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A PROPÓSITO DE LA FE DE LOS TRAIDORES DE GABRIEL PASQUINI

La pequeñez del tiempo presente

La Fe de los Traidores, primera novela de Gabriel Pasquini, se inscribe en una amplia discusión que se viene dando en la Argentina que combina el balance del proceso de los ’70 con la valoración ética de la violencia revolucionaria y la crítica de “la fe ciega” de la militancia.

PTS Neuquén

24 de octubre 2008

La Fe de los Traidores, primera novela de Gabriel Pasquini, se inscribe en una amplia discusión que se viene dando en la Argentina que combina el balance del proceso de los ’70 con la valoración ética de la violencia revolucionaria y la crítica de “la fe ciega” de la militancia.

El relato comienza con Vittorio, cuadro de la Internacional Comunista, con su mujer y su hijo enfermo a bordo del barco que los trae a la Argentina, barco en el que se despliega una intriga que se irá ampliando y resolviendo en el transcurso del relato, con la experiencia de la revolución rusa como telón de fondo. Esta historia se cruza con la reflexión desde la derrota de un dirigente guerrillero guardado en una isla del Tigre, a la espera del grupo de tareas que nunca vendrá para secuestrarlo.

La novela tiene pasajes que atrapan al lector, como cuando reconstruye el ambiente y los debates del período que va desde la primera guerra mundial a la revolución rusa y la fundación de la III Internacional.

Otro momento a destacar es cuando el guerrillero acompañado solo de su cuaderno de notas, recuerda críticamente al compañero que, en una pobre interpretación de La Condición Humana de André Malraux, pensaba que la pastilla de cianuro era una prueba de heroísmo en lugar de un arma defensiva impuesta por la situación de la lucha de clases. En momentos como esos, la prosa de Pasquini se vuelve ágil y atrayente. Muestra a también que posee un conocimiento de la cultura política de las corrientes que toma como motivo para su novela. Están a su vez muy bien logrados los personajes de los policías secretos italianos que persiguen a los comunistas, anarquistas y socialistas.

Hay otros tramos menos atractivos, como aquel en que un joven anarco rousseauniano intenta educar sin éxito a una suerte de “buen salvaje”, constituyendo un momento un tanto bizarro. Seguramente es posible hacer una crítica del “iluminismo” de ciertas corrientes sin caer en un collage de estas características.

Pero no es nuestro motivo la crítica literaria de la novela, para lo cual sin duda hay gente más idónea, sino el análisis de algunas de sus premisas político-ideológicas. En este plano, La Fe de los traidores reproduce una serie de lugares comunes, que deben ser sometidos a crítica.

Elitismo y vanguardia

El primero es el de la crítica al elitismo vanguardista de las corrientes revolucionarias. Pasquini traza la imagen de una dirección bolchevique obsesionada con la construcción de una élite política como un fin en sí mismo, imbuida de una fe ciega en la inevitabilidad de la revolución y en una identificación de ésta con la supervivencia de la élite. Pasa por alto el carácter de democracia de base que tenía la experiencia sovietista, alentada por los bolcheviques, aunque se viera gravemente limitada por los problemas derivados de la destrucción originada por la guerra civil.

Al hacer esta omisión, Pasquini transforma como constitutivas de la cultura política bolchevique a ciertas medidas tomadas en momentos de extrema tensión (el de la prohibición de los partidos alzados contra el poder soviético y luego la prohibición de las fracciones al interior del propio partido) y deja de lado importantes medidas emancipatorias como la autodeterminación de las nacionalidades, los derechos de las mujeres, el reparto agrario, además de que incluso durante la guerra civil, los mencheviques internacionalistas, los anarquistas y los socialrevolucionarios de izquierda tenían plena libertad de intervención en los soviets, antes de pasar éstos últimos a la acción armada contra el gobierno soviético. Está claro que la novela no es un estudio de la revolución rusa, pero lo que dice no deja de tener implicancias políticas y por ende puede ser sometido a una crítica política.

De un cruce de las historias y los argumentos de la novela se puede sintetizar el siguiente planteo: los bolcheviques se pensaban como la élite de la clase obrera, los guerrilleros radicalizaron esa lectura, transformaron la lucha de clases en una guerra y construyeron al proletariado como un concepto bélico. Pero el “proletariado” realmente existente, el pueblo real no quería élites ni hechos bélicos y los setentistas fueron diezmados. Finalmente, el socialismo se cayó. Aquí la figura de la militante alemana Ulrike Meinhof actúa como metáfora del desencuentro entre la guerrilla y las masas populares en las reflexiones del jefe guerrillero.

