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Noruega

NORUEGA

La masacre de Oslo y la decadencia capitalista

El pasado 22 de julio Noruega se vio sacudida por la masacre más horrorosa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Primero una bomba destruyó un edificio gubernamental en el centro de Oslo, dejando al menos 7 muertos.

Claudia Cinatti

28 de julio 2011

El pasado 22 de julio Noruega se vio sacudida por la masacre más horrorosa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Primero una bomba destruyó un edificio gubernamental en el centro de Oslo, dejando al menos 7 muertos. A las pocas horas, un hombre vestido de policía y fuertemente armado asesinaba a 68 jóvenes que participaban en el tradicional campamento de verano del gobernante Partido Laborista en la isla de Utoya. Se esperaba que el primer ministro, Jens Stoltenberg asistiera al campamento, como normalmente lo hacen los principales dirigentes laboristas. Es que como dice el diario Le Monde, este evento es uno de los “pilares de la vida política noruega” y simboliza el modo en que se reproduce la elite política de uno de los principales partidos nacionales, lo que amplifica el impacto del ataque.

Inmediatamente, y sin ninguna evidencia, la prensa local e internacional responsabilizó a grupos islamistas por los atentados. Sin embargo, poco después se conoció que quien perpetró este ataque no fue ningún miembro de al Qaeda ni partidario de la “jihad”. El asesino tiene un nombre “occidental”, se llama Anders Behring Breivik, y es un joven de clase media nórdico, rubio y bien educado, ex miembro del derechista Partido del Progreso, cristiano fundamentalista, rabiosamente antimusulmán y simpatizante de la extrema derecha europea y norteamericana.

Todavía no se sabe si actuó solo o si contó con la colaboración de otros individuos u organizaciones. Pero ese no es el único interrogante. Con el correr de los días proliferan las teorías conspirativas, que involucran desde las fuerzas de seguridad locales hasta servicios secretos de otros países, como el Mossad israelí, basadas en el hecho real de que Breivik contó con una hora y media para llevar adelante su plan sin que nadie lo detuviera y en que en el campamento se iba a discutir el apoyo al boicot internacional contra Israel.

A pesar de que en mayo de este año Breivik había sido demorado por la compra de una gran cantidad de fertilizante –utilizado para fabricar explosivos-, y que se venía detectando una creciente actividad de una nueva extrema derecha antiislamista, similar a la que ha surgido en otros países europeos como la English Defense League, para la policía noruega la principal amenaza de seguridad provenía de grupos musulmanes radicalizados (Anual threat assessment 2011).

Como es costumbre en estos casos, desde las principales corporaciones mediáticas que alimentan el racismo y no se cansan de agitar el fantasma del “terrorismo islámico” como el principal enemigo de los “valores democráticos occidentales”, intentan explicar el hecho diciendo que Breivik es un psicópata solitario.

Pero lo cierto es que Breivik llevaba años planificando meticulosamente esta acción, que tenía un objetivo político claro y que dejó como testimonio un manifiesto de unas 1.500 páginas donde expone abiertamente una ideología racista y xenófoba que se nutren de las políticas antiinmigratorias y guerreristas de los estados capitalistas “democráticos”.

Imperialismo, racismo y xenofobia

En las últimas dos décadas, diversos grupos de la extrema derecha europea vienen aumentando su influencia. Aunque algunos tienen discursos populistas y “antiestablishment”, estos partidos son completamente funcionales a los intereses de la burguesía, ya que con el racismo y la xenofobia evitan el cuestionamiento al capitalismo y desvían el odio social hacia los trabajadores inmigrantes, sobre todo a los que provienen de los países más pobres de África y el mundo musulmán.

Este fenómeno dio un salto con el estallido de la crisis económica internacional, que golpea principalmente a los países centrales, y que encuentra a los trabajadores inmigrantes en una situación de extrema vulnerabilidad.

Algunos ejemplos que muestran el ascenso electoral de la extrema derecha son el Partido del Progreso noruego, que se transformó en la segunda fuerza parlamentaria con el 23% de los votos en septiembre de 2009; los Demócratas Suecos que obtuvieron por primera vez representación parlamentaria con el 5,7% el año pasado, el Partido de la Libertad en Holanda que obtuvo en 2010 el 15,5% con una campaña virulenta contra los inmigrantes, y en Francia el Frente Nacional de Marie Le Pen que no deja de subir en las encuestas para las presidenciales del año próximo. A esto se suman los Verdaderos Finlandeses, el Partido de la Libertad de Austria o el Partido del Pueblo Danés, sin contar los grupos más tradicionalmente neonazis en Europa del Este.

