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POLEMICA CON EL MAOISMO ARGENTINO
PCR: fuera las manos del maoísmo de la revolución Rusa
Por: Demian Paredes

21 Nov 2007 | El PTS y la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional venimos conmemorando el 90 Aniversario de la revolución Rusa con múltiples actividades y edición de materiales, como libros en Argentina y Brasil. En nuestro país, además, salieron una serie de notas en La Verdad Obrera y nuestra página web, preparadas por una comisión del Instituto del Pensamiento (...)

Aún si la URSS sucumbiese bajo los golpes asestados desde el exterior o por las faltas de sus dirigentes (...) quedaría para el porvenir este hecho indestructible: que la revolución proletaria ha permitido a un país atrasado obtener en menos de veinte años resultados sin precedentes en la historia
León Trotsky, La Revolución Traicionada (1936)

En una nota aparecida en el periódico Hoy, del PCR (7/11/07), titulada “Rusia: El socialismo demostró ser superior”, Carlos Echague se despacha con una mentira tras otra acerca de la gran experiencia de construcción del primer Estado obrero surgido en 1917.
Si, como dice, “las clases dominantes y los catedr˜àticos (...) omiten los hechos sustanciales y tergiversan groseramente la historia”, lo mismo hace el PCR, al brindar esta papilla -que postula sin fundamentar- como alimento para su militancia. Tenemos que decir que, ante la superficialidad del artículo, tenemos “mucha tela para cortar”, refutando y explicando las tergiversaciones de Echague; por ello pedimos paciencia a los lectores, aclarando que nuestra respuesta es inversamente proporcional a la brevedad de dicho artículo. La cantidad de falsedades históricas y políticas allí vertidas nos obliga a explicar in extenso.
Vamos a debatir tres puntos centrales de su nota: la experiencia del Estado obrero Ruso pos ‘17 hasta los ‘50; la -como llaman ellos- “lucha de líneas”, y finalmente el rol de Stalin y la burocracia “soviética”.

1. La experiencia del Estado obrero: contradicciones económicas y degeneración burocr˜àtica, o un “cuento feliz” para chicos y grandes

Echagüe propone, desde el vamos, una continuidad lineal y positiva de la experiencia que arranca en el ‘17, y sigue hasta los años 60, aproximadamente. Así, borra de un plumazo las contradicciones y el mismo proceso de degeneración burocr˜àtica que sufrió la URSS, en pos de ensalzar un ˜éxito tras otro. Veamos.
Para Echagüe, en la d˜écada del ‘20 se reconstruyó lo destruido en la guerra (mundial y luego, interna, civil). En los ‘30 se avanzó en “la colectivización agrícola y la industrialización socialista”. Y en los ‘40 se alcanzó “los primeros lugares en la producción fabril y en desarrollo tecnológico”. Y agrega “Se introdujo la jornada de siete horas y la semana de cinco o seis días. Y se desarrolló un sistema generalizado, gratuito, que aseguró el acceso de todos a la atención médica. Se desarrolló un sistema de seguridad social para todos”. Con este “cuento feliz”, todos quedamos conformes con la URSS hasta su abrupto final en el ‘89-’91. Echagüe aislando cifras de éxitos económicos mistifica la realidad, evitando hablar de las contradicciones sociales, económicas y de estrategia política –por su dirección contrarrevolucionaria desde fines de los ‘20- que sufrió el pueblo trabajador de Rusia.

