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CRISIS POLITICA EN PARAGUAY (Nota exclusiva en Internet)

Lugo reemplazó al Alto Mando militar

Entre el 20 y 21 de septiembre el presidente paraguayo Fernando Lugo completó el reemplazo de la cúpula militar. Esta es la quinta renovación en los mandos ordenada por Lugo en dos años de gobierno y aunque el argumento oficial es “reordenar” las jerarquías de acuerdo a las promociones de oficiales, su carga política no es menor.

Eduardo Molina

24 de septiembre 2010

Entre el 20 y 21 de septiembre el presidente paraguayo Fernando Lugo completó el reemplazo de la cúpula militar. Los jefes de las tres armas, del Estado Mayor y de varios comandos clave, incluidas las 4 divisiones del Ejército, fueron cambiados, pasando a retiro una veintena de jefes. Esta es la quinta renovación en los mandos ordenada por Lugo en dos años de gobierno y aunque el argumento oficial es “reordenar” las jerarquías de acuerdo a las promociones de oficiales, su carga política no es menor.

Una larga crisis política

Este episodio se da en el marco de la prolongada crisis política que viene arrastrándose en Paraguay casi desde los comienzos del gobierno de Lugo, y entre cuyos elementos más recientes están la destitución del anterior ministro de Defensa y los rumores desatados por la enfermedad del presidente, que se está tratando con quimioterapia de un cáncer linfático.

Lugo ha reafirmado que no renunciará ni se alejará del cargo, pero atraviesa un momento especialmente delicado de su mandato y con esa medida parece buscar refirmar su autoridad y anotarse un round importante a su favor en el desarrollo de la situación, al promover a una capa de oficiales más jóvenes y probablemente más favorables al “proceso de cambio”. Hay que recordar que en Paraguay el ejército jugó históricamente un papel clave en el poder político y la estructura del Estado y que su control es fundamental a la hora de asegurar cierta “gobernabilidad”.

La crisis política viene siendo alimentada por la oposición de derecha, que aplicó desde el principio una estrategia de desgaste y donde no faltaron sectores que tantearan una “salida a la hondureña” (es decir, buscar un acuerdo golpista de los factores de poder que permitiera desplazar anticipadamente a Lugo de su cargo). Hoy incluso intentan impulsar un “juicio político por mal desempeño de sus funciones” ante la corrupción e inseguridad, mientras que el senador Liberal Alfredo Jaeggli ya planteó que "la enfermedad del Presidente le imposibilita gobernar". Y el vicepresidente Franco, que ha tenido choques con Lugo, ha manifestado a la prensa su disposición a asumir el ejecutivo aunque cuidando las formas al decir que "Mi compromiso es con el pueblo paraguayo, con la institución de la Presidencia, y yo voy a ser un vicepresidente absolutamente leal a las direcciones, recomendaciones y orientaciones del señor Presidente ".

Un “cambio” que cambió poco en Paraguay

El triunfo de Lugo en las elecciones de 2008 puso fin formalmente a 61 años de hegemonía del coloradismo (por el Partido Colorado, el viejo gran partido burgués y terrateniente del Paraguay, instrumento primero del dictador Stroessner y luego, desde 1989 y ya “en democracia”, clave de los sucesivos gobiernos electos). A pesar de la crisis de los viejos partidos Colorado y Liberal y de la pérdida de influencia política de los militares, en Paraguay no se dieron procesos de lucha de clases comparables a los levantamientos que derribaron presidentes en Bolivia o Argentina, por ejemplo. Sin embargo, se dieron procesos importantes de movilización de masas (ascenso campesino en la lucha por la tierra, procesos de lucha y organización de los trabajadores, un movimiento antigolpista que derrotó la intentona del Gral. Lino Oviedo en 1999), mientras el pesado lastre de décadas de explotación, opresión y represión dejaba expuestas explosivas contradicciones económicas y sociales agravadas por las políticas “neoliberales” aplicadas en las últimas décadas.

Lugo se apoyó en el hastío del pueblo paraguayo frente a ese estado de cosas y en el agotamiento de los viejos partidos, pero con el objetivo de contener un eventual desarrollo de la movilización que pudiera golpear al orden social burgués. Para eso, logró armar una coalición de tono centroizquierdista con el apoyo de sectores de la Iglesia, varias de las direcciones sindicales y campesinas, el reformismo tradicional encabezado por el Partido Comunista paraguayo y aliados burgueses clave: el vicepresidente Franco, “puente” con la clase dominante y el tradicional Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA).

El “proceso de cambio” dirigido por Lugo encarna el intento de desviar los procesos de movilización y el descontento popular detrás de un programa de cambios políticos formales que dejen en pie la propiedad y los intereses fundamentales de la clase dominante y el imperialismo. Detrás de la fraseología de la “inclusión” y la “democratización” del Paraguay, al estilo del inocuo progresismo latinoamericano en boga, en más de dos años de gobierno del ex obispo, nada ha cambiado en la situación material de las masas obreras y campesinas. Entre tanto, los sectores claves del empresariado y los terratenientes, estrechamente ligados al aparto estatal y la casta de oficiales, hacen grandes negocios con la agricultura de exportación (soja) y la ganadería, mientras siguen floreciendo negocios ilegales como el cultivo de marihuana en gran escala.

