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EL TURISMO, UN NEGOCIO COM MAS FUERZA QUE LA NATURALEZA
Temporal en Machu Picchu: crónica de una catástrofe anunciada
11 Feb 2010 |

por Sabrina Chirico - (En Clave ROJA-Filo)

Si miramos un plano de las vías de Perú Rail, podemos apreciar que éstas bordean todo el recorrido del río Vilcanota, también llamado Urubamba. Este río ya se hallaba en alerta naranja cuando Perú Rail se apresuraba a cortar los boletos para que los turistas llenen los vagones. Las lluvias no daban descanso pero el pronóstico nacional no anunciaba ningún tipo de alerta meteorológico, cuestión bastante sospechosa.

La llegada al Machu Picchu: un negocio jamás en ruinas

Al llegar nos encontramos con un grupo de guías que hablan entre ellos, comentaban acerca del tiempo y estaban muy alarmados con que los micros seguían subiendo gente hacia el Machu Picchu; decían que ellos no iban a hacer la guiada ¡y que había que irse de ese lugar antes de que sea demasiado tarde!

Fuimos a tomar el micro para salir de allí y nos encontramos con que el boleto que a la ida habíamos pagado en moneda local ahora se abonaba en dólares.

Al llegar a la ciudadela de Aguas Calientes, en la plaza central del pueblo, el alcalde Edgar Miranda comunicaba a la población que se encontraban en estado de emergencia, que las fuertes lluvias incesantes en Cusco habían provocado la crecida del río Vilcanota, que las carreteras se habían derrumbado, al igual que las vías férreas. Este río venerado y temido por los pueblos conquistados por los incas, que conocían su peligro, ¡habían construido las ciudades muy lejos de su cuenca! Por el contrario, el Estado peruano vendió las tierras a la población a precios altísimos, sobrevaluados para explotar el turismo, las casas y los hoteles en esas tierras fue lo primero que se llevo el río. ¡La población lo perdió todo y el Estado conserva los papeles que lo eximen de reconstruir o de prestar ayuda a esa gente en caso de alud! El discurso del alcalde termina con la frase: “¡Ojalá, que Dios nos ayude!”.

Tanto el alcalde como las empresas se lavaron las manos, los helicópteros llegaron, pero sólo se llevaron a los norteamericanos y europeos que se encontraban en el hotel 5 estrellas INKA TERRA, ¡el cual contaba con un helipuerto privado! Este lujoso hotel es propiedad del alcalde.

Fuimos trasladados hacia el estadio, esperamos allí horas y comenzó a correr el rumor que el ejército evacuaba a aquellos que podían pagar 400 dólares; también que los helicópteros norteamericanos tenían la exclusividad de ingreso al lugar y que por este motivo los yanquis se iban primero. Las normas internacionales de evacuación por catástrofe fueron abandonadas por el imperialismo norteamericano. Esta información pasó de rumor a certeza cuando observamos que no quedaban norteamericanos en la ciudadela. Mientras, la militarización del lugar hacía que la imagen de la situación fuera desoladora.
La primer noche la pasamos en la estación de tren, confiando más en estar allí como salida posible, que en los helicópteros. ¡Pero esperar no era la solución, mantener la quietud tampoco, confiar en el Estado mucho menos!

La autoorganización

Se convocó una asamblea, se propuso que se elija un delegado por país, y que se elabore listas de los turistas que nos encontrábamos en la ciudadela para realizar los padrones por edad. Resolvimos que la prioridad de evacuación la tendrían los ancianos, enfermos, las mujeres embarazadas y los niños menores de 15 años.

Se armaron comités: de prensa, de listas, de fiscalización y control de la evacuación para evitar la corrupción del ejército, comités de emergencias médicas (estudiantes y recibidos de medicina); muchos jóvenes ayudaban como voluntarios a la población local. Las más perjudicadas fueron las cientos de familias que perdieron sus casas.

La juventud se organizó para juntar piedras y armar las barreras de contención para obstruir el paso del río. Todas estas acciones (vale aclarar), de forma autogestionada e independiente. La solidaridad hacía que el encierro en Aguas Calientes sea más ameno. Durante dos días tuvimos el control de la municipalidad de Aguas Calientes y de la evacuación de la población, tanto nativa como extranjera.

Ni el alud los separa: las agencias de turismo y el Estado

El 26 de enero se anuncia por los medios la muerte de una turista argentina y dos guías por un alud en el Camino del Inca. Este paso turístico que desemboca en Machu Picchu se encuentra privatizado, para acceder a él es condición sine qua non contratar un servicio de agencia. Éstas estaban al tanto de que las condiciones climáticas no eran aptas, pero como este tour se paga por adelantado no lo suspendieron para no perder dinero.

Finalmente el 28 el ejército anuncia que el comité (que con tanto esfuerzo habíamos armado) ya no tenía ningún poder de decisión y que a partir de ese momento eran ellos los únicos responsables de la evacuación. La organización de los comités logró evacuar en un día a 1.400 personas, cantidad importante si tenemos en cuenta que en un principio éramos 3.500, más 8.000 pobladores. Las fuerzas armadas querían hacerse cargo de la situación cuando estaba casi todo resuelto; los primeros días sólo evacuaron a 400 personas. El ejército nos quitó las listas y las computadoras. Comenzó a desorganizarse todo, la gente empezó a hacer largas filas en la estación de tren bajo el sol y la lluvia, los militares rompieron con el orden por franja etária, y comenzaron a evacuar indistintamente; la desesperación se hizo manifiesta, pero tranquilizaron a la población ¡amenazando con usar la fuerza! Nuestras desilusiones se acrecentaban con sólo mirar a los uniformados en la puerta de la estación de Machu Picchu; nos generó repugnancia e impotencia.

El Estado peruano anunciaba que la prioridad eran los turistas, que la gente del pueblo debía esperar; debía defender el gran negocio: la entrada dolarizada al Machu Picchu. No podía permitir que su fuente de ingresos de divisas extranjeras caiga el año próximo y se ponía de garante de la continuidad de la principal actividad económica de Cusco, el turismo, aún a costa de la vida de toda una población.

Esta crónica no pretende ser un simple relato de una catástrofe natural, como se suceden cientos en el mundo debido al uso irracional de recursos por el capitalismo, sino que pretende develar con carácter de denuncia el rol del Estado y las empresas, como socios, a la hora de defender sus intereses tanto políticos como económicos bajo cualquier circunstancia.

 

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