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CUANDO LA LUCHA EN LAS CALLES ECHO AL PRESIDENTE
A 10 años del 19 y 20 de diciembre de 2001
Por: Cecilia Feijoo

17 Nov 2011 |

A casi un mes de cumplirse los primeros diez años de las históricas jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, La Verdad Obrera presentará, en entregas semanales, una serie de artículos en los que reflexionamos una vez más sobre aquella gran rebelión popular que provocó, por primera vez desde el regreso de la democracia en 1983, la caída de un gobierno elegido por sufragio universal e inauguró un nuevo ciclo político en la Argentina. Este acontecimiento dejó planteada la posibilidad de superar la derrota histórica impuesta por la última dictadura militar y es inaugural de una nueva relación de fuerzas entre las clases y de una nueva actividad de la clase trabajadora. Queremos entonces compartir con los/as lectores/as de nuestro periódico el conjunto de lecciones que en su momento, y posteriormente, extrajo el PTS, producto del análisis de la realidad y la intervención política, en discusión con otras posiciones y estrategias políticas. En este primer artículo describiremos los hechos más importantes y expondremos las definiciones que en su momento hicimos de los acontecimientos y del bloque social que protagonizó los tres episodios políticos que conformaron las jornadas en aquellos agitados días del mes de diciembre de 2001.

Cuando la lucha en las calles echó al presidente

Todo es irreal, menos la revolucion (Lenin)

Trabajadores y estudiantes inmersos en la tensa calma de la política nacional miran con curiosidad y lejanía lo que está pasando en el resto del mundo. Las movilizaciones de trabajadores, jóvenes, “indignados” y activistas que se manifiestan contra los “ajustes” de los gobiernos capitalistas parecen rememorar lo ocurrido en diciembre de 2001 ¿Pero qué sucedió realmente en el año 2001? Para aquellos que participamos es volver sobre aquellos momentos en los que “La vida adquiere una riqueza sin precedente. Aparecen en escena como combatientes activos, las masas, que siempre se mantuvieron en la sombra, y que por ello pasan siempre inadvertidas para los observadores superficiales”[1].

Resistencias

La reacción ideológica que se consolidó con la caída del muro de Berlín significó un retroceso en la militancia política marxista, pero una incipiente resistencia social se fue forjando en el enfrentamiento a las medidas más agresivas de un modelo de acumulación del capital basado en el aumento de la productividad del trabajo, la famosa flexibilidad laboral, y especulación financiera. En nuestro país esta resistencia se inició con los levantamientos de trabajadores estatales de las provincias, comenzaron en Santiago del Estero en 1993 y siguieron en la Rioja y Jujuy; mientras a partir de 1996 se sucedieron las puebladas de los trabajadores desocupados, los fogoneros de Cutral-có, los piqueteros de Ledesma y Tartagal.

En 1994 surge un ala del sindicalismo peronista que se comenzaba a oponer parcialmente a las medidas del menemismo, es el moyanismo agrupado en el MTA, quien recién rompe con el Confederal de la CGT en 1997. Este sector y la CTA van a encabezar los siguientes 12 paros generales en los cuales los trabajadores expresaron su oposición a las medidas de los gobiernos de Menem y la Alianza, aunque sus demandas eran esencialmente defensivas. Sin embargo, la estrategia de estos dirigentes estuvo centrada en subordinar a los trabajadores a la política de un sector de la burguesía, agrupada en la UIA, quienes junto a políticos burgueses como Duhalde, Alfonsín o el PS comenzaban a pugnar por una salida devaluacionista.

El nuevo gobierno de De la Rua no va a cambiar el rumbo. Nuevas medidas son implementadas como las reducciones de los presupuestos en salud, educación y asistencia social, las quitas salariales del 13% a estatales y docentes, hasta el famoso “corralito” que representó la incautación de los ahorros pequeños para cumplir con los “compromisos” internacionales. La profundización de las medidas recesivas abrió un nuevo ciclo de resistencia obrera y popular que desembocaría en las jornadas del 19 y 20 de diciembre. Nos estábamos adentrando en una crisis revolucionaria en la que el agotamiento de la economía nacional se fue componiendo y combinando con una crisis política y social signada por la división de la burguesía entre dolarizadores y devaluacionistas, la resistencia de los de abajo y profundos cambios en la psicología de las masas. Era como definía Antonio Gramsci una “crisis orgánica”, una “crisis del Estado en su conjunto”.

