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Partido de los Trabajadores Socialistas
Buenos Aires   |  25 de abril de 2024
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PANORAMA POLITICO
Otro escenario luego de la crisis
Por: Prensa PTS

01 Aug 2004 | Kirchner ya no se apoya sólo en el favor popular, ahora más esquivo. Luego del desmadre callejero y de la crisis de Gobierno, cierra filas con el PJ y seduce a la UCR. Busca asegurar la gobernabilidad y dar señales externas.

El universo político que Néstor Kirchner construyó en catorce meses ha comenzado a cambiar. Ya no predomina sólo el espectáculo de su relación con la opinión pública: el Presidente parece propenso a recurrir a otros adhesivos políticos para fijar las bases de su sistema de poder.
El calor de la gente continúa siendo, para él, su termómetro preferido. No ha percibido ningún enfriamiento en cada acto o en cada concurrencia masiva: pero su sensibilidad le indica que el humor colectivo, el de anchas franjas que opinan con su voto, que tornan de un saque la simpatía en fastidio, pudo haberse agriado en las últimas semanas.
No existe un disgusto puntual que haya desatado el fenómeno sino, tal vez, una acumulación de traspiés, algunos hasta casi imperceptibles. Aunque entre toda esa fronda se destaca uno: la protesta callejera, la política con las organizaciones piqueteras, se transformó en la carga más densa de sobrellevar para el Presidente.
De hecho, ese conflicto provocó su primera crisis de gobierno. Y lo enfrentó a dos desafíos simultáneos: modificar la estrategia policial para establecer algunas reglas de juego en el desorden cotidiano de la calle y producir el primer traumático relevo de hombres de su elenco.
El balance dejó una cosecha bien distinta en cada costal. Las severas críticas que hicieron Gustavo Beliz y Norberto Quantin a su partida embadurnaron, sin dudas, la confiabilidad del Gobierno. Aquellos hombres podrían ser objetados por su oportunismo, pero no sería fácil vulnerar su honestidad.
Distinta es la mirada desde el ventanal de la política. Beliz nunca forjó alianzas dentro del Gabinete y, menos aún, en el peronismo. Eduardo Duhalde siempre le reprochó a Kirchner ese nombramiento en el Ministerio de Justicia.
Tampoco el ex ministro parecía puente adecuado para la búsqueda de consensos en un área de sensibilidad social. Aunque en ese terreno, para ser justos, respetó a rajatabla la directriz presidencial. Trabó un vínculo firme con Juan Carlos Blumberg, a partir del crimen de su hijo Axel, pero jamás logró complementarlo con una acción eficiente en la política. También el radicalismo, los sectores centristas y hasta Elisa Carrió recelaron de Beliz.
Aquí se podría percibir algo más del viraje presidencial. Vale como prólogo reproducir una frase que Kirchner repitió entre sus íntimos: "Aquel viernes de la Legislatura fue una derrota para nosotros. Debemos remontarla. Y para remontarla hay que cambiar", reflexionó.
En el lugar de los funcionarios despedidos ingresaron dos hombres de bajo perfil pero, a priori, sin enemigos irreconciliables en la política. Horacio Rosatti, nuevo ministro de Justicia, es un académico de nota, de sólidos lazos con la Iglesia y buena convivencia con el peronismo de Santa Fe.
Alberto Iribarne, secretario de Seguridad, es de añeja madera peronista bocelada casi siempre, desde el regreso de la democracia, en los talleres duhaldistas. Fue uno de los dirigentes que, en materia de seguridad, trató con Kirchner durante la campaña mientras secundaba al entonces ministro Juan José Alvarez.
Rosatti e Iribarne tienen una concepción y un estilo componedor de la política acorde, a lo mejor, con los tiempos menos turbulentos que se avecinarían: puede ocurrir que Kirchner decida relegar su mecánica de pelea constante que utilizó para la edificación del poder en épocas de bonanza, por otra que enfile hacia los consensos, ahora que empezaron a soplar vientos arrachados.
Sigamos algunas huellas. Iribarne lanzó un primer mensaje con algunas certezas para una Policía zamarreada, en dirección parecida a la que había insinuado Kirchner —en un homenaje a los caídos en cumplimiento del deber— incluso antes de echar al comisario Eduardo Prados.