De manera similar, el surgimiento del Tea Party en EE.UU. expresa esta creciente polarización social y política, agudizada con la crisis capitalista.
Está claro que esta agenda antiinmigrante y en particular antiislámica, de ninguna manera es patrimonio de la extrema derecha, sino que es política de Estado en los países de la Unión Europea (UE) y en EE.UU.

Casi una década antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001, el politólogo norteamericano S. Huntington ya había inventado su teoría sobre el “choque de civilizaciones” para fundamentar las políticas antiinmigrantes. La “guerra contra el terrorismo” de Bush transformó al islamismo en el nuevo enemigo del imperialismo y sirvió para justificar las guerras en Afganistán, Irak y estigmatizar las comunidades musulmanas. Esas políticas militaristas han continuado bajo el gobierno de Obama en el plano externo con el ataque imperialista contra Libia y las acciones en Pakistán y Yemen y en el plano doméstico con el endurecimiento de las leyes contra los inmigrantes ilegales, como la llamada “ley Arizona”.

En Francia Sarkozy, con el apoyo del Partido Socialista, ha prohibido a las mujeres musulmanas el uso del velo en instituciones públicas, lo que constituye un acto brutal de discriminación y opresión. Y en un intento de recuperar popularidad ordenó la deportación en masa de comunidades de gitanos, lo que fue recibido con simpatía por Berlusconi.

En la UE tanto los gobiernos socialdemócratas, como el de Zapatero en España, como los de la derecha tradicional, vienen tomando medidas cada vez más duras contra los inmigrantes sin papeles, transformándolos en criminales, abriendo verdaderos campos de concentración donde son detenidos y mantenidos presos antes de ser deportados a sus países de origen. Incluso la canciller alemana Merkel, junto con Sarkozy y Cameron, el primer ministro británico conservador, teorizan sobre el “fracaso del multiculturalismo” para justificar sus políticas de mano dura.

Ante el flujo de refugiados que llegan a Italia y otros países huyendo desesperadamente de los bombardeos en Libia, los gobiernos europeos han discutido reimplantar los controles fronterizos dentro de la llamada zona Schengen, liquidando el principio de libre circulación dentro de la UE.
Estas políticas policiales y racistas de los principales partidos de la burguesía son las que alimentan el odio de grupos e individuos como Breivik.

¿Un “paraíso perdido”?

Desde los principales medios capitalistas se pretende crear el sentido común de que Noruega es la realización de una suerte de “utopía escandinava” donde es posible la prosperidad, la paz y la armonía social bajo el capitalismo, gracias a sus enormes reservas petroleras y a los gobiernos socialdemócratas, que salvo algunos periodos de gobiernos conservadores, se suceden desde la segunda posguerra.

Si bien Noruega es un pequeño país con una gran riqueza petrolera, lo que le permite todavía sostener niveles de beneficios sociales mayores comparados con otros países europeos, está lejos de ser un “paraíso” donde, como dice un artículo de Le Monde, “patrones y obreros saben hablar en nombre del interés colectivo”. Como en cualquier país capitalista, sus grandes empresas multinacionales privadas o estatales como la petrolera Statoil o la química Yara, explotan a miles de trabajadores en Noruega y en varios países del mundo. La huelga de 20.000 trabajadores de la construcción de abril de 2010 por el salario y contra la flexibilización dejó al descubierto cómo las patronales locales se benefician de las condiciones de precarización en que se encuentran la mayoría de obreros polacos empleados en el sector, condiciones que se profundizaron con los efectos de la crisis económica que se sintieron, particularmente, en 2009.

En la política exterior, Noruega es un aliado tradicional de EE.UU.: ingresó en la OTAN en 1949, y bajo el Partido Laborista fue uno de los principales baluartes contra el avance del comunismo durante la guerra fría. A pesar de la fuerte oposición interna, todavía participa en la guerra imperialista en Afganistán (también participó en la de Irak cuando gobernaba el Partido Conservador) y sus aviones contribuyen de manera decisiva en los bombardeos contra Libia, donde tiene importantes intereses petroleros.

El fenómeno ascendente del Partido del Progreso y la horrorosa masacre perpetrada por Breivik han desmoronado la ilusión socialdemócrata de una sociedad homogénea donde las contradicciones de clase se resuelven con el diálogo. Los atentados de Oslo han sacado a luz las tendencias que se están desarrollando en esta etapa de crisis capitalista y decadencia burguesa, que hoy tienen como blanco principal a los sectores más vulnerables, pero mañana se volverán contra la organización de los trabajadores si estos toman un curso revolucionario.

El surgimiento de la extrema derecha en un polo y la emergencia de lucha de clases con las rebeliones en el Norte de África, los “indignados” en España y la resistencia de los trabajadores griegos a los brutales planes de ajuste, están anticipando las batallas futuras en el marco de la crisis capitalista y muestran la urgencia de poner en pie partidos obreros revolucionarios que estén a la altura de estos desafíos.

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