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Partido de los Trabajadores Socialistas
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Seminario: a 70 años del Programa de Transición
10 Apr 2008 | A lo largo del mes de febrero con la coordinación de Emilio Albamonte y Christian Castillo, el PTS realizó un Seminario de discusión sobre el Programa de Transición, documento fundacional de la IV Internacional redactado hace 70 años. Presentamos a los lectores de La Verdad Obrera la segunda parte de la entrevista que realizamos a los coordinadores (...)

Luego de la Primera Guerra Mundial y el triunfo de la Revolución Rusa, la Tercera Internacional definió que se abría una época de “crisis, guerras y revoluciones”. En el Seminario, una de las discusiones fue alrededor de cómo esta definición se expresó a lo largo del siglo XX y si tiene o no vigencia en la actualidad…

EA: Sobre esto señalamos en primer término que esta etapa se había ido prefigurando con el desarrollo de la fase imperialista del capitalismo, durante finales del siglo XIX y el comienzo del siglo XX.

Entre 1873 y 1896 se produce la crisis que es conocida como la primera gran depresión del capitalismo. Hay guerras como la hispano-estadounidense (1898-1899) por el control de Cuba y Filipinas, el conflicto anglo-boer (1899-1902) y la guerra ruso-japonesa (febrero 1904 - septiembre 1905). Hay revoluciones como la rusa de 1905, la mexicana de 1910 y la china de 1911. Estas tendencias se van a expresar luego en forma aguda y generalizada en la Primera Guerra Mundial y en el triunfo de la Revolución de Octubre, abriendo un subperíodo muy convulsivo de todo el sistema hasta la relativa estabilización posterior a la Segunda Guerra Mundial. En el seminario señalamos que esta definición de la época como de “crisis, guerras y revoluciones” contenía un elemento algebraico, es decir sus determinaciones concretas había que ir definiéndolas en cada subperíodo histórico particular. Por ejemplo, durante el “boom” de posguerra, la estabilización política lograda tras los acuerdos de Yalta y Potsdam y el Plan Marshall en los centros imperialistas, desplazó los procesos revolucionarios hacia la periferia y, en forma de revolución política, hacia los estados de Europa oriental controlados por el stalinismo. Sólo a partir de 1968 veríamos la vuelta de situaciones pre-revolucionarias –y en ciertos casos revolucionarias- a los países imperialistas. Las guerras, por su parte, fueron predominantemente anticoloniales, en un contexto de “guerra fría” entre EE.UU. y la Unión Soviética, y vimos recién una nueva crisis capitalista de alcance internacional a partir de 1973-75.

ChC: Si consideramos cómo se combinaron las “crisis, guerras y revoluciones” en los últimos 30 años, podemos decir que las crisis capitalistas se dieron en forma recurrente pero con alcances predominantemente regionales en distintas zonas de la “periferia”. Aunque EE.UU. recibió importantes sacudidas en estos años -como el crack de Wall Street en 1987 o la quiebra del Long Term Management Capital en 1998-, y Japón entró en una recesión profunda que se extendió por más de una década luego del fin de la burbuja inmobiliaria en 1990, la economía mundial no fue dislocada. A su vez, vivimos guerras regionales y agresiones imperialistas, concentradas en Medio Oriente, el Golfo Pérsico, los Balcanes y distintos países de África. Y en lo que hace a las revoluciones, luego de los triunfos que en Nicaragua e Irán terminaron con los regímenes de Somoza y el Sha, no volvimos a ver procesos revolucionarios de esa envergadura. En los ’80, la revolución centroamericana fue contenida, al no avanzarse hacia la expropiación del capitalismo en Nicaragua y desarmarse la guerrilla en El Salvador y Guatemala, y la revolución iraní culminaba con el establecimiento de un régimen teocrático reaccionario y con una guerra fraticida de casi una década entre Irán e Irak. Por su parte, los levantamientos en Europa del Este y la ex URSS ocurridos entre 1989 y 1991, que se iniciaron como revoluciones “ciegas, sordas y mudas” y provocaron una caída relativamente rápida de los regímenes stalinistas, terminaron con resultados contrarrevolucionarios, poniendo en el poder a gobiernos abiertamente restauracionistas del capitalismo. Lo mismo ocurrió en China, donde el aplastamiento de las protestas de la Plaza Tiennamen dio nuevo impulso a la política de reformas pro-capitalistas y apertura generalizada al capital imperialista de la burocracia del PC chino, que transformó a este país en un verdadero “pulmón” del capitalismo mundial en los ‘90. Sin embargo, con el comienzo del nuevo siglo tuvimos nuevamente levantamientos de masas en América Latina, que nosotros hemos definido como “jornadas revolucionarias”, que llevaron a la caída de distintos gobiernos en Ecuador, Argentina y Bolivia.

