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EDITORIAL

¿Y si un trabajador fuera presidente?

“Cuando un trabajador sea presidente se va a acabar el hambre en el país”, dijo Hugo Moyano en el acto por el aniversario de la muerte de Perón en Esteban Echeverría.

Manolo Romano

7 de julio 2011

¿Y si un trabajador fuera presidente?

“Cuando un trabajador sea presidente se va a acabar el hambre en el país”, dijo Hugo Moyano en el acto por el aniversario de la muerte de Perón en Esteban Echeverría.

Ante una “heterodoxia” de Cristina en el armado de las listas del peronismo (la de bajarle el pulgar a la CGT y a los intendentes del conurbano), Moyano responde con otra heterodoxia. Si “el General” viviera no estaría de acuerdo, ya que el lugar de “el primer trabajador” siempre estuvo reservado en el peronismo. Así se lo recordó Carlos Tomada. Al tiempo que, como ministro de Trabajo, declaró que “no se reabrirán las paritarias” a pesar del pedido de algunos gremios, como candidato a vice en la Capital, sostuvo que Moyano “cree que directamente un dirigente sindical puede pasar de ser conducción de un sindicato a conducir los destinos del país”. Carlos Kunkel, por su parte, echó más leña al fuego: “no creo que se consideren mal representados por el Secretario General de la UOM-La Matanza y por Facundo Moyano, porque si se consideran mal representados, hubiesen retirado esas candidaturas”. Claro, ni el burócrata metalúrgico Gdansky ni el hijo del jefe de la CGT hicieron la del pampeano Verna que directamente renunció a su postulación a gobernador como forma de rechazar el armado electoral de la presidencia. Aunque, pifia Kunkel, sí lo hizo un hombre del núcleo duro cegetista y muy cercano a Moyano: Juán Carlos Schmidt no aceptó integrar la lista de diputados por Santa Fe ya que el Frente para la Victoria provincial le había asignado un quinto puesto, debajo de un joven concejal de La Cámpora protegido del candidato a gobernador Agustín Rossi.

Aunque las declaraciones del líder de la CGT no son una ruptura abierta con el kirchnerismo (inmediatamente volvió a sostener que la central obrera seguirá “apoyando el modelo”) contienen una amenaza que el gobierno parece haber leído. Los funcionarios más afines al moyanismo, el ministro Julio de Vido y Amado Boudou preparan una reunión con la CGT para buscar un compromiso que aquiete las aguas en medio de la contienda electoral. Lo de Moyano es, en última instancia, una nueva “lucha de presión”, esta vez política: reafirmar que es necesario su rol en el armado del próximo gobierno de Cristina. “Cuando nos necesiten nos van a volver a venir a buscar”, repiten y alertan por estos días desde los blogs que son usinas de ideas de los sectores del peronismo que han quedado desplazados en la confección de las listas. Saben que la crisis capitalista internacional llegará, tarde o temprano, a la Argentina y ante ello, los fieles cristinistas de La Cámpora no podrán jugar el papel de freno y contención que usualmente cumplen los burócratas sindicales y el aparato de punteros del conurbano, para que, como en el 2001, la crisis la terminen pagando los trabajadores.

Pero el descontento de la cúpula de la CGT le ha hecho decir a Moyano un par de afirmaciones “peligrosas”. En un “plenario de reflexión” realizado en las instalaciones del Sindicato del Plástico, declaró que “No es suficiente que el trabajador esté organizado para movilizarse, protestar o discutir paritarias, sino que tiene que buscar definitivamente llegar al poder. Sólo desde el poder se modifican las cosas, no desde la presión con la que se pueden corregir algunas cosas, pero no se las modifica.” Y remató: “Si nosotros tenemos la posibilidad de encauzar el voto de los trabajadores seremos invencibles, porque hay más de 12 millones de trabajadores en el país”.

Para volver a encontrar un lugar bajo el sol del nuevo gobierno, Moyano difunde ideas que los clasistas pueden y deben aprovechar para un dialogo amplio en los sindicatos y en toda la clase trabajadora, para separar la paja del trigo. Apresurémonos a decir que la odiada y desprestigiada burocracia sindical está lejos de concitar el entusiasmo de millones de trabajadores.

Pero la idea de que los trabajadores tienen que llegar al poder y no limitarse a un rol de presión sindical, es contraria a uno de los pilares del peronismo que considera al movimiento obrero “la columna vertebral” pero nunca la cabeza dirigente. Por supuesto, Moyano juega con una idea de “presidente obrero” a lo Lula, es decir de un hombre de extracción sindical que, separándose de todo control de los sindicatos, llega al “poder” mediante elecciones y compromisos con el establishment burgués (el verdadero poder detrás del trono), como el gobierno del PT de Brasil. El gobierno de los trabajadores es, por el contrario, la ruptura de todo compromiso con la clase capitalista, la expropiación de los medios de producción para ser convertidos en propiedad social. Si no, ¿cómo se puede siquiera pensar en “terminar con el hambre en el país”?

Nada de esto se consigue sin quebrar la resistencia de la clase dominante y su Estado: se necesita de una gigantesca movilización de masas, empezando por los 12 millones de trabajadores de los sindicatos que Moyano quiere reducir al rol de votantes, pero también de los millones de trabajadores y desposeídos que están por fuera de las organizaciones gremiales. No puede ser obra de un “presidente obrero” o “un hombre de la CGT en La Rosada” como suele decir Moyano. Más aún: la figura presidencial que consagra este régimen de democracia para ricos concentra poderes semimonárquicos, y hace de la presidencia una institución apta para gobiernos autoritarios que quieran, en momentos de crisis, atacar las conquistas de la clase trabajadora y el pueblo con poderes discrecionales. El verdadero gobierno de los trabajadores, su autogobierno, supone la abolición de la figura presidencial, del oligárquico Senado y de las instituciones de esta democracia para ricos, que sean reemplazadas por una Asamblea Nacional, que combine los poderes ejecutivo y legislativo, y esté compuesta por diputados obreros que cobren lo mismo que un trabajador medio y sean revocables por sus electores.

Claro está, que esta perspectiva revolucionaria es incompatible con la existencia de una burocracia, como la de la CGT, enquistada en las organizaciones sindicales. Sólo una corriente militante de miles que transforme a los sindicatos en herramientas para la lucha de clases, como la que impulsamos desde el PTS y los clasistas del periódico Nuestra Lucha, puede señalar el norte del gobierno de los trabajadores. La campaña política que en todo el país estamos llevando adelante con el Frente de Izquierda y los Trabajadores es una buena oportunidad para difundir estas ideas, en oposición a las de la burocracia peronista de la CGT.

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