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Partido de los Trabajadores Socialistas
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LA TERCERA INTERNACIONAL (PARTE V)
La bancarrota de la Internacional Comunista y el ascenso del nazismo
Por: Emilio Salgado , Jazmin Jimenez

03 Oct 2013 | El movimiento obrero a través de su historia se ha organizado internacionalmente para enfrentar a los capitalistas y luchar por una sociedad libre de explotación y opresión poniendo en pie cuatro Internacionales. En esta sección de La Verdad Obrera presentamos una serie de artículos sobre esta historia, con sus debates, sus luchas y sus lecciones. (...)

Los nazis habían surgido en 1920 con un fuerte discurso nacionalista, expansionista, antisemita y anticomunista. Alemania, derrotada en la Primera Guerra, perdía sus colonias y debía pagar importantes reparaciones económicas a las potencias vencedoras (Inglaterra y Francia), según el Tratado de Versalles. Pero recién con la gran crisis económica de 1929, originada en Estados Unidos y que golpeó a toda Europa, se abrió una situación de gran inestabilidad política. Alemania pasaba a ser “el eslabón débil de la cadena imperialista” ya no por cómo había caracterizado Lenin al atrasado capitalismo ruso de la primera guerra; sino por ser la principal economía europea en un contexto de situación “sin salida”. La crisis arruinó a la clase media y dejó sin empleo a varios millones. En ese marco, el partido nazi comenzaría a tener mayor peso en las masas. En las elecciones parlamentarias de 1930 tendrán un impactante crecimiento electoral y una gran influencia en la clase media (recuadro).
En el documento que Trotsky, exiliado en Turquía (había sido expulsado del partido y de la URSS), envía al sexto congreso de la IC, definía que la derrota del ’23 por responsabilidad de la dirección del PC alemán y por la política de la dirección de la Internacional (ver LVO 539), había permitido la estabilización de la economía europea y en ese sentido, esto significaba que EE.UU. redujera “a la servidumbre a Europa ‘pacíficamente por ahora’ ”. Esta situación cambió con el crack de 1929 de la bolsa norteamericana. Las tensiones imperialistas aumentaban.
Contra el planteo de la dirección de la IC que igualaba fascismo y socialdemocracia, a la que llamaba socialfascismo, Trotsky explicaba en “la Crítica al Programa de la Internacional Comunista”: “la burguesía no hace entrar en juego al fascismo más que en el instante en que un peligro revolucionario inmediato amenaza las bases de su régimen, cuando los órganos normales del Estado burgués son ya insuficientes. En este sentido, el fascismo activo corresponde a un estado de guerra civil de la sociedad capitalista contra el proletariado insurrecto. Por el contrario, la burguesía se ve obligada a utilizar su ala izquierda, socialdemócrata, o bien en una época que precede a la guerra civil, a fin de engañar, de pacificar, de desorganizar al proletariado, o bien después de haber vencido seriamente por largo tiempo a las masas del pueblo, cuando para restablecer el régimen normal se está obligado a movilizarlas en el terreno parlamentario y con ellas a los obreros, que ya no tienen confianza en la revolución”. El objetivo principal del fascismo es destruir las organizaciones obreras. El fascismo es una expresión extrema de la burguesía que liquida cualquier instancia de participación democrática de las masas.
La socialdemocracia (PSD) fue aceptando la pérdida de todas las conquistas obreras: en lugar de poner a las organizaciones de los trabajadores que dirigía en guardia, las adormeció. Su política era esperar a las elecciones para elegir un presidente y colocaba sus esperanzas en el Estado burgués (su policía y ejército) para que actuara contra el fascismo. Pese al papel contrarrevolucionario del PSD, el partido que había votado los créditos de la I Guerra y que había ahogado cada proceso revolucionario, Trotsky advertía que millones de obreros que aspiraban a enfrentar al fascismo pertenecían a este partido: “La socialdemocracia dirigía predominantemente al movimiento obrero en base a poderosas organizaciones políticas, económicas y deportivas, mientras que el partido comunista alemán (PCA) era una minoría importante en el movimiento obrero pero débil en los sindicatos”.
Por eso, Trotsky planteaba que era imperioso que el PCA lanzara la línea de frente único en las organizaciones obreras con la socialdemocracia, y desde allí, defender las conquistas que seguían en pie, como por ejemplo la pelea por las 7 horas de trabajo, y enfrentar los ataques de los nazis. Había que abandonar la práctica y la teoría de “socialfascismo”.
Los comunistas debían apoyar la consigna de la mayor unidad posible de todas las organizaciones obreras en cada acción de lucha por sus intereses contra el intento burgués de darles el poder a los fascistas. Era imperioso volverse contra el fascismo formando un solo frente. Los obreros comunistas, codo a codo con los obreros socialdemócratas dispuestos a pelear contra el fascismo. Era necesario ponerse de acuerdo sobre la manera de golpear, sobre quién y cuándo, impulsando un conjunto de medidas para luchar efectivamente contra el fascismo. Había posibilidades de triunfar pero, guiada por toda la orientación previa del “Tercer Período” stalinista, el PCA no desarrolló una política de frente único.
 
