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Partido de los Trabajadores Socialistas
    Buenos Aires   |  29 de marzo de 2024
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El asesinato de Leon Trotsky
20 Nov 2008 | Con este artículo finalizamos la serie que dedicamos a la historia de la Oposición de Izquierda y la IV Internacional. Nos propusimos reflejar los combates dados por la Oposición de Izquierda frente al fortalecimiento de la burocracia stalinista y por cambiar el rumbo de la política que llevaba a la consolidación de la burocratización del Estado (...)

La burocracia stalinista intentó matar a Trotsky el 24 de mayo de 1940, tras este atentado fallido Trotsky escribió “Stalin quiere mi muerte”, allí decía: “A los que no están debidamente informados les puede parecer incomprensible que la camarilla de Stalin me exilie primero y luego intente matarme en el extranjero. ¿No hubiera sido más simple matarme en Moscú, como a tantos otros? La explicación es la siguiente: en 1928, cuando fui expulsado del partido y exiliado al Asia central, todavía era imposible hablar, no digamos de fusilamientos, ni siquiera de arrestos. Toda la generación con la que viví la Revolución de Octubre y la guerra civil aún estaba con vida (…)

Stalin, después de vacilar durante un año, decidió apelar al exilio en el extranjero considerándolo el mal menor. Pensaba que Trotsky, aislado de la URSS, privado de aparato y recur­sos materiales, se vería reducido a la impotencia (...) Los acontecimientos demostraron, sin embargo, que se puede participar en la vida política sin contar con aparato ni recursos materiales. Con la ayuda de jóvenes amigos senté las bases de la Cuarta Internacional, que se está forjando lenta pero persistentemente (...)

En estos últimos años la GPU destruyó a muchos cientos de amigos míos, incluyendo a miembros de mi familia (…) El estallido de la guerra agravó todavía más la situación a causa de mi lucha irreconciliable con­tra la política exterior e interna del Kremlin (...)

Su condición de ex revolucionario le hace recordar a Stalin que la Tercera Internacional era incomparablemente más débil a comienzos de la guerra anterior de lo que lo es hoy la Cuarta Internacional. El desarrollo de la guerra puede dar un poderoso impulso a la Cuarta Internacional, incluso dentro de la misma URSS. Por eso Stalin no puede haber dejado de ordenar a sus agentes que termi­nen conmigo lo antes posible”1.
Stalin conseguirá asesinarlo finalmente el 20 de agosto de 1940.

Ese día, en su escritorio de la casa de Coyoacán en México, Trotsky, de sesenta años, fue herido de muerte por Ramón Mercader, agente de la policía secreta stalinista (la GPU). Bajo la falsa identidad de Jacson Mornard, haciéndose pasar por hijo de un diplomático belga, poco a poco se fue acercando al círculo familiar de Trotsky y con la excusa de que éste revisara un artículo que él había escrito, el asesino destrozó el cráneo del revolucionario ruso con una piqueta de alpinista.
Antes de morir le dictó a su secretario un texto que terminaba con estas palabras: “Estoy seguro de la victoria de la IV Internacional…
¡Adelante!”. Murió al día siguiente, el 21 de agosto a las 7.25 de la noche. Doscientos cincuenta mil trabajadores y campesinos despedirán a Trotsky en las calles de México, el único país que le había dado asilo al revolucionario perseguido.

¿Por qué la burocracia stalinista “debía” matar a Trotsky?

Una de las condiciones de la permanencia de la burocracia en el poder fue el exterminio de toda una generación que había protagonizado la Revolución de Octubre. Trotsky era el más importante de sus dirigentes que seguía con vida, convirtiéndose así en el símbolo, para las nuevas generaciones, de la más grande revolución obrera de la historia.
Pero, fundamentalmente, Trotsky era el dirigente de la organización que había combatido a la burocracia que se había encaramado en el primer estado obrero. La lucha implacable de Trotsky y la Oposición de Izquierda contra la política stalinista al interior de la URSS y frente a los principales hechos de la lucha de clases internacional, la había constituido en el principal enemigo de la burocracia.

Con el horizonte de una nueva guerra mundial imperialista, la lucha de Trotsky por evitarla apostando al triunfo de los procesos revolucionarios que se desarrollaron durante los años 30, culminó en la formación de una nueva organización revolucionaria, la IV Internacional. Como el propio Trotsky afirmaba, esta tarea era la más importante de su vida, siendo el dirigente con más experiencia revolucionaria, su papel en la conformación de una nueva dirección para el proletariado mundial se volvía imprescindible. Esta tarea fue cumplida por Trotsky en las más duras condiciones de persecución, exilio, y muerte de sus principales colaboradores y de miles de anónimos luchadores revolucionarios en todo el mundo. La derrota de los procesos revolucionarios llevaría finalmente al estallido de la Segunda Guerra Mundial.

El avance de la contrarrevolución en el mundo sellaba la suerte de Trotsky. Como dirigente revolucionario su destino estaba indisolublemente ligado al del proletariado mundial. La derrota de la clase obrera ponía las condiciones para que Stalin pudiera matar a Trotsky y, al asesinarlo, la burocracia eliminaba al dirigente de la única organización que podía ofrecer una alternativa de dirección revolucionaria a las masas del mundo en el transcurso y a la salida de la guerra.

Cuando Trotsky explicaba las razones del intento de Stalin de asesinarlo y afirmaba que volvería a hacerlo, no había en sus palabras ningún fatalismo; como todos sus análisis, éste se basaba en las profundas fuerzas sociales que actuaban en la época imperialista, las cuales abrirían la inevitable perspectiva de nuevas crisis y revoluciones; este era, al mismo tiempo, el fundamento de su optimismo revolucionario.
“…No necesito refutar una vez más las calumnias estúpidas y viles de Stalin y sus agentes; en mi honor revolucionario no hay una sola mancha. Nunca entré, directa ni indirectamente, en acuerdos ni negociaciones ocultas con los enemigos de la clase obrera. Miles de adversarios de Stalin fueron víctimas de acusaciones igualmente falsas. Las nuevas generaciones revolucionarias rehabilitarán su honor político y tratarán como se lo merecen a los verdugos del Kremlin.

Agradezco calurosamente a los amigos que me siguieron siendo leales en las horas más difíciles de mi vida. No nombro a ninguno en especial porque no puedo nombrarlos a todos. Sin embargo, creo que se justifica hacer una excepción con mi compañera, Natalia Ivanovna Sedova. El destino me otorgó, además de la felicidad de ser un luchador de la causa del socialismo, la felicidad de ser su esposo. Durante los casi cuarenta años que vivimos juntos, ella fue siempre una fuente inextinguible de amor, bondad y ternura. Soportó grandes sufrimientos, especialmente en la última etapa de nuestras vidas. Pero en algo me reconforta el hecho de que también conoció días felices.

Fui revolucionario durante mis cuarenta y tres años de vida consciente y durante cuarenta y dos luché bajo las banderas del marxismo. Si tuviera que comenzar todo de nuevo trataría, por supuesto, de evitar tal o cual error, pero en lo fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es hoy menos ardiente, aunque sí más firme, que en mi juventud.

Natalia se acerca a la ventana y la abre desde el patio para que entre más aire en mi habitación. Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba el cielo claro y azul y el sol que brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente.”2

 

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