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La CIA y el imperio de la tortura
Por: Claudia Cinatti

11 Dec 2014 |

El 9/12 se conoció un informe del Comité de Inteligencia del Senado norteamericano sobre la investigación del programa de interrogatorios de la CIA, entre 2001 y 2009, como parte de la “guerra contra el terrorismo”. En unas 500 páginas se detallan no solo métodos aberrantes de tortura sino también el entramado político nacional e internacional que le dio legitimidad.

El catálogo de torturas de la CIA produce una suerte de deja-vu por estas tierras. Los pueblos de América Latina sufrieron en carne propia el accionar de los dictadores en la década de 1970-1980, que se formaron en la academia de torturadores de la CIA, “Escuela de las Américas”.

Se puede decir que no hacía falta esperar este informe para saber que la tarea de la CIA es liquidar toda amenaza a los intereses norteamericanos en cualquier lugar del mundo. Creada por el presidente Truman en 1947 como una herramienta fundamental de la Guerra Fría y la “lucha contra el comunismo”, sus operaciones encubiertas son innumerables: golpe de estado contra Arbenz en Guatemala en 1954, invasión a Cuba en Bahía Cochinos en 1961, el asesinato del Che en Bolivia, el golpe contra Allende en 1973, armamento de los “contra” en Nicaragua para derrocar al Frente Sandinista en 1981, escándalo Irán-Contras, intervención en la guerra civil de El Salvador, o su rol en el sangriento “Plan Cóndor”, para dar solo algunos ejemplos.
A raíz de este escándalo, Global Research, importante think tank canadiense, dio a conocer una investigación que estima que hasta 1987, 6 millones de personas murieron por las operaciones encubiertas de la CIA, lo que un ex-funcionario del Departamento de Estado llamó el “holocausto americano”.

Indudablemente esto es así. Sin embargo, el temor es que, aun en forma limitada, esta exposición pública de los crímenes de EE.UU. produzca un efecto potenciado de odio y antinorteamericanismo en el mundo. Por eso Obama demoró más de dos años la publicación del reporte e hizo causa común con la CIA hasta último momento.

Cuestión de Estado

No solo la revelación es escandalosa, sino también la hipocresía del Estado norteamericano, su personal político y los medios liberales “bienpensantes”.
Tanto en el Congreso como en los principales medios, uno de los argumentos de peso es que la tortura en realidad es ineficiente.

El Comité de Inteligencia del Senado, que hasta enero tiene mayoría demócrata, condena las torturas diciendo que son ilegales e inmorales y acusa a la CIA de haber ocultado al Congreso el verdadero carácter brutal de sus “interrogatorios reforzados”.
Sin embargo, no nombra ni a un solo responsable político de esta banda de torturadores, empezando por el presidente George W. Bush que firmó la autorización para este tipo de interrogatorios días después de los atentados del 11S. Tampoco hay siquiera un llamado a castigar estos crímenes aberrantes.

Los republicanos, como era de esperar, salieron abiertamente a defenestrar el informe, reivindicando todo lo actuado. Obama no disimuló y reconoció la “profunda deuda” que EE.UU. tiene con la CIA antes de decir que las “técnicas” empleadas están en contra de los “valores” y la “moral” y que dañan la imagen internacional del país.

Difícilmente se pase del escándalo al castigo de algún responsable. Tanto demócratas como republicanos defienden que la CIA está formada por hombres y mujeres sacrificados, que se ven obligados a realizar el trabajo sucio para que los norteamericanos puedan gozar de su “libertad”. Pero lo que está en juego para la CIA no es la “libertad” y la “democracia” sino los intereses imperialistas de su clase dominante. Por eso la defensa de la CIA es una razón de Estado.

 

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