Nosotros haremos uso para comprender el fenómeno de la URSS uno de los más grandes trabajos de Trotsky, La Revolución Traicionada, de 1936. Ya en el primer párrafo del “Prólogo” señala:

“El mundo burgu˜és comenzó por fingir ignorancia ante los éxitos económicos soviéticos, o sea, ante la prueba experimental de la viabilidad de los métodos socialistas. Frente al ritmo de su desarrollo industrial, sin precedentes en la historia, los sabios economistas al servicio del capitalismo tratan todavía a menudo de guardar un silencio profundo o se limitan a invocar ‘la excesiva explotación’ de los campesinos y dejan así escapar una excelente ocasión de explicarnos por qué, la explotación sin freno de los campesinos en China, en el Japón, en la India, nunca ha acarreado un desarrollo industrial acelerado, semejante al de la URSS” 1 . Y luego agrega:
“La subversión de las viejas clases dominantes, lejos de resolver el problema, no hizo sino ponerlo de manifiesto: había que pasar de la barbarie a la cultura. La revolución permitió, al concentrar la propiedad de los medios de producción entre las manos del Estado, aplicar nuevos métodos económicos de una eficacia mucho mayor. Solamente gracias a la dirección de un plan único, se pudo reconstruir en poco tiempo lo que se había destruido durante la guerra imperialista y la guerra civil y crear nuevas empresas grandiosas, nuevas industrias, ramas industriales enteras”2 .
Con Japón a la cabeza de los imperialismos “recuperados”, en el período _ 1929-1935, Trotsky da las siguientes cifras que ilustran el impulso económico de la URSS:
Japón: crecimiento del 40%;
Inglaterra: crecimiento del 3 o 4%;
Alemania: vuelve a los niveles de 1929.
Frente a estos, la producción industrial de la URSS creció 3,5 veces, un aumento del 250%.
Esta es sólo una de las cifras que permitían ver las posibilidades económicas del Estado obrero 3.

