoft, el mayor productor de software del mundo, inició el trámite para patentar un programa que “servirá para monitorear la productividad, la efectividad y el estado de salud de los empleados”. Dice Clarín del jueves pasado “el software conectará a los empleados de una empresa con sus computadoras a través de sensores inalámbricos que chequearán permanentemente su metabolismo”.

El tema generó polémica a nivel internacional. La discusión se centró en el problema de la violación a la “intimidad” de los trabajadores en la medida en que el software significa un mecanismo de invasión sobre el propio cuerpo. Recalde, el abogado de la CGT moyanista, advirtió que “no es más que una total invasión de la privacidad, una lesión a los derechos humanos de los trabajadores”1. Si bien esto es innegable, el problema de la privacidad no va al fondo de la cuestión.

Convengamos que toda vez que se cruza la puerta de la fábrica o cualquier lugar de trabajo el tan mentado derecho a la privacidad del liberalismo se ve aniquilado. Cámaras en los baños y vestuarios, supervisores que te respiran en la nuca, cronómetros que establecen el tiempo para orinar. Durante la jornada de trabajo, el trabajador no tiene ningún derecho a la privacidad (a menos que lo conquiste, claro). Este software, sin duda, lleva esa vigilancia hasta el final. La pregunta es, ¿por qué motivo la patronal invertiría millones en desarrollar tan sofisticado mecanismo de control? La respuesta nos la da un experto en el asunto: “Esta invención confirma la doctrina propuesta por nosotros, según la cual cuando el capital pone la ciencia a su servicio, impone siempre la docilidad a la rebelde mano del trabajo”2. La búsqueda de la docilidad obrera bien vale esta inversión patronal. La ecuación es simple: obreros dóciles, más productividad, más millones para los patrones. La frase, aunque podría serlo, no es del presidente de la UIA ni del mismísimo Bill Gates, sino que fue escrita a principios del siglo XIX y citada por Marx en su obra El Capital. Su actualidad, pese a que pasaron más de 150 años, reside en que la principal función social de la tecnología bajo el modo de producción capitalista es hoy la misma que en el Siglo XIX: el aumento de la ganancia capitalista. Marx lo comprendió y explicó mejor que nadie: “...considerada en sí la maquinaria abrevia el tiempo de trabajo, mientras que utilizada por los capitalistas lo prolonga; como en sí facilita el trabajo, pero empleada por los capitalistas aumenta su intensidad; como en sí es una victoria del hombre sobre las fuerzas de la naturaleza, pero empleada por los capitalistas impone al hombre el yugo de las fuerzas naturales; como en sí aumenta la riqueza del productor, pero cuando la emplean los capitalistas lo pauperiza...”3. Este software, que podría utilizarse para seguir el desarrollo de las enfermedades o para aumentar nuestro conocimiento sobre el cuerpo humano, pretende ser patentado, en la voracidad capitalista, para someter a los trabajadores a una vigilancia total.

Recalde tiene razón cuando afirma “La verdad es que no suena que se lo haya desarrollado para cuidar la salud de los trabajadores, sino para ver cómo se logra que produzcan más”. Lo que no dice Recalde es que en realidad todo avance tecnológico bajo el capitalismo tiene ese mismo objetivo. Y lo que tampoco dice es que la CGT avala muchas otras formas en que la tecnología es utilizada por las patronales para aumentar la intensidad del trabajo y el control del trabajador. No puede decirlo, claro, porque se vería obligado a proponer alguna salida: o “abolir” la tecnología misma como si las máquinas fueran el problema4 (esta salida reaccionaria está en la base de ciertas propuestas autonomistas, por ejemplo); o abolir la propiedad privada de los medios de producción de modo que los avances tecnológicos no signifiquen mayor explotación sino más tiempo libre, más circulación de expresiones culturales y artísticas, más dominio (y no destrucción) de la naturaleza, y seguramente cosas que hoy aún no podemos pensar. Esto último es el núcleo de la propuesta de los marxistas revolucionarios.

 

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