El “Tercer periodo”
 A partir de 1923, la IC analizó incorrectamente los cambios de las condiciones objetivas, lo que le impidió acertar el tiempo de los giros tácticos. Según Trotsky, el VI Congreso (1928) se preparó para un ascenso brusco y lineal de la revolución: “ascenso que la situación objetiva hacía totalmente imposible en esta época, después de las serias derrotas de Inglaterra y China, del debilitamiento de los partidos comunistas en todo el mundo, y sobre todo en las condiciones de expansión comercial que estaban conociendo toda una serie de países capitalistas”. La burocracia de la Internacional determinó que empezaba el “tercer período”, que según el esquema proclamado, era la etapa final del capitalismo, que desencadenaría revoluciones en todas partes. Así como se habían quemado con fuego al diluirse en los frentes únicos del “período” anterior, esta táctica significaba: una línea aventurera, sectaria y opuesta al frente único planteado en los primeros cuatro congresos de la III Internacional.
Esta contradicción originó tendencias aventureras, el aislamiento prolongado de los partidos y su debilitamiento organizativo. A pesar de que con la crisis del ‘29, que como dijimos, fue de una gravedad sin precedentes, se abrían nuevas perspectivas de radicalización de las masas y de convulsiones sociales; con los giros burocráticos y fuera de tiempo que arrastraba la dirección de la Internacional se impidió a los comunistas llegar preparados
 