Pero Trotsky aclara que “La URSS sube, partiendo de un nivel espantosamente bajo, mientras los países capitalistas lo hacen de un nivel muy elevado”, y propone “una apreciación comparativa de los resultados”: “En 1934 se obtuvieron en la URSS 82 quintales por hectárea (de remolachas); en 1935, en Ucrania, 131 quintales en una cosecha excepcional. En Checoslovaquia y en Alemania la hectárea da cerca de 250 quintales, en Francia más de 300”4. Y cita otros ejemplos: cómo el 81% de los tractores construidos han debido ser reparados; cómo los automóviles de la URRS, comparados con los de EEUU circulan 3 o 4 veces menos, etc. Por ello dice:
“Caracterizar los éxitos de la industrialización sólo por índices cuantitativos, es casi como querer definir la anatomía de un hombre sólo por su tamaño, sin indicar la amplitud del pecho. Una estimación más justa de la dinámica de la economía soviética exige, por otra parte, al mismo tiempo que el correctivo sobre la calidad, tener siempre presente el hecho de que los prontos éxitos en un dominio van acompañados de demoras en otros. La creación de vastas fábricas de automóviles por una parte; por la otra, la insuficiencia y el abandono de la red caminera (...) Nuevas ciudades industriales se crean en poco tiempo, mientras que decenas de antiguas caen en el abandono más completo”5 .
Entonces Trotsky plantea las contradicciones de los “éxitos” de la URSS: las cifras de la burocracia “descuida no solamente la calidad y el precio del costo, sino todavía la cifra de la población”. Este sólo cálculo aritmético permitía ver que la desigualdad social aún existía en la URSS6 , y no como propone Echagüe, que se estaba “construyendo exitosamente el socialismo” década tras década.
Echagüe oculta que este contradictorio proceso económico dentro de la URRS se desarrolló a la par de la burocratización, diluyendo la democracia de masas, soviética, que se había conquistado. Este fenómeno surgió, por una parte, aprovechando el atraso e ignorancia de grandes masas rurales, que eran la herencia del pasado semib˜àrbaro del Estado zarista; por otro, de la destrucción de su economía (fundamentalmente la urbana-industrial: fábricas y talleres) y su vanguardia proletaria (en la Guerra mundial y la guerra civil contra los “blancos” contrarrevolucionarios). Esto -más las contradicciones económicas internas a que hicimos referencia más arriba- hizo que fuera posible que una casta burocrática pudiera irse adueñando de los resortes del poder, anulando la democracia proletaria del sistema de soviets y la libertad de tendencias políticas a su interior.
La dial˜éctica del “desarrollo desigual y combinado” permitió entonces que en la “atrasada” Rusia la potente (“avanzada”) vanguardia obrera y política (el bolchevismo) concretaran la revolución obrera antes que los países centrales de Europa. Pasada la efervescencia revolucionaria, aislada Rusia, pesaron más los elementos atrasados y conservadores a favor del surgimiento de la burocracia. Este elemento, el fracaso de las luchas revolucionarias en otros países es clave para entender el aumento de las dificultades del naciente Estado obrero. Como plantea nuevamente Trotsky en La Revolución Traicionada: “Si en 1918 la socialdemocracia alemana se hubiese sabido aprovechar del poder que los obreros le imponían para realizar la revolución socialista y no para salvar el capitalismo, no es difícil concebir, fundándose en el ejemplo ruso, qué invencible potencia hegemónica sería hoy la del bloque socialista de la Europa Central, Oriental y de una parte considerable del Asia. Los pueblos del mundo tendr˜àn todavía que pagar con nuevas guerras y con nuevas revoluciones los crímenes históricos del reformismo” 7.
Echagüe dice que, al fin, para la d˜écada del ‘30, “se logró que la mayoría de los campesinos participara de las elecciones a los soviets rurales”. Esto omite que fue una “colectivización forzosa”, realizada con m˜étodos burocr˜àtico-militares: una verdadera aventura que causó estragos en el campo debido a la falta de cultura y técnica en el campo 8. Por ello la producción bajó y nuevamente hubo “aires” de guerra civil que el Estado, con métodos policíacos, controló.
La fracción gobernante cambió la política derechista que venía teniendo de apoyo al campesino acomodado por una izquierdista de “socialización”: de 1929 a 1932 se pasa del 1,7, al 61,5% de los hogares campesinos incorporados a los koljoses. Trotsky ante esto señaló: “veinticinco millones de hogares campesinos aislados y egoístas que todavía ayer eran los únicos motores de la agricultura, débiles como el caballo del mujik, pero motores en todo caso, la burocracia trató de sustituir, con un sólo gesto, por el comando de doscientos mil consejos administrativos de koljoses, desprovistos de medios técnicos, de conocimientos agronómicos y de apoyo entre los rurales mismos”. Aclarando: “La responsabilidad de esto no incumbe a la colectivización sino a los m˜étodos, ciegos, atrevidos y violentos por los cuales se aplicó. La burocracia no había previsto nada. El mismo estatuto de los koljoses, que trataba de unir el inter˜és individual del campesino al inter˜és colectivo, no se publicó sino despu˜és que los campos fueron asolados cruelmente” 9.
Está claro entonces que la colectivización era un paso fundamental en el terreno económico para avanzar en una reconstrucción de la URSS. Pero lo que no podía hacerse era a trav˜és de esos m˜étodos, que tensionaban las relaciones internas entre las clases, poniendo en peligro (como señaló una y otra vez la oposición de izquierda dirigida por Trotsky) la dictadura del proletariado, es decir, la alianza obrero-campesina 10.
El stalinismo fue la negación del marxismo revolucionario, y como tal no generó con su accionar sólo “una atmósfera contradictoria con la iniciativa revolucionaria” de las masas. Fue un proceso de guerra civil contra sectores de masas, y al interior del partido y el Estado. No fue una mera “confusión” acerca del “tratamiento de las contradicciones en el seno del pueblo”, como afirma Echague . Las “purgas”, desarrolladas a pleno en los Juicios de Moscù (1936/38) fueron una necesidad vital para la burocracia, para consolidar su dominio en pos de asegurar sus beneficios materiales, más allá de un plan económico.
No fue entonces una lucha de “personalidades”, o entre personajes “buenos” y “malos”: se luchaba por un programa para la revolución internacional. Esto nos lleva a otra falsedad histórica que propone Echagüe: la “lucha de líneas” en el Partido Bolchevique y la verdad de la discusión entre Trotsky y Bujarin (y Stalin).