Más bien, las promesas electorales se fueron desdibujando rápidamente y el curso del gobierno a lo largo de la larga crisis política fue girar cada vez más a la derecha, con grandes concesiones y compromisos ante las exigencias de la clase dominante y el imperialismo, sin por ello conformar a la oposición.

Así, con el “reformismo sin reformas” de Lugo, el control de la energía y sus precios en los emprendimientos binacionales de Itaipú y Yaciretá sigue privilegiando a los socios mayores (Brasil y Argentina, respectivamente); militarizó y dictó el estado de excepción en los departamentos de mayor tradición de lucha campesina (donde ya en los últimos años se produjeron decenas de asesinatos de luchadores campesinos) con la escusa del surgimiento de un supuesto grupo guerrillero (el Ejército del Pueblo Paraguayo, EPP). Mientras, los empresarios siguen actuando con total impunidad en la explotación obrera, el gobierno ataca las condiciones laborales de los trabajadores estatales como la jornada de 6 horas, y por supuesto, las demandas obreras y populares más importantes como una verdadera reforma agraria, salario y empleo para todos, educación y salud, etc., no han tenido respuesta.

A pesar de que el programa “Nuevos Horizontes” que incluiría la presencia de militares de EE.UU. en el país ha sido “congelado” por Lugo, los acuerdos impuestos por el imperialismo se mantienen: hay “expertos” yanquis en varias zonas del país bajo pretexto de combatir al narcotráfico, hay acuerdos para brindar facilidades en aeropuertos e instalaciones paraguayas para la aviación estadounidense (en planes ligados al dispositivo general de despliegue estratégico que incluye las bases en Colombia), etc.

Por su parte, la embajadora norteamericana en Asunción, Liliana Ayalde, no se priva de presionar por los intereses de Washington y reunirse con la oposición en clara injerencia en la vida política paraguaya.

Cabe señalar que Paraguay es una pieza en el tablero sudamericano muy importante para EE.UU. por su ubicación central como parte del Mercosur fronterizo con Argentina y Brasil, además de Bolivia, por la presencia de focos de “interés” para Washington como la “Triple Frontera”, y por las antiguas y estrechas ligazones entre las élites paraguayas y el imperialismo.

La crisis sigue abierta

Aún en un contexto marcado por la prosperidad económica (con un crecimiento de casi el 10% toda la burguesía está haciendo grandes negocios), la relativa contención de la lucha de masas y las concesiones a la reacción, la crisis política puede seguir “al rojo”. Pueden agregar nuevos elementos imprevisibles como las derivaciones en torno a la salud presidencial, por las maniobras “destituyentes” de la oposición, e incluso las incidencias de la campaña hacia las elecciones municipales de noviembre, donde se verificará la influencia de la coalición luguista y de las fuerzas de oposición y por tanto, pueden rediscutirse los distintos planes políticos.

Por ahora, el presidente mantiene una alta popularidad (aunque en baja) y el apoyo de una parte importante de las direcciones sindicales y campesinas, así como de la izquierda reformista. Sin embargo, parece haber movimientos de diferenciación a izquierda en algunos sectores de vanguardia.

Dos caminos: conciliación de clases o movilización independiente

La política de conciliación de clases de Lugo y quienes le apoyan lleva la frustración y la derrota. Para enfrentar a la reacción derechista y cualquier maniobra conspirativa, como para imponer sus legítimas e impostergables demandas, los trabajadores, los campesinos y el pueblo pobre necesitan las manos libres frente al gobierno de Lugo, es decir, no permitir que su fuerza sea subordinada en nombre de “defender al proceso de cambio” ni depositar la menor confianza o apoyo político en el presidente. El camino de la movilización obrera y de masas es el único que permitirá barrer la podrida herencia del “coloradismo”, expulsar al imperialismo y satisfacer las demandas de tierra, trabajo y libertad del pueblo paraguayo.

La clase obrera está llamada a jugar un papel central en esta perspectiva, porque si bien es minoritaria, por su rol en la economía, su programa histórico anticapitalista y su concentración en la capital puede aglutinar a los sectores oprimidos de la ciudad y el campo en una vasta alianza contra la oligarquía y el imperialismo para abrir el camino a una salida obrera y popular a la explotación, el atraso y la opresión.

Además, el proletariado paraguayo tiene la potencialidad de articular con sus hermanos mayores -la clase obrera brasileña y argentina, de las cuales la numerosa emigración paraguaya es un componente-, en el camino de poner a la clase obrera regional al frente de la lucha contra el imperialismo y los explotadores locales. Para pelear en esa perspectiva, la herramienta política clave será la construcción de un partido revolucionario que pueda aglutinar a la vanguardia obrera en torno a un programa acorde a sus tareas históricas.

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