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Nota de tapa

1910 Y 2010

Dos “modelos” de sometimiento nacional

Los millones que se movilizaron al centro de la Capital en los festejos del Bicentenario constituyeron un hecho de magnitud que no puede entenderse sin “el espíritu de época” de la Argentina pos 2001.

Manolo Romano

27 de mayo 2010

Dos “modelos” de sometimiento nacional

Los millones que se movilizaron al centro de la Capital en los festejos del Bicentenario constituyeron un hecho de magnitud que no puede entenderse sin “el espíritu de época” de la Argentina pos 2001. El resurgir de la reivindicación de lo “nacional” en amplias masas es un producto del catastrófico fracaso de la última “gran empresa” de la clase dominante que vendió el peronismo comandado por Menem, del desengaño con el verso de la “entrada al primer mundo” de la mano de la “globalización” del capital financiero en los 90. Esto es lo que concluyó en el hecho político cultural de la fecha histórica de los festejos de los 200 años de “la revolución de Mayo”. Sobre ello intenta montarse el discurso oficial cuando han sido los más grandes pagadores de la deuda externa, los que hablan de “industria nacional” cuando dos tercios de las principales 500 empresas pertenecen al capital extranjero y mantienen las privatizaciones de Menem incluyendo los principales recursos naturales en manos de las multinacionales.

El componente mayoritario de las jornadas de festejo provino de familias del conurbano bonaerense y de los sectores populares de la Capital que en medio de la mejoría económica acudieron en trenes y subtes a escuchar a los artistas populares y a disfrutar del recorrido, un festejo popular mientras importantes sectores de las clases medias acomodadas llenaron los aeropuertos y las rutas con el turismo de fin de semana largo.

Sin duda, el núcleo eran familias de asalariados que, en parte, se vienen
expresando como clase en el terreno del reclamo sindical, pero que se manifiestan diluidos en el “pueblo” sin identidad política independiente.

Visto desde este ángulo, en cierta medida, quedó atrás el momento de escisión y rechazo a la política que se expresó en el “que se vayan todos”.
Amplios sectores de masas compartieron con los políticos oficiales los festejos, en un marco de cierto conformismo social producto de un auge coyuntural del consumo que alimenta la idea de una mejora de las condiciones de vida en forma evolutiva. Pero de ninguna manera es el respaldo al partido de gobierno, como quieren mostrar interesadamente algunos analistas oficiales. O que permita la comparación de estas manifestaciones con las también masivas concentraciones en 1983, cuando la salida precipitada de los militares fue canalizada por el bipartidismo peronista-radical con la afiliación de millones a las viejas estructuras. Una cosa es cierta afinidad de valores comunes como “derechos humanos”, “inclusión social”, “diversidad y respetos a las minorías” que forman parte del arsenal del discurso del kirchnerismo; y otra es la formación de un movimiento político que tiene que compatibilizar esa “ideología” con un aparato impresentable de burócratas sindicales e intendentes y punteros que el gobierno trató de mantener tras las bambalinas de los festejos.

1910 y 2010

Sin duda, el gobierno capitalizó en lo inmediato el centro de la escena nacional después de la fragmentación de la oposición patronal que, hace dos años, en el 25 de mayo de 2008, se aglutinaba en el Monumento a la Bandera en Rosario detrás de la Mesa de Enlace agraria arrastrando a sectores medios acomodados, mientras Cristina trasladaba los festejos oficiales a la provincia de Salta. Esta vez, los Kirchner sacaron partido de la disputa de escenarios con la reapertura del Teatro Colón encabezada por Macri, que contó con la presencia del vice Cobos junto a la farándula derechista y una pléyade de los más notorios periodistas del Grupo Clarín y la oposición mediática, y del Tedeum del reaccionario Cardenal Bergoglio en la Catedral. Ambos eventos le sirvieron a los fines de polarizar convenientemente entre “dos modelos”, el del país oligárquico del Centenario de 1910 y el llamado “modelo de inclusión”. “Estamos mejor que hace 100 años” dijo la presidenta en su discurso, cuando “era un delito la actividad sindical, no podíamos elegir libre y democráticamente a nuestros representantes”. En primer lugar hay que decir que si la clase trabajadora analiza su condición históricamente, “estamos mejor que hace 100 años” pero peor que en el año 75. Después de años de crecimiento bajo el “modelo de inclusión” el salario real promedio no logró recuperar el nivel salarial anterior a la dictadura, actualmente está aún por debajo de los años ‘90 de Menem y Cavallo, y apenas llegando a los niveles previos a la devaluación. Y en segundo lugar que los “derechos sindicales” que reivindica la presidenta para la actualidad son para menos de un tercio de la clase trabajadora que tiene “el privilegio” de estar “incluida” en las paritarias, con la mayoria excluida ya sea por el empleo en negro, por estar fuera de los convenios colectivos o directamente en el desempleo, mientras se les sigue negando el reconocimiento a nuevos sindicatos antiburocráticos como el del subte.