2. La “lucha de líneas”: falsedad histórica y “omisión salvadora” (para Stalin)

Dice Echagüe: “La democracia proletaria se practicó en agudísimas y complejas luchas de líneas de los ‘20 y primeros años de la década del 30”. Y agrega dos mentiras y suma un “error” a su artículo.
Primera mentira: dice que “la línea trotskista aparecía como de izquierda, pero su contenido principal era de derecha porque, sostenía la imposibilidad de construir el socialismo en la URSS si no triunfaba la revolución en Alemania y otros países capitalistas desarrollados”. Comencemos explicando que no sólo Trotsky, sino Lenin y todo el bolchevismo -y los revolucionarios del resto de los países- hasta 1924 opinaban esto: que Rusia era una primera conquista, una primera “trinchera” en la lucha por la revolución obrera y socialista a escala internacional. Que si la revolución no triunfaba en los países centrales no se podría avanzar en la construcción y lucha del socialismo contra el capitalismo. Para repetirlo brevemente: Rusia necesitaba, económica y políticamente, la victoria de Alemania, para poder soldar un poderoso bloque económico que mostrara la superioridad de la economía planificada contra la anarquía capitalista, a la sazón totalmente desquiciada por la Guerra desde el ‘14. Lamentablemente en Alemania (y en otros países, como Italia) la oportunidad revolucionaria se perdió (1918/19), y Rusia tuvo que resistir (y construir) aislada los comienzos de una “sociedad socialista”. Es mentira entonces lo que dice Echagüe que había una “línea trotskista”: el internacionalismo revolucionario (teórico y práctico, es decir militante) era patrimonio de toda una generación, hasta que Stalin en 1924 proclamó como cierta la posibilidad de construir el “socialismo en un sólo país”.