Es probable que el hecho de que la actual crisis económica esté afectando al centro del sistema imperialista, EE.UU., ligado a la decadencia hegemónica de esta potencia, abra una dinámica de la situación mundial que tienda a una situación más “clásica” de las “crisis, las guerras y las revoluciones”.

Otro de los temas discutidos fueron las revoluciones de posguerra…

EA: Efectivamente, en el seminario discutimos sobre qué tipo de revoluciones habían sido las que se dieron en la segunda posguerra, donde la expropiación del capitalismo en distintos países se dio sin centralidad proletaria y sin direcciones obreras revolucionarias al frente de las masas. Esquemáticamente existieron dos grandes tipos de procesos: aquellos donde procesos revolucionarios centralmente encabezados por partidos o movimientos de base campesina terminan expropiando a la burguesía a pesar de que el programa original de estos partidos no incluía esa perspectiva (Yugoslavia, China, Cuba, Vietnam…); y los procesos ocurridos al final de la segunda guerra mundial en Europa Oriental, que hemos denominado –parafraseando a Gramsci- de “revoluciones pasivas proletarias”, donde la expropiación de la burguesía se realizó a partir del control ejercido por el Ejército Rojo en esos países, cuando Stalin responde con esa medida al lanzamiento de la “guerra fría” por parte de EE.UU.

Trotsky, como es conocido, había planteado en el Programa de Transición la llamada “hipótesis improbable”. Allí decía: “¿Es posible la creación del gobierno obrero y campesino por las organizaciones obreras tradicionales? La experiencia del pasado demuestra, como ya lo hemos dicho, que esto es por lo menos, poco probable. No obstante no es posible negar categóricamente a priori la posibilidad teórica de que bajo la influencia de una combinación muy excepcional (guerra, derrota, crack financiero, ofensiva revolucionaria de las masas, etc...). Los partidos pequeño burgueses incluyendo a los stalinistas, pueden llegar más lejos de lo que ellos quisieran en el camino de una ruptura con la burguesía. En cualquier caso una cosa está fuera de dudas: aún en el caso de que esa variante poco probable llegara a realizarse en alguna parte y un ‘gobierno obrero y campesino’ - en el sentido indicado más arriba- llegara a constituirse, no representaría más que un corto episodio en el camino de la verdadera dictadura del proletariado”.

Desde el PTS, hemos afirmado que al final de la Segunda Guerra Mundial se generalizaron estas “condiciones excepcionales” por unos pocos años, facilitando las posibilidades para que se den procesos de ruptura con la burguesía de partidos comunistas como el chino y el yugoslavo y aunque el mismo Stalin, que había ordenado poco antes a los PC francés e italiano participar en los gobiernos burgueses de “reconstrucción nacional”, y que permitió que se ahogara en sangre la revolución griega, favoreciese una expropiación de la burguesía “desde arriba” en los países del “glacis”. Estos procesos fueron más allá de “gobiernos obreros y campesinos” previstos por Trotsky y, como señalamos, avanzaron hacia la expropiación de la burguesía conformando lo que la IV Internacional denominó “estados obreros deformados”.

En el seminario nos preguntamos por qué fue en China y Yugoslavia y no en Europa Occidental donde los partidos comunistas habían ido más allá de su programa y estrategia, siendo que las condiciones de debilidad de la burguesía no eran cualitativamente diferentes en cada caso. Para nosotros la primer diferencia estriba en que, en caso de lanzarse los PC francés e italiano a la conquista del poder, les hubiese sido mucho más difícil contener y encuadrar a su base obrera que lo que le resultó al PC chino hacerlo con los campesinos sin tierra o al PC yugoslavo con la base rural que constituía el grueso de las milicias “partisanas” de Tito. En este sentido, en el siglo XX la “hipótesis improbable” que señalaba Trotsky no se dio con ninguna dirección reformista de base obrera. En segundo lugar, está el hecho de que la expropiación fue en gran parte una medida de autodefensa tomada por estas direcciones: Mao intentó conciliar con Chiang Kai Shek hasta el momento en que este decidió un ataque en gran escala contra las zonas que dominaba. Tito, por su parte, vivió en la propia guerra como los “tchetniks” de Mijailovich (a los que Stalin había pactado en Yalta que debía entregarle el poder) habían combatido preferentemente a su guerrilla comunista que a los nazis y a los colaboracionistas.

