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Partido de los Trabajadores Socialistas
    Buenos Aires   |  18 de abril de 2024
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TRADICIONES OBRERAS
No dejaremos la vida en la fábrica: de los albañiles de 1936 a la rebelión de Kraft
Por: Lucho Aguilar

13 Mar 2014 |

Ciudad de Buenos Aires, 1935. ¿Es que la vida de un obrero vale menos que una bolsa de cemento?

Así empezaba el volante que los delegados de la construcción repartían en la puerta de cada obra. Y seguía: “diez muertos y otros tantos heridos es el balance trágico del derrumbe de la calle Cabildo, todo con el fin de satisfacer la avaricia patronal”. Aquellas muertes, junto a los pésimos salarios y las agotadoras jornadas, serían el detonante de paros y mitines, que desembocarían en una huelga general. Dirigidos por comunistas y anarquistas, miles de albañiles lucharían durantes semanas, con piquetes que harían a la policía huir del noroeste porteño. Allí mandaban los obreros.

Córdoba, 1970. “En el Consultorio Central, presuntos profesionales atienden a los compañeros enfermos con pastillitas ‘milagrosas’”. Así comenzaba el boletín del sindicato clasista que agrupaba a los obreros de la Fiat Concord, el SITRAC. Denunciaba “un infierno llamado atención médica: el desprecio que ciertos profesionales, ligados por intereses de clase a la patronal monopolista, sienten por hombres que tienen la categoría de obreros”.

Dentro del primer programa de lucha de los clasistas figuraban la declaración de insalubridad y las 6 horas en Forja; anulación del premio a la producción y su integración al básico; y cambios en el centro médico.

Tigre, 1973. “Cada buque había llevado a una o dos personas muertas, pero los obreros no podíamos verlo botar”. Así recuerda Carlos Morelli su paso por el astillero Astarsa.

Pero un hecho colmó la paciencia. José María Allesio se prendió fuego mientras trabajaba en el doble fondo de un buque. Agonizó dos días y murió. Entonces la asamblea permanente decide la toma de fábrica, con los gerentes como rehenes. “Para levantarla, se pide la reincorporación de los compañeros despedidos por causas políticas y gremiales, y una comisión de seguridad e higiene elegida por los compañeros en cada sección. Si el trabajo se consideraba riesgoso, no se ingresaba. Antes, por cada barco que se construía, morían uno o dos operarios, y en los tres años que nos hicimos cargo del control, no hubo más mortalidad”. La experiencia de Astarsa sería imitada en otras fábricas, en el ascenso obrero de los años setenta.

Neuquén, 2000. Daniel Ferrás tenía 21 años cuando se descompuso en el vestuario de Zanon. La enfermería no estaba en condiciones de atenderlo y Daniel murió.

"Por esos días - recuerda el dirigente ceramista Raúl Godoy - la empresa quería despedir 120 trabajadores. Había un clima terrible, y esa fue la gota que hizo estallar todo. Nos juntamos en el velorio y después de una asamblea se paralizó todo, reclamando seguridad laboral, higiene, asistencia médica, y basta de amenazas y despidos".

La huelga ‘de los 9 días’ conseguiría una ambulancia las 24 horas en la planta y condiciones de seguridad e higiene controladas por una comisión obrera. También sería un impulso a la organización ceramista: la Lista Marrón conquistaría meses después el sindicato regional. Pero, sobre todo, iría ejercitando a los trabajadores en el control de la producción. Ante la crisis económica, los ceramistas iniciarían la gestión obrera hoy reconocida internacionalmente.

Con los patrones, en Zanon se producían 300 accidentes anuales, muchos graves. En 13 años de gestión obrera se registraron poco más de 50, todos leves.
Nutriéndose de ese ejemplo, en 2013 los obreros de Donnelley dijeron basta de hernias de disco, tendinitis y accidentes. Tras un durísimo conflicto lograron imponer una Comisión de Riesgos de Trabajo, reconocida por actas del Ministerio de Trabajo. Cuando la empresa se empeña en desconocerla, los trabajadores la hacen valer con paros y asambleas.

Pacheco, 2014. Alejandro Scampini trabajaba en el turno noche de Kraft. Como un esclavo moderno, debía pisar la fábrica todos los días de su vida. 48 horas a la semana, y las extras necesarias para llegar a fin de mes. Este jueves 6 de marzo, mientras empujaba una batea de miles de kilos de masa, se desvaneció. Sus compañeros lo llevaron como pudieron, pero murió en el departamento médico. Allí no había ambulancia ni los elementos para salvarle la vida, como habían pedido las obreras tras la última muerte.

El odio corrió por la sangre de sus compañeros de turno, y luego de los 2.000 obreros de la empresa. Los brazos que levantaron a Alejandro se rebelaron, y permanecieron caídos delante de las máquinas, que ya no pudieron funcionar. Los mismos brazos se transformaron en aplausos cuando el cortejo fúnebre de Ale pasó por el portón de Kraft. Y más tarde se levantaron para votar el paro total que llamó la comisión interna, referenciada en la Lista Bordó del STIA.

Como a coro de aquellos viejos volantes de los albañiles del 36 o los mecánicos del Viborazo, responsabilizaron a la empresa por esa muerte, “por no brindar atención médica adecuada, no contar con una ambulancia equipada en planta, por mantener ritmos de producción que dañan nuestra salud, sueldos bajos que obligan a venir los fines de semana y en el turno noche no tener las horas de descanso necesarias para tener una vida saludable”.

La huelga, contundente, conquistó una ambulancia permanente, la remoción del jefe del servicio médico, una comisión que controlará la higiene y seguridad laboral, y el pago de los días caídos.

Como había jurado en medio del conflicto la delegada Lorena Gentile: “el mejor homenaje a Alejandro es la lucha. La lucha inmediata que estamos llevando adelante junto a nuestros compañeros, pero también en la lucha por terminar con la explotación capitalista. Tenemos bastante odio acumulado como para bajar los brazos”.

¿Es que la vida de un obrero vale menos que una bolsa de harina?

La misma pregunta, ayer y hoy.

En sus 200 años de historia, la clase obrera dio imborrables combates en defensa de su propio cuerpo y su propia vida. Combates que nutrieron su organización sindical y política, que fueron impulso en la pelea por recuperar las comisiones internas y los sindicatos (¿quién quiere dejar su vida en manos de los alcahuetes del patrón?).

Pero ellos insisten. Durante el gobierno de Cristina, los empresarios siguen recibiendo su ofrenda de vidas obreras, amparados en la vigencia de leyes de los milicos y el menemismo.

Se olvidan quienes somos. Que heredamos aquellas tradiciones para convertirlas en militancia, por esa revolución que acabe con la dictadura del capital.

Y que ya tenemos bastante odio acumulado como para bajar los brazos.

 

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