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Partido de los Trabajadores Socialistas
Buenos Aires   |  27 de marzo de 2024
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REESTERNO DE UN CLÁSICO DE "TATO" PAVLOVSKY (Nota exclusiva en internet)
El horror emerge entre las grietas de lo cotidiano
Por: Demian Paredes

15 Apr 2010 | “Miro la calle vacía. Duermen los canallas. Duermen los asesinos. Duermen los que van a ser asesinados. Duermen, quizá, los que torturaron. Y los que torturan. Duermen fatigados, probablemente, de tanta risa, de tanta burla, de tanto grito, de tanto susurro al golpeado, al indefenso, al torturado. Duermen los que torturaron, y a los que la (...)

Un canalla (aunque no lo aparenta). Esta podría ser la definición del personaje que encarna Pavlovsky en Potestad, una obra que se estrenó a mediados de los ’80 y que fue, de alguna manera, “pionera” en una denuncia que aún hoy –con el caso de Ernestina Herrera de Noble entre los más conocidos- continúa: la apropiación de niños en la última dictadura militar.

Presentada ante la forma más “elemental” del teatro: el actor en escena –más dos sillas, la actriz Susana Evans y un poco de música y luces-, Potestad inicia con el relato de la vida de un “hombre común”; un hombre, en un primer momento, sin nada canallesco: matrimonio de clase media y una hija, con una vida (en apariencia) tranquila. Desde allí, el relato dejará ver, en determinado momento, lo que fue el horror de lo que se llama “la otra época”: la de la dictadura militar. Lo que comienza como una feliz exposición de un hombre mayor –sobre el matrimonio, el amor, la salud, la vida cotidiana y la envidiada “gente bien”- deviene en el relato, internalizado del personaje, de los militares genocidas: sobre la gente joven y guerrillera/terrorista, que abandona a sus hijos.

Potestad es una obra que, desde el visceral, vigoroso diálogo que encarna Pavlovsky, muestra sin embargo de manera sutil los hilos de la ideología (que, en definitiva, atan y tejen todos los seres humanos) y la crisis permanente en que vive la clase media: entre el deseo de “ley y orden”, sufriendo al mismo tiempo vejaciones por parte del poder de turno. Si la “patria potestad” son los derechos y deberes que tienen los padres para con los hijos “no emancipados”, la potestad verdadera (el dominio, el poder), sobre el conjunto del régimen social, la tendrán otros.

Potestad, junto a otras obras de Pavlovsky como Telarañas, El señor Galíndez y El Sr. Laforgue forman parte de una corriente del teatro argentino que emergió en los ’60, junto a la vanguardia obrera, juvenil y popular que luchaba entonces. Eran los tiempos de Griselda Gambaro y sus obras El campo, Nada que ver, Solo un aspecto y Sucede lo que pasa, entre otras; además de otras corrientes en la dramaturgia personificadas en “Tito” Cossa, Ricardo Halac u Osvaldo Dragún.

Pavlovsky –que además actor y dramaturgo es médico y psicodramatista- reivindica el “compromiso como intelectual”: por ello cada tanto publica notas en el diario Página/12 denunciando las miserias sociales de hoy. Opinó no hace mucho en un reportaje: “ahora hay cierta gente joven que opina que no hay que politizar el teatro. Le preguntás qué opina de la situación actual, y te dicen: ‘Yo hago teatro; en política, no me meto’. Uno como intelectual tiene la obligación de pronunciarse por determinadas cosas (...). Pero no pensamos en política cuando escribimos teatro. Hay un inconsciente social que se te mete” .
Tanto para quienes la hayan visto; pero sobre todo para quienes no la vieron, Potestad es recomendable, una intensa obra que se dará todos los viernes, durante tres meses, en el Centro Cultural de la Cooperación.


Vea en www.tvpts.tv, en la sección “Entrevistas”, a “Tato” Pavlovsky.:
Un reportaje sobre el teatro, los artistas, la revolución y los intelectuales de ayer y hoy.

 

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