Segunda mentira: a “fines de los años 20, Trotsky convergió con Bujarin y se aliaron contra Stalin y la política del Partido”; a fin de cuentas ambas eran “posiciones derechistas”. Lo que oculta Echagüe con esta burda falsedad histórica es que, en realidad, la posición de Trotsky era la izquierda de Bujarin (que quería construir el socialismo fronteras dentro de Rusia, apoyando a los campesinos acomodados), y Stalin era un “centro burocrático” 12. Fue la alianza entre centro y derecha la que favoreció el surgimiento del kulak. “Trabando la industrialización, perjudicando a la gran mayoría de los campesinos, la política orientada hacia el kulak reveló sin equívocos, desde 1924-1926, sus consecuencias políticas; inspirando a la pequeña burguesía de la ciudades y los campos una confianza extraordinaria, la conducía a apoderarse de numerosos soviets locales; acrecentaba la fuerza y la seguridad de la burocracia; se hacía sentir más y más pesadamente sobre los obreros; arrastraba la supresión de toda la democracia del partido y en la sociedad soviética. La fuerza creciente del kulak asustó a dos miembros notables del grupo diirgente, Zinoviev y Kamenev, que eran también (y no sólo por casualidad), presidentes de los soviets de los dos centros proletarios más importantes, Leningrado y Moscú. Pero la provincia y, sobre todo la burocracia, estaba por Stalin. La política de fortalecimiento del gran agricultor obtuvo la victoria. Zinoviev y Kamenev seguidos de sus partidarios se unieron en 1926 a la oposición de 1923 (llamada trotskista)”13 . Trotsky señala esta alianza del centro y la derecha contra la izquierda: los “años (1923-1928) fueron los de la coalición en el poder (Stalin, Molotov, Rykov, Tomski, Bujarin (...)) contra los ‘superindustrialistas’...”14 .
Luego vendría el giro izquierdista del centro contra la derecha:
“El partido, sofocado, vivía de versiones confusas y de conjeturas. Pasaron algunos meses y la prensa oficial publicó, con su impudicia acostumbrada, que el jefe del gobierno, Rykov, ‘especulaba con las dificultades del poder de los Soviets’; que el dirigente de la Internacional Comunista, Bujarin, se había revelado ‘agente de las influencias liberales-burguesas’; que Tomski, Presidente del Consejo Central de los Sindicatos, no era sino un miserable tradeunionista. Los tres, Rykov, Bujarin y Tomski, pertenecían al Bureau político. Si en la lucha anterior contra la oposición de izquierda, se habían usado armas del arsenal de derecha, Bujarin podía ahora, sin atentar a la verdad, acusar a Stalin de servirse contra la derecha de fragmentos de la oposición condenada” 15 .
Así Stalin, maniobrando entre ambos polos (primero aliándose con Bujarin en apoyo al campesinado rico -kulak-, y luego tomando parcialmente el programa de la oposición de izquierda: colectivizando las tierras y avanzando en la industrialización) logra a fines de los ‘20 controlar los mandos del Estado, eliminando ambos bandos opositores16 .
Ningún militante que se pretenda revolucionario puede contentarse con la afirmación de Echagüe sobre la “derrota teórica y política” del bujarinismo y trotskismo, como un mero enunciado a repetir, sin buscar mayor explicación de las causas profundas de esta “lucha de líneas”. Para nosotros se trata de comprenderlas como parte de una interrelación entre los factores de la economía mundial, el sistema de Estados y la lucha de clases. Sólo así puede ir uno acerc˜àndose a la explicación de estas “derrotas” de fracciones políticas “en el seno” de la URSS, que expresaban los intereses de distintos sectores sociales.
Un “error” (que llevó a muchos más): Si, como dice Echagüe, la discusión sobre la construcción del socialismo en la URSS “sería su principal aporte a la lucha revolucionaria del proletariado internacional y de los pueblos oprimidos”, el “aporte” que reivindican Echagüe y el maoísmo es el negativo, uno nefasto para el movimiento revolucionario: la reivindicación de una “construcción socialista aislada”. Por ello dirigieron en China una revolución (‘48/’49) y aceptaron acríticamente el surgimiento en la segunda posguerra de nuevos Estados obreros, aislados nacionalmente y monstruosamente burocratizados: Yugoslavia, Corea, Cuba y Vietnam. Estas experiencias no significaron un fortalecimiento de perspectivas revolucionarias para los trabajadores y pueblos oprimidos del mundo, debido, desde este punto de vista, a la falta total de internacionalismo revolucionario de las castas gobernantes: Mao, Tito, Castro, etc. se dedicaron a aislar y parasitar sus respectivos países los logros económicos de la expropiación de la burguesía; y a la falta de democracia obrera en el régimen político: la ausencia de democracia de masas (soviética) en estas experiencias, que podrían haber significado un ejemplo contra la democracia burguesa –como decía Lenin: “la mejor envoltura del capital”- a partir del establecimiento de auténticas repúblicas soviéticas.

