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A PROPOSITO DEL LIBRO "MEMORIAS DEL APAGÓN"
Un genocidio contra la clase obrera del ramal jujeño
Por: Demian Paredes

07 Apr 2008 |

“Nada de lo que aquí se dijo es desconocido para los jujeños, menos para los ledesmenses. El mejor producto de Ledesma S.A.A.I. es el miedo, con él gobierna y domina porque si alguien intentara evocar el pasado, recontar las vidas cegadas que tiene en su haber Ledesma, será condenado, rodará como paria en su propio pueblo. (No obstante, cada tanto, renacen los rebeldes para arrebatarle el sueño y alguna otra conquista)” Sofía D’Andrea, “En los años de Jorge Weisz”

“¡Ironías de la vida!”, diría cualquier espíritu resignado, ante esta “coincidencia”: al mismo tiempo que sale a la luz un nuevo libro con relatos y testimonios sobre el accionar de la patronal del ingenio Ledesma contra trabajadores y jóvenes en los ‘70, un nuevo fallo -esta vez del Tribunal Superior de Justicia de Jujuy, ratificando el de la Cámara en lo Civil y Comercial- asegura que dicha empresa no contamina. ¡Y esto a tres años del fallecimiento de Olga Aredez por bagazosis, enfermedad producida por la materia prima que utiliza el ingenio para fabricar el papel, material del que hay enormes montañas en medio del pueblo de Libertador! El Estado, a través de un estudio de la universidad de Jujuy (UNJu) y la Secretaría de Medio Ambiente, favorece así -una vez más- las millonarias ganancias de la empresa a través de la contaminación, la explotación y la miseria de todo un pueblo.
Con el típico cinismo e hipocresía de toda la clase burguesa, Blaquier y Compañía han salido a decir tras el fallo que “La decisión de la Corte reconfirma el accionar de Ledesma en materia ambiental y nuestro compromiso para seguir impulsando el desarrollo sostenible”[1].

Se ha reeditado Memorias del apagón. La represión en Jujuy: 1974-1983[2]. Así, con esta obra de Delia Maisel, se suma un nuevo volumen a la –en verdad, escasa- producción de materiales históricos, de investigación y memorias de la última dictadura militar en la provincia. Desde este punto de vista es un valioso aporte, que contrasta con la “superproducción” en la Capital Federal y provincias centrales.

En cuanto al “ejercicio de la memoria” a través de testimonios y relatos como el que ofrece Maisel, hagamos mención de que una intelectual liberal-reformista como Beatriz Sarlo, en un trabajo reciente, ha cuestionado de manera reaccionaria este resurgir del pasado derrotado, de los explotados y oprimidos, oponiéndolo a la “historia académica”, que tiene “una legitimidad igualmente indiscutible” que los relatos de memoria; restando así valor político y dejando en manos del Estado y la academia -productora de “ciencia oficial”, científicamente valorada- la reconstrucción de la historia de la lucha de clases[3].

Desde este ángulo el trabajo de Maisel es sumamente progresivo porque, como planteó en la presentación del libro en Jujuy, en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales (19/3/08) junto al Perro Santillán, “trabajar el tema de la memoria” es para todo Jujuy, con el objetivo de “iluminar la oscuridad que dejó la dictadura”. Para ella hubo desaparecidos porque, para la clase dominante, “la militancia política era un peligro”.

Así, parte de la experiencia de la organización y lucha de los ‘60 y ‘70 se recupera en esta investigación, para que trabajadores y estudiantes puedan empezar a conocerla. De la investigación, Maisel planteó como una conclusión central que “las empresas, se ponían al servicio de los secuestros”.

En el breve prólogo, Adolfo Pérez Esquivel denuncia la situación actual, al señalar que “La lucha, desde hace 30 años, no ha terminado. La Empresa Ledesma goza de total impunidad jurídica y de la complicidad de los poderes de turno”. Y agrega: “Este libro marca con fuerza lo que aún ocurre en el país, la impunidad con que actúan los señores del poder. Han cambiado los gobiernos, hoy no están las dictaduras militares, pero el sistema continúa explotando a los trabajadores, contaminando el medio ambiente y generando más impunidad”[4]. Pasemos ahora al contenido del libro.

