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Partido de los Trabajadores Socialistas
Buenos Aires   |  27 de marzo de 2024
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Las causas de la inflación
Variables de ajuste
Por: Esteban Mercatante y Pablo Anino

08 Apr 2010 | El gobierno reafirma que no hay inflación en Argentina. Amado Boudou insiste con la tesis de los reacomodamientos de precios. Florencio Randazzo reconoce que hay algunos aumentos de precios, pero serían responsabilidad exclusiva de los empresarios. Moyano afirma lo mismo. Lo que no dice ninguno de ellos es que esos mismos empresarios son los (...)

Las causas de la inflación

Entre los factores que originaron la inflación está el ciclo de elevados precios internacionales de materias primas que aún continúa, que presionaron sobre los precios internos para que “valgan” como los internacionales. A esto se agregaron otros factores. Entre ellos, la lógica rapaz aplicada por las multinacionales en el área de los hidrocarburos con la venia del gobierno. La oferta de energía es menor que hace 10 años, y se importa combustible a precios internacionales (parcialmente subsidiado).
Con el argumento de los mayores costos por la limitada capacidad, y acompañando la suba internacional y la lenta pero sostenida depreciación del peso en relación con el dólar, los combustibles aumentaron en 2009 un 23% en promedio, y el gasoil llegó a 33%. Esto tuvo efectos directos sobre el costo de vida, e indirectos porque los empresarios trasladaron los efectos de este aumento sobre sus costos.

Otra cuestión central para explicar la persistencia del proceso inflacionario en curso, es el paulatino agotamiento de uno de los principales acicates del ciclo expansivo de los últimos años: la ganancia extraordinaria por el desplome del costo salarial que trajo la devaluación en 2002. Medido en dólares, el costo salarial cayó un 60% producto de la devaluación, mientras que el salario real, es decir el poder adquisitivo del salario (por el encarecimiento de los precios atados al dólar, como muchos los alimentos, que se dio en ese momento) cayó un 25%. Este mazazo fue clave en las altas ganancias de los años siguientes, que motorizaron el crecimiento industrial y una moderada recuperación de la inversión. Las pujas por la recomposición salarial que se dieron en los años siguientes disminuyeron relativamente esta ventaja. Aunque el salario real promedio alcanzó los niveles predevaluación, el costo salarial (que considera no sólo cuanto gasta el empresario, sino cuanto le “rinde” el salario según el nivel de productividad) permaneció un 15% por debajo del nivel de 2001 (según el Centro de Estudios para la Producción) gracias a que en gran parte de las renegociaciones salariales, los empresarios arrancaron a las burocracias sindicales condiciones que elevaron la productividad a cambio de concesiones salariales.

Para algunos economistas esta elevada ganancia extraordinaria fue la “caja negra” del crecimiento argentino durante los años 2003-2007 (CENDA, Notas de Economía Argentina n° 4, diciembre de 2007), y su relativa disminución por aumento de costos salariales hizo que los capitalistas pusieran el grito en el cielo por obtener ganancias sólo “normales”. Mientras que la inversión se recompuso moderadamente durante los primeros años luego de la devaluación, la disminución parcial de esta elevada rentabilidad extraordinaria empezó a hacerla caer nuevamente. El crecimiento empezó a chocar con las restricciones de la capacidad productiva que a comienzos de 2008 rondaba el 80% con importantes cuellos de botella en muchos sectores. A esto se suma el alto porcentaje de ganancias en manos empresas extranjeras – de las cuales gran parte no fue reinvertida sino enviadas fuera del país. Pero el elevado consumo acompañado del gasto gubernamental y las exportaciones, mantuvieron alta la demanda (hasta que a finales de ese año golpeó la crisis). En 2007, al tope de la capacidad en muchos sectores, la mayor demanda sólo fue respondida con alza de precios. Aunque la producción cayó durante el año pasado, con la recuperación en curso el uso de la capacidad instalada vuelve a estar elevado en la mayoría de las ramas.

La inflación es en gran medida resultado de este agotamiento de la expansión productiva en relación con la demanda, que se explica por la caída –pero no la desaparición- de las ganancias extraordinarias. La recomposición salarial ha encontrado un techo en el nivel más bajo al que llegó el salario durante la crisis de 1998-2001. La presión al alza de precios genera a su vez un círculo vicioso, ya que mina el otro factor clave de la recuperación: la alta competitividad lograda por la fuerte devaluación del peso. La suba de precios significa que cae el poder de compra del dólar en la economía argentina, o lo que es igual, se aprecia el peso, y se profundiza el agotamiento del “modelo”, aumentando la presión de los capitalistas por nuevas depreciaciones del peso (que hoy sólo podrían acelerar el aumento de precios) y contra los aumentos salariales.

A estos factores, se agregan las consecuencias de las transformaciones en el agro, en el que la búsqueda de la mayor ganancia llevó a una creciente especialización en la soja. Para mantener la producción ganadera y de otros granos, exigen mayores precios para que las ganancias se igualen a las de la soja. El gobierno, buscó pisar los precios con acuerdos con los eslabones más concentrados de las cadena (como los supermercados, frigoríficos, etc.) que son justamente los que en muchos casos actúan fijando precios cada vez más elevados. Esto no sólo no ha contenido los precios, sino que contribuyó a acelerar problemas estructurales, como la liquidación del stock ganadero.

