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Partido de los Trabajadores Socialistas
    Buenos Aires   |  17 de abril de 2024
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La Tercera Internacional: (I) La revolución y la dictadura del proletariado
Por: Emilio Salgado , Jazmín Jimenez

22 Aug 2013 | El movimiento obrero a través de su historia se ha organizado internacionalmente para enfrentar a los capitalistas y luchar por una sociedad libre de explotación y opresión poniendo en pie cuatro Internacionales. En esta sección de La Verdad Obrera presentamos una serie de artículos sobre esta historia, con sus debates, sus luchas y sus lecciones. (...)

El triunfo de la insurrección en Rusia, en Octubre de 1917, marcó la victoria del ala revolucionaria de los socialistas, que enfrentando la bancarrota de la Segunda Internacional, llevaron a la práctica la famosa bandera de transformar la guerra imperialista en guerra civil. Como cuenta Trotsky en La Historia de la Revolución Rusa, “los pueblos buscan en la revolución una salida a sus intolerables tormentos”.
Esta revolución, sin dudas el hecho más importante en la historia proletaria, abrió las puertas de una nueva era. La República Soviética, siguió el ejemplo de la Comuna de París y se proclamó “República Universal” del proletariado; en consecuencia, llamó a los obreros y campesinos alemanes a alzarse en apoyo de la Rusia revolucionaria. Lenin y Trotsky coincidían en que el destino de Rusia se jugaba en la revolución alemana y allí pusieron sus energías.

El ejemplo revolucionario se extendió como un rayo por todo el mundo y, principalmente, por una cuestión geográfica y política, en los países más cercanos de Europa. El mensaje proclamaba un destino completamente diferente: “¡Basta de matarse entre hermanos trabajadores de distintos países! ¡Basta de morir por los intereses de la clase enemiga! ¡Paz inmediata, sin anexiones, sin indemnizaciones, sin humillaciones a las naciones pequeñas o derrotadas!”. El efecto dominó trajo vientos revolucionarios en toda Europa, cuando se aproximaba el final de la Gran Guerra. Por citar algunos ejemplos: hubo grandes procesos huelguísticos en España entre 1918 y 1921; impresionantes huelgas en Gran Bretaña a principios de 1919; en marzo de ese año, se proclamó una república soviética en Budapest, aunque duraría muy poco en el poder; y lo que se conoció como el bienio rojo italiano (1919-20), un gran auge de huelgas, ocupaciones de fábricas y auto organización obrera (consejos) en las ciudades industriales de ese país. Era una situación revolucionaria internacional, donde Alemania, la segunda economía industrial después de Estados Unidos, era el eslabón fundamental.

Los dos primeros actos de la revolución alemana

Noviembre de 1918 y enero de 1919, fueron meses de revolución en Alemania. La debilidad del Imperio por el desgaste de la guerra imperialista, el ejemplo del país vecino y la revolución encabezada por los bolcheviques, fue una gran influencia para las masas que protagonizan los levantamientos en toda Alemania. La revolución comenzó con un Motín de marineros de la flota de guerra en Kiel; se negaban a maniobrar para sacar la flota al Mar del Norte para realizar una última batalla contra Inglaterra, como pretendían sus superiores, cuando la guerra ya estaba prácticamente perdida. Las tropas querían la paz e hicieron motines donde llegaron a colgar a oficiales; hubo movilizaciones de trabajadores, estudiantes y soldados, que se enfrentaban con la policía. El proceso revolucionario provocó la caída de un Rey (Guillermo II); la asunción de un representante de la socialdemocracia (Friedrich Ebert), con la promesa de una Asamblea Constituyente para discutir los marcos de la República (burguesa); pero la revolución también da como resultado la conformación de los “Consejos de obreros y soldados”, primos hermanos de los soviets rusos, organismos de auto organización de las masas, de democracia directa. A pesar de tres meses donde se dio un “doble poder” (ver recuadro), la primera revolución alemana fue desviada por la socialdemocracia. El límite de este primer acto, fue que los Consejos no organizaron la autodefensa para barrer a las instituciones represivas, como la policía. Recién como resultado de este desvío, los espartaquistas, que eran el grupo político más de izquierda, liderados por Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, fundan el PC alemán.

En enero 1919 empieza la segunda etapa de la revolución, donde una lucha intensa de masas de cinco días, enfrenta a las fuerzas del orden. Liebknecht convoca a la insurrección pero el proceso es desordenado. El partido formado por los revolucionarios, no estaba lo suficientemente arraigado en la clase obrera, para enfrentar al aparato contrarrevolucionario del partido socialdemócrata, que desde el poder, comienza a reprimir a la vanguardia. La revolución es derrotada. Al mando de Noske, un ex dirigente de los sindicalistas, las fuerzas paramilitares asesinan brutalmente a Luxemburgo y Liebknecht, detenidos por llamar a la insurrección. Esto sucederá unos días antes de realizarse el Primer Congreso de la Internacional Comunista. El 12 de febrero, el Partido Socialdemócrata, el partido católico y los progresistas conformaron la República de Weimar, nacida de la Asamblea Constituyente, pero surgida de la derrota de la revolución.