La situación económica: los planes patronales, la condición obrera y el surgimiento de luchas duras

Para la época en que Luis Aredez es contratado como médico por el ingenio, Maisel comenta cómo eran las condiciones de trabajo: “El peón de campo, trabajaba a destajo, no tenía descanso ni en las siestas, ni en las noches, porque el trabajo era continuo. Eran cuadrillas donde participaba toda la familia, desde el abuelo hasta los chicos más pequeños”[5]. “Se contrataban trabajadores golondrinas (zafreros) que provenían de distintos puntos de la región, principalmente de Bolivia y la Puna Jujeña. Trabajaban hasta más de diez horas diarias, en los llamados lotes o colonias que es el lugar donde trabajaban y vivían, no cobraban dinero sino que les pagaban con bonos. Se alojaban en campamentos, que eran enormes galpones donde se hacinaban numerosas familias.

La cosecha no paraba nunca, el Ingenio tenía grupos electrógenos para iluminar el campo de noche; tampoco se paraba el trapiche (rueda que muele la caña de azúcar)”[6]. Miguel Farías, en entrevista con la autora en 2005, recuerda también cuáles eran las condiciones de trabajo que impulsaban a la lucha: “... el sistema de trabajo para el obrero era muy sacrificado porque el surco se trabajaba las doce horas diarias, también por la noches, o sea, toda la noche y lo que se ganaba era poco, puro sacrificio. Yo era un trabajador que siempre me plegaba a las huelgas, queríamos ganar más, también el tema de las viviendas que eran ranchos, galpones que se dividían en piezas cuatro por cuatro donde teníamos que vivir con toda la familia, comer, cocinar, los baños afuera, baños públicos digamos (…)”[7].

Esta “condición obrera”, dio por resultado la organización de los mejores elementos en la clase, que buscaban con todo su ingenio y energía preparar nuevas luchas. Así lo comentó para una revista posteriormente el Dr. Carlos Cardozo: “Hacia fines del ‘60 comienzan a sucederse, durante la residencia de facto de Onganía, una serie de lucha y un crecimiento de la efervescencia obrera en los ingenios de la provincia de Tucumán, que lentamente avanza hacia los ingenios de las provincias de Salta y Jujuy; hacia principios de los años 70: luego de una lucha sindical clandestina, el sindicalismo combativo recupera el Sindicato de Azúcar del Ingenio Ledesma y le arranca a la patronal importantes conquistas (pago de premios, reducción de la jornada laboral, pago de asistencia sanitaria, etcétera).

En aquel tiempo se empieza un trabajo sindical clandestino (…). Ese trabajo (…) dura hasta 1972 que se hace la primera huelga. Desde el año 49 no había ninguna huelga en Ledesma, recién en 1972 se sale a la calle otra vez.

Durante todo ese período se venía organizando la base, sección por sección, las posturas eran a través de volanteadas que se hacían adentro de la fábrica, de noche, los obreros sacando plata de su bolsillo cada uno: el que iba a comprar papel lo pagaba, el que iba a comprar tinta lo pagaba y el otro lo imprimía, era como funcionaba todo el sistema sindical y esa dirigencia sindical, sin plata... con la plata de los compañeros. Es lo que se conoce como la corriente clasista que hace punta en Ledesma, pero que se desarrolló también fundamentalmente en Córdoba, SMATA y automotores, Villa Constitución, Gráficos con Raimundo Ongaro en Buenos Aires. Todos tienen contactos, reuniones y una política en común.

El planteo era ‘la recuperación de los sindicatos de manos de la burocracia’ y en la lucha por esa recuperación sindical lo más notable era el pluralismo. Es decir, en Ledesma no había gente de un partido, se recuperan a los viejos compañeros de lucha desde la resistencia peronista (…). Ellos firmaban GOL (Grupo de Obreros de Ledesma) y a partir de eso fijaban posturas frente a las asambleas sindicales, pero clandestinamente”[8].

Había intereses contrapuestos entre los planes patronales y la necesidad obrera. Como explica la autora: “Durante los años ‘70, en el Ingenio Ledesma comienza a implementarse un sistema integral de automatización en la producción azucarera. Este proceso abarcaba tanto al sector industrial como al trabajo del campo. La finalidad era disminuir la cantidad de mano de obra para reducir los costos”[9]. Esta necesidad patronal de implementar un plan de “racionalización” para bajar costos, iba en dirección opuesta a sus necesidades y derechos adquiridos con décadas de lucha por todo el movimiento obrero argentino. En el caso de Ledesma eran 15.000 los obreros que movían la producción… y que podían paralizarla también. Así, “Con el arribo de la mecanización el sindicato exigía mejor preparación del obrero y, por consiguiente, mejorar las condiciones laborales. También se luchaba para que se cumpla la Ley N° 1814 (…), que obligaba a las empresas a construir viviendas para sus trabajadores. Otro foco de conflicto entre el sindicalismo combatiente de esa época y el Ingenio Ledesma fue la Ley N° 1665, que obligaba a las empresas de la provincia de Jujuy a dar asistencia médica a sus empleados”[10].