Rosatti relativizó algunas de las reformas impulsadas por Beliz, menos aquellas referidas a la seguridad: lo demandó Blumberg y este hombre sufrido representa para el Presidente el nexo con aquellos segmentos sociales que han comenzado a desencantarse por las protestas piqueteras.
Existió un tercer movimiento en el poder, oculto por el escándalo de la crisis, que podría ser también indicio de un futuro rumbo matizado: a la titularidad de la SIGEN (organismo de control) fue llevado Miguel Pesce, dirigente del radicalismo porteño, que acompañó a Aníbal Ibarra en su primer período.
Los gestos hacia el radicalismo, en verdad, parecen haberse reproducido como setas. La coronación fue la reivindicación histórica que Kirchner hizo el jueves de la figura de Ricardo Balbín. Quizá, de toda esa panoplia, no fue aquello lo que más encantó a Raúl Alfonsín: pero el ex presidente se ha amigado con el Gobierno y es ahora el que intenta aplacar los enojos de Duhalde.
Tampoco el caudillo bonaerense es el hombre enfadado de semanas atrás. Mantiene línea abierta con Alberto Fernández y se mostró complacido con el encumbramiento de Iribarne. Celebró también cuando supo de la convocatoria a otro hombre cercano a sus afectos: el constitucionalista Héctor Masnatta podría recalar en la Procuración del Tesoro.
Aquellos parecen, sin embargo, reflejos de una variación quizá más honda por la cual Duhalde venía bregando y que le costó una prolongada indiferencia de parte de Kirchner: el ex presidente siempre advirtió sobre la inestabilidad del apoyo social —en especial del electorado porteño—, y la necesidad de preparar los resguardos ante el eventual arribo de los malos tiempos.
¿Llegaron, acaso, esos malos tiempos? No cabe ningún agorerismo pero, por donde se la mire, la realidad que enfrenta Kirchner no destila el optimismo de meses atrás.
Lo que ocurre en la Argentina en estos días se conoce bien: lo que no se alcanza a mensurar con justeza es la lectura y la interpretación que el mundo hace de toda esa historia. El Presidente pareciera presumirlo, de allí sus últimos gestos: la bendición a la unidad de la CGT, el respiro impuesto con Duhalde y el acercamiento al radicalismo buscarían diluir cualquier duda externa sobre la gobernabilidad.
Hubo otras decisiones menos ampulosas, conducidas por carriles de la diplomacia, que persiguieron idéntica intención. El Gobierno no concederá refugio a Jesús María Lariz Iriondo, un dirigente vinculado a la ETA reclamado por España.
El juez Baltazar Garzón había solicitado en su momento la extradición que Claudio Bonadio la consideró improcedente. La apelación española llegó a la Corte Suprema, pero la resolución de ese trámite llevará mucho tiempo. ¿Qué hacer en el largo ínterin? El Gobierno le extenderá a Lariz Iriondo un papel de residencia que debe renovar cada dos meses y que le impide alejarse más de 60 kilómetros de Capital.
Sobre esa resolución venía reclamando el gobierno socialista español de José Luis Rodríguez Zapatero. El actual jefe de Gobierno de España se ha convertido en un gentil mensajero con el FMI: Rodrigo de Rato, otro español, es el jefe máximo.
Aquella gestión no destrabará la negociación con el organismo porque, entre otros motivos, España es una nación de peso relativo que no integra el Grupo de los Siete. Pero su atención cobra valor en un momento en que la Italia de Silvio Berlusconi parece darle la espalda a la Argentina y en que Washington vive absorbido por la elección de noviembre.
El FMI había dicho públicamente que no interferiría en la negociación con los acreedores privados, pero ha vuelto a presionar para que el Gobierno mejore su oferta. Dilata la aprobación de las metas del segundo trimestre para que coincida con la discusión de las pautas para el 2005: exige para ese tramo un mayor superávit fiscal.
Ni Kirchner ni Roberto Lavagna parecen parpadear ante la ofensiva. Esos hombres comparten una postura sin grietas y apuestan a la paciencia para seguir la transa, evitando asomarse a ningún abismo
Son tiempos adecuados para acomodar la casa y no para retos inútiles y quizá peligrosos.

 

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