La Internacional Comunista. El Primer Congreso y la Dictadura del Proletariado

La experiencia de la bancarrota de la Segunda Internacional dejaba una gran lección: era necesario poner en pie una internacional revolucionaria mucho más homogénea. La internacional anterior no pensaba en términos estratégicos; décadas de actividad organizativa reformista produjeron toda una generación de dirigentes que reconocían de palabra la revolución social para un futuro indeterminado, pero en los hechos renunciaban a ella, adaptándose al Estado burgués. El extremo fue votar los créditos de guerra el 4 de agosto de 1914. La Tercera Internacional, en una época histórica, que había planteado la experiencia de la revolución, tenía la tarea de llevar a la práctica la dictadura del proletariado sobre la base de los soviets (o consejos). En pocos meses se fundaron partidos comunistas, inspirados en este proceso, en todas partes del mundo, que se sumaban a esta nueva organización.

En marzo de 1919 se realizó el Congreso de Fundación de la Tercera Internacional. Hubo una discusión que fue central, una discusión teórica pero ligada a las necesidades políticas concretas: el Estado. Mientras en Rusia se había instaurado la República de los Soviets; en Alemania no se había logrado tomar el poder del Estado y destruir el aparato estatal porque la socialdemocracia aplastó la revolución.
Lenin plantea, en el Congreso, que el Estado es un instrumento de dominación de una clase sobre otra. En el capitalismo es el instrumento de gobierno más potente de la burguesía, constituido por las fuerzas represivas, como el ejército, la policía, las cárceles, los tribunales, el aparato administrativo, etc. Afirma que, cuando los trabajadores conquistan el poder político, no pueden limitarse a cambiar las personas que ocupan esos puestos, sino que tiene que destruir un aparato estatal que es enemigo; por ello hay que desarmar a las fuerzas represivas burguesas y armar a los trabajadores; sacar a los jueces y organizar tribunales proletarios; eliminar el dominio de la burocracia estatal y crear nuevos órganos administrativos obreros. El aparato estatal burgués debe ser destruido y construir un aparato estatal proletario.

El Estado obrero, al igual que cualquier otro, es un aparato de coacción, pero en este caso, contra los enemigos de los trabajadores que intentan llevar adelante la contrarrevolución. La gran diferencia con el Estado burgués es que, ahora la inmensa mayoría de la población es la que ejerce la violencia contra la resistencia que ofrecen los explotadores, la minoría ínfima de la sociedad. Lenin, retomando a Marx y Engels, lo llama dictadura del proletariado y lo define como un Estado transitorio. Esto quiere decir que, cuando la resistencia sea vencida, y la burguesía completamente expropiada y pase a formar parte de la masa trabajadora, la dictadura del proletariado desaparecerá, el Estado se extinguirá y con él también las clases sociales.

En ese sentido, el Primer Congreso discute con los socialdemócratas que condenan la “dictadura en general” y defienden la “democracia en general”, sin plantear en manos de qué clase se encuentran. Lenin plantea que la democracia, mientras se mantengan las relaciones de explotación, mientras se mantenga el capitalismo, no es más que dictadura burguesa disfrazada. La democracia burguesa es un artificio, porque en un terreno formal reconoce derechos y libertades, pero inaccesibles para los trabajadores, ya que no cuentan con los medios materiales con los que cuenta la burguesía (instituciones culturales y educativas, medios de comunicación, etc.) para estafar y engañar al pueblo. Con su sistema parlamentario, le hace creer al pueblo que es partícipe de las decisiones, cuando en realidad los mantiene fuera de cualquier decisión importante. Lenin sostiene que las clases oprimidas tienen el derecho de decidir, una vez cada determinado número de años, qué miembros de las clases poseedoras las han de “representar y aplastar”.

Frente a la “democracia burguesa”, el Congreso contrapone una institución democrática como nunca antes existió: el soviet. El soviet les daba a los trabajadores la posibilidad de realizar sus derechos y su libertad, ponía a disposición del pueblo los mejores edificios, las casas, las imprentas, las reservas de papel para la prensa, sus reuniones y sus círculos. El sistema de soviets, planteaba la revocabilidad de los cargos, elegidos en los lugares de trabajo; unía los poderes legislativo y ejecutivo, entendiéndolos como una colectividad de trabajo, ligaba las masas a los órganos administrativos. Permitía que en él participasen aquellos partidos que defendían la revolución. Realizaba la verdadera democracia proletaria, un gran instrumento de los obreros y por ello, la fuerza interior contra la burguesía. Era necio creer que la revolución más profunda de la humanidad, que hizo pasar el poder de la minoría explotadora a manos de la mayoría explotada, pudiese producirse en el viejo marco de la vieja democracia burguesa parlamentaria, sin cambios más profundos que creasen nuevas formas de democracia e instituciones que la encarnen.

 

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