Parte de bajar los “costos laborales” incluía terminar con una conquista de 1974, lograda gracias a la lucha obrera. Explica en el libro Eduardo Martínez, ex-trabajador de Ledesma, las maniobras de la patronal: “Después de esta disposición en el año 1974, la empresa cambia las jornadas laborales: en lugar de trabajar tres turnos rotativos de ocho horas, se trabaja cuatro turnos rotativos de seis horas; o sea, como si la salud te la financiaran, te la prolongan un poquito más. Pero ¿qué pasa después? Los mismos trabajadores de ese departamento empiezan a hacer horas extras, porque los sueldos eran bajos y necesitaban plata, y la empresa de común acuerdo con el sindicato de papel que respondía a ella empieza a dar horas extras en forma indiscriminada. Para ese entonces el sindicato combativo había sido intervenido (21/03/75) detenidos y perseguidos sus dirigentes, ya todo había cambiado, se acabó la lucha (…)”[11]. En 1979, con la dictadura ya instalada, se deja sin efecto el decreto de insalubridad. Situación que se mantiene hasta la actualidad.

Mujeres: luchadoras de la clase obrera y el pueblo pobre

Eublogia Garnica fue una pionera luchadora tras el golpe de la dictadura. Esposa de un sindicalista de la fábrica, junto con Olga Aredez[12] fueron de las primeras en encarar la lucha contra Ledesma. En la entrevista con la autora (2004) relata cómo cambió de postura ante la injusticia capitalista y el brutal ataque del “Apagón” (con la consiguiente pérdida de sus dos hijos): “Antes en las huelgas que se hacían, yo acompañaba a mi marido de lejos porque no me gustaba meterme. Después que me detuvieron, cambió. Tuve que caer presa para avivarme un poco. Él siempre me decía ‘Algún día te va a gustar. El día que yo no esté, vas a tomar conciencia de todo lo que hice, y vas a querer hacer vos’. Yo le decía que no, siempre lo contradecía. El siempre peleaba contra la injusticia, por todas las cosas que les hacía Ledesma a los obreros (…)”[13]. Eublogia y todas estas mujeres jujeñas fueron pioneras en luchar contra el régimen militar, los curas y los siguientes gobiernos “democráticos”, por la aparición de sus compañeros, compañeras e hijos, y por el juicio y castigo a los genocidas.

El “Aguilarazo” como parte de los estallidos obreros y populares de la etapa revolucionaria en nuestro país (1969/76)

Al igual que en los ingenios azucareros y otras empresas, la lucha surge de las duras condiciones laborales, y la necesidad obrera de rebelarse ante estas: “La situación y vida cotidiana de los trabajadores mineros de El Aguilar era muy dura. Jornadas de trabajo de más de 12 horas, un salario escaso, lo que ‘garantizaba’ una mala alimentación, envejecimiento prematuro, gran cantidad de casos del ‘mal de mina’ (silcosis) y otras enfermedades propias de la dura actividad, de la falta de vestimenta y equipamiento adecuado, y una política de la empresa de persecución a los trabajadores que se quejaban ante la empresa o eran activos militantes en el sindicato, que generaba temor entre los mineros, era el contexto descrito por la mayoría de los testimonios de la época”[14].

Finalmente, en 1973, habrá un estallido obrero y popular -que incluyó a las mujeres e hijos de los mineros- contra la empresa, con toma de rehenes. Lamentablemente el acuerdo al que se llegó con el Ministerio de Trabajo provincial actuando como árbitro, quedó luego nulo por el nacional.

La clase que promueve el golpe, como una necesidad vital: la burguesía (empresarios e industriales, banqueros y terratenientes/capitalistas rurales)

Nuestra corriente considera que, enfrentada a un proceso revolucionario, el objetivo de la burguesía consistía en “disciplinar a una clase trabajadora que ganaba en fuerza y combatividad, que en forma creciente desbordaba a las direcciones sindicales burocráticas y en cuyo seno se desarrollaban combinadamente tendencias a poner en pie organismos que eran formas embrionarias de poder dual (las ‘coordinadoras interfabriles’) y a la superación política de la experiencia peronista”[15]. Jujuy participó, como vimos, en las luchas de su época, desde fábricas y empresas, desde la juventud y los trabajadores estatales, llegando incluso a coordinar, como en el resto del país, a todos estos sectores, en el “Jujeñazo” de 1971. De semejante potencia revolucionaria sólo se puede explicar semejante golpe reaccionario patronal-empresario.