Recetas fallidas

La “receta” del gobierno para contener los precios, fue poner de su bolsillo una parte de la ganancia capitalista. En 2008 se registra una explosión de subsidios, negociados a cambio de mitigar subas de precios. Durante 2009 se elevaron los subsidios en $ 3.000 millones mientras los precios siguieron aumentando. Su crecimiento fue de “sólo” 15% gracias a la severa caída de la economía, acompañada de la destrucción de cientos de miles de puestos de trabajo.

Aunque la política de contener los precios pagando la ganancia de los capitalistas con los impuestos que se recaudan fundamentalmente de los trabajadores fue un fracaso, el desmonte parcial de los subsidios podría acelerar el alza de precios. La única solución sensata sería la estatización bajo control de los trabajadores de las empresas subsidiadas.

Los usos de la inflación

El gobierno salió a denunciar a los empresarios con los que pacta permanentemente. “Los que critican la inflación quieren el ajuste”, denuncian las espadas kirchneristas.

En realidad, una inflación del 25/30% trae beneficios para el gobierno. Por empezar, la caída del peso empuja a todos los sectores de ingresos fijos a gastarlos rápidamente para que se desvaloricen lo menos posible, y esto ayuda momentáneamente a que mejore la actividad económica.

Pero sobre todo, porque los ingresos del tesoro están atados a la evolución de los precios. Un aumento de los precios repercute de manera automática en un aumento de la base sobre la cual se aplican las alícuotas impositivas. En particular mejora la recaudación por IVA que afecta fundamentalmente a los consumos populares. Aunque el mismo movimiento de los precios presiona también sobre el gasto público este movimiento es mucho más lento, y puede no verificarse hasta el momento de discutir el presupuesto del año siguiente.

El gobierno exhibe un gasto en aumento, pero en los hechos éste evoluciona por detrás de los incrementos de precios. Hay entonces una caída del gasto medido en términos reales (es decir, de su poder adquisitivo). Pero como el gobierno recauda más pesos por la inflación (aunque estos pesos valgan menos) puede hacer gala de generosidad aumentando algunas partidas, cuando en realidad en el mejor de los casos mantiene el nivel de gasto estancado en términos reales. Esto se parece bastante a un ajuste, sólo que maquillado por la inflación. Entre las partidas ajustadas se encuentran los salarios de los empleados públicos, que pierden por goleada frente a la inflación real.

“Ajustando” ganancias

Mientras los empresarios y los representantes del establishment critican la política gubernamental frente a la inflación (y buscan explicarla apelando a factores como la emisión monetaria o el gasto público para culpar al gobierno), lo cierto es que rige aquello de “a río revuelto, ganancia de pescadores”. Estamos en una situación donde la inflación tiene un piso mínimo (en 2009, un año de crisis, fue de 15%). Como todos esperan la suba de precios buscan “cubrirse”, anticipando remarcaciones equivalente a las que esperan en los demás precios (incluidos los salarios). Si esto a primera vista parece tener un efecto neutro, ya que nadie hace más que compensarse las subas ocurridas en otros rubros, en realidad opera en beneficio de los capitalistas -especialmente de los sectores más concentrados- y en perjuicio de los trabajadores.

Los empresarios buscan culpar a los aumentos salariales de la suba de precios. Pero el salario viene marchando detrás de la inflación. Las negociaciones de paritarias, en el mejor de los casos, permiten compensar los aumentos de precios registrados previamente. Pero además, tienen una limitación de tiempo que los precios no tienen. Los salarios se renegocian una vez al año (y a veces con aumentos desdoblados). Los empresarios aumentan los precios continuamente, y llegado el punto de la nueva negociación salarial se resarcieron completamente de la anterior. Los capitalistas más fuertes, en el marco de una situación de cierta “inercia inflacionaria” pueden imponer incluso aumentos de precios superiores al promedio, transformando la situación inflacionaria en un arma de redistribución regresiva del ingreso.

El gobierno -de la mano de la burocracia sindical- y los empresarios se pasan la pelota por la inflación, mientras calculan las ventajas que pueden sacar de la misma. Mientras tanto, los trabajadores registrados apenas pueden mantener su nivel de ingresos, mientras los sectores con empleo precario ven cómo sus ingresos se despojan.

La inflación -que “no existe”- está significando un brutal ajuste que golpea con más fuerza a los sectores más débiles de la clase trabajadora. La oposición de los partidos patronales señala esto de forma hipócrita pero su programa para enfrentarla (flexibilización de tarifas y desmonte de los subsidios, baja del gasto y de la emisión monetaria) representa un ataque al conjunto de la clase trabajadora.

Urge imponer la la “cláusula gatillo” -que los salarios se ajusten cada vez que aumentan los precios- a la vez que pelear por garantizar para los desocupados un ingreso acorde a la canasta familiar, en el camino del trabajo para todos. También se necesita la movilización de todo el pueblo trabajador para controlar los precios en los supermercados, y pelear por la apertura de los libros contables de los empresarios, mostrando sus fuertes ganancias que desmienten los argumentos para aumentar precios.

 

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