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La 2ª Internacional y la cuestión de la guerra

22 de febrero 2007

Ya a partir de su primer Congreso en 1889 en París, la cuestión de una posible guerra y la actitud que debía tomar la Internacional frente a ella había sido uno de los debates que habían atravesado a sus miembros. Ya en aquel Congreso Rosa Luxemburgo había planteado frente a la posibilidad de guerra, la necesidad de que los socialistas luchen contra el militarismo y el colonialismo, oponiéndose a los presupuestos militares y organizando movilizaciones contra la guerra. Sin embargo, los largos años de esta paz de los cementerios presidida por Inglaterra hicieron que ni la clase obrera ni la humanidad toda estuviesen preparadas para la catástrofe que se avecinaba. 
De hecho, desde el Congreso de Amsterdam de 1904 los debates dentro de la Internacional habían estado atravesados por la polémica en torno al revisionismo, que veía un apaciguamiento de las contradicciones del capitalismo y planteaba la posibilidad de un arribo pacífico hacia el socialismo mediante la progresión de reformas parciales.  
En el Congreso realizado en Stuttgart entre el 16 y el 24 de agosto de 1907, el problema de la guerra y el colonialismo pasó al primer plano de las discusiones frente a las crecientes tensiones que atravesaban el panorama internacional. A su vez, la Revolución Rusa de 1905, desatada en el marco de la guerra ruso-japonesa, había planteado en términos concretos el problema de la relación entre guerra y revolución en el nuevo siglo.  
La mayoría del Congreso ponía el acento en la actitud que debía tomarse para evitar la guerra, mientras que la izquierda de la Intenacional encabezada por Rosa Luxemburgo y Lenin, junto con Ledebour, Clara Zetkin y Martov, pone el acento en la relación entre guerra y revolución. La izquierda actúa claramente como bloque por primera vez y derrota al centro y a la derecha quedando a cargo de la formulación del texto final de la resolución. En éste declaran que “Si una guerra amenaza con estallar, es un deber de la clase obrera en los países afectados, y de sus representantes en los parlamentos, con la ayuda del Buró Internacional, fuerza de acción de coordinación, el de hacer todos sus esfuerzos por impedir la guerra, por todos los medios que les parezcan mejores y más apropiados y que, naturalmente, varían según las clases y la situación política general. No obstante, en el caso de que la guerra estallara, tienen el derecho de interponerse para que cese inmediatamente y de utilizar con todas sus fuerzas, la crisis económica y política creada por la guerra para agitar a las capas populares más amplias y precipitar la caída de la dominación capitalista.”1 
A pesar de que la resolución planteaba las líneas generales de un posicionamiento revolucionario frente a la guerra, la oposición de la derecha y el centro había impedido explicitar los métodos de lucha concretos con los que el proletariado utilizaría sus fuerzas para “precipitar la caída de la dominación capitalista”. Este punto fue el centro de la discusión en el Congreso de Copenhague de agosto-septiembre de 1910. Así fue que se presentó una resolución que consideraba como “particularmente eficaz la huelga general obrera, sobre todo en las industrias que proveen a la guerra sus instrumentos (armas, municiones, transportes, etc.), como también la agitación y la acción popular en sus formas activas.” Los sectores mayoritarios de la socialdemocracia alemana se alzaron contra esta resolución argumentando que la misma provocaría la persecución de los socialistas por parte del Estado. De esta forma demostraban su grado de adaptación creciente al régimen burgués. 
Dos años después, en el marco de la guerra de los Balcanes, se realizaría un Congreso Extraordinario en Basilea. A pesar de declarar explícitamente que la guerra que se estaba gestando “no puede ser justificada por el menor pretexto de defender un interés nacional”, la cuestión de los métodos de lucha tampoco pudo ser definida. Las diferencias frente a esta cuestión crucial terminaron por estallar junto con la primera guerra mundial el 4 de agosto de 1914. 
Frente a esto Lenin plantea la bancarrota de la II Internacional, definiéndola como un acontecimiento de significación histórica universal, y la necesidad de poner en pie una nueva Internacional. 
 
1 Resolución del Congreso de Stuttgart sobre “El militarismo y los conflictos internacionales” citado en Mas, Santiago, “La Segunda Internacional”, Historia del movimiento obrero, CEAL, Bs. As., 1990. 

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