En el recuerdo de una hermana de un trabajador de Ledesma (Guillermo Genaro) el ingenio comenzó -como la Triple A en el resto del país- con detenciones, además de la intervención al combativo sindicato. Ella dice que, ante esa situación, “Guillermo estaba desesperado porque secuestraban y secuestraban gente y el decía ‘Cómo se para esto’.”[16]. Como veremos abajo, la ausencia de una dirección revolucionaria favoreció los golpes de la reacción y la respuesta contrarrevolucionaria al desafío obrero.

Los límites de la lucha obrera: la falta de una dirección política revolucionaria

“el golpe dirigió sus fuerzas contra la clase obrera inmediatamente, rodeando los militares con tanques las principales fábricas y deteniendo a centenares de delegados combativos. La burguesía sabía que debía golpear en el momento en que las clases medias abonaban los pedidos de ‘orden’ y donde la clase trabajadora todavía no había completado su proceso de superación de la dirección peronista. Bajo la influencia negativa de la estrategia guerrillera, y ante las oscilaciones de las organizaciones que se reclamaban del trotskismo que le impidieron ofrecer una alternativa de mayor envergadura, la vanguardia obrera llegó a estos procesos sin que hubiesen terminado de madurar ni los organismos a través de los cuales ejercer su hegemonía ni la dirección política capaz de conducirla a la victoria” Christian Castillo, “Elementos para un ‘cuarto relato’ sobre el proceso revolucionario y la dictadura militar”

Es indudable que, la época revolucionaria -no sólo nacional, sino a escala internacional- tenía como protagonista de peso al proletariado. En la provincia, como se ve en el libro de Maisel, los relatos y memorias dan cuenta de esa enorme fuerza que obliga a la clase dominante a dar el golpe genocida. El frente único obrero luchaba contra los planes capitalistas y, muerto Perón, Estela Martínez y López Rega allanan -luego del breve gobierno frentepopulista de C˜àmpora; siendo ellos mismos el “tramo final” de este interregno entre revolución y contrarrevolución- el camino a los militares.

Por ello la memoria de la lucha de los ‘60 y ‘70, consideramos, no puede estar exenta de ir más allá del recuerdo de las luchas: es necesario sacar todas las conclusiones posibles, ir al fondo del sentido profundo que tiene esta derrota histórica, para sacar todas las conclusiones políticas necesarias.

En este sentido, consideramos que los estallidos y grandes gestas, que comienzan con el Cordobazo (1969) y todos los “azos” -que incluye el Jujeñazo de 1971, donde se unifican y coordinan trabajadores industriales y estatales junto a los estudiantes- y culminan, previo al golpe, con los paros de junio y julio de las Coordinadoras interfabriles (1975), no pudieron ir hasta el final contra la clase capitalista debido a la falta de una dirección política revolucionaria, que actuara desde ese frente único obrero, para influenciar a la clase hacia una salida anticapitalista y revolucionaria. Debido a la falta de preparación y las diferencias existentes en cuanto a la dirección política de las luchas: con el peso decisivo de la dirección peronista -la de la burocracia sindical y la de la juventud radicalizada-; con la defensa abierta del maoísmo al gobierno de Isabel y López Rega; y los límites de los grupos trotskistas (centralmente PST, y en menor medida PO -o el PRT, que combinó ecl˜écticamente el guevarismo, maoísmo y trotskismo, dando lugar a una estrategia frente populista-), que no llegaron con la fuerza suficiente para cumplir un papel de peso, decisivo, ante la unificación de la reacción burguesa, fue posible la derrota.

El testimonio del Dr. Cardozo en el libro puede apuntar alguna pista de lo que decimos: relatando el gran peso obrero y la tendencia a la coordinación nacional con otros fenómenos obreros, como el clasismo, cuenta que los dirigentes del sindicato de Ledesma, Patrigniani, Weisz y Melitón Vázquez tenían gran estima y respeto de sus bases; y que “se planteó la necesidad de conectarse con otros movimientos similares que se estaban dando en la provincia de Córdoba en el SMATA, con René Salamanca, en Santa Fe con Pichinini; en Tucumán con los compañeros de la FOTIA, y se desarrolló un gran movimiento sindical”. Y agrega: “experiencia que para los que la vivimos, ha sido única e irrepetible, porque no se volvió a reconquistar sindicatos de esa envergadura y darle ese carácter, ese contenido social, sindical y progresista y hasta en cierto punto revolucionario”[17]. Entonces, si sólo llegó a ser el proceso de organización y lucha “hasta cierto punto” revolucionario, se debe justamente a las disputas -o ausencia de ellas- que había entre los diversos proyectos políticos, de partido, que influenciaban a la vanguardia obrera. Cardozo explica más: “En el Sindicato Azucarero de Ledesma, había radicales, socialistas, comunistas, de distintos matices, demócratas cristianos, del Movimiento Popular Jujeño. Pero y sobre todo había peronistas, la gran masa era peronista (…)”[18]. Entonces, los límites del movimiento tenían que ver con la gran conquista que significaba superar las fronteras gremiales en un frente único, pero con la dirección del movimiento obrero, que seguía siendo del peronismo: un gran límite para que la clase obrera conquiste su independencia política de este proyecto burgués-patronal y pudiera proyectarse como clase hegemónica para el resto de los sectores sociales explotados y oprimidos.

