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FRENTES DE CONFLICTO: LAS PROTESTAS PIQUETERAS Y LA INSEGURIDAD
La calle desafía otra vez a Kirchner
Por: Prensa PTS

04 Aug 2004 |

Después de un lapso donde la crisis de gobierno lo descolocó y sus propias palabras terminaron de enredarlo, Néstor Kirchner volvió a colocar la inseguridad como una de las cuestiones prioritarias de su agenda.
Esa decisión pareciera haber sido fogoneada, a primera vista, por tres razones: recrudecieron hechos de violencia —el secuestro de un adolescente en San Isidro, entre otros—, capaces de reponer en la opinión pública un estado de alta intranquilidad; aquéllos acentuarían la percepción de que la calle es un espacio que el poder no alcanza a controlar; todas las encuestas de las últimas semanas demuestran que el problema de la inseguridad, junto al desempleo, son las mayores angustias que padece la sociedad.
El Presidente le pidió los últimos días al ministro de Justicia, Horacio Rosatti, que no sembrara ninguna duda sobre el plan de seguridad que había lanzado su antecesor, Gustavo Beliz. La demanda llegó a propósito de ciertas declaraciones del ex procurador del Tesoro sobre la necesidad de revisar algunas normas.
Aquel megaproyecto había contado con el expreso aval presidencial. La idea de un retroceso podía robustecer la hipótesis de quienes aseguran que existe una desproporción entre los anuncios que realiza el Gobierno y la concreción de sus actos.
Rosatti estuvo ayer en el Senado tratando de apurar algunas de las iniciativas sobre seguridad que avanzan a ritmo lento. Y además recibió a Juan Carlos Blumberg, el padre del asesinado Axel.
Blumberg significa un emblema de la lucha contra la inseguridad y en él parecieran sentirse representados miles de argentinos, sobre todo de los sectores medios urbanos. Son, en buena parte, los mismos que fueron atraídos al comienzo por los aires de renovación de Kirchner pero que empezaron a desencantarse a raíz del sesgo que tomó la protesta social.
En ese mismo nicho pudieron haber incidido las denuncias formuladas por Beliz —sobre supuestas mafias y corrupción— cuando salió del poder. De allí el esfuerzo del Presidente por tratar de acompañar siempre los pedidos de Blumberg.
El mundo de la inseguridad y el de las organizaciones piqueteras suelen tener una escenografía en común: la calle. Y es en ese punto donde logran provocar el desvelo del Gobierno. Hay motivos muy profundos, entre ellos la ausencia de un Estado eficiente, que dan cierto marco de comprensión a la imposibilidad de conseguir erradicar el delito.
En cambio, el Gobierno se dio una política hacia las organizaciones piqueteras con promesas de resultados —la desarticulación progresiva de la queja—, que pudieron advertirse sólo en forma parcial. A esta altura de los hechos se puede concluir en una cosa: el movimiento piquetero no es una expresión momentánea de descontento sino una estructura dispuesta, en ciertas franjas, a confrontar con el poder.
Las organizaciones infligieron, objetivamente, una derrota al Gobierno con los episodios violentos en la Legislatura porteña. A punto tal que la Casa Rosada debió variar su postura con la Policía y darle mayor protagonismo.
La de hoy podría ser, en ese sentido, una prueba de fuego. Convergerán sobre el casco céntrico porteño tres manifestaciones simultáneas: el Gobierno pondrá otra vez en práctica —como el 22 del julio pasado— un gigantesco operativo de prevención que será el bautismo para Rosatti y para su secretario de Seguridad, Alberto Iribarne.
Kirchner se reunió ayer con los dos y también resolvió delegar el armado del operativo en el nuevo jefe de la Policía, Néstor Vallecca. Otra vez desplegará un sistema de disuasión sin armas de fuego, pero con otros pertrechos.
Kirchner recabó ayer información en la SIDE sobre la posibilidad de disturbios: todas las señales fueron tranquilizadoras, aunque el organismo actuó del mismo modo aquel viernes del gran desorden.
Pero nadie parece tener ya margen para el equívoco porque el problema de la calle se ha convertido en un estrecho sendero.

 

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