ChC: En el seminario también discutimos acerca de la definición de estas revoluciones. Para nosotros lo que mostraron estos procesos es que no puede haber salidas intermedias entre el sostenimiento del Estado burgués y la expropiación de la burguesía, es decir, alguna forma de “dictadura democrática de obreros y campesinos”. A estas direcciones no les quedaba más salida que entregarse a la burguesía o expropiarla, tomando una dirección de base campesina el programa del proletariado. O sea, que estos procesos revolucionarios fueron revoluciones proletarias por el contenido social de la tarea que llevaron adelante, la expropiación de la burguesía. Dicho esto, para comprender su dinámica, sin embargo, tenemos que referirnos al sujeto social y al sujeto político que las protagoniza, una cuestión que era disminuida en cuanto a sus efectos, entre otras, por la visión objetivista de Nahuel Moreno. Por ser llevadas adelante por ejércitos guerrilleros de base campesina estas revoluciones, al igual que ocurrió posteriormente en Cuba o en Vietnam, dieron como resultado estados que surgieron burocratizados desde un comienzo, con un bloqueo de su dinámica permanentista en el terreno internacional y una extrema deformación del “segundo aspecto” de la revolución permanente, caracterizado por Trotsky como el período de duración indefinida en el cual la dictadura del proletariado, en medio de una lucha interna constante, produce una transformación de todas las relaciones sociales.

En el Seminario se realizó además un debate detallado sobre el texto mismo del Programa de Transición, analizando sus distintos apartados y tipos de consignas ¿Qué elementos creen necesario destacar a la hora de plantear la actualidad política de este texto escrito hace 70 años?

ChC: El programa transicional se propone “superar la contradicción entre la madurez de las condiciones objetivas de la revolución y la falta de madurez del proletariado y de su vanguardia (…). Es preciso ayudar a la masa, en el proceso de la lucha, a encontrar el puente entre sus reivindicaciones actuales y el programa de la revolución socialista. Este puente debe consistir en un sistema de reivindicaciones transitorias, partiendo de las condiciones actuales y de la conciencia actual de amplias capas de la clase obrera a una sola y misma conclusión: la conquista del poder por el proletariado”. Para avanzar en esta tarea el programa distingue cuatro tipos de consignas: las democráticas, las mínimas, las transitorias y las organizacionales. Las democráticas son aquellas que se plantearon durante las revoluciones burguesas, como las “democrático-estructurales” que tienen que ver principalmente con la cuestión agraria y la independencia nacional, y las que plantean los derechos políticos formales. Las mínimas son las consignas que levantó el movimiento obrero durante la época de expansión capitalista de la segunda mitad del siglo XIX, demandas que no implican por sí mismas un cuestionamiento directo a la propiedad capitalista, como ser la jornadas de 8 horas, aumento de salarios, etc. Las consignas transitorias son aquellas que permiten impulsar la movilización de las masas a partir de levantar demandas que el proletariado implementaría si llega al poder para terminar con los flagelos del capitalismo, aquí cobran peso consignas como la de escala móvil de salario y de horas de trabajo; control obrero de la producción; administración obrera directa de toda empresa que cierre; expropiación de grupos determinados de capitalistas; nacionalización de la banca y del comercio exterior; etc. Trotsky aclara que frente a las invocaciones de los “propietarios y sus abogados” de que estas demandas son “irrealizables”, para la clase obrera se trata de “una cuestión de vida o muerte para la única clase creadora y progresiva, y, por ello, garantizadora del futuro de la humanidad. Si el capitalismo es incapaz de satisfacer las reivindicaciones que surgen inevitablemente de las calamidades generadas por él mismo, dejémosle perecer. Lo ‘realizable’ y lo ‘irrealizable’ es en este caso una cuestión de relación de fuerzas que sólo la lucha puede resolver”. Finalmente, las consignas organizacionales, como su denominación indica, son aquellas que apuntan a la organización independiente de la clase obrera ya sea en el ámbito de una fábrica, una localidad o de un estado, comenzando por un problema cardinal que es la política hacia los sindicatos, donde Trotsky, al mismo tiempo que plantea que es incompatible con la pertenencia a la IV Internacional dar la espalda a los sindicatos de masas, insiste en combatir todo conservadurismo y adaptación a las burocracias sindicales, impulsando, según las circunstancias, comités de fábrica, soviets, piquetes de huelga, milicias obreras, armamento del proletariado.