Para poner un sólo ejemplo de esto, los límites de la lucha estaban encarnados entonces en el peronismo, que hacía de luchadores como Avelino Bazán, instrumento -en su rol de dirigente- de la conciliación de clases: como cita la autora, un artículo de Ariel Ogando explica que Bazán “en sus charlas en el gremio, les comentaba a sus compañeros que mientras en el país no existiera un control sobre las reservas naturales ni se tuvieran en cuenta los enormes yacimientos metalíferos, la ‘gran empresa’ Mina El Aguilar aprovechaba esas circunstancia en beneficio propio”[19]. Bazán era partidario de un “capitalismo nacional”, es decir, un sistema que puede llegar a “redistribuir la riqueza” -brindando conquistas y mejoras sociales, como el primer peronismo-, pero mantiene las bases de explotación obrera. Por ello, cuando el peronista Snopek asume como gobernador en lo que llamamos “primavera camporista”, “Bazán ocupa el cargo de Director Provincial de Trabajo, que sume en junio de 1973”[20]. De hecho, en el Aguilarazo termina con Bazán actuando como mediador, rescatando a los empresarios y directivos rehenes de los obreros, y firmando un acuerdo entre la patronal y el sindicato en la comisaría de El Aguilar. Un mes después el Ministerio de Trabajo nacional declarará nulo el acuerdo firmado[21].

Volviendo al balance de la etapa: para nosotros, y a juzgar por los resultados de estas experiencias, el frente único obrero para la lucha no alcanzaba para derrotar a una clase que tiene una enorme experiencia en el ejercicio del poder y medios de dominio fabulosos: desde el monopolio de la fuerza: armas y cárceles, hasta los medios de comunicación y distintos partidos que expresan los diversos sectores de la clase dominante (como el radicalismo, el peronismo y el “partido militar”). Ante todo esto la clase trabajadora necesitaba forjar una herramienta que diera cuenta de sus intereses históricos, un partido político propio, obrero y revolucionario, que pudiera cumplir su rol como dirección de un proceso de lucha que debía definirse a favor o en contra de los trabajadores y sectores populares. Lamentablemente, al no poder desembarazarse la vanguardia obrera de los partidos tradicionales (el peronismo sobre todo; pero también el radicalismo y otras fuerzas reformistas, de conciliación de clases como el maoísmo), la burguesía pudo avanzar y golpear de manera unificada a escala nacional desde el 24 de marzo de 1976[22].

Hoy como ayer: continuar la lucha contra el sistema capitalista

“... ojalá mi final sea como el de Olga Aredez y de Nélida Fidalgo con semejante dignidad. Diciéndole a los jóvenes ‘Me voy tranquila, estoy en paz. Sé que ustedes van a seguir esta lucha’...” Dora Weisz[23]

Como dijimos al comienzo de este artículo, el libro de Maisel tiene valor al retratar el perfil de la última gran lucha obrera a escala nacional, donde la provincia de Jujuy participó con toda una generación de sus mejores hombres, mujeres y jóvenes. Lucharon contra este sistema que hoy, más que nunca, degrada la vida de los trabajadores y el pueblo pobre con explotación y precarización, desocupación y contaminación. Ante la muerte que produjo -y produce hoy- el sistema capitalista, el gran ejemplo de lucha de la clase trabajadora jujeña, debe servir, a todos los obreros avanzados y jóvenes de izquierda, para retomar sus banderas y llevarlas al triunfo. Luego del estallido de las Jornadas revolucionarias del 2001 -con lo que comienza la reversión de la derrota histórica del ‘76-, se abre un nuevo tiempo de experiencias (que deben incluir el estudio, debate y acción política organizada) para que renazca, nuevamente, una generación “rebelde” contra el sistema capitalista.

 

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