Frente Único Obrero  
 La política del PSD de adaptarse al decadente capitalismo, y la degeneración burocrática del PCA obstaculizaron, durante la crisis, el fortalecimiento del movimiento obrero. Por eso, dice Trotsky “la pequeño burguesía se volcó al fascismo, que predicaba la guerra civil no contra la opresión burguesa, sino contra el proletariado; y cuyo fin era continuar e intensificar la explotación capitalista a través de la supresión de todas las libertades democráticas”. Es que la burguesía, para buscar una salida a la crisis económica, debía deshacerse de la presión de las organizaciones obreras; en tanto que la pequeñoburguesía arruinada, ante su desesperación, quería recuperar su estándar de vida y se volcó al fascismo que prometía orden.
La dictadura fascista, cuya misión era preparar la guerra como salida a la situación de las extremas tensiones entre las potencias imperialistas, necesitaba anular toda resistencia interna. La lucha de clases generaría crisis políticas y fuertes enfrentamientos, llegando incluso a la guerra civil. Los trotskistas, miembros de la oposición de izquierda afirmaban que incluso el surgimiento del fascismo, enemigo de la clase obrera, “podría haber sido utilizado como palanca para la revolución si el Partido Comunista hubiese comprendido cómo movilizar todas las fuerzas del proletariado con él”. La única forma de que los nazis llegaran al poder mediante las elecciones era que la clase obrera alemana se rindiese; y de esa tarea se encargaron sus direcciones, desarmándola y teniendo una política derrotista. Porque “si la burocracia stalinista ni siquiera reconoció al enemigo, mucho menos podía combatirlo”.
Trotsky rechazaba el “esquematismo estratégico”, con sus periodos numerados, del stalinismo y al “esquema teórico apocalíptico del Tercer periodo”, donde siempre se estaba cerca de la caída del capitalismo. Para Trotsky no existía ninguna táctica abstracta a priori. No se podía llegar al poder sin una insurrección, eso era claro. “Pero, ¿cómo llegaremos a la insurrección? ¿Con qué métodos? ¿Y a qué ritmo vamos a movilizar a las masas?”. Esto no sólo dependía de la “situación objetiva” en general, sino sobre todo, del lugar que ocupa el proletariado al comienzo de la crisis social en el país, de las relaciones entre el partido y la clase, entre el proletariado y las clases medias. No se trataba de plantear la fórmula de la crisis terminal del capitalismo, sino de un debate de cómo la dirección preparaba a los partidos para los momentos críticos, donde los ritmos se aceleran y es clave todo el trabajo previo del partido en las organizaciones de masas. Con su política ultraizquierdista, la IC y el PCA hicieron todo lo contrario, y no llegaron preparados a esta situación dada por la crisis económica y política, para enfrentar la política de la burguesía, que buscaba la salida extrema del fascismo. Pese a los errores previos,de no preparación para ese momento de cambios bruscos, Trotsky afirmaba que no estaba todo perdido en Alemania de los primeros ’30, ni mucho menos.
Trotsky aseguraba que había que unir a la base obrera desde los consejos de fábrica, que eran un frente único de las masas obreras y, ante la muy probable traición del partido reformista, los trabajadores podrían hacer una experiencia y el PC estar en mejores condiciones para ganar a la mayoría. Se podría haber pasado a la ofensiva, siempre que se preparase. En una carta dirigida a un grupo ultraizquierdista que estaba en contra de la participación en los Consejos (que estaban legalizados) porque no eran “soviets”, Trotsky recomendaba participar y plantear, cuando fuera posible la relación de fuerzas, el control obrero: “Los consejos de fábrica no son lo que la ley hace de ellos, sino lo que los trabajadores hacen de ellos. A partir de un momento determinado, los trabajadores ‘dislocan’ el marco de la ley o lo echan abajo, o simplemente lo ignoran por completo. Precisamente, en eso consiste la transición a una situación puramente revolucionaria. Por ahora, esta transición está todavía delante de nosotros, no detrás. Debe ser preparada”.
Por eso había que tener una construcción clave en las fábricas y enfrentar a las direcciones reformistas y a los arribistas de todo tipo, porque “apartado de los trabajadores, el partido no puede hacerse más fuerte, porque la arena más importante de la actividad de los trabajadores es la fábrica”. Los desocupados, que como dijimos eran la mitad de la clase obrera, estaban a la izquierda en las acciones por la situación exasperante. Trotsky aseguraba que debían ser incluidos en el control obrero, buscando las formas para que abarcaran tanto a empleados como desempleados: “¿Hay que descuidar enteramente a los trabajadores ocupados y poner todas las esperanzas en los desempleados? Esa sería una táctica puramente anarquista. Naturalmente los desempleados constituyen un poderoso factor revolucionario, particularmente en Alemania. Pero no como un ejército proletario independiente, sino más bien como ala izquierda de ese ejército. El núcleo fundamental de los obreros se encontrará siempre en las fábricas. Es por esto que el problema del consejo de fábrica subsiste con toda agudeza”. 
La oposición de izquierda defendía para los consejos una política transicional para preparar una radicalización mayor, donde las masas se autoorganizaran. Para ellos, la participación en los consejos obreros era tan importante como la acción en los sindicatos y en el parlamento. Se basaban en la realidad de la sociedad burguesa “con el fin de encontrar en ella las fuerzas y las palancas para derrocarla”. Contra el fetichismo de los soviets, los trotskistas buscaban impulsar un puente para construirlos.
A su vez, Trotsky sostenía que los frentes únicos debían organizar la autodefensa obrera: “Hay que poner a punto rápidamente un conjunto práctico de medidas… Este programa debe tratar de la protección de las fábricas, la libertad de acción de los comités de fábrica, la intangibilidad de las organizaciones y las instituciones obreras, el problema de los depósitos de armas de las que puedan apoderarse los fascistas, de las medidas a tomar en caso de peligro, es decir sobre las acciones de la lucha de los obreros comunistas y socialdemócratas. En la lucha contra el fascismo corresponde un inmenso lugar a los comités de fábrica. Sobre este punto hace falta un programa de acción particularmente preciso. Cada fábrica debe transformarse en una fortaleza antifascista con su mando y sus destacamentos de combate. Hay que conseguir el plano de los cuarteles y de otros focos fascistas de la ciudad, en cada distrito. Los fascistas intentan sitiar a los focos revolucionarios. Hay que sitiar al sitiador… Desde noviembre de 1930… venimos proponiendo un programa práctico de acuerdo con los obreros socialdemócratas. ¿Qué se ha hecho en este sentido? Casi nada”. (Por un frente único contra el fascismo, 8/12/1932).
El frente único obrero era la única forma de enfrentar la salida fascista de aplastamiento, y ser una alternativa a la crisis nacional, para que las clases medias desesperadas no recurrieran al fascismo.
Contrariamente a lo que proponían los revolucionarios, la dirección del stalinismo no ofreció resistencia al fascismo. Esta traición que permitió el triunfo de Hitler fue apoyada por toda la Internacional Comunista y por ello Trotsky plantearía la necesidad de fundar una nueva Internacional.

 

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