Más allá de las circunstancias específicas a las que debía hacer frente el Programa de Transición debemos señalar que incluye un método más general consistente en articular en un programa de acción distintos tipos de consignas que permitan “crear un puente” entre las necesidades más inmediatas de la lucha y el objetivo estratégico de la revolución proletaria. Es obvio que hay consignas del programa que ganan o pierden actualidad según las circunstancias sean más o menos revolucionarias (ver recuadro). Por ejemplo, si el desempleo es muy bajo al igual que la inflación, como ocurrió en la mayoría de los países imperialistas durante el “boom” de la segunda posguerra, consignas como la escala móvil de salario y horas de trabajo pierden actualidad; y, por el contrario, se actualizan ante cada crisis capitalista de envergadura, como la que está actualmente en curso. Más de conjunto, el programa transicional puede ser más propagandístico o para la acción según se actualicen las tendencias revolucionarias de la situación.
EA: En la discusión sobre la aplicación del Programa de Transición en los países semi-coloniales, en la URSS y en los países fascistas, verificamos cómo la letra misma de lo que plantea Trotsky se opone a lo que decía Nahuel Moreno para fundamentar la llamada “teoría de la revolución democrática”. Por ejemplo, en el punto sobre los países fascistas dice: “Ya desde ahora una cosa puede decirse con seguridad: cuando la oleada revolucionaria se abra camino en los países fascistas, adquirirá de inmediato una extensión grandiosa y de ninguna manera se detendrá en el intento de resucitar el cadáver de un Weimar cualquiera”. Como vemos, para Trotsky se trataba de enterrar el fantasma putrefacto de la República de Weimar que los políticos del Frente Popular en el exilio planteaban como deseable. Para Trotsky, esa perspectiva de “revolución democrática” era una abierta traición, ya que “de tener éxito, simplemente prepararía una serie de nuevas derrotas del proletariado del tipo de las de España. Develar despiadadamente la teoría y práctica del Frente Popular es por lo tanto la primera condición de una lucha revolucionaria contra el fascismo”.

Esto es opuesto por el vértice a la definición de Moreno en su libro “Revoluciones del siglo XX”, que dice que “lo que Trotsky no planteó, pese a que hizo el paralelo entre stalinismo y fascismo, fue que también en los países capitalistas era necesario hacer una revolución en el régimen político: destruir el fascismo para conquistar las libertades de la democracia burguesa, aunque fuera en el terreno de los regímenes políticos de la burguesía, del estado burgués”. Desde comienzos de los ’90, poco después de la ruptura con el MAS, venimos sosteniendo que esto no sólo constituye una teoría revisionista, sino que además es una completa falsificación decir que Trotsky no respondió a esta cuestión.

El Seminario discutió también la cuestión del “gobierno obrero y campesino” y la crítica que hemos formulado en Estrategia Internacional a dirigentes como Bensaïd de la LCR que contraponen tácticas de este tipo a la lucha por la dictadura del proletariado.

Como se ha podido apreciar, fue un intenso ejercicio de reflexión y discusión que abarcó algunos de los principales problemas estratégicos candentes que hoy tenemos planteados los marxistas revolucionarios.


El carácter de las consignas

(León Trotsky, El Programa de Transición)

“El objetivo estratégico de la IV Internacional no consiste en reformar el capitalismo, sino en derribarlo. Su finalidad política es la conquista del poder por el proletariado para realizar la expropiación de la burguesía. Sin embargo, la obtención de este objetivo estratégico es inconcebible sin la más cuidadosa de las actitudes respecto de todas las cuestiones de táctica, inclusive las pequeñas y parciales.

Todas las fracciones del proletariado, todas sus capas, profesionales y grupos deben ser arrastradas al movimiento revolucionario. Lo que distingue a la época actual, no es que exima al partido revolucionario del trabajo prosaico de todos los días, sino que permite sostener esa lucha en unión indisoluble con los objetivos de la revolución.

La IV Internacional no rechaza las consignas del viejo programa ‘mínimo’ en la medida en que ellas han conservado alguna fuerza vital. Defiende incansablemente los derechos democráticos de los obreros y sus conquistas sociales, pero realiza este trabajo en el cuadro de una perspectiva correcta, real, vale decir, revolucionaria. En la medida en que las reivindicaciones parciales –‘mínimum’- de las masas entren en conflicto con las tendencias destructivas y degradantes del capitalismo decadente -y eso ocurre a cada paso, la IV Internacional auspicia un sistema de reivindicaciones transitorias, cuyo sentido es el de dirigirse cada vez más abierta y resueltamente contra las bases del régimen burgués. El viejo ‘programa mínimo’ es constantemente superado por el programa de transición cuyo objetivo consiste en una movilización sistemática de las masas para la revolución proletaria”.

 

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