3. La Segunda Guerra mundial y sus resultados (o cómo continuar con el “culto a la personalidad” por 50 años más)

Además de ensalzar como “gran héroe” a Stalin -siguiendo la política de “culto a la personalidad” que postuló la burocracia china en los ‘60 17-, Echagüe dice que la Segunda Guerra mundial fue una “guerra antifacista”. Extraña coincidencia con la “socialdemocracia reformista” que el maoísmo tanto gusta criticar. Echagüe -al igual que la prensa y academia burguesa- habla de la Segunda Guerra como “antifacista”, es decir una “guerra de regímenes” entre “democracia” y “dictadura” 18. Esto oculta -una vez más- una cuestión fundamental: la Segunda Guerra mundial fue una guerra interimperialista, una nueva guerra por la hegemonía política y económica a nivel internacional, buscando saldar la “indefinición hegemónica” de la Primera y buscando también atacar y vencer al Estado obrero soviético. Guerra que fue ganada por EE.UU. aliado a la URRS burocratizada contra las potencias fascistas del Eje. Así Echagüe oculta -una vez más- que, más que un “triunfo antifacista”, el resultado contradictorio de esta guerra dio con el acuerdo más contrarrevolucionario de la historia moderna: los pactos de Yalta y Postdam, donde los “luchadores por la libertad”: el imperialismo yanqui e inglés, negociaron con Stalin sus respectivas “zonas de influencia”, comprometiéndose Stalin y la burocracia del Kremlin a bloquear la revolución proletaria en los países centrales con los PC’s a sus órdenes, salvando al capitalismo y al imperialismo (“democrático”) de la insurrección obrera en la toda la posguerra19 .
En ùltima instancia lo que no tiene el maoísmo es dial˜éctica marxista para comprender los fenómenos sociales y desarrollar una política revolucionaria. Echagüe desliga las relaciones que hay entre los fenómenos políticos, económicos y militares, brindando entonces un relato parcial de los avances (relativos) económicos dentro de la URSS, en desmedro de la degeneración política burocrática del Estado; o desligando a este de la situación internacional y los resultados de la lucha de clases. No es en absoluto contradictorio que mientras haya avances en la recuperación económica interna de Rusia (años ‘20), se consolide en el estado una cúpula burocrática (a la par que fracasa la revolución en los países centrales, dejando a Rusia aislada). No es en absoluto contradictorio que, pese a la falta de democracia soviética en la URSS, las masas oprimidas por el stalinismo hayan dado todo de sí para defender las conquistas de su Estado obrero (degenerado) contra el ataque de Hitler, triunfando en 1945. Sólo una verdadera dialéctica que pueda ver las interrelaciones entre los factores objetivos y subjetivos puede dar cuenta de las complejidades del fenómeno que analizamos. Con la propuesta (el cuento) de Echagüe, las cosas son sólo blancas o negras, sin ver los grises y, menos que menos, todos los colores del arcoiris de la compleja situación internacional del siglo XX.

Como últimas conclusiones:

Echagüe nos dice entonces que hubo, gracias a Stalin, un “socialismo” en competencia con el capitalismo. Además de que teóricamente es un error absoluto, que Trotsky en La Revolución Traicionada explica magistralmente: “Es (...) más exacto llamar al régimen actual soviético, con todas sus contradicciones, no socialista, sino transitorio entre el capitalismo y el socialismo o preparatorio del socialismo”20 , debido al atraso del que parte Rusia –el socialismo como “estadío inferior del comunismo” es un “sistema equilibrado de producción y consumo”21 -; Echagüe entonces reivindica no el socialismo, sino el stalinismo, la corriente política que más hizo contra el socialismo y la perspectiva comunista. Este contrabando ideológico sólo lleva a postrarse a los pies de cualquier burócrata (como los que señalamos en la 2da. posguerra) o caudillo; baste recordar el apoyo del PCR al gobierno de Isabel (y López Rega) en los ’70, a Menem a fines de los ’80 o su actual coqueteo con los populismos reformistas de Venezuela y Bolivia: Chávez y Evo Morales.

***

Luego de ver la verdad del proceso de degeneración burocrática de la URRSS, tenemos que decir que, aberrantemente Echagüe y el PCR siguen reivindicando a Stalin, el enterrador de Octubre, la encarnación de la degeneración burocrática, y siguen mintiendo sobre León Trotsky, cuando están abasolutamente demostradas todas las mentiras de la burocracia que lo asesinó. Un partido que mantiene semejante falsedad histórica no merece la confianza de los trabajadores y los estudiantes que honestamente quieran luchar por la revolución proletaria.
Iniciado el siglo XXI, creemos que el mejor homenaje a la gran revolución Rusa consiste en retomar su legado, luchando por organismos democr˜àticos de masas (soviets) y una dirección revolucionaria, un partido, que lleve la lucha a la victoria, retomando el legado de Lenin 22 y Trotsky.

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León Trotsky y la oposición de izquierda, y luego la IV Internacional, señalaron al stalinismo como una verdadera “escuela de falsificación”. Como pretendimos demostrar en esta nota, el maoísmo del PCR, “variante china” del stalinismo, continúa el mismo camino, siguiendo con esta lamentable tradición de mentiras, injurias y traiciones.

 

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