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Buenos Aires   |  29 de marzo de 2024
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QUE HAY DETRAS DE LA MOVIDA DEL GOBIERNO EN SU RELACION CON EL FMI
Existe la tensión, pero hay diálogo y señas con el FMI y con Washington
Por: Prensa PTS

11 Aug 2004 | La decisión oficial de postergar la revisión de las metas se tomó en sintonía con el FMI. Pero es una jugada de alto riesgo, que puede afectar, sobre todo, al ministro Lavagna.

La belicosidad de las palabras del Gobierno pudieron hacer presumir algún desenlace fatal irremediable. Pero otra vez, como durante los catorce meses de gestión, es necesario escarbar a fondo el ánimo oficial para descubrir lo que ocurre: la tensión con el FMI, la postergación hasta enero de la revisión de las metas, surgieron como producto de un desacuerdo bien conversado.
Quiere decir que, aun en estado de precariedad externa, la Argentina no acaba se ensayar un salto al vacío, aunque la acrobacia encierre, sin dudas, muchos riesgos.
Washington dio, por ejemplo, las señales que puede dar hacia un conflicto que jamás lo desveló y que en este tiempo electoral le resulta, en especial, ajeno y distante. El embajador en Buenos Aires, Lino Gutiérrez, aseguró ayer que su país respalda a la Argentina en la negociación externa. Un argumento similar escuchó días atrás Rafael Bielsa, durante una reunión de la OMC, de parte de Alan Larson, subsecretario de Estado del gobierno de George W. Bush.
Quizá la voz más empinada que pudo oírse en las peores horas de la refriega fue la del subsecretario del Tesoro, John Taylor, que habló de una prescindencia de Washington. Pero la supuesta dirección de ese mensaje no fue la misma que recibió Roberto Lavagna.
El Fondo Monetario tampoco vio con malos ojos el aplazamiento. El paréntesis, en primer lugar, permitiría un mejor acomodamiento al nuevo director, el español Rodrigo de Rato, que fue uno de los que subió la apuesta con la Argentina. El ex ministro de José María Aznar llegó al cargo con fama –mal hecha– de su hipotética permeabilidad hacia las crisis en América latina.
Debió ahuyentar con posiciones muy severas aquellos antecedentes, pero cuando la tempestad amaine reconsideraría su actual condición de halcón. Esa fue la esperanza que, al menos, tanto Aznar como el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, jefe del gobierno de España, le transmitieron a Néstor Kirchner.
El FMI demandaba también un resuello en la complejísima negociación que lleva con la Argentina que alumbró incluso antes de que se produjera el colapso de diciembre del 2001. El organismo está en una instancia de alta exposición mundial a raíz de tres casos que representan casi el 60% del total de los préstamos y asistencias que tiene otorgados.
Dos de aquellos son de una gran sensibilidad política, muy por encima de la Argentina, imposibles de no ser atendidos día a día. Figura Brasil, que después de un año muestra signos vitales de recuperación económica que, de todos modos, no significan una garantía para su nivel de endeudamiento.
Está Turquía, una nación clave en la geoestrategia de Oriente Medio y en la guerra contra el terrorismo fundamentalista, que manifiesta problemas serios para cumplir con los acuerdos –sobre todo las metas fiscales– que en su momento suscribió con el Fondo Monetario.
Hay otro dato sobre el escenario que tampoco podría soslayarse. Ha sido Lavagna y no Kirchner, como aconteció en ocasiones anteriores, quien pasó a liderar el endurecimiento de la postura argentina. El Presidente viene guardando sobre el tema una discreción prudente. ¿Acaso diferencias con su ministro? Nada de eso: ese nudo político del poder parece, en estos días destemplados, mejor amarrado que nunca.
Pero también hay otra realidad. La negociación con los bonistas privados y la reanudación futura del diálogo con el FMI son tareas que competen, sobre todo, a Lavagna y a su equipo. El Presidente, sabiendo como es, también se inmiscuye: pero la responsabilidad del éxito y del fracaso recaerá sobre el Ministerio de Economía, aunque los efectos se terminen derramando sobre todo el Gobierno.
Lavagna es, además de un eficiente piloto de tormenta, un funcionario dotado de un fino sentido político. ¿Pudo haber errado el tiempo para la gran pulseada? ¿Tendrá certezas que guarda su hermetismo sobre una reacción mejor que la pensada de los bonistas privados?
Quizás el ministro, con la brasa en la mano, esté dispuesto a hacer algo que todavía no hizo: encarar una negociación bastante más matizada que la que llevó Guillermo Nielsen con los acreedores a fin de doblegar algunas reticencias.
Un reclamo de esas características le hizo la semana pasada a Bielsa el canciller italiano, Franco Frattini. Italia es uno de los países más ásperos con la Argentina en el Grupo de los Siete.
El canciller maquina ahora un encuentro con Jack Straw, el ministro de Interior británico y también con sus colegas de Alemania y de Japón.
En ese racimo de naciones radican los mayores obstáculos para que la Argentina pueda salir del default y verle otra vez la cara al FMI.

 

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