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Partido de los Trabajadores Socialistas
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Las “jornadas de abril” contra la guerra imperialista
Por: Comisión del IPS

03 May 2007 | A 90 años, la actualidad de la Revolución Rusa hace de su estudio pormenorizado una tarea imprescindible para todos aquellos que luchamos por derrotar al capitalismo e instaurar una sociedad socialista. En esta sección que se prolongará durante todo 2007, La Verdad Obrera junto con el Instituto del Pensamiento Socialista “Karl Marx”, se propone (...)

1917. La revolución había logrado dar por tierra con los aspectos más evidentes de la opresión zarista, pero producto de la continuidad de la guerra, las penurias económicas y el descontento social se acentuaban. En un cuadro de movilización obrera y popular crecía la inquietud en aquellas guarniciones que todavía albergaban a los soldados que se sublevaron para derrocar el zarismo. Con el correr de los meses una pregunta dominaría crecientemente las mentes de obreros, campesinos y soldados: ¿cuando la revolución traerá la Paz?

El 23 de Marzo la joven potencia de los EE.UU. entraba en la guerra dándole un tremendo impulso a la Entente1 en su enfrentamiento con Alemania. La burguesía rusa no podía dejar pasar la oportunidad y quedarse afuera del nuevo reparto imperialista. Miliukov, ministro de negocios extranjeros del Gobierno Provisional y principal dirigente del partido burgués Cadete, expone en una entrevista, en toda su franqueza el programa imperial de la Rusia burguesa y terrateniente. Su objetivo era conseguir para Rusia los Estrechos de los Dardanelos, la ocupación de Constantinopla y Armenia, el reparto de Austria y Turquía, la ocupación de la Persia Septentrional, y luego de esta masiva invasión imperialista, como socia menor de la Entente, otorgar graciosamente el “libre” derecho de los pueblos soberanos.

Así, por la provocación de exponer abiertamente la política imperialista de la burguesía rusa, comienza una difícil crisis política para el inestable régimen del doble poder. El Gobierno Provisional intentaba trasladar lejos de Petrogrado los batallones más revolucionarios, la medida fue resistida por la Asamblea general de las guarniciones. A su vez el Soviet, dirigido por los conciliadores, presiona ante el Gobierno Provisional para que “clarifique” su política ante la guerra, que hasta ahora era presentada como una guerra de “defensa nacional”. Kerenski, como representante del soviet conciliador en el gobierno, junto a Tseretelli sacan una Declaración Pública del Gobierno Provisional que desautoriza a Miliukov. La Declaración decía que: “el fin perseguido por la Rusia Libre no es la dominación sobre los demás pueblos, ni se aspira a despojarles de sus bienes nacionales, ni apoderarse de territorios ajenos”. Pero al mismo tiempo la declaración afirmaba que: “se respetaran todos los compromisos contraídos con nuestros aliados”.
Pero el Comité Ejecutivo “conciliador” del Soviet cree en la “sinceridad” de la declaración y también la Pravda bolchevique todavía dirigida por Stalin y Kamenev2. Por su parte el Gobierno Provisional dejando de lado las buenas palabras exigía hechos concretos en favor de continuar la guerra. Solicita un empréstito para la guerra que incomoda la posición de los conciliadores. Las masas podían tolerar dar dinero con el objetivo de buscar la paz, pero no un empréstito para una guerra ofensiva. Por lo que el Comité Ejecutivo obligado por la presión popular, pasa a exigir que el Gobierno Provisional plantee ante las potencias aliadas la renuncia a las anexiones imperiales. Incluso Miliukov acepta, bajo la exigencia del sector “socialista” del gobierno, emitir una nota a favor de la Declaración en la que afirmaba que Rusia honraría los compromisos asumidos e impondría “garantías y concesiones” a los demás países derrotados3.

La guerra contra la revolución

Pero, incluso esta dudosa “concesión al soviet” fue mal vista por los aliados imperialistas por lo que Miliukov, apoyándose en una favorable “presión internacional”, buscó utilizar la guerra contra la revolución. La posibilidad de esto será un peligro siempre latente hasta la revolución de Octubre y aún después, la burguesía rusa, demasiado débil ante las masas obreras y campesinas y carente de un poder estatal fuerte producto de la caída del régimen en la revolución de febrero, debía buscar fuerzas para la contrarrevolución en las potencias imperialistas.

Mientras el Soviet conciliador y el Gobierno Provisional se entregaban al juego político de declaraciones y negociaciones formales, el plan de Miliukov consistía en conspirar junto a la Entente y el General Kornilov para resolver la situación de doble poder a su favor. El 17 de Abril los cadetes organizan la “Manifestación de los Inválidos” en la cual miles de heridos o amputados sobrevivientes de la guerra marchaban por llevar la guerra “hasta el final”. En realidad, esto chocaba con la actitud prevaleciente en las masas, bajo el argumento de la “defensa de la revolución” la guerra todavía era tolerada, pero el intento burgués de pasar a la ofensiva dió lugar a una reacción popular que resquebrajo toda apariencia de “unidad nacional”. El Comité Ejecutivo del Soviet tampoco podía soportar este trato “unilateral”.

Sin embargo la respuesta no vino de la cúpula de los “soviets conciliadores” que vacilaron sino de las masas, quienes el 18 de Abril protagonizaron una vez más una acción histórica de manera independiente. Trotsky analizó los acontecimientos de este modo: “Pero en aquel ajetreo habitual del doble poder vino a terciar inesperadamente una tercera fuerza. Las masas se echaron a la calle con las armas en las manos. Entre las bayonetas de los soldados brillaban las letras de los cartelones: ‘Abajo Miliukov’ ”4.