Lo que olvida este razonamiento es que los procesos de radicalización del siglo XX tuvieron un alcance masivo y no fueron patrimonio exclusivo de ciertas corrientes con estrategias que efectivamente buscaban sustituir a la clase obrera con su propia acción.

De la inevitabilidad de la revolución a la infalibilidad de los jefes

Un segundo lugar común es la identificación entre el proyecto socialista del marxismo y el régimen encarnado por el stalinismo. El hecho de que sea Vittorio Codovilla, histórico burócrata del PC argentino, uno de los personajes centrales de la novela, deja entrever una visión de continuidad entre el bolchevismo y el stalinismo. La fe en la inevitabilidad de la revolución se transformará luego en la fe en la infalibilidad de los jefes soviéticos. Sin embargo, esta transformación del marxismo en una religión laica, naturaliza el proceso social complejo de la burocratización de la URSS. La recepción acrítica de la visión que el stalinismo tenía de sí mismo como encarnación de la tradición de Octubre se constituye en un límite para profundizar la reflexión sobre el imaginario de la militancia revolucionaria y el fracaso del mal llamado “socialismo real” que es lo que se propone en gran parte La Fe de los traidores.

En esta reflexión el autor traza una supuesta lógica del fanatismo revolucionario: Para sustraerse a los compromisos y pequeñeces de la política democrática, los militantes de los ´70 se involucraron en una idea de cambio revolucionario inmediato, que a su vez los llevó a justificar todos los medios, enlodándose al punto de no saber si son revolucionarios o simples asesinos. En este punto, la novela retoma los ecos del debate de Oscar Del Barco sobre la violencia revolucionaria, incorporando un registro claramente reaccionario.

Los galos de Asterix

Sin embargo, hay una cuestión profunda que La Fe de los traidores deja planteada: ¿Cómo naturalizar las condiciones de la derrota, cuando se han vivido las del ascenso revolucionario? ¿No es efectivamente una traición esa naturalización? ¿Cómo sobrellevar la imposición de estas condiciones ante la imposibilidad de reeditar el pasado? Guillermo Cieza, en una novela que tiene varios años, plantea que para superar la disyuntiva entre ser sobrevivientes o veteranos de guerra, los luchadores derrotados pueden reinventarse en nuevas rebeldías junto a las generaciones que salen a las luchas actuales. Cieza define bellamente a los obreros del Astillero Río Santiago como los galos de Asterix, defensores de una aldea irreductible contra las huestes del Imperio Romano. Lo mismo puede decirse de los obreros de Zanon, cuya lucha ha sido fuente de inspiración para los nuevos sectores combativos de la clase trabajadora que protagonizan importantes experiencias de lucha como en FATE, Mafissa o los campos ajeros de Mendoza.

Las preguntas de La Fe de los traidores pueden tener una respuesta en tanto volvamos a poner en discusión la necesidad de una alternativa revolucionaria al capitalismo, es decir, en tanto superemos el marco ideológico trazado por el propio autor. Y ahí más que una cuestión de fe se trata de ejercitar un realismo elemental. Podemos estar seguros de que el capitalismo creará más degradación y destrucción en la medida en que los habitantes de este mundo sublunar, en el cual los trabajadores somos la amplia mayoría, no impongamos una alternativa. Para esto sólo queda organizarnos, agruparnos, superar el aislamiento que confina lo humano a lo puramente individual y volver a construir la idea de que o salimos de esta colectivamente o seremos fagocitados uno por uno, en pequeños fracasos individuales y también por miles en grandes catástrofes colectivas.

Y aquí es donde la tradición marxista, en lugar de ser el documento de una época pasada, se vuelve un punto de partida para pensar la transformación revolucionaria de este presente pródigo en historias de bolsillo.


Fe de erratas

En la nota “Teoría y Práctica del Programa Mínimo” publicada en el anterior número de este periódico, donde dice que Rolando Astarita “fue fundador del MAS en los 80, en el que ocupó lugares de responsabilidad dirigente junto al fundador de la corriente, Nahuel Moreno”, debe decir “formó parte del MAS, integrando la revista Correo Internacional”.

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