Jornadas revolucionarias

Durante el mes de diciembre de 2001 se delinearon todos los actores del drama histórico, cada uno con su método de lucha y su programa. Los trabajadores ocupados volvieron a realizar una huelga general el 13 de diciembre de 2001. Esta vez la huelga paralizó los principales centros urbanos y contó con un alto nivel de simpatías entre los sectores medios y populares. Los pequeños propietarios, comerciantes y sectores medios, que habían sustentado al menemismo, se habían manifestado en los primeros cacerolazos y bocinazos días antes y éstos volverán a producirse en las jornadas del 19 y 20. Así también la Asamblea Nacional Piquetera, que agrupaba a las principales organizaciones de desocupados del GBA, había realizado jornadas de cortes de ruta a lo largo del año. El 15 de diciembre trabajadores precarios y desempleados protagonizan los primeros saqueos a supermercados, manifestación que se va a generalizar y extender hacia los días 17, 18 y 19.
En estos momentos se producen un nuevo giro en los acontecimientos.

Frente al estallido y generalización de los saqueos de supermercados los gobiernos provinciales, como el de Ruckauf en Buenos Aires, Binner en Rosario o Reuteman en Santa Fe, responden con la represión policial y parapolicial, mientras entregan alimentos para descomprimir. Pero los saqueos se extendieron la noche del 19 y De la Rua decretó el “estado de sitio”. Esta medida “rebeló” a los sectores medios y de asalariados porteños que “desafiaron” el estado de sitio y se movilizan a casa de gobierno. Comenzó allí el combate con la policía que se continuó al día siguiente con el desalojo violento de las Madres de Plaza de Mayo y los enfrentamientos con la policía por llegar a la plaza.

Con mirar la lista de muertos en esos enfrentamientos se ve que fueron sectores de la juventud precarizada y la militancia social y de izquierda. De las 38 personas asesinadas en esas jornadas, de manera directa o indirecta, 35 tenían menos de 34 años de edad, mientras 25 de los asesinados tenían menos de 25 años. Se sucedieron en varios puntos, aunque los combates se visibilizaban en la City porteña. El helicóptero en el cual De la Rua dejó la presidencia se elevó en el cielo un 20 de diciembre, sin embargo los combates continuaron durante la noche. Los trabajadores ocupados y desocupados, que habían desplegado en la semana previa su acción, la huelga general y los piquetes, no se hicieron presentes en el levantamiento. Las dos principales organizaciones piqueteras que integraban la ANP, la FTV de Luis D’Elia y la CCC de Carlos Alderete, levantaron la movilización del día 20 de diciembre por “ausencia de condiciones” políticas ¡como si se tratara de una fiesta!
Las organizaciones obreras en manos de la burocracia sindical le dieron la espalda al movimiento para contener la situación política y que ésta continuara en manos de los partidos tradicionales y la burguesía, así actuaron el moyanismo y la CTA que en medio de las movilizaciones impulsaba como salida juntar un millón de firmas por el FreNaPo (Frente Nacional contra la Pobreza). El levantamiento fue librado a su propia suerte, y aunque logró destituir a De la Rua, la falta de intervención de los trabajadores ocupados impidió que la acción pudiese desgastar o quebrar el poder del Estado burgués que se asienta en ultima instancia en las fuerzas represivas. Sumado a esto, la ausencia de un partido revolucionario forjado en momentos previos impidió que el movimiento avanzara en objetivos políticos claros. Por ello no se transformó en una insurrección, un “Argentinazo”, sino que de conjunto los actos que se fueron componiendo; los saqueos, los cacerolazos, movilizaciones y los combates por la plaza de mayo del día 20, constituyeron una jornada revolucionaria. Fueron sus limitaciones las que aprovecharon los miembros de los partidos de la burguesía para “quedarse todos” en el poder.
Lenin definió como jornadas revolucionarias la serie de manifestaciones, huelgas y luchas de barricadas que se desarrollaron luego del “domingo sangriento” de enero de 1905, cuando una enorme procesión obrera fue brutalmente reprimida por el gobierno ruso. La respuesta a la violencia estatal fue la huelga y las primeras barricadas al grito de ¡Abajo el zar! El movimiento para Lenin, había madurado en unas pocas horas, espontáneo y sin dirección había desencadenado el combate en las barricadas. De conjunto no se había transformado en una insurrección, aunque había tenido elementos insurreccionales. Era más que una movilización, pero menos que una insurrección. Nosotros tomamos la definición de Lenin aceptando sus limitaciones que separan ambos acontecimientos, por un lado el rol que jugó la clase trabajadora rusa, en segundo lugar que su intervención abrió la revolución de 1905. A pesar de las diferencias entre ambas las jornadas revolucionarias argentinas dejaron claro que fueron las masas en su intervención impetuosa las que cambiaron los acontecimientos históricos, mostrando cada clase social sus métodos de acción y las distintas estrategias que se delinearon en el combate.

por Cecilia Feijoo


Para leer nuestras posiciones sobre el 2001 ver:

Dossier: Jornadas revolucionarias en la Argentina, Estrategia Internacional N° 18, año 2002.

Castillo, Christian; La izquierda frente a la Argentina Kirchnerista, Ed. Planeta, 2011.

 

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