El protagonismo de los acontecimientos pasó a las manos de 30.000 manifestantes armados que coparon Petrogrado, no todavía con el objetivo de tirar al Gobierno sino para apoyar la posición del Soviet ante aquel y exigir que se vaya el ministro Miliukov. Ese carácter de presión y apoyo a la dirección conciliadora no evitó que la intensidad de la acción presentara elementos insurreccionales por parte de las masas; al tiempo que, del otro lado, el general Kornilov ofrecía los servicios represivos de la contrarrevolución en caso de que el Gobierno Provisional lo solicitara.

Al fin del día el Gobierno y el Comité Ejecutivo soviético deciden mantenerse en el terreno de la negociación y buscar contener la situación bajo alguna fórmula de conveniencia como desplazar de su puesto a Miliukov. Pero éste no estaba dispuesto a retractarse o renunciar, como dirigente burgués que era, otorgaba un alto grado de importancia al programa que defendía: “admito con toda franqueza, y lo defiendo con firmeza, que el principal objetivo de mi política era conseguir los Estrechos para Rusia. Luché, desgraciadamente en vano, contra aquellos que favorecían la nueva fórmula (ni anexiones, ni indemnizaciones, y derecho de los pueblos a su autodeterminación) y que Rusia debería liberar a los aliados de sus obligaciones de ayudarla. Me atrevería a decir, y lo digo con orgullo, y lo contemplo como un servicio específico a la nación, que hasta el último momento en que estuve desempeñando mi cargo no hice nada que diera a los Aliados el derecho a decir que Rusia ha renunciado a los Estrechos”5.

En las puertas de la guerra civil

El Soviet estaba ante la posibilidad de responder decisivamente ante el “servicio a la nación” con que la burguesía exigía la muerte de cientos de miles de obreros y campesinos rusos. Tenía la fuerza para deponer inmediatamente al Gobierno Provisional, incluso los dirigentes conciliadores desestimaban la posibilidad de una guerra civil ya que las tropas eran leales al Soviet. Pero buscaban una resolución pacífica con la incipiente contrarrevolución. Una vez más su indecisión abrió paso a la acción de las masas.

El 21 de Abril el Partido Bolchevique convoca, con la oposición de mencheviques y socialrevolucionarios, a una potente movilización en la que masas inmensas de obreros avanzan desde la barriada de Viborg y otros puntos obreros de la ciudad. La figura de Miliukov concentraba todo el descontento. El movimiento iba dirigido contra él. Solamente los bolcheviques, rearmados con el programa de Lenin de las Tesis de Abril, luchaban por llevar las conclusiones políticas más allá: hacia la denuncia de la guerra como una rapiña con objetivos imperialistas, exigir la publicación de todos los tratados secretos y ruptura con los planes de la Entente y atacar al Gobierno Provisional por representar los intereses de la burguesía. Mientras los conciliadores buscaron contener el movimiento, esta vez la entrada en escena del “tercer actor”, el movimiento de masas, llevo los sucesos a las puertas de la guerra civil. Por un lado las masas obreras, del otro las columnas patrióticas movilizadas por la avenida Nevski y el general Kornilov acechando bajo la excusa de la “defensa del gobierno”. Los cruces terminaron con enfrentamientos armados y víctimas fatales.

Antes que los enfrentamientos se generalizaran, el Soviet conciliador hizo uso de su influencia decisiva en las filas de los soldados e impuso un orden que desbarato toda posibilidad de que la derecha pasara a la ofensiva, demostrando de que lado se encontraba la relación de fuerzas. Así, el plan de Miliukov y Kornilov fracasó, pero a pesar que el poder real pertenecía a los soviets su dirección no quería hacerse con el poder.

La intervención de las masas obligó a la dirección del Soviet a imponerle límites a la tentativa contrarrevolucionaria. Por su parte el Partido Bolchevique logró confluir con la acción de las masas, pero eso no se traducía en la relación de fuerzas políticas. Trotsky analizaba esto así: “En las épocas revolucionarias, las masas oprimidas se ven arrastradas a la acción directa con mayor facilidad y mucho antes de que aprendan a dar a sus deseos y reivindicaciones una expresión política por medio de sus propias y genuinas representaciones. (…) Lo cierto es que, al día siguiente de producirse la semiinsurrección –o, hablando más exactamente el cuarto de insurrección de Abril, pues la verdadera semiinsurrección tendrá lugar en Julio-, seguían sentándose en el Soviet los mismo diputados que la víspera, y, tan pronto como volvieron a encontrarse en su ambiente habitual, votaron también, como era lógico, con los dirigentes habituales”6. Es por eso que los dirigentes reformistas luego de ver alejarse el peligro contrarrevolucionario buscarán en la alquimia política de un nuevo gobierno de unidad, sin Miliukov pero de conciliación con la burguesía, la forma de mantener su influencia ante el temor de nuevos embates “desorganizados” de las masas.

La reacción popular tenía como lógica defender las posiciones conquistadas por la revolución, incluso muy radicalmente, pero no aún ir más allá y conquistar otras nuevas. Incluso Lenin tuvo que orientar el ímpetu de aquellos bolcheviques que querían derribar al gobierno hacia la táctica de “explicar pacientemente” ante las masas: “Se puede derribar a aquellos a quienes el pueblo conoce como detentadores de la fuerza. Pero ahora no los hay; los cañones y los fusiles están en manos de los soldados, y no de los capitalistas, hoy los capitalistas no conducen a la gente por la violencia, sino por el engaño, y sería necio gritar contra la violencia, sería absurdo”. Todavía era necesario preparar más concientemente la próxima embestida.

 

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