En tanto, desde las imágenes proyectadas en el frente del Teatro Colón por el gobierno de Macri se reivindicó su inauguración en 1908 como la de “un país admirado y admirable” de la misma manera que las grandes concentraciones del 2008 convocadas por las patronales sojeras exaltaban “el país agroexportador de nuestros abuelos” y por la misma época Alfredo De Angeli sostenía descaradamente la liberación total de las exportaciones aunque en la Argentina se deba pagar “el lomo a 80 pesos”.
Aunque el gobierno se “anotó un punto” en esta “batalla cultural” del Bicentenario, la división de la clase dominante entre dos “modelos” de sometimiento al imperialismo continúa y tendrá nuevas manifestaciones.

2001 y 2011

En el operativo del gobierno hay, al mismo tiempo, un objetivo táctico y una necesidad estratégica. El primero es el de llegar al 2011 buscando la reelección de los Kirchner obteniendo el 40% de los votos en primera vuelta. Para ello, polarizan con la derecha tratando de ocupar todo el espacio desde el peronismo hasta la centroizquierda. Lo segundo es tratar de completar el ciclo de desvío de las jornadas revolucionarias del 2001 con una reconstrucción del Estado, legitimándolo como instrumento de un pacto social entre “el capital y el trabajo”. Pero la ausencia planificada de Cristina como Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas en el desfile militar del 22, muestra la contradicción del “gobierno de los derechos humanos” para “reconciliar” a las masas con el pilar fundamental del Estado protagonista del genocidio y la derrota en Malvinas (ver nota). Y por otra parte, la perspectiva del país en la crisis capitalista internacional esta lejos de poder garantizar una conciliación estable entre las clases.

Ya el oligárquico diario La Nación que reivindica el “país del Centenario” en su editorial del 26 de mayo advierte en torno al nuevo escenario de la pulseada entre salarios y precios que abrió la paritaria del gremio de la alimentación que elevó el piso del reclamo al 35% de aumento. “Este deslizamiento es el resultado del poder de negociación de un gremio que expuso agresividad en la ocupación reciente de plantas industriales y que tuvo dificultades para moderar a representaciones de fábricas que apelaron a acciones cuasi revolucionarias. Recuérdese el caso de la empresa Kraft”. El diario de los Mitre ya está pidiendo nuevas “leyes de residencia”. Los Pagani de Arcor lanzaron el despido de activistas en la planta de Córdoba que fue vanguardia de la huelga de la alimentación para evitar que surjan allí nuevas organizaciones antiburocráticas como en Kraft. “Como pudimos reconstruir el Colón, podemos reconstruir ese país” del Centenario dijo Rodríguez Larreta del PRO, donde no dudaron en reducir la planta de trabajadores y atacar sus conquistas.

Más allá de los cantos de sirena del “pacto social” del gobierno tenemos que prepararnos para la perspectiva de escenarios convulsivos y enfrentamientos entre las clases, con una política independiente de todas las fracciones capitalistas. En estos 200 años la burguesía nativa ha demostrado ser una clase antinacional, la tarea de romper con la dependencia y el sometimiento al imperialismo será de la clase trabajadora en su propio gobierno encabezando la alianza con el conjunto de